Capítulo 205 Sin espacio para el pasado
El ambiente en la mesa cambió ligeramente, aunque la mayoría de los presentes disfrutaban la incomodidad de Sofía.
Enzo, en cambio, seguía tan imperturbable como siempre.
No le interesaba su reacción.
Ni lo que pudiera pensar.
Solo ajustó mejor su agarre en Amatista, acomodándola con más cuidado contra su pecho, mientras la sentía respirar tranquila y acompasada.
Sofía se forzó a reír suavemente, buscando recuperar el control de la situación.
—Bueno, de todos modos, me alegra verte. —Dijo, bebiendo un poco de su trago.
—Lo mismo digo. —Enzo asintió con cortesía, aunque su interés en la conversación era mínimo.
Nicolás, queriendo aligerar la tensión, cambió el rumbo del diálogo.
—Y decime, Bourth, ¿siguen jugando al mismo nivel de apuestas? —Preguntó con una sonrisa pícara.
Mauro rió bajo.
—Eso suena a que perdiste varias veces contra él.
Nicolás bufó, moviendo la cabeza.
—Digamos que el maldito Bourth nunca dejaba ganar a nadie.
Enzo sonrió de lado, entretenido con la memoria.
—No me gusta perder.
Tomás y Mauro chocaron puños en un gesto de aprobación.
—Ese es nuestro Bourth.
Sofía, aún incómoda con el peso de la conversación anterior, intentó volver a intervenir.
—Entonces, ¿ella es la famosa Amatista? —Preguntó, observándola con una mezcla de curiosidad y recelo.
Enzo bajó la mirada hacia Amatista, quien seguía dormida profundamente.
—Sí.
No agregó nada más.
No era necesario.
Todo lo que sentía, todo lo que significaba Amatista para él, ya estaba dicho en la forma en la que la sostenía.
Sofía lo notó.
Y entendió que no había espacio para el pasado en la vida de Enzo Bourth.
Porque su presente y su futuro ya estaban definidos.
Y los tenía justo ahí, entre sus brazos.
El ambiente en la mesa seguía relajado, pero la incomodidad de Sofía era evidente.
Intentaba disimularlo, pero su sonrisa forzada y la manera en la que su mirada se desviaba hacia Amatista hablaban por sí solas.
Mientras tanto, Enzo simplemente ignoraba el peso de su presencia.
Porque para él, Sofía no era más que un recuerdo irrelevante.
Amatista, en cambio, era todo.
—Entonces, Bourth… —intervino Valeria, tratando de romper la tensión. —¿Cómo es que terminaste casado? Pensamos que nunca ibas a sentar cabeza.
Mauro soltó una carcajada.
—Yo quiero saber más bien cómo consiguió casarse con ella. —Dijo, señalando a Amatista con la barbilla. —Después de todo, no cualquiera puede con una mujer así.
Los socios rieron, y Enzo solo sonrió de lado.
Bajó la mirada hacia Amatista, que seguía profundamente dormida en su regazo, acomodada con una tranquilidad absoluta.
Con una mano, acarició con suavidad su espalda, disfrutando la sensación de tenerla así.
—No había nada que conseguir. —Dijo finalmente, con voz tranquila.
Todos lo miraron con curiosidad.
Enzo levantó la vista y los observó con una seguridad absoluta.
—Ella siempre fue mía.
El silencio en la mesa fue inmediato.
Pero Mauro y Tomás rieron entre dientes, divertidos por la declaración.
—Dios, Bourth. —Damián negó con la cabeza, con una sonrisa de incredulidad. —Ni siquiera lo decís en broma.
—Porque no es una broma. —Enzo contestó sin titubear.
Sofía desvió la mirada, y Valeria bebió un poco de su trago, intentando ocultar su incomodidad.
Nicolás, por su parte, se rió, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, supongo que eso responde todas las dudas.
Enzo ni siquiera se molestó en responder.
Porque la única respuesta que importaba ya estaba en sus brazos.
Sofía, aún con su copa en la mano, forzó una sonrisa y cambió de tema con rapidez.
—¿Recordás cómo eran las cosas en el instituto, Enzo? —preguntó, con un tono que intentaba sonar casual—. Los viernes después de clases siempre terminábamos en algún lado, los partidos de fútbol, las salidas...
Enzo la miró con calma, sin mucho interés.
—Sí. —Respondió sin más.
Sofía frunció levemente los labios.
Esperaba una reacción diferente, tal vez más nostalgia o al menos algún comentario. Pero él no parecía ni remotamente interesado en hablar del pasado.
Decidió insistir.
—Te acordás de aquella vez que Nicolás intentó enfrentarte en el campo y terminaste ganando con ese tiro imposible…? —rió un poco, mirando a Nicolás—. Fue legendario.
Nicolás soltó una carcajada.
—Maldita sea, sí. Todavía me acuerdo de eso.
Pero Enzo apenas le dedicó un asentimiento breve.
Porque, en ese momento, su atención estaba en otra cosa.
O mejor dicho, en alguien más.
Amatista, aún dormida en su regazo, acababa de moverse ligeramente.
Y antes de que pudiera reaccionar, sintió su pequeña mano deslizándose lentamente bajo su camisa.
Directo a su pecho.
El aire en su garganta se atascó por un segundo.
El movimiento fue lento, inconsciente, pero la calidez de sus dedos contra su piel hizo que todo lo demás en la mesa desapareciera de su mente.
La presión de sus caricias era suave, distraída, como si simplemente buscara su calor.
Pero él la sintió en cada fibra de su cuerpo.
Mantuvo su expresión neutral, pero su agarre en la cintura de Amatista se tensó ligeramente.
Ella siguió respirando tranquilamente, ajena al caos silencioso que estaba provocando en él.
Mauro fue el primero en notar la tensión.
—¿Todo bien, Bourth? —preguntó con una sonrisa sospechosa.
Enzo levantó la mirada con absoluta calma.
—Perfecto.
Pero Amatista se movió de nuevo.
Y su mano se deslizó un poco más abajo, acariciando su abdomen con perezosa familiaridad.
Nadie más podía verlo.
Pero él lo sentía.
Y con eso era suficiente para hacerle perder la paciencia.
Sofía, ajena a lo que estaba ocurriendo, continuó hablando.
—Y también aquella vez en el baile de graduación… Cuando te obligaron a asistir y terminaste escapando antes de la foto grupal.
Enzo ya no estaba escuchando.
Toda su concentración estaba en la mujer en su regazo y en cómo demonios iba a controlar sus impulsos hasta que despertara.
Sofía seguía hablando, recordando anécdotas del instituto con una sonrisa nostálgica, pero Enzo ya no estaba prestando atención.
¿Cómo hacerlo, cuando Amatista seguía acariciándolo en sueños, completamente ajena al efecto que tenía sobre él?
Su paciencia tenía un límite.
Y ella lo estaba cruzando sin siquiera darse cuenta.
Sin decir una palabra más, Enzo se inclinó levemente y deslizó un brazo bajo las piernas de Amatista y otro por su espalda.
Con facilidad, la levantó en brazos.
Amatista murmuró algo incoherente contra su pecho, acurrucándose más en su calor.
—Creo que ya fue suficiente por hoy. —Enzo anunció con calma, ajustándola mejor en su agarre. —Mi esposa está cansada, lo mejor es que nos retiremos.
Sofía parpadeó, sorprendida por la repentina acción.
—Oh… claro. —Su sonrisa se volvió un poco tensa. —Fue bueno verte, Enzo.
Él simplemente asintió.
Mauro y Tomás intercambiaron una mirada divertida, pero no dijeron nada.
Nicolás, en cambio, rió bajo y levantó su copa.
—Que tengas una buena noche, Bourth.
Enzo no respondió, solo giró sobre sus talones y salió del bar con Amatista en brazos.
Mientras cruzaban el pasillo hacia la salida, Amatista se removió un poco, frotando su rostro contra su cuello.
—Mmm… amor… —murmuró adormilada.
Enzo cerró los ojos con un suspiro contenido.
Si ella supiera lo cerca que estuvo de hacerle perder el control en plena mesa, probablemente estaría riéndose ahora.
Pero ya encontraría la forma de hacérselo pagar cuando despertara.
Enzo salió del club con paso firme, sosteniendo a Amatista con facilidad en sus brazos.
Ella se acurrucaba contra su pecho, completamente dormida, confiada en que él la llevaría a casa.
Al llegar a la camioneta, Enzo abrió la puerta del copiloto con cuidado, inclinándose para acomodarla en el asiento.
Con movimientos pacientes, deslizó el cinturón sobre su cuerpo y lo abrochó, asegurándose de que estuviera bien sujeta.
Luego, tomó su saco y la cubrió nuevamente con él.
Porque su Gatita siempre tenía frío, y él lo sabía.
Antes de cerrar la puerta, se quedó observándola unos segundos.
Incluso dormida, era una visión perfecta.
Pero el momento fue interrumpido por una voz a sus espaldas.
—Enzo, ¿podríamos pedirte un favor?
Se giró y vio a Sofía, Valeria y Nicolás acercándose.
—Nuestro chofer aún no llega y es tarde. —continuó Nicolás—. Si no es molestia, ¿nos podrías llevar?
Enzo contuvo un suspiro.
No le entusiasmaba la idea, pero tampoco tenía razones para negarse sin parecer innecesariamente grosero.
Así que asintió con un gesto breve.
—Suban.
Los tres sonrieron y rodearon la camioneta para acomodarse en los asientos traseros.
Sin embargo, antes de que Enzo pudiera rodear el vehículo para tomar su lugar en el asiento del conductor, Sofía intentó detenerlo.
—Enzo, espera. —Su tono era suave, casi persuasivo.
Él la miró con expresión neutra.
—¿Qué pasa?
—Siempre me mareo si voy atrás. —explicó ella, con una leve sonrisa. —¿Podrías poner a Amatista atrás para que yo pueda ir adelante?
Un silencio denso cayó entre ellos.
Nicolás y Valeria se quedaron quietos, como si estuvieran conteniendo la respiración.
Pero Enzo no necesitó ni un segundo para responder.
—No. —Dijo con firmeza.
Sofía parpadeó, sorprendida por la rapidez y frialdad de su respuesta.
—Pero…
—Mi esposa está donde debe estar. —La interrumpió sin esfuerzo.
Su tono no dejó lugar a discusión.
Sofía cerró la boca de inmediato.
Nicolás y Valeria intercambiaron una mirada incómoda antes de moverse rápidamente para entrar a la camioneta sin decir más.
Sofía tardó unos segundos en reaccionar, pero al final suspiró y entró también, sin volver a insistir.
Enzo caminó con calma hasta el asiento del conductor y encendió el motor.
Antes de arrancar, desvió la mirada hacia Amatista.
Ella seguía profundamente dormida, completamente ajena a lo que acababa de pasar.
Sonrió de lado.
El viaje transcurría en un silencio extraño.
Nicolás y Valeria observaban por la ventana, sin atreverse a hacer más comentarios después de lo ocurrido con Sofía.
Sofía, en cambio, mantenía los brazos cruzados y miraba hacia adelante, claramente contrariada.
Pero a Enzo no le importaba nada de eso.
Solo le importaba la mujer que seguía dormida a su lado.
Cada tanto, le lanzaba una mirada de reojo.
Seguía acurrucada con su saco sobre los hombros, su respiración tranquila, completamente ajena al ambiente tenso.
Pero finalmente, después de varios minutos, Amatista comenzó a moverse.
Soltó un suspiro bajo y se estiró con pereza, flexionando su cuerpo como un gato satisfecho.
Su cabello revuelto se deslizó sobre su rostro mientras abría lentamente los ojos.
—Mmm… —murmuró adormilada.
Con un movimiento lento, giró la cabeza y fijó su mirada en Enzo.
Y una sonrisa descarada apareció en sus labios.
—Amor, te ves increíble con esa expresión seria. —murmuró con voz ronca de sueño.
Antes de que Enzo pudiera responder, Amatista se inclinó hacia él y deslizó sus dedos suavemente por su cuello, bajando hasta su pecho.
—Tan concentrado… tan… intenso. —susurró con picardía, dibujando pequeños círculos sobre la tela de su camisa.
Enzo soltó una risa baja.
—Gatita, no estamos solos. —advirtió, sin apartar la vista del camino.
Amatista parpadeó lentamente, confundida.
Con un ligero fruncimiento de ceño, se giró hacia los asientos traseros.
Y su expresión pasó de coqueta a incómoda en menos de un segundo.
—Oh… —parpadeó varias veces, procesando la escena.
Sofía, Nicolás y Valeria la observaban con expresiones variadas.
Sofía seguía con su postura rígida y la mirada impasible.
Valeria ocultó una sonrisa detrás de su mano.
Y Nicolás simplemente la miró con diversión.
—Buenas noches, o mejor dicho, buenos días, señora Bourth. —bromeó, alzando una ceja.
Amatista se aclaró la garganta y los saludó con una sonrisa algo avergonzada.
—Hola…
Nicolás la observó con interés.
—¿Nos reconocés?
Amatista desvió la mirada hacia él, evaluándolo.
Luego miró a Valeria y Sofía con atención.
Y finalmente sonrió con confianza.
—Eran compañeros de Enzo en el instituto.
Nicolás entrecerró los ojos con diversión.
—¿Cómo lo sabés?
Amatista sonrió misteriosa.
—Es mi secreto.
—Claro. —Nicolás soltó una carcajada. —¿O será que sos adivina?
Enzo intervino antes de que Amatista siguiera jugando.
—No es adivina. —Dijo con diversión. —Simplemente vio algunas fotos y yo le conté.
Amatista se giró hacia Enzo, apoyando el mentón en su hombro mientras lo miraba con ternura.
—Nos conocemos desde que yo tenía dos años y él cuatro.
Nicolás, Valeria y Sofía la miraron con sorpresa.
—¿En serio? —preguntó Valeria con curiosidad.
Enzo asintió con naturalidad.
—Sí.
Amatista sonrió con orgullo.
—Así que, técnicamente, sé más cosas de Enzo de las que cualquiera podría imaginar.
Enzo soltó una risa baja, disfrutando del tono posesivo de su esposa.
—Y por supuesto, no vas a dejarme olvidarlo nunca.
Amatista le guiñó un ojo, recostándose nuevamente contra su hombro.
—Ni en un millón de años, amor.
El ambiente en la camioneta había cambiado drásticamente.
Si antes había sido incómodo y tenso, ahora estaba teñido de una extraña mezcla de sorpresa y diversión.
Nicolás aún sonreía con incredulidad.
—¿Así que se conocen desde niños?
Amatista asintió, aún apoyada en el hombro de Enzo, con una sonrisa satisfecha.
—Desde que tengo memoria.
Valeria la miró con curiosidad.
—¿Y cuándo supiste que te gustaba Enzo?
Amatista se estiró ligeramente, como si estuviera evaluando la respuesta.
—Mmm… probablemente a los tres años.
Nicolás soltó una carcajada.
—¿Qué?
—Sí. —Amatista asintió con absoluta certeza. —Desde que tenía uso de razón, sabía que iba a ser su esposa.
Valeria y Nicolás se miraron entre sí, divertidos.
Pero antes de que pudieran comentar algo más, Sofía intervino con un tono más serio.
—Debe haber sido… interesante crecer juntos.
Amatista ladeó la cabeza y la observó con una sonrisa tranquila.
—Lo fue.
—Y difícil también, ¿no? —Sofía insistió, con una mirada más analítica.
Amatista notó el matiz en sus palabras.
Pero no mordió el anzuelo.
Simplemente se acomodó mejor en el asiento y deslizó los dedos por el antebrazo de Enzo de manera distraída.
—Como todo en la vida.
Enzo, que había estado observando la conversación en silencio, intervino con su tono característicamente tranquilo.
—Nada que no valiera la pena.
Y con eso, la conversación quedó cerrada.
Sofía no tuvo más remedio que guardar silencio.
Nicolás, por su parte, aún se reía por la revelación.
—Así que lo decidiste desde los tres años… —Dijo, negando con la cabeza. —Y vos, Bourth, ¿cuándo supiste que te ibas a casar con ella?
Enzo no lo dudó.
—Desde que la vi por primera vez.
El silencio se hizo en la camioneta.
Amatista giró lentamente la cabeza para mirarlo con sorpresa.
Incluso Valeria y Nicolás parecieron impresionados por la seguridad en su voz.
Sofía solo apretó los labios.
Pero Enzo no apartó la vista del camino.
Porque para él, esa era la única verdad.
Siempre había sido ella.
Y siempre lo sería.