Capítulo 123 Un paso hacia el cambio
El sol comenzaba a iluminar con intensidad el campo de golf, reflejándose en las ventanas de la oficina de Enzo. La mañana transcurría tranquila, y el sonido de los carritos eléctricos moviéndose por el campo se mezclaba con el leve murmullo de los jugadores. Dentro de la oficina, Enzo estaba sentado tras su escritorio, revisando algunos documentos mientras esperaba la llegada de Albertina. Su rostro mostraba una expresión seria, calculadora, como si cada movimiento estuviera perfectamente planeado.
Cuando Albertina entró, vestida impecablemente como siempre, su semblante mostraba una mezcla de sorpresa y desconfianza. No era común que Enzo la llamara a esa hora.
—Buenos días, Albertina —dijo Enzo con voz firme, sin siquiera levantarse de su asiento.
—Enzo, ¿a qué se debe esta reunión tan repentina? —respondió ella, con una sonrisa forzada mientras se acomodaba en la silla frente a él.
Enzo dejó el documento que tenía en las manos y la miró directamente.
—Voy a ir al grano. Ya no será necesario que sigamos fingiendo ser una pareja.
Albertina arqueó una ceja, claramente sorprendida.
—¿Qué estás diciendo? Enzo, esto no es algo que puedas decidir de la nada. Este acuerdo fue beneficioso para ambos...
Enzo la interrumpió antes de que pudiera continuar. Su voz adquirió un tono frío, casi amenazante.
—No te estoy pidiendo tu opinión, Albertina. Esto no es una negociación.
Albertina apretó los labios, visiblemente molesta, pero mantuvo la compostura.
—¿Y qué se supone que haré ahora?
Sin responder directamente, Enzo sacó un cheque de su escritorio y lo deslizó hacia ella. La cantidad escrita en él era más que generosa, suficiente para mantenerla cómoda durante años si lo administraba bien.
—Esto debería ser suficiente para que desaparezcas sin causar problemas —dijo Enzo, mirándola con una firmeza que no dejaba espacio para discusiones—. Mi consejo es que aceptes y te vayas. No querrás que esto se complique.
Albertina tomó el cheque con dedos temblorosos, claramente luchando entre su orgullo herido y la realidad de la situación. Finalmente, se levantó con una mirada cargada de furia.
—Esto no termina aquí, Enzo.
Sin molestarse en responder, Enzo la observó salir de la oficina con pasos rápidos y llenos de rabia. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, dejó escapar un suspiro profundo. Esto era solo el comienzo de los cambios que estaba dispuesto a hacer.
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Amatista estaba sentada junto a Daniel en una pequeña clínica. Ambos esperaban el turno para que se le realizaran las pruebas de ADN. Daniel, con su semblante siempre sereno, miró a Amatista con ternura.
—No importa lo que digan los resultados —dijo, rompiendo el silencio—. Para mí, tú eres mi hija, sin ninguna duda.
Amatista, con una mano descansando sobre su vientre, acariciándolo de forma casi inconsciente, sonrió con gratitud.
—Gracias, Daniel. Significa mucho para mí. Y no importa lo que pase, yo también te considero mi padre.
El momento fue breve pero lleno de significado. Después de realizarse la prueba, salieron juntos de la clínica. Daniel insistió en llevar a Amatista a Lune antes de dirigirse a sus reuniones. Durante el trayecto, hablaron de cosas triviales, evitando profundizar en el nerviosismo que ambos sentían por los resultados de las pruebas.
En Lune, la empresa de joyería, Amatista se encontró con Santiago en la oficina principal. Ambos estaban inmersos en la preparación de la presentación para la segunda colección. Había mucho trabajo por hacer, pero el entusiasmo de Santiago era contagioso.
—Esta colección tiene que ser un éxito, Amatista. Si todo sale bien, podríamos expandirnos y tener un reconocimiento mucho mayor.
Amatista asintió, compartiendo su entusiasmo. Sin embargo, esa tarde, Santiago tenía dos compromisos importantes: visitar un salón que podría ser perfecto para el evento y reunirse con unos inversores interesados en colaborar con Lune.
—Si quieres, puedo ir a ver el salón —se ofreció Amatista—. No sé mucho de negocios, pero al menos puedo verificar si cumple con nuestras necesidades.
Santiago agradeció el gesto, visiblemente aliviado.
—Eres un ángel, Amatista. Si esta reunión sale bien, podríamos estar hablando de un gran futuro para Lune.
Con una sonrisa, Amatista salió de la oficina y se dirigió al lugar indicado. El encargado del salón la recibió con cordialidad y le mostró las instalaciones. A pesar del tamaño y la ubicación estratégica, el estado del lugar dejaba mucho que desear. Había signos de abandono y reparaciones necesarias que podrían complicar el evento.
Amatista observó todo con detenimiento antes de despedirse del encargado, asegurándole que lo contactarían si decidían usar el lugar. De inmediato, le envió un mensaje a Santiago para informarle que el salón no estaba en condiciones. La respuesta de Santiago no tardó en llegar:
—Comunícate con Ethan. Él puede encontrar algo mejor.
Amatista recibió el número de Ethan y lo llamó. Él estaba en el club de golf, reunido con algunos socios, pero respondió rápidamente.
—Hola, Amatista. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Necesitamos un salón para el evento de Lune —explicó ella—. Debe ser algo rápido; solo tenemos dos semanas antes del lanzamiento.
Ethan, siempre dispuesto, le comentó que tenía algunos lugares en mente.
—Si puedes acercarte al club de golf, te mostraré las opciones. Incluso podríamos ir a visitar el que te guste más.
Amatista aceptó de inmediato.
—Perfecto, estaré allí en unos treinta minutos.
Cuando la llamada terminó, Ethan regresó con sus socios, comentando que tendría que retirarse pronto.
Amatista llegó al club de golf en taxi, sintiendo el leve frescor de la brisa matutina que se colaba entre los árboles del campo. Vestía un conjunto sencillo pero elegante, adecuado para la ocasión. Se dirigió al café del club, donde Ethan ya la esperaba en una mesa ubicada junto a un amplio ventanal que ofrecía vistas panorámicas del verde paisaje.
Ethan la saludó cordialmente y rápidamente comenzó a mostrarle las opciones que había preparado. Sacó su tableta y deslizó una serie de imágenes de tres salones diferentes. Dos de ellos se ajustaban perfectamente a lo que Lune necesitaba: amplios, con buena iluminación y ubicados en puntos estratégicos de la ciudad. Amatista examinó con atención cada imagen y escuchó las observaciones de Ethan sobre las ventajas de cada lugar.
Mientras ella se concentraba en las fotografías, Enzo salió de su oficina. Vestido impecablemente con un traje gris oscuro, caminaba con su porte usual, irradiando autoridad. Al notar a Amatista y Ethan juntos, sus pasos se dirigieron automáticamente hacia ellos, una leve tensión dibujándose en sus facciones.
—Buenos días —saludó con voz firme al llegar a la mesa.
Amatista levantó la mirada y sonrió al verlo, invitándolo a unirse.
—Enzo, justo estoy viendo opciones para el salón que necesitamos en Lune. ¿Te importaría echar un vistazo? —preguntó con naturalidad, extendiéndole la tableta.
Ethan explicó rápidamente que estaban evaluando posibles lugares para el próximo lanzamiento. Enzo tomó asiento junto a Amatista, revisando las imágenes con detenimiento. Tras unos minutos, señaló una de las opciones.
—Este parece ser el más adecuado. Tiene buena ubicación y el diseño se ajusta a lo que necesitan para una presentación de lujo.
Amatista asintió, observando la opción con más atención. Mientras discutían, Ethan recibió una llamada importante y se disculpó para atenderla, dejando la mesa por unos minutos.
Enzo aprovechó la pausa para hablar directamente con Amatista.
—¿Ya desayunaste? Podríamos tomar algo mientras decides.
Amatista negó suavemente con la cabeza.
—Preferiría resolver esto primero. Tenemos poco tiempo antes del evento, y debo ir a ver el salón en persona. Si no estás ocupado, podrías acompañarnos.
Enzo dudó por un instante, pero finalmente asintió.
—De acuerdo, puedo ir contigo. Aunque después tendré que volver al club, tengo una reunión pendiente.
Cuando Ethan regresó, Amatista le comunicó su decisión. Había elegido el salón que Enzo recomendó. Ethan pareció satisfecho con la elección.
—Perfecto. Podemos ir a verlo ahora mismo, si quieres.
Amatista aceptó, y los tres salieron del club en el auto de Enzo. Él tomó el volante, mientras Amatista ocupaba el asiento del copiloto. Ethan, en cambio, se sentó en la parte trasera, revisando su teléfono ocasionalmente mientras avanzaban por las calles de la ciudad.
El trayecto fue tranquilo, aunque la presencia de Enzo generaba una tensión palpable. Sus ojos se desviaban ocasionalmente hacia Amatista, observándola con un aire protector que no pasaba desapercibido. Ella, sin embargo, estaba concentrada en el trabajo, revisando mentalmente los detalles que debía confirmar en el lugar.
Al llegar, el encargado del salón los recibió y comenzó a mostrarles las instalaciones. El lugar superó las expectativas de Amatista: amplio, moderno, con todas las comodidades necesarias para el evento. Mientras caminaba por el salón, podía imaginar perfectamente la disposición de los elementos y cómo luciría durante la presentación.
—Es perfecto —dijo con entusiasmo, volviéndose hacia Ethan y Enzo.
Ethan asintió, tomando nota en su libreta.
—Mañana mismo les enviaré el contrato para cerrar el acuerdo.
Amatista le agradeció, satisfecha de haber resuelto ese punto crítico. Enzo, observándola de reojo, se sintió complacido de ver su entusiasmo.
—Entonces volvamos al club —dijo Enzo, retomando la iniciativa. Ethan accedió, mencionando que había dejado su auto allí.
El regreso fue igualmente tranquilo, aunque con menos conversación. Amatista iba sumida en sus pensamientos, planeando los siguientes pasos para la presentación. Enzo, por su parte, conducía con calma, mientras Ethan revisaba algunos documentos desde su teléfono.
Al llegar al club, Ethan se despidió rápidamente, agradeciendo a ambos por el tiempo compartido. Enzo y Amatista, en cambio, decidieron subir a la terraza para disfrutar de un momento juntos antes de que él tuviera que atender su reunión.
Al llegar al club, Enzo y Amatista subieron a la terraza y se acomodaron en un rincón apartado. La brisa matutina era fresca, y el sol iluminaba suavemente el lugar. Amatista hojeaba el menú con aire distraído mientras Enzo pedía su café negro habitual.
—¿Y tú, gatita? —preguntó con una media sonrisa.
—Helado. Chocolate y vainilla —respondió ella, sonriendo con un toque de travesura.
Enzo soltó una risa ligera.
—Es demasiado temprano para comer helado, ¿no crees?
Amatista le dedicó una mirada juguetona mientras se encogía de hombros.
—No me juzgues. Desde el embarazo me da hambre todo el tiempo... y a veces tengo antojos extraños.
—Es normal —dijo él con ternura, apoyándose contra el respaldo de la silla mientras la observaba con esa mezcla de fascinación y devoción que solo ella lograba arrancarle.
El camarero llegó con los pedidos, interrumpiendo el momento. Amatista tomó una cucharada de helado y suspiró, disfrutando del sabor. Enzo, aprovechando la tranquilidad, rompió el silencio.
—He terminado con Albertina.
Amatista dejó la cuchara a un lado, tomándose un momento para digerir sus palabras antes de asentir.
—Me alegra que lo hayas hecho —dijo con calma, sin mirarlo directamente.
Enzo inclinó la cabeza, intentando leerla.
—Hay algo más que quiero decirte, pero no quiero que te enojes.
Ella levantó la vista, curiosa.
—Dilo.
—Fui yo quien le pidió a Ethan que consiguiera el edificio para Lune. Quería asegurarme de que te fuera bien, incluso si no estábamos juntos.
Amatista lo miró fijamente durante unos segundos antes de responder con una leve sonrisa.
—Ya lo sospechaba.
—¿Cómo? —preguntó Enzo, sorprendido.
—Desde el principio, desconfíe de la oferta. Era demasiado buena: el lugar estaba perfectamente equipado, y el precio era increíblemente bajo. Lo confirmé cuando Santiago me contó que compraste toda la primera colección.
Enzo soltó una carcajada.
—Eso fue para mi madre. Pensé en regalársela, pero no lo hice. Aún la tengo guardada en la mansión.
Amatista dejó la cuchara y lo miró con ternura.
—Gracias por apoyarme, Enzo.
—Siempre lo haré, gatita —respondió él, su voz cargada de sinceridad.
Un silencio cómodo se instaló entre ellos hasta que fueron interrumpidos por la llegada de Emilio y Massimo, quienes saludaron a Enzo con camaradería y a Amatista con un afectuoso "cuñada".
—¡Cuñada! —exclamó Massimo, guiñándole un ojo mientras se sentaba.
Amatista sonrió, invitándolos a unirse a la mesa. La conversación fluyó entre los cuatro, llena de bromas y planes de negocios, hasta que Amatista notó la hora.
—Enzo, ya es hora de tu reunión. Yo me voy.
Él asintió, observándola mientras se levantaba. Amatista se despidió de los hombres y salió hacia la entrada del club, donde un taxi la esperaba.
Sin embargo, antes de que pudiera llegar, una figura apareció a toda velocidad. Albertina, completamente alterada, emergió de un auto con un arma en la mano. Sus ojos estaban inyectados de furia.
—¡Esto es tu culpa! —gritó, apuntando a Amatista con la pistola temblorosa—. ¡Por tu culpa, Enzo me dejó!
Amatista se detuvo en seco, llevándose instintivamente una mano al abdomen.
—Albertina, cálmate. No hagas algo de lo que te arrepientas.
—¡Cállate! —vociferó Albertina, su voz quebrándose—. ¡No es justo! Yo merecía todo lo que tú tienes. ¡Todo!
Amatista levantó las manos con calma, intentando razonar con ella.
—Por favor, baja el arma. Esto no tiene que terminar mal.
Pero el gesto protector de Amatista hacia su vientre solo avivó la ira de Albertina.
—Ese bebe —su rostro se deformó en una mueca de odio—. ¡Tú no lo mereces! ¡Nada de esto es tuyo!
Desde la terraza, un empleado del club notó lo que sucedía y corrió a avisar a Enzo. Él, Emilio y Massimo reaccionaron de inmediato, bajando a toda prisa.
—¡Gatita! —gritó Enzo al verla, colocándose rápidamente entre ella y Albertina.
—¡Enzo, apártate! —chilló Albertina, agitando el arma.
—Baja el arma, Albertina —dijo él con una calma peligrosa, su mirada fija en la mujer—. Esto no va a terminar bien para ti.
—¡Todo terminó por tu culpa! —gritó ella antes de apretar el gatillo.
El sonido del disparo resonó en el aire, y Amatista soltó un grito ahogado al ver a Enzo tambalearse. La bala lo alcanzó en el hombro, pero él se mantuvo firme, bloqueando el camino hacia ella.
Albertina, al darse cuenta de lo que había hecho, retrocedió con la pistola aún en mano. Sin decir palabra, corrió hacia su auto y arrancó a toda velocidad, desapareciendo del lugar.
Amatista intentó acercarse a Enzo, pero un dolor agudo la detuvo. Sintió un calor húmedo descendiendo por sus piernas. Al mirar hacia abajo, notó el sangrado.
—¡Amatista! —gritó Emilio, sosteniéndola justo a tiempo.
—¡Massimo, trae el auto! ¡Rápido! —ordenó Emilio mientras sostenía a ambos.
El caos se desató mientras los llevaban al hospital. Enzo, aunque herido, intentaba mantenerse consciente, y Amatista, aunque aterrada, solo pensaba en proteger al bebé.
En el hospital, los médicos actuaron con rapidez. La herida de Enzo resultó no ser grave; le extrajeron la bala y suturaron la herida, dejándole un vendaje firme en el hombro. Amatista, por su parte, fue estabilizada. Aunque el sangrado fue alarmante, no puso en riesgo al bebé, pero los médicos le indicaron reposo absoluto.
Enzo, ignorando las recomendaciones de quedarse en su habitación, insistió en ir a ver a Amatista. Cuando llegó a su cuarto, ella lo recibió con una mezcla de alivio y frustración.
—Deberías estar descansando —lo regañó suavemente.
Enzo se acercó a la cama y le tomó la mano. —No podía quedarme sin verte, gatita. ¿Estás bien?
Amatista asintió, sus ojos llenos de lágrimas. —Lo estoy, gracias a ti. Pero tienes que cuidarte, Enzo. No puedo hacer esto sin ti.
Él la miró con ternura y apretó su mano. —Siempre estaré contigo, Amatista. Pase lo que pase, no voy a dejar que nadie te lastime a ti ni a nuestro hijo.