Capítulo 199 Una noche de coincidencias
Después de explicarle a Alessandra todo lo necesario para su pasantía en Lune, Amatista notó que su entusiasmo seguía intacto.
—¿Entonces, te vemos en la celebración más tarde? —preguntó Santiago.
Alessandra negó con la cabeza, con una sonrisa decidida.
—No, voy a aprovechar el tiempo para comprar todo lo necesario para mis estudios. Quiero estar completamente lista para empezar.
Amatista sonrió con aprobación.
—Me parece una excelente decisión.
Tras despedirse de su nueva aprendiz, Amatista se quedó en su oficina un rato más, revisando algunos diseños pendientes. Su trabajo en Lune no se detenía, y aunque el día había sido productivo, aún quedaban detalles por afinar.
Mientras terminaba unos últimos ajustes, sacó su teléfono y le envió un mensaje a Enzo:
"Amor, hoy no voy a poder ir al club con los niños. Más tarde tendré una celebración en Renaissance con los de Lune. Nos vemos cuando vuelva."
No pasaron muchos minutos para que Enzo respondiera.
"Estoy en la misma situación. Esta noche también tengo una reunión en Renaissance. Cuando termines, vení a buscarme y volvemos juntos."
Amatista sonrió al leerlo y rápidamente le contestó:
"Perfecto. Nos vemos allí."
Al cerrar su laptop, se levantó de su silla y se dirigió hacia los demás.
—Me marcho, nos vemos más tarde en el club.
Ernesto, que ya había recogido sus cosas, miró a Santiago y luego a Amatista.
—Yo también me retiro.
Antes de que Amatista saliera, Santiago la llamó.
—Antes de que te vayas, tomá esto. —Le extendió un sobre—. Es el contrato de pasantía de Alessandra. Entregárselo cuando la veas.
Amatista lo tomó y lo guardó en su bolso.
—Me encargo de eso.
Finalmente, ella y Ernesto salieron juntos de Lune, cada uno dirigiéndose a sus respectivos destinos.
Después de un corto trayecto, Amatista llegó a la Mansión Bourth y, como era costumbre, lo primero que hizo fue buscar a sus hijos.
Ester, la niñera, estaba con Renata y Abraham en la sala de juegos, y en cuanto Amatista entró, los pequeños extendieron sus brazos hacia ella.
—¡Mis amores! —exclamó, acercándose a ellos.
Los siguientes minutos fueron solo para ellos. Amatista jugó con los gemelos mientras Ester sonreía al ver la conexión entre madre e hijos.
Después de un rato, Amatista miró la hora y supo que debía comenzar a prepararse.
—Voy a darme un baño y alistarme para salir. Ester, cualquier cosa, avisame.
—No se preocupe, señora Amatista —respondió la niñera con amabilidad.
Amatista se dirigió a su habitación, donde dejó el bolso sobre la cama y se dirigió directamente al baño. Se sumergió en el agua caliente, disfrutando de un momento de relajación antes de la noche que tenía por delante.
Después de salir de la ducha, Amatista se tomó su tiempo para arreglarse. Eligió un vestido rosado corto, elegante pero lo suficientemente atrevido para una noche de celebración. Lo complementó con unos zapatos de tacón a juego, joyas delicadas y un maquillaje ligero que realzaba su belleza natural.
Cuando estuvo lista, tomó su bolso y bajó a la sala principal. Antes de marcharse, se despidió de sus hijos con besos y caricias, asegurándose de que estuvieran cómodos con Ester.
Mientras se dirigía a la salida, se encontró con Alessandra y Alicia, quienes acababan de regresar de las compras. Alessandra cargaba varias bolsas, claramente emocionada por su nueva etapa en la universidad.
—¿Todo listo para empezar? —preguntó Amatista con una sonrisa.
—¡Sí! Compré todo lo que necesito —respondió Alessandra con entusiasmo—. Ahora sí me siento oficialmente universitaria.
—Perfecto —dijo Amatista—. Por cierto, en la oficina de Enzo te dejé el contrato de tus pasantías. Cuando tengas tiempo, léelo y firmalo si estás de acuerdo.
—¡Lo haré esta misma noche! —aseguró Alessandra.
Amatista le dedicó una última sonrisa antes de despedirse de ambas. Se acercó a uno de los guardias y le indicó que la llevara al club.
El club Renaissance tenía un aire elegante y exclusivo. Desde el primer momento en que Amatista entró, pudo sentir la atmósfera vibrante de la celebración.
Caminó con confianza entre la multitud, dejando que las luces y la música la envolvieran. Al llegar a la zona reservada, encontró a Ernesto, Santiago, Leticia, los diseñadores y la secretaria de Leticia, todos ya instalados y disfrutando de la velada.
—¡Ahí está nuestra diseñadora estrella! —exclamó Santiago, levantando su copa en su dirección.
—Llegaste justo a tiempo para el primer brindis —agregó Ernesto con una sonrisa.
Amatista sonrió y tomó la copa que le ofrecieron, uniéndose al grupo en la celebración. Miró discretamente a su alrededor, buscando a Enzo, pero no lo encontró.
Decidió que primero se divertiría y luego lo buscaría.
En otro sector del exclusivo club Renaissance, Enzo estaba rodeado por varios socios nuevos con quienes negociaba la implementación de una nueva industria de animación y entretenimiento. La conversación era fluida, con el sonido de las copas chocando y las risas intercalándose con discusiones sobre estrategias de inversión.
Entre los presentes se encontraban Lucas, Adrián, Fernando, Martín y Víctor, todos hombres de negocios que compartían la misma visión ambiciosa. También había varias mujeres, algunas modelos y otras vinculadas a la industria del entretenimiento, como Camila, Sofía, Valeria, Mónica y Giselle.
Las copas se llenaban con frecuencia, y el ambiente de la reunión se mantenía cálido, distendido y estratégicamente calculado. Aunque el objetivo principal era hablar de negocios, el coqueteo flotaba en el aire como en cada una de estas reuniones.
Algunas de las modelos, con sus vestidos ajustados y miradas sugerentes, bailaban con naturalidad, dejando que la música del club hiciera su trabajo. No solo era un intento por relajar el ambiente, sino también una forma de medir el interés de los hombres en la mesa.
Enzo, como siempre, mantenía su postura relajada pero imponente. Estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones, donde las mujeres lo buscaban con la intención de captar su atención, pero su expresión fría y su control absoluto sobre la situación dejaban claro que no era fácil de impresionar.
—Esto tiene potencial para ser algo grande —comentó Lucas, dejando su copa sobre la mesa.
—Si se maneja correctamente, puede ser una de las industrias más rentables en los próximos años —añadió Fernando, con un tono convencido.
—Por eso estamos acá —intervino Enzo, con su voz grave y calculadora—. No me interesan proyectos mediocres. Quiero resultados.
Mientras él hablaba, Giselle, una de las modelos, se inclinó sutilmente sobre la mesa, jugando con su copa mientras le dirigía una sonrisa provocativa.
—Con esa mentalidad, seguro que lo conseguís —murmuró, sin apartar la mirada de él.
Enzo ni siquiera giró la cabeza para mirarla.
—Siempre lo consigo.
El grupo soltó una risa baja ante la respuesta. La partida de poder apenas comenzaba, pero si algo era seguro, era que Enzo Bourth no era un hombre fácil de distraer.
Las horas fueron pasando en Renaissance, y aunque la reunión de negocios de Lune había comenzado como una celebración, poco a poco los asistentes fueron retirándose.
Finalmente, solo quedaron Amatista y Ernesto, ambos terminando sus copas con calma.
—Definitivamente, en Lune no parecen estar acostumbrados a las fiestas largas —comentó Ernesto con una risa baja.
Amatista sonrió con diversión antes de tomar un último sorbo de su copa.
—Para ser sinceros, no. Pero no está mal de vez en cuando.
Ernesto la observó con curiosidad, con su expresión analítica habitual.
—Igual no me sorprende que vos aún estés disponible para celebrar. Siendo la esposa de Bourth, sería raro lo contrario.
Amatista soltó una carcajada.
—En realidad, Enzo está en una reunión ahora mismo en el club. Si querés, ¿por qué no me acompañás a buscarlo? Podemos tomar algo juntos.
Ernesto asintió con una sonrisa.
—Me parece una excelente idea.
Mientras tanto, Enzo continuaba en la mesa con los demás socios y modelos, quienes aún disfrutaban del ambiente.
El coqueteo de algunas mujeres persistía, en especial el de Giselle, quien con su mirada insistente y su postura sugerente intentaba llamar su atención.
—¿Siempre sos tan serio en las reuniones? —preguntó ella, inclinándose apenas sobre la mesa.
Enzo la miró sin mucho interés y respondió con frialdad:
—Siempre.
Pero antes de que Giselle pudiera replicar, las luces del club parpadearon y la música se apagó de golpe.
Un murmullo de confusión se extendió por el lugar hasta que una voz masculina resonó en los altavoces del club.
—Atención a todos los presentes. Por razones de seguridad, nadie puede salir del club hasta nuevo aviso.
Las conversaciones cesaron, y los empleados del club comenzaron a movilizarse con rapidez.
Enzo se levantó de inmediato, su instinto de protección encendiéndose.
Uno de los socios, Fernando, lo miró con curiosidad.
—¿Sucede algo?
—Mi esposa está en el club —respondió Enzo con voz firme, sacando su teléfono para llamarla.
Pero justo cuando estaba a punto de marcar, levantó la mirada y vio a Amatista y Ernesto acercándose a la mesa.
Un alivio inmediato recorrió su cuerpo, y sin dudarlo, se acercó a ella y la abrazó con firmeza.
—Estás bien —murmuró contra su cabello.
Amatista, algo sorprendida por la reacción de Enzo, lo abrazó de vuelta y sonrió con ternura.
—Claro que estoy bien. ¿Qué pasó?
Ernesto observó a su alrededor con el ceño fruncido.
—Buena pregunta.
La incertidumbre flotaba en el ambiente, pero Enzo no perdió la compostura. Giró hacia los socios y, con su tono acostumbrado, hizo las presentaciones:
—Ella es Amatista, mi esposa.
Al escuchar la palabra esposa, algunas miradas se endurecieron y otras se llenaron de sorpresa, en especial la de algunas de las modelos que habían intentado coquetear con él.
Sin darle mayor importancia, Enzo prosiguió.
—Y él es Ernesto, un amigo de la familia Bourth.
Con el ambiente aún tenso por el anuncio de que nadie podía salir del club, Amatista notó que Enzo mantenía una expresión seria, su postura rígida y su atención fija en cada movimiento dentro del lugar.
Sin decir nada, decidió tomar medidas para relajarlo.
Se acomodó con naturalidad en su regazo, deslizando un brazo por sus hombros mientras sus dedos se hundían suavemente en el cabello de Enzo, masajeando con ligeros movimientos su nuca.
Él no se inmutó de inmediato, pero la manera en la que su mano se posó sobre la pierna de Amatista, acariciándola con el pulgar, delató que apreciaba el gesto.
Mientras tanto, los socios y modelos aprovecharon la pausa para pedir más tragos, manteniendo la conversación sobre los negocios en marcha, aunque de forma más relajada.
Enzo, sin apartar la mirada de la entrada, aprovechó para llamar a un camarero.
—Decime qué está pasando exactamente.
El empleado del club, con su uniforme impecable y su postura profesional, inclinó levemente la cabeza antes de responder.
—Fuera hay un operativo policial. Al parecer, en el edificio de enfrente hay una toma de rehenes, y por razones de seguridad solicitaron que nadie salga del club hasta nuevo aviso.
Enzo asintió con calma, aunque su mirada se mantuvo afilada.
—Gracias. Traeme una botella de vino y otra de whisky.
El camarero hizo una leve reverencia y se retiró rápidamente.
Amatista rió suavemente, deslizando su nariz contra la mejilla de Enzo antes de dejarle un beso en la mandíbula.
—¿Ya estás más tranquilo, amor?
Enzo giró su rostro apenas para mirarla con intensidad. Su mano se deslizó por su cintura, acariciándola con calma.
—Por ahora, sí —murmuró, sin apartar la mirada de ella.
Con la amenaza descartada y la incertidumbre disipada, el ambiente en la mesa se distendió por completo.
Los socios volvieron a conversar, el alcohol fluyó con mayor soltura, y las modelos que antes habían intentado coquetear con Enzo comenzaron a observar con curiosidad la forma en que él se entregaba completamente a su esposa.
Porque si algo quedaba claro, era que la actitud de Enzo Bourth no era la misma cuando se trataba de Amatista.
La forma en que la miraba, la tocaba, la respondía, dejaba en evidencia que cualquier otra mujer jamás podría compararse con ella.
Amatista notó esas miradas, pero no les prestó atención. Ella tenía toda la atención de Enzo y lo sabía.
Jugando con su copa, dejó que sus dedos rozaran distraídamente la camisa de Enzo, dibujando círculos sobre la tela, su expresión coqueta pero natural, como si no estuviera completamente consciente del efecto que tenía sobre él.
—Gatita… —murmuró Enzo, con su tono bajo, ese que solo usaba con ella.
Amatista sonrió con inocencia fingida.
—¿Sí, amor?
Él estrechó ligeramente su agarre en su cintura, con una mirada que dejaba en claro que no le creía nada.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Amatista bostezó con ligereza.
—Estoy cansada —susurró, acomodándose mejor en su regazo—. Tapame con tu saco, amor.
Enzo obedeció sin dudarlo, quitándose el saco y cubriéndola con él.
Pero en el momento en que lo hizo, su mirada se oscureció de inmediato, porque se dio cuenta de la verdadera intención de Amatista.
Esto no era solo porque estaba cansada.
Su mano, oculta bajo la tela, se deslizó con calma, bajando lentamente hasta su entrepierna.
Enzo se tensó de inmediato.
Amatista sonrió contra su cuello, su respiración cálida en su piel, disfrutando de la reacción de su esposo.
Porque si él había pensado que ella realmente solo quería descansar… estaba muy equivocado.
Enzo sintió el roce cálido de la mano de Amatista deslizándose lenta y descaradamente bajo la tela de su pantalón, oculta por el saco que él mismo le había colocado.
Su mandíbula se tensó, pero no hizo ningún movimiento para detenerla.
Ella, con la cabeza apoyada contra su cuello y su respiración cálida en su piel, sonreía con aire inocente, como si no estuviera haciendo absolutamente nada fuera de lo común.
—Gatita… —murmuró Enzo, con su tono más bajo y rasposo, el que indicaba advertencia y deseo al mismo tiempo.
Amatista no respondió de inmediato.
Sus dedos siguieron su recorrido con una calma insoportable, como si estuviera probando hasta dónde podía llegar antes de que él perdiera el control.
—Mmm… sí, amor —susurró finalmente, su voz cargada de falsa inocencia.
El cuerpo de Enzo se mantenía relajado a simple vista, pero cualquier persona con suficiente percepción notaría la ligera rigidez en sus músculos, la forma en que su mano en la cintura de Amatista se aferraba a ella con más presión.
Los socios y modelos en la mesa continuaban conversando, ajenos a la pequeña provocación que ocurría justo frente a ellos.
—¿No estabas cansada? —preguntó Enzo, inclinándose apenas para hablarle directamente en el oído.
Amatista rió suavemente.
—Lo estoy —susurró, deslizando sus dedos con más seguridad sobre la dureza que ya comenzaba a formarse en su entrepierna—. Pero eso no significa que no pueda divertirme un poco…
Enzo cerró los ojos por un breve instante, conteniendo un gruñido.
Sabía perfectamente lo que ella estaba haciendo. Jugando con su autocontrol.
Y lo peor era que lo estaba logrando.
—Gatita… —volvió a murmurar, con una advertencia clara en su voz.
Pero Amatista solo se acomodó mejor en su regazo, deslizando una pierna sobre la de él, presionándose sutilmente contra su cuerpo.
—Shh… —murmuró contra su cuello—. No hagas ruido, amor… no queremos interrumpir la conversación de los demás.
Enzo sonrió con peligro.
Oh, ella estaba jugando sucio.
Pero lo que Amatista parecía olvidar era que él siempre terminaba ganando estos juegos.
La sujetó con más firmeza de la cintura y deslizó su boca hasta su oído, rozando apenas con sus labios su piel.
—Estás jugando con fuego, Gatita…
Amatista tembló ante su tono, pero no se detuvo.
Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Lo que no esperaba era que Enzo decidiera contraatacar.
Su mano, la que estaba sobre su cintura, se deslizó lentamente por la curva de su cadera, acariciándola por encima de la tela de su vestido, pero con una intencionalidad clara.
Amatista contuvo la respiración.
—Si seguís provocándome… —susurró Enzo, con una sonrisa peligrosa contra su oído—. Voy a devolverte el favor.
Y en ese momento, Amatista supo que estaba en problemas.
Amatista sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Lo conocía demasiado bien. Sabía que Enzo jamás retrocedía en un juego de poder, especialmente cuando ella era quien lo desafiaba.
Y ahora, con su mano firme en su cadera, deslizándose lentamente sobre la tela de su vestido, ella entendió que su provocación tenía consecuencias.
—¿Sabés cuál es el problema, Gatita? —murmuró Enzo, su voz ronca y baja, apenas audible para ella.
Amatista apretó los labios para evitar sonreír.
—¿Cuál, amor?
Él dejó escapar una risa peligrosa.
—Que te encanta jugar conmigo… pero siempre olvidás quién pone las reglas.
Sus dedos se deslizaron sutilmente por su muslo, apenas rozando la piel descubierta entre el dobladillo de su vestido y la parte alta de sus medias.
Amatista se removió apenas en su regazo, sintiendo el calor creciente de su cuerpo.
Pero Enzo notó ese mínimo movimiento.
Oh, ella estaba sintiendo el peso de su propia provocación.
Y eso lo hacía sonreír con superioridad.
—¿Qué pasa, Gatita? —preguntó en su oído, rozándola con su aliento caliente—. ¿Ya te cansaste del juego?
Amatista lo fulminó con la mirada, pero no respondió.
No iba a darle la satisfacción de admitirlo.
Enzo lo sabía.
Y eso solo hizo que disfrutara más la situación.
Mientras tanto, los socios y modelos en la mesa seguían conversando y bebiendo, completamente ajenos al intercambio silencioso que ocurría entre ellos.