Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio
Pasaron algunas semanas desde que Roque había comenzado a investigar. Aunque no había encontrado pruebas claras de que Albertina estuviera detrás de todo, sí logró obtener las fotos de Santiago y su novio, como Amatista le había sugerido. Sin embargo, las dudas seguían rondando su mente. Roque no estaba convencido de que todo fuera tan simple como parecía.
Finalmente, decidió ir a ver a Santino. Sabía que era mejor aclarar todo directamente con él. No tenía sentido seguir dándole vueltas a algo que no entendía completamente. Así que, al llegar a la mansión de Santino, se sintió un poco más relajado que antes, pero aún con la necesidad de respuestas claras.
Santino lo recibió en la sala principal, donde parecía estar esperando a alguien. Al ver a Roque entrar, su expresión se mantuvo neutral, pero había una leve tensión en el aire. Santino no era conocido por abrirse fácilmente, y Roque lo sabía.
—¿Qué necesitas, Roque? —preguntó Santino, sin mucho entusiasmo, pero sin hostilidad.
Roque no perdió tiempo con rodeos.
—Necesito saber por qué Albertina estaría involucrada en esto. He visto las fotos, las pruebas... pero algo no cuadra. ¿Qué está pasando, Santino?
Santino se acomodó en su silla y, por un momento, pareció pensativo. No fue hasta después de un largo silencio que respondió.
—Ya te he dicho que Albertina no tuvo nada que ver con esto. Después de lo que ocurrió con Enzo y Amatista, su estado empeoró. La encerré en una mansión, bajo vigilancia. No está en condiciones de hacer nada por sí misma.
Roque lo miró con atención. A pesar de la calma con la que hablaba Santino, no podía evitar sentirse un poco desconcertado. Aunque las palabras de Santino sonaban lógicas, algo no le cuadraba del todo.
—Entonces, ¿quién está detrás de todo esto? —preguntó Roque, buscando algo más en las palabras de Santino.
Santino suspiró, claramente agotado de la conversación. Se levantó de la silla, fue hacia una mesa cercana y sacó una foto de Albertina. La miró un momento, como si estuviera evaluando qué decir a continuación.
—Lo que está pasando es que alguien quiere involucrar a Albertina. No sé quién está detrás de esto, pero lo que puedo decirte es que no fue ella. Alguien está tratando de usarla como chivo expiatorio o hacer que parezca que fue ella. Es una jugada sucia, pero no tiene nada que ver con ella.
Roque asintió lentamente, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. No podía negar que las palabras de Santino tenían sentido, pero también sentía que la situación no era tan sencilla. Las dudas seguían rondando, pero por el momento, no tenía más que hacer que seguir buscando respuestas.
—Entiendo —dijo Roque, pensativo—. Entonces, ¿qué me sugieres? ¿Qué debería investigar ahora?
Santino lo miró con una ligera sonrisa.
—Investiga más a fondo. No sé quién está detrás, pero están tratando de cubrir sus huellas. Si descubres algo, me avisas.
Roque tomó la foto de Albertina que Santino le ofreció, consciente de que este era un pequeño avance en la investigación. Aunque no tenía todas las respuestas, al menos tenía algo más con lo que trabajar.
—Lo haré —respondió Roque, guardando la foto en su bolsillo—. Y gracias por la información. Te mantendré informado si descubro algo nuevo.
Santino asintió, finalmente relajándose un poco más.
—Bueno, no me debes nada. Haz tu trabajo, Roque. Ojalá esta investigación te aclare las cosas.
Con esas palabras, Roque se despidió de Santino, sabiendo que aún le quedaba mucho por descubrir. Aunque el panorama seguía siendo incierto, tenía claro que debía seguir buscando, paso a paso, sin precipitarse.
El club privado brillaba bajo las luces tenues que realzaban el lujo del lugar. Enzo llegó acompañado de Alan, Joel, Facundo y Andrés, todos jóvenes de dinero y porte elegante, como siempre rodeados por un aire de exclusividad y superioridad. En el centro de la conversación estaba la inauguración del nuevo club que abrirían la próxima semana, un proyecto al que habían decidido llamar Le Diable.
—Todo está listo para la inauguración —dijo Joel mientras daba un sorbo a su whisky—. Será el evento del año.
—No espero menos —respondió Facundo, sonriendo con confianza—. Esto será nuestro sello en la ciudad.
Mientras hablaban, mujeres de diferentes mesas comenzaron a rodearlos, buscando llamar su atención. Era un escenario familiar: risas calculadas, miradas coquetas y movimientos estratégicos para resaltar su presencia. Sin embargo, como siempre, Enzo se mantuvo distante, su tono autoritario y frío marcando una barrera que pocas lograban cruzar.
Una mujer en particular, rubia y vestida con un vestido ajustado de color rojo, se acercó más que las demás, enfocando su atención en Enzo.
—¿Siempre tan serio, Enzo? —preguntó mientras jugaba con el borde de su copa.
Enzo, sin siquiera mirarla, encendió su encendedor de diseño sobrio y elegante, acariciando el grabado que decía gatita. El chasquido del fuego resonó en el ambiente antes de que él prendiera su cigarrillo.
—No me interesan las distracciones baratas —respondió con frialdad, exhalando el humo lentamente.
La mujer retrocedió un poco, pero su interés no disminuyó. Mientras tanto, Alan, observando el gesto repetitivo de Enzo con su encendedor, no pudo evitar preguntar:
—Ese encendedor... siempre lo estás usando. ¿Qué significa el grabado? ¿Gatita?
El ambiente quedó en silencio por un instante. Enzo dejó de jugar con el encendedor y, aunque mantenía su tono tranquilo, había una clara nota de irritación en su voz.
—No es algo que te deba importar, Alan.
Una de las mujeres intentó suavizar la tensión.
—No te pongas así, Enzo —dijo con un tono dulce—. Si estás tan tenso, déjame ayudarte a relajarte.
Enzo la miró de reojo y, sin cambiar su expresión, lanzó un comentario que dejó a todos boquiabiertos.
—Antes de ofrecerte, pasa por la ducha. Tu perfume es un asco.
La mujer, sorprendida pero decidida a no perder la oportunidad, simplemente asintió y se dirigió a una de las habitaciones para ducharse. Enzo terminó su vaso de whisky con calma y luego la siguió.
Mientras tanto, Rita llegó al club y, al notar la ausencia de Enzo, se acercó al grupo.
—¿Dónde está Enzo? —preguntó, tratando de sonar despreocupada, pero su tono revelaba cierta ansiedad.
Facundo soltó una risa sarcástica y respondió:
—Está ocupado. Digamos que se fue a entretenerse un rato... en una de las habitaciones.
Los demás hombres rieron, mientras Rita apretaba los labios, sintiendo la humillación arder en su pecho. Sin decir más, comenzó a buscar a Enzo por todo el lugar, revisando habitación por habitación.
Finalmente, llegó a la correcta. Al abrir la puerta, encontró a una mujer desnuda, cubierta únicamente con las sábanas, mientras Enzo salía del baño con la camisa abierta y el cabello aún húmedo. La escena era tan clara como hiriente.
Rita permanecía en el umbral de la habitación, los ojos llenos de furia y la voz alzándose cada vez más.
—¿Otra vez con estas... putas? —exclamó, señalando con desdén a la mujer en la cama, quien seguía recostada, tapada apenas con las sábanas.
La mujer, lejos de intimidarse, le dedicó una sonrisa burlona mientras jugaba con un mechón de su cabello.
—Relájate, querida. Quizás deberías preguntarte por qué tu marido prefiere a otras.
Enzo, sentado en el sillón, parecía completamente ajeno al enfrentamiento. Sacó su encendedor del bolsillo, observando el grabado con una intensidad que contrastaba con su expresión apática. Con calma encendió un cigarrillo, exhalando el humo en silencio mientras los gritos de las mujeres llenaban la habitación.
Alan y Joel, apoyados contra el marco de la puerta, intercambiaban miradas entre divertidas y sorprendidas. Alan fue el primero en hablar:
—Enzo, ¿piensas hacer algo? Esto está poniéndose interesante.
Enzo no respondió. Dio otra calada al cigarrillo, como si el comentario ni siquiera hubiera llegado a él. Rita, sin embargo, lo escuchó, y su ira aumentó. Se giró hacia Enzo, señalándolo con un dedo acusador.
—¡Soy tu esposa, Enzo! ¿Qué clase de hombre humilla así a su mujer? ¿Qué clase de respeto es este?
Enzo continuó fumando, sin siquiera levantar la mirada. Joel se rio suavemente.
—Creo que el respeto no está incluido en este paquete, Rita.
—¡Cállate! —gritó Rita, volviendo a enfrentar a la mujer en la cama—. ¿No te da vergüenza? ¿Acaso no tienes dignidad?
La mujer, cruzando las piernas bajo las sábanas, soltó una carcajada.
—¿Vergüenza? Por favor, querida. Deberías preguntarte eso tú misma. ¿No te da pena andar persiguiendo a un hombre que claramente no te quiere?
Rita estaba a punto de responder, pero la voz de Enzo la interrumpió.
—Basta.
El tono frío y autoritario de Enzo hizo que ambas mujeres se callaran de inmediato. Él apagó el cigarrillo en un cenicero cercano, se levantó y caminó lentamente hacia Rita, quien lo observaba con los ojos encendidos de rabia.
—Soy tu esposa. ¡Merezco que me respetes! —dijo Rita, su voz quebrándose ligeramente. Luego, en un tono lleno de reproche, añadió—: A Amatista jamás le habrías hecho algo así.
El nombre cayó como una bomba en la habitación. Los hombres en la puerta dejaron de sonreír, sorprendidos por el cambio inmediato en la actitud de Enzo. Sus ojos, hasta ahora indiferentes, se endurecieron, y la furia se reflejó claramente en ellos.
—Nunca vuelvas a mencionar su nombre —dijo, acercándose aún más a Rita, su voz baja pero cargada de amenaza.
—¿Por qué no? —replicó Rita, sin retroceder—. Porque sabes que ella sí te importaba. Porque jamás le harías pasar esta humillación.
Enzo la miró fijamente por un largo segundo, y entonces su semblante cambió. La furia se convirtió en desprecio puro.
—No te atrevas a compararte con ella. Tú y la puta de la cama son iguales. —Señaló a la mujer, quien lo miraba ahora con una mezcla de sorpresa y ligera incomodidad—. Ambas creen que porque las cogieron merecen algo. Pero no son más que basura. Basura que los hombres usan y desechan.
Rita, herida y humillada, levantó la mano para abofetearlo, pero Enzo reaccionó con velocidad. Le tomó la muñeca con fuerza, inmovilizándola, y la empujó hacia atrás con un movimiento seco.
—Si no te gusta cómo soy, devuélveme el dinero que gasté en ti —le dijo con frialdad—. Aunque claramente no valió la pena. Eres una completa inútil.
Las palabras resonaron en la habitación como un golpe. Los hombres en la puerta no pudieron contener las carcajadas. Alan fue el primero en romper el silencio.
—Eso fue brutal, Enzo. Aunque, para ser justos, tiene un punto, Rita.
Las risas aumentaron, y Rita, con lágrimas de rabia acumulándose en sus ojos, se giró hacia ellos.
—¡Ustedes no entienden nada!
Pero Enzo ya había perdido el interés. Se abotonó la camisa, recogió su abrigo y salió de la habitación sin siquiera mirarla. Rita lo siguió apresuradamente, ignorando las risas y comentarios de los hombres.
Cuando llegó al estacionamiento, vio que Enzo ya estaba subiendo a su camioneta.
—¡Enzo, espera! —gritó, corriendo hacia el vehículo.
Él bajó la ventanilla, la miró con indiferencia y pronunció las últimas palabras de la noche:
—Vuelve a la mansión por tu cuenta.
Sin esperar respuesta, cerró la ventanilla y aceleró, Rita, furiosa y con el orgullo herido, caminó de regreso hacia el club. Sus pasos eran rápidos, resonando con fuerza en el silencio del pasillo mientras su mente bullía con pensamientos de rabia y frustración. Cuando llegó a la habitación donde todo había comenzado, las risas y murmullos de los hombres y mujeres se filtraban a través de la puerta entreabierta.
—Es un tipo frío, pero, ¿viste cómo cambió cuando mencionaron a esa tal Amatista? —comentó Joel, inclinándose hacia Alan.
—Sí, fue como si algo lo encendiera. Nunca lo había visto tan… fuera de control, aunque lo disimuló rápido. —Alan rio, bebiendo un sorbo de su whisky.
—¿Quién será esa Amatista? —preguntó una de las mujeres, con un tono intrigado.
—No importa quién sea. Lo que está claro es que ninguna de nosotras le causa ese efecto —añadió otra, con una mezcla de resentimiento y curiosidad.
—Y tú, querida, no deberías volver a cruzarte con él —bromeó Joel, dirigiéndose a la mujer con la que Enzo había estado—. Si lo que pasó hace un rato no te dejó claro dónde estás parada, Rita seguro se encargará de recordártelo.
Rita empujó la puerta con fuerza, interrumpiendo la conversación. Su mirada iba directamente hacia la mujer, quien ahora estaba de pie y arreglándose el cabello frente a un espejo. Al escuchar la entrada abrupta, la mujer giró y esbozó una sonrisa burlona.
—¿Tú otra vez? —dijo con desdén.
—¡Eres una maldita! —gritó Rita, cruzando la habitación en pocos pasos y lanzándose sobre ella.
La mujer apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Rita le propinara el primer golpe, un manotazo directo al rostro que la hizo tambalearse hacia atrás.
—¡Estás loca! —gritó la mujer, devolviendo el golpe con fuerza.
Los hombres se quedaron quietos por un momento, sorprendidos, antes de estallar en carcajadas.
—Déjalas, déjalas. Esto se está poniendo bueno —dijo Alan, divertido, mientras Joel sacaba su teléfono para grabar la escena.
Rita y la mujer forcejeaban, tirándose del cabello y empujándose contra los muebles de la habitación. Una lámpara cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos, pero ninguna de las dos parecía detenerse.
—¡Eres una basura! —gritó Rita, mientras intentaba sujetar a la mujer por los brazos.
—¡Y tú eres una patética! —replicó la mujer, empujándola con fuerza hacia el sofá.
Rita se levantó rápidamente, arrojándose sobre la mujer con renovada furia. Ambas cayeron al suelo, revolcándose mientras los hombres seguían riéndose, aplaudiendo como si fuera un espectáculo improvisado.
—¿Cuánto tiempo más las dejamos? —preguntó Facundo entre risas, mirando a Alan.
—Cinco minutos más —respondió Alan, fingiendo mirar su reloj—. O hasta que una de las dos se rinda.
Sin embargo, la pelea comenzó a intensificarse. Los golpes eran más fuertes, y ambas ya mostraban rasguños y el cabello alborotado. Facundo finalmente intervino.
—Está bien, está bien. Ya es suficiente.
Los hombres se acercaron para separarlas, sujetándolas con dificultad mientras ambas seguían forcejeando. Rita intentaba zafarse, gritando insultos, mientras la mujer respiraba agitadamente, lanzándole miradas asesinas.
—¡Déjenme! ¡No he terminado con esta perra! —gritó Rita, forcejeando contra Joel, quien intentaba calmarla.
—Relájate, Rita. Ya está, ¿no? —dijo Facundo, sujetando a la otra mujer por los hombros.
Ambas quedaron de pie, jadeando, con la ropa desordenada y los rostros marcados por golpes y rasguños. Rita, con el cabello desordenado, lanzó una última mirada de desprecio hacia la mujer.
—Esto no se queda así —murmuró antes de darse la vuelta y salir de la habitación, dejando atrás a los hombres y mujeres, quienes no podían contener su risa.
—Definitivamente, Enzo sabe cómo dar un buen espectáculo, incluso cuando no está presente —comentó Alan, divertido, mientras recogía su vaso de la mesa.
Joel asintió, guardando su teléfono.
—Sí, pero me pregunto cuánto más puede soportar esa mujer antes de que pierda la cabeza del todo.
—¿Rita o la otra? —preguntó Facundo, riendo.
—Ambas —respondió Joel, mientras el ambiente volvía a relajarse, aunque la tensión de la pelea todavía flotaba en el aire.