Capítulo 55 Estrategias y planes
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la habitación principal de la mansión Bourth, iluminando suavemente a Amatista mientras se estiraba con pereza. Su movimiento no pasó desapercibido para Enzo, quien, con una sonrisa traviesa, deslizó sus manos hasta su abdomen, provocándole suaves cosquillas.
—¡Amor, detente! —dijo entre risas, intentando apartarlo, aunque sin mucho esfuerzo.
—No puedo evitarlo, gatita —respondió Enzo con una sonrisa satisfecha—. Me encanta verte reír así.
Después de unos minutos compartiendo risas y miradas cómplices, ambos decidieron levantarse. La rutina matutina comenzó con una ducha juntos, donde el juego y la intimidad que los caracterizaban se hicieron presentes en cada gesto, en cada mirada. Amatista, envuelta en una toalla, se detuvo frente al espejo para peinarse mientras Enzo terminaba de secarse el cabello.
—¿Qué planes tenemos hoy? —preguntó Amatista, observándolo a través del reflejo del espejo.
—Primero, tenemos que pasar por la oficina. Hay algunos acuerdos que necesito cerrar, y después iremos al club de golf, como te prometí —respondió Enzo mientras abotonaba su camisa.
Amatista asintió, conforme, y se apresuró a vestirse. Justo cuando Enzo terminaba de ajustarse el reloj, su teléfono sonó. Era su secretaria, Sofía, quien lo llamaba para informarle sobre algunos pendientes importantes.
—¿Ya están los proveedores en la oficina? —preguntó Enzo mientras sostenía el móvil con una mano y se ajustaba la chaqueta con la otra—. Bien. Diles que no tardaré en llegar.
Cuando ambos estuvieron listos, comenzaron a bajar las escaleras. La sincronía entre ellos era evidente, cada paso reflejaba la complicidad y la comodidad de compartir sus rutinas. Al llegar al vestíbulo, Roque ya los esperaba junto al auto, pero antes de que pudieran subirse, la figura de Hugo Ruffo apareció en la entrada.
—Enzo, buenos días —saludó Hugo con una sonrisa que intentaba ser casual—. ¿Van al club de golf? Pensé que podríamos acompañarlos más tarde.
Enzo, aunque mantenía su expresión educada, no pudo evitar un leve gesto de incomodidad.
—Primero tengo que pasar por la oficina. Hay algunos asuntos que resolver. Pero si más tarde quieren unirse, pueden pedirle a Roque que los lleve o usar uno de los vehículos.
Hugo asintió, agradeciendo la consideración de Enzo, aunque era evidente que no había recibido la respuesta que esperaba. Con una breve despedida, Enzo y Amatista subieron al auto. Mientras el motor rugía suavemente y el vehículo se deslizaba por el camino, Enzo dejó escapar una risa irónica.
—Qué insistentes son —comentó, mirando a Amatista con una mezcla de diversión y fastidio—. Y pensar que más tarde tendremos que encontrarlos en el club.
Amatista rió ante su reacción, disfrutando de su tono despreocupado.
—Amor, al menos el club es grande. Seguro encontrarás una forma de mantener tu distancia si te molestan mucho.
Enzo sonrió, encantado por la forma en que ella siempre lograba aliviar sus tensiones.
El trayecto continuó entre comentarios ligeros y risas ocasionales. Al llegar al edificio de oficinas, subieron directamente al quinto piso, donde la presencia de Enzo se hacía notar en cada detalle del lugar: las puertas de cristal, las líneas elegantes del mobiliario y el ambiente profesional que emanaba autoridad. Sofía, su secretaria, los recibió en el pasillo con una sonrisa cordial.
—Buenos días, señor Bourth. Señora Bourth —saludó con respeto, asintiendo hacia Amatista.
—¿Están los documentos listos? —preguntó Enzo.
—Sí, señor. Los dejé sobre su escritorio, y los proveedores ya están esperándolo en su despacho.
—Perfecto. Gracias, Sofía.
Enzo tomó la delantera, abriendo la puerta de su despacho con un gesto firme. Amatista lo siguió, pero en lugar de sentarse junto a él, optó por acomodarse en los sillones del fondo, dejándolo trabajar mientras hojeaba una revista que encontró en la mesa de centro.
Los proveedores esperaban con carpetas y contratos en mano. Enzo, como siempre, manejó la reunión con maestría, alternando entre una actitud persuasiva y una firmeza que dejaba claro quién estaba al mando. Aunque el ambiente era profesional, sus ojos ocasionalmente se desviaban hacia Amatista, asegurándose de que estuviera cómoda.
Amatista, por su parte, observaba todo desde su rincón, admirando la seguridad con la que Enzo se desenvolvía. No importaba cuán tedioso o complicado fuera el tema, él siempre parecía tener el control.
Cuando la reunión concluyó y los proveedores abandonaron la oficina, Enzo recogió los papeles que habían firmado y los dejó sobre el escritorio con precisión. Con un movimiento decidido, revisó su teléfono, que vibraba con insistencia, mostrando una llamada entrante.
—Dame un momento, gatita —le dijo a Amatista antes de contestar la llamada.
Ella asintió con tranquilidad, pero al quedarse sola con él en el espacio silencioso, no pudo evitar recorrer la oficina con la mirada. Había algo en la disposición de los muebles, la luz que entraba por las ventanas y el aroma sutil del lugar que hablaba de Enzo. Caminó lentamente, deteniéndose frente a una estantería llena de libros y decoraciones cuidadosamente seleccionadas, hasta que sus pasos la llevaron al escritorio principal. Su mano se posó suavemente en el borde, sintiendo la textura pulida de la madera mientras observaba los detalles de los objetos sobre él.
Enzo, aunque estaba concentrado en la conversación al otro lado del teléfono, no perdió de vista a Amatista. Sus movimientos atraían su atención como si fueran una melodía que no podía ignorar. Con una sonrisa apenas visible, se acercó a ella mientras sostenía el móvil contra su oído.
—Sí, lo entiendo —dijo al interlocutor, su tono firme y profesional.
Con su mano libre, Enzo tomó la cintura de Amatista y, con un gesto ágil, la subió al escritorio. Ella dejó escapar una risa suave, divertida por el gesto, pero no dijo nada, solo lo observó con esos ojos que siempre parecían retarlo a seguir.
Enzo continuó hablando en voz baja por teléfono, pero su atención estaba dividida. Se inclinó hacia ella, dejando un beso en su cuello, apenas un roce que hizo que Amatista cerrara los ojos por un momento. Luego, sus labios se deslizaron hacia su hombro, dejando un rastro de calor que la hizo sonreír.
—Claro, podemos ajustar eso en los próximos días —murmuró Enzo al teléfono, su voz inalterada, como si su mente no estuviera completamente enfocada en la conversación.
Amatista, divertida por la dualidad de Enzo, decidió seguir el juego. Con movimientos lentos y precisos, comenzó a desabotonar su camisa, dejando expuesta su piel mientras sus dedos se deslizaban por el pecho de él.
—Esos detalles podemos revisarlos en la próxima reunión —dijo Enzo, su voz apenas un poco más profunda, mientras su mirada se clavaba en Amatista.
Ella continuó con sus travesuras, desabrochando su cinturón con calma y dedicándole una sonrisa cargada de picardía. Enzo la miró de reojo, apenas alzando una ceja en un gesto de advertencia, pero no hizo nada para detenerla.
—Perfecto, entonces lo confirmamos. Gracias por la llamada —dijo finalmente antes de cortar, con su tono volviendo a ser el del Enzo inquebrantable y controlador.
El clic del teléfono marcó el final de la llamada, pero el inicio de algo completamente diferente. Enzo dejó el móvil sobre el escritorio, su atención ahora completamente en Amatista.
—Gatita, sabes exactamente cómo distraerme, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa que prometía problemas.
—Tú empezaste, amor —respondió ella con un tono inocente, aunque su mirada decía lo contrario.
Sin más preámbulos, Enzo la tomó por la cintura, acercándola aún más a él. Sus labios se encontraron con los de Amatista en un beso profundo, cargado de deseo. Sus manos exploraron cada curva, mientras ella enredaba los dedos en su cabello, atrayéndolo hacia sí con una pasión que no conocía límites.
La intensidad del momento los envolvió por completo. El escritorio se convirtió en su escenario, un lugar donde las barreras desaparecieron y solo existieron ellos dos, entregándose a la pasión sin reservas. Enzo, con cada caricia y susurro, reafirmaba lo que Amatista siempre había sabido: él no era un hombre que compartiera lo que consideraba suyo.
El tiempo pareció detenerse en aquella oficina, donde el mundo exterior quedó fuera y todo lo que importaba era el momento que compartían.
El ambiente en la oficina había recuperado su calma habitual, aunque aún se respiraba en el aire la intensidad del momento entre Enzo y Amatista. Ambos comenzaron a vestirse, compartiendo miradas cómplices y ligeras risas entre susurros.
Amatista se abotonaba lentamente su blusa, mientras Enzo, apoyado contra el escritorio, se colocaba el cinturón con una sonrisa indisimulada.
—Gatita, nunca pensé que convertirías mi oficina en nuestro lugar especial —comentó con tono juguetón, mientras ajustaba los puños de su camisa.
—Solo hago que las cosas aburridas sean un poco más interesantes, amor —replicó Amatista con una sonrisa traviesa, acercándose para ajustar la corbata de Enzo con delicadeza.
—Lo consigues demasiado bien —admitió, inclinándose para dejar un beso rápido en sus labios.
Cuando estuvieron listos, salieron de la oficina con pasos relajados. Sofía, la secretaria, les lanzó una mirada profesional, aunque había en ella una ligera sonrisa que no se molestó en ocultar.
—¿Todo en orden, señor Bourth? —preguntó con cortesía.
—Perfectamente, Sofía. Nos vamos al club de golf. Avisa si surge algo urgente —respondió Enzo, sujetando a Amatista por la cintura mientras avanzaban hacia el ascensor.
El trayecto en el auto fue animado, con Amatista jugueteando con los botones del panel del vehículo y Enzo lanzándole miradas de advertencia cada vez que cambiaba la música sin consultarlo.
—¿Nunca te cansas de provocarme, gatita? —preguntó con una sonrisa.
—Nunca. ¿Tú sí? —respondió, arqueando una ceja con picardía.
—Contigo, jamás.
Al llegar al club de golf, Enzo se apresuró a conseguir los equipos necesarios para jugar. La brisa suave y el sol cálido creaban el ambiente perfecto, y la exclusividad del lugar aseguraba que, al menos por un rato, estarían lejos de interrupciones molestas.
Al llegar al club de golf, Enzo se apresuró a conseguir los equipos necesarios para jugar. La brisa suave y el sol cálido creaban el ambiente perfecto, y la exclusividad del lugar aseguraba que, al menos por un rato, estarían lejos de interrupciones molestas.
—Tenemos un par de horas antes de que los Ruffo o alguien más venga a buscar problemas —comentó Enzo mientras le entregaba un palo a Amatista.
—¿Es un desafío? —preguntó ella, ajustando su postura con aire seguro.
—Siempre lo es contigo, gatita.
El juego comenzó con una mezcla de seriedad y coquetería. Enzo se tomó el tiempo para corregir la postura de Amatista, acercándose por detrás para guiar sus movimientos, lo que provocó risas y miradas cargadas de complicidad.
—¿Así está bien, amor? —preguntó Amatista, exagerando su tono inocente mientras movía los hombros de forma juguetona.
—Perfecto, aunque podrías concentrarte un poco más en la pelota —bromeó él, inclinándose para besarla suavemente en la mejilla antes de retroceder para observar su golpe.
Amatista golpeó la pelota con fuerza, logrando un tiro sorprendentemente preciso.
—Nada mal, ¿verdad? —preguntó, girándose para enfrentarlo con una sonrisa triunfal.
—Admito que me impresiona. Pero espera a ver lo que puedo hacer —replicó Enzo, tomando su lugar.
El turno de Enzo fue impecable, logrando que la pelota llegara mucho más lejos que la de Amatista.
—Eso es trampa. Llevas años practicando —se quejó ella, cruzándose de brazos con dramatismo.
—No hay reglas que digan que no puedo ser mejor —respondió Enzo con una risa, acercándose a ella para colocarle un mechón de cabello detrás de la oreja—. Aunque me encantas cuando te pones competitiva.
La brisa suave acariciaba el rostro de Amatista mientras observaba cómo Enzo alineaba su siguiente tiro. Su postura era segura y calculada, dejando en claro que dominaba el campo de golf con la misma precisión con la que manejaba sus negocios. Ella, en cambio, disfrutaba de verlo en acción, dejando que sus ojos recorrieran cada movimiento.
—Es una pena que no puedas ganar siempre, amor —comentó Amatista, cruzando los brazos y ofreciéndole una sonrisa juguetona.
Enzo lanzó el tiro con impecable precisión, haciendo que la pelota alcanzara una distancia impresionante antes de detenerse. Luego, giró hacia ella con una sonrisa triunfal.
—¿Decías algo, gatita? —preguntó, inclinando la cabeza con un gesto desafiante.
Amatista soltó una risa baja, tomando su palo de golf y acercándose a su pelota. Enzo la observó con atención mientras ella se posicionaba, tomándose su tiempo para asegurarse de que el golpe fuera preciso.
—¿Estás segura de que necesitas tanto tiempo para apuntar? —preguntó él, apoyándose casualmente en su palo de golf.
—Es solo estrategia, amor. Algunas cosas se disfrutan más cuando se hacen con paciencia —replicó ella con tono malicioso, lanzándole una mirada por encima del hombro.
Enzo dejó escapar una risa y negó con la cabeza.
Amatista finalmente lanzó la pelota, logrando que avanzara una distancia decente, aunque claramente no tanto como la de Enzo. Ella hizo una mueca exagerada de decepción antes de acercarse a él con pasos lentos y calculados.
—Amor, tengo una duda —dijo, deteniéndose justo frente a él y levantando la vista con fingida inocencia.
—¿Qué necesitas saber, gatita? —preguntó él, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Dime, ¿en este club tienes otra oficina? —su tono era sugerente, y sus ojos chispeaban con diversión.
Enzo entendió de inmediato a qué se refería y dejó escapar una risa baja, llevándose una mano al mentón como si estuviera considerando seriamente su pregunta.
—Tal vez. Pero si la tuviera, ¿qué harías al respecto? —replicó, acercándose un poco más.
—Nada. Solo quería saber si deberíamos hacer una visita guiada más tarde —respondió Amatista, sosteniéndole la mirada con descaro.
Enzo no pudo evitar llevar una mano a la pierna de Amatista, acariciándola distraídamente mientras mantenía su sonrisa cómplice.
—Gatita, siempre encuentras formas de distraerme. Pero si quieres conocer la oficina, te llevaré más tarde —dijo, dejando que su voz se tornara un poco más grave y cargada de intención.
—Espero que sea tan interesante como la otra —comentó Amatista, encogiéndose de hombros con fingida indiferencia mientras se alejaba para preparar su siguiente tiro.
Enzo la observó caminar con un gesto de satisfacción en el rostro. Había algo en la forma despreocupada y juguetona de Amatista que siempre lograba desconectarlo del estrés y la seriedad de su vida diaria.
El juego continuó entre risas y comentarios cargados de insinuaciones. Amatista no perdió oportunidad de burlarse de los momentos en los que Enzo fallaba algún golpe, y él, en respuesta, la desafiaba a superar sus tiros, utilizando cualquier excusa para acercarse y guiarla con sus manos sobre las suyas.