Capítulo 96 "El fantasma del pasado"
Días después de la cena, Daniel se encontraba en su despacho, esperándolo con creciente ansiedad. Cuando Marcos entró, trajo consigo una información que lo dejaría en shock.
—He investigado a fondo como me pediste —comenzó Marcos, dejando algunos papeles sobre la mesa—. La mujer con la que Enzo se encontró, se llama Leonora, pero después de investigar más, descubrí algo sorprendente: Leonora es en realidad Isabel Fernández.
Daniel se quedó completamente paralizado. Isabel. La misma mujer que había perdido hacía años. No podía ser.
—¿Isabel? —murmuró Daniel, su voz llena de incredulidad.
Marcos asintió.
—Sí. Isabel está viva, Daniel. No solo eso, parece que ha estado ocultándose bajo esa nueva identidad durante todo este tiempo.
El silencio en la habitación fue denso. Daniel estaba completamente desconcertado, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—Eso no puede ser... —dijo, sintiendo un nudo en el estómago—. Isabel está muerta. Yo mismo la enterré.
Marcos, consciente de la confusión de su jefe, trató de explicarlo mejor.
—Lo sé, es difícil de creer. Pero todo apunta a que, por alguna razón, Isabel ha permanecido oculta y ha usado otro nombre. No sabemos qué busca, pero está claro que no fue un simple accidente.
Daniel se pasó la mano por la frente, tratando de calmarse. La idea de que Isabel estuviera viva alteraba todo lo que había creído sobre su pasado. Todo lo que había pasado después de su muerte... ahora no parecía tan claro.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo? ¿Y por qué con Enzo?
Daniel miró fijamente a Marcos, su leal guardia, con una mezcla de urgencia y determinación.
—Quiero verla —dijo Daniel con firmeza.
Marcos se mantuvo sereno, acostumbrado a las órdenes de su jefe, pero esta vez titubeó ligeramente antes de responder.
—Señor, la mujer está en el hospital. Su hijo está internado allí, pero en cuanto regrese a la casa, le avisaré.
Daniel se pasó una mano por el rostro, frustrado. La espera no era algo que tolerara fácilmente, menos aún con un asunto tan personal como este.
—Mientras tanto, averigua qué tiene que ver Enzo Bourth con Isabel —ordenó, golpeando ligeramente la mesa con su puño cerrado.
Marcos asintió con respeto, pero su expresión mostraba cierta preocupación.
—Lo he intentado, señor. Pero no he podido llegar a nada concluyente. En torno a Bourth hay un muro, y no me refiero solo a su seguridad. Es como si todo a su alrededor estuviera blindado.
Daniel lo miró, sus ojos brillando con determinación.
—No importa lo que cueste, Marcos. Haz lo necesario.
Marcos bajó ligeramente la cabeza, aceptando la orden, pero luego levantó la mirada con una advertencia en mente.
—Señor, debemos pensarlo bien. Aunque Bourth se haya reunido con Isabel ahora, no olvidemos que cuando Isabel supuestamente murió, Enzo solo era un niño. Si alguien la ayudó en ese entonces, debieron ser Romano Bourth o su esposa, Alicia.
Daniel se reclinó en su silla, procesando la nueva información. Si lo que Marcos decía era cierto, entonces el enigma era más grande de lo que imaginaba.
—Entonces empieza por ellos. Encuentra cualquier rastro, cualquier conexión. No descansaremos hasta saber la verdad.
Marcos asintió y salió del despacho, dejando a Daniel sumido en sus pensamientos.
Mientras tanto, en la mansión Bourth, Amatista irrumpió en el despacho de Enzo con una sonrisa radiante y una energía contagiosa. Cookie la seguía de cerca, moviendo la cola con entusiasmo.
—¡Amor! —exclamó Amatista, emocionada—. ¡Aprobé mi presentación!
Enzo, sentado detrás de su escritorio, levantó la mirada de unos documentos y no pudo evitar sonreír al verla tan feliz. Se levantó de inmediato y la tomó en sus brazos con facilidad, levantándola del suelo mientras Cookie ladraba suavemente alrededor de ellos.
—Sabía que lo harías, mi gatita —dijo Enzo con orgullo en su voz—. Eres increíble.
Amatista lo miró a los ojos, sus mejillas sonrojadas por la emoción del momento.
—Gracias, amor. No podría haberlo hecho sin ti.
Enzo la besó suavemente en la frente antes de añadir:
—Tenemos que celebrarlo. Mañana organizaremos algo especial para festejar, pero esta noche quiero que cenemos juntos, tú y yo.
Amatista, aún en sus brazos, se inclinó hacia su oído con una sonrisa traviesa.
—¿Quieres que me ponga ese vestido? —susurró, su tono coqueto.
Enzo arqueó una ceja, divertido por su sugerencia, y le respondió con la misma picardía.
—Por supuesto, gatita. Ya sabes cuál me gusta.
Ella río, acariciándole suavemente el rostro antes de bajar de sus brazos. Cookie, aparentemente encantado de ser parte de la escena, movió la cola con aún más energía, ladrando suavemente como si apoyara la idea.
Amatista se movió con la gracia de siempre, descendiendo las escaleras mientras el vestido negro abrazaba su figura como si hubiese sido diseñado especialmente para ella. El encaje en las mangas y el ajuste perfecto del diseño la hacían lucir más deslumbrante que nunca.
Enzo la esperaba en la sala principal, revisando mensajes en su teléfono, pero al levantar la vista y verla aparecer, su expresión cambió por completo. Sus ojos se detuvieron en ella, repasándola de pies a cabeza, mientras una sonrisa de aprobación y deseo se dibujaba en su rostro.
Amatista se detuvo al pie de la escalera, sabiendo perfectamente el efecto que tenía en él.
—¿Demasiado? —preguntó con tono juguetón, girando sobre sí misma para mostrar el vestido en todo su esplendor.
Enzo se acercó con pasos lentos pero firmes, sus ojos nunca apartándose de los de ella.
—Nunca es demasiado en ti, gatita —respondió con voz grave, colocando una mano en su cintura mientras la otra acariciaba suavemente una de las mangas de encaje.
Ella sonrió, satisfecha, y dejó que él la guiara hacia la puerta principal. Mientras salían para dirigirse al auto, Enzo se inclinó hacia su oído, su voz un susurro que la hizo estremecer.
—Ese vestido te queda mucho mejor de lo que recordaba.
Amatista rió suavemente, disfrutando del momento, mientras Enzo, siempre el caballero, abría la puerta del auto y la ayudaba a subir con delicadeza.
El restaurante era un lugar exclusivo, conocido por su ambiente refinado y su discreción. Una mesa reservada estratégicamente en un rincón cómodo y elegante esperaba a Enzo y Amatista. Desde el momento en que entraron, todas las miradas parecieron posarse en ellos, aunque su atención estaba únicamente en el otro.
—Estoy tan orgulloso de ti, gatita. Sabía que lo lograrías —dijo Enzo mientras tomaba su copa de vino y brindaba con ella.
—Gracias, amor. Pero no habría sido posible sin ti —respondió Amatista, tocando suavemente su mano.
La complicidad entre ellos era evidente; cada mirada, cada sonrisa revelaba la profunda conexión que compartían.
La velada avanzaba tranquilamente, hasta que un grupo conocido apareció de improviso.
—¡Enzo, Amatista! —llamó Raúl con entusiasmo, acompañado de su hija Melina, Diana, Pamela y Jonathan.
Sin esperar invitación, el grupo se instaló en la mesa como si hubieran sido parte del plan desde el principio. Enzo y Amatista intercambiaron una mirada rápida, entendiendo sin palabras que tendrían que manejar la situación con diplomacia.
—No queremos interrumpir su cita, pero ya saben cómo somos —dijo Jonathan con una sonrisa—. Una pareja tan perfecta como ustedes siempre atrae compañía.
Diana, que ya había tomado asiento junto a Enzo, empezó a mostrar su intención desde el principio. Con gestos casuales, como rozar su brazo contra el de él o inclinarse demasiado para hablarle, intentaba captar su atención.
—Enzo, siempre tan elegante y encantador —dijo, su voz cargada de coquetería.
Amatista, desde su lugar frente a Enzo, observaba la escena con una calma estudiada. No había prisa; sabía que su momento llegaría.
—Es cierto, Enzo siempre ha sabido cómo destacar —intervino Pamela, riendo suavemente mientras miraba a Diana—. Aunque creo que tiene ojos solo para una persona.
Diana ignoró el comentario y continuó hablando con Enzo, desbordando un entusiasmo que rozaba lo teatral.
—Debo admitir que siempre me ha fascinado tu forma de manejar los negocios. ¿Cómo haces para mantener todo bajo control? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia él.
Mientras Diana intentaba monopolizar la conversación, Amatista decidió actuar. Bajo la mesa, deslizó lentamente su pierna hasta rozar la de Enzo, creando una corriente de tensión silenciosa que él no pudo ignorar.
Enzo mantuvo su compostura, aunque una leve sonrisa traicionó su reacción. Amatista continuó, aumentando la intensidad de sus movimientos, asegurándose de que la atención de su esposo estuviera completamente en ella, aunque no dijera una palabra.
Después de un rato, Diana decidió lanzar un comentario directo.
—Amatista, querida, no te pongas celosa. Es natural que alguien como Enzo reciba tanta atención —dijo con una sonrisa condescendiente.
Amatista soltó una risa ligera, su expresión permaneciendo serena pero con un brillo de desafío en los ojos.
—Diana, eres tan insignificante para mi esposo que el simple hecho de que pienses que podrías levantar celos en mí es lamentable... y francamente gracioso.
La mesa entera estalló en carcajadas.
—¡Eso fue brillante! —exclamó Jonathan, aplaudiendo—. Amatista, no solo eres hermosa, sino también letal.
—Enzo, creo que no podrías haber elegido mejor —añadió Raúl con una sonrisa cómplice.
Incluso Pamela, normalmente reservada, no pudo evitar unirse al coro de elogios.
Diana, visiblemente incómoda, trató de forzar una sonrisa, pero era evidente que había perdido la batalla. Mientras tanto, Enzo se inclinó ligeramente hacia Amatista y le susurró al oído:
—Eres imbatible, gatita.
Bajo la mesa, Amatista dejó que su pierna permaneciera donde estaba, disfrutando del control que ejercía sobre la situación.
Aunque la conversación continuó de forma más ligera, Diana pasó el resto de la noche en un silencio incómodo, relegada al margen mientras Amatista brillaba como la reina indiscutible de la velada.
Al salir del restaurante, Enzo abrió la puerta del coche para Amatista, ayudándola a subir con una sonrisa traviesa. Antes de cerrar la puerta, se inclinó hacia ella, susurrando al oído con una intensidad palpable:
—No veo la hora de llegar a la mansión del campo, gatita. Ese vestido tiene que irse… muy pronto.
Amatista, sonriendo y sintiendo la anticipación en el aire, respondió suavemente, con un tono juguetón:
—Espero que lleguemos rápido, amor.
El viaje fue tranquilo, pero la tensión entre ellos crecía con cada kilómetro. Mientras Enzo conducía, Amatista se acercó, acariciando su brazo, un gesto sutil pero lleno de intención. Enzo sonrió, pero no apartó los ojos del camino, sabiendo que lo que les esperaba era mucho más que solo un viaje.
Al llegar a la mansión del campo, todo estaba en silencio, la casa vacía, solo ellos dos. Enzo la guió hacia el segundo piso, subiendo las escaleras con rapidez, sin perder de vista la figura de Amatista, que lo seguía con una sonrisa traviesa en el rostro.
Cuando llegaron al baño, Enzo comenzó a llenar la bañera con agua caliente. La luz tenue y cálida de las velas iluminaba la habitación, creando una atmósfera perfecta. Amatista comenzó a desnudarse lentamente, dejando caer el vestido con suavidad, y Enzo no pudo evitar admirar cada curva de su cuerpo.
Él también se desnudó, sus manos acariciando su piel mientras entraba en la bañera primero, disfrutando del calor del agua. Amatista lo siguió, y al ingresar, se acomodó sobre él, el agua envolviéndolos mientras sus cuerpos se unían en un abrazo lleno de deseo.
Amatista comenzó a moverse lentamente, de forma seductora, cada movimiento cargado de intención. Enzo cerró los ojos, sintiendo su piel contra la suya. Besó su cuello, bajando por su pecho, mientras sus manos recorrían su cuerpo con delicadeza.
Cada roce, cada susurro, aumentaba la intensidad entre ellos. Los gemidos suaves de Amatista escapaban de sus labios, y Enzo no podía dejar de responder, besándola, acariciándola, sintiendo cómo su deseo crecía con cada movimiento.
Amatista, completamente perdida en el momento, dejó de contenerse. Su cuerpo se movió con más urgencia, su respiración se hizo más rápida, sus gemidos más intensos, mientras sus manos recorrían el cuerpo de Enzo. El placer se acumulaba entre ellos, y fue ella quien, con un suspiro profundo, alcanzó su clímax primero, un gemido suave y lleno de satisfacción escapando de su boca, como una melodía que solo Enzo podía escuchar.
Enzo la abrazó más fuerte, sintiendo cómo el momento alcanzaba su punto más álgido. No tardó mucho en seguirla, su propio clímax alcanzándolo en un suspiro ahogado, mientras la mantenía cerca, como si nunca quisiera soltarla.
Cuando salieron de la bañera, Enzo la levantó suavemente, aún desnuda, y la llevó a la cama. La habitación estaba en penumbra, pero el deseo seguía ardiendo entre ellos. Al acostarla, Enzo se acercó a su oído y susurró con voz rasposa:
—No quiero que termine, gatita.
Amatista, sonriendo con satisfacción, acarició su rostro antes de susurrar en respuesta:
—Nunca lo hará, amor.
Sin más palabras, sus cuerpos se unieron de nuevo, esta vez con una pasión renovada, cada beso, cada roce, un reflejo de lo que sentían el uno por el otro. Los gemidos de ambos llenaron la habitación, un suave eco que marcaba el ritmo de la intimidad, hasta que la noche se desvaneció y la conexión entre ellos se hizo aún más profunda, más intensa.