Capítulo 159 Refugio en la tormenta
El ambiente del bar estaba cargado con una calma inusual, casi como si la tensión de las últimas horas hubiese sido absorbida por las paredes. Enzo y Amatista permanecieron un rato más con los bebés en brazos, disfrutando de la tranquilidad que ellos irradiaban. Ambos pequeños, satisfechos y agotados, pronto cayeron dormidos.
Enzo miró a Amatista, sus ojos suavizados por un afecto que parecía imposible asociar con él.
—Preparé una de las habitaciones en las salas privadas para que puedas usarla.
Amatista asintió, levantándose con cuidado para no despertar a los bebés.
—Gracias, estoy agotada —admitió con una pequeña sonrisa.
Lo siguió en silencio por los pasillos del bar, sintiendo el peso de las últimas horas sobre sus hombros. Al llegar a la habitación, ambos se encargaron de acomodar a los bebés en la amplia cama, asegurándose de que estuvieran cómodos y protegidos.
—Voy a ver cómo sigue Roque —dijo Amatista tras asegurarse de que los pequeños estaban bien.
—¿Necesitas que alguien te acompañe? —preguntó Enzo, aunque ya sabía la respuesta.
Amatista negó con un gesto de cabeza.
—Estaré bien. No tardaré. Quédate con ellos, por favor.
Enzo asintió mientras ella abandonaba la habitación con pasos rápidos pero silenciosos.
Amatista caminó hasta la habitación donde descansaba Roque. Allí, junto a la puerta, estaba Amadeo, vigilante como siempre.
—¿Cómo sigue? —preguntó en voz baja.
—Recuperándose rápido. Pronto estará de pie, aunque aún necesita descansar un poco más —respondió Amadeo con firmeza.
Amatista respiró aliviada y le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
—Gracias por cuidarlo.
Amadeo inclinó ligeramente la cabeza.
Miró una última vez hacia donde Roque descansaba antes de decidir dejarlo tranquilo. Sus pasos la llevaron de regreso a la habitación donde Enzo y los bebés la esperaban. Al entrar, encontró la misma escena que había dejado: los pequeños dormían plácidamente, y Enzo, sentado junto a ellos, mantenía la mirada fija en la puerta.
—Todo está bien —murmuró Amatista mientras se deslizaba en la cama con los bebés, recostándose con un suspiro pesado.
Enzo la observó un momento antes de levantarse.
—Voy a ducharme. No tardo.
Amatista asintió distraídamente, ya dejando que el sueño la venciera. Desde la cama, escuchó el tenue sonido del agua corriendo en la ducha, pero el cansancio fue más fuerte, y pronto cayó profundamente dormida junto a sus hijos.
Enzo salió del baño unos minutos después, con la misma ropa que había usado durante el incidente. Secándose el cabello con una toalla, sus ojos se posaron en la escena frente a él. Amatista dormía junto a los bebés, una imagen tan pacífica que logró desarmarlo por completo.
Después de unos segundos, decidió ir por su computadora. Volvió a la habitación, con la intención de trabajar desde allí para no perderlos de vista. Se acomodó en uno de los sillones, abriendo la laptop y enfocándose en los asuntos pendientes. Sin embargo, a medida que las horas avanzaban y el suave murmullo de la respiración de Amatista y los bebés llenaba el espacio, su concentración comenzó a desvanecerse.
Finalmente, sin darse cuenta, Enzo también se quedó dormido en el sillón, con la computadora aún encendida sobre sus piernas.
El amanecer trajo movimiento al bar. Después de las tensas horas previas, las personas comenzaron a despertar y a reunirse en el salón principal. Entre murmullos y comentarios, el grupo fue creciendo. Alan, Joel, Facundo, Andrés, Roberto, Nahuel, Amadeo, Gustavo, Ezequiel y algunas mujeres ya estaban presentes, compartiendo café y alcohol para aliviar la resaca.
Las últimas en llegar fueron Isis y Rita. La entrada de ambas atrajo de inmediato la atención de Alan, Joel, Facundo y Andrés, quienes no tardaron en lanzar sus habituales comentarios burlones.
—¿Dónde estará Enzo? —se mofó Alan, con una sonrisa torcida.
—Y Amatista tampoco aparece... qué casualidad —agregó Joel, con un tono evidentemente provocador.
Facundo se inclinó hacia Andrés, fingiendo hablar en secreto.
—Tal vez pasaron la madrugada juntos. Seguro que Enzo se cansó de fingir con la señora esposa.
El grupo estalló en risas. Rita se detuvo en seco, sus ojos fulminantes recorriendo el salón.
—¡Basta de tonterías! ¿Dónde está Enzo? —exigió, su voz afilada.
La tensión en el ambiente creció cuando comenzó a interrogar a los empleados del bar, pero ninguno se atrevió a responder.
—No lo sabemos, señora —dijo uno, evitando su mirada.
Roberto, Nahuel, Amadeo y Gustavo intercambiaron miradas, desconcertados.
—¿Es cierto que ella es la esposa de Enzo? —murmuró Nahuel, inclinándose hacia Gustavo.
—No tiene sentido... Hizo todo esto para proteger a Amatista —agregó Gustavo, negando con la cabeza.
Alan, con su usual descaro, intervino.
—Cuando se trata de Amatista, Enzo siempre pierde la cabeza. No importa quién sea su esposa.
Las risas del grupo aumentaron la ira de Rita, quien, junto a Isis, comenzó a revisar las habitaciones una por una, empujando puertas con fuerza. La incomodidad de su actitud no hizo más que alimentar las burlas y comentarios de los presentes.
—Mírala, parece una furia desatada —dijo Facundo, sosteniendo su vaso con indiferencia.
—Tal vez debería acostumbrarse... parece que Enzo tiene prioridades más claras de lo que ella cree —agregó Andrés, provocando otra carcajada.
Finalmente, llegaron a la habitación donde Amatista, Enzo y los bebés descansaban. Rita abrió la puerta de golpe, provocando un ruido que resonó en el pasillo.
El estruendo despertó a Amatista, quien de inmediato se inclinó hacia los bebés, acariciándolos suavemente para asegurarse de que no se despertaran asustados. Enzo, desde el sillón, parpadeó con una mezcla de cansancio y molestia.
—¿Qué carajos estás haciendo, Rita? —rugió, poniéndose de pie de un salto.
Rita, fuera de sí, no respondió, su mirada fija en la escena: Amatista en la cama con los bebés y Enzo claramente cómodo en la misma habitación.
Sin pensarlo, Enzo cruzó la distancia entre ellos y la tomó del brazo con fuerza.
—¡Fuera de aquí! —ordenó, arrastrándola hacia la puerta.
—¡Suéltame, Enzo! ¡No tienes derecho...! —intentó protestar, pero su voz fue acallada por la fuerza de su mirada.
Enzo la empujó fuera de la habitación y cerró la puerta con un golpe seco, dejando a Amatista y a los bebés protegidos en el interior. Afuera, Rita seguía gritando, pero Enzo no tenía intención de escuchar.
Dentro de la habitación, Amatista suspiro profundamente mientras acariciaba las cabezas de los pequeños, asegurándose de que siguieran tranquilos. Cerró los ojos un momento, intentando ignorar el ruido que venía de afuera.
Mientras tanto, en el pasillo, Enzo se enfrentaba a Rita con una calma aparente, pero con un filo en la voz que no dejaba lugar a dudas.
—Contrólate, Rita. Estás haciendo el ridículo.
—¡Soy tu esposa, Enzo! ¡Debes respetarme! —gritó Rita, con el rostro enrojecido por la furia.
Enzo dejó escapar una risa seca, cargada de desprecio.
—¿Respetarte? —repitió, mirándola como si fuera la cosa más absurda que hubiera escuchado—. Deja de ser tan estúpida.
Rita apretó los puños, temblando de ira.
—Todo esto es por culpa de esa mujer. ¡Amatista es una...!
—La culpa es tuya, Rita. —La interrumpió Enzo, con un tono tan frío que hizo que ella se detuviera un momento—. Por ser tan inútil. —Su mirada recorrió a Rita de arriba abajo, como si fuera una molestia menor—. Eres incapaz de despertar deseo, ni siquiera lástima.
—¡Enzo! —exclamó Isis, colocándose junto a Rita—. No puedes tratarla así. ¿Vas a defender a esa traidora de Amatista mientras humillas a tu propia esposa?
Enzo dio un paso hacia ambas, su presencia imponiendo un silencio momentáneo.
—¡Cállense las dos! —les espetó, con una voz firme que las hizo retroceder.
Rita lo miró con lágrimas en los ojos, mientras Isis fruncía el ceño, claramente ofendida.
—Escúchenme bien —continuó Enzo, señalándolas con el dedo—. Si vuelve a molestar a amatista o a los bebés, se los haré pagar.
Isis intentó suavizar la situación, aunque su tono seguía siendo desafiante.
—Enzo, olvídate de Amatista. Estamos mejor sin ella.
Enzo soltó una carcajada amarga, sacudiendo la cabeza.
—"Estamos"? Tal vez ustedes estuvieron mejor. Para mí, estos cuatro meses fueron una tortura. Y haré hasta lo imposible para que Amatista me perdone.
Isis lo miró incrédula, con una mezcla de furia y desconcierto.
— ¿Ya olvidaste lo que te hizo? —dijo, intentando provocarlo.
Enzo la miró de reojo, una sonrisa sin humor cruzando su rostro.
—Ya descubrí que esas fotos eran falsas. —Hizo una pausa, disfrutando el efecto de sus palabras mientras ambas mujeres palidecían—. Y en cuanto encuentre al responsable, lo mataré con mis propias manos.
Isis y Rita intercambiaron miradas nerviosas, incapaces de decir nada.
—Dejen de hacer tanto escándalo —añadió Enzo, girando sobre sus talones y regresando a la habitación sin molestarse en mirar atrás.
Enzo cerró la puerta detrás de sí, sumiendo el lugar en un silencio cálido y reconfortante. Se detuvo a observar la escena frente a él: Amatista y los dos bebés dormían tranquilamente. Una leve sonrisa apareció en su rostro, algo inusual en él.
—Ahora tengo toda una familia de perezosos —comentó en voz baja, sin borrar su sonrisa.
—Te escuché —respondió Amatista con los ojos aún cerrados, esbozando una pequeña sonrisa al escucharlo.
Enzo se encogió de hombros, caminando hacia la cama. —Ser perezosos no les quita lo adorables.
Amatista abrió los ojos para mirarlo. —Mira a los niños, Enzo. Apenas tienen una semana de vida y ya están pasando por todo esto...
El semblante de Enzo se tornó serio por un momento. —Tienes razón. Estaba pensando... Lo mejor será que mi madre, Alicia, se los lleve a Ciudad Esmeralda. Mis parientes controlan todo allá, y los niños estarán seguros. Diego no se arriesgará a ir tras ellos, no mientras esté enfocado en nosotros.
Amatista apartó la mirada hacia los bebés. Una mezcla de tristeza y resignación se dibujó en su rostro. —No me gusta la idea de separarme de ellos... Pero tienes razón. Si Alicia los lleva, estarán más protegidos.
Enzo la observó en silencio, percibiendo la lucha interna en sus palabras.
—Llámala pronto, Enzo, antes de que cambie de opinión —añadió Amatista finalmente, dejando escapar un suspiro profundo.
—Lo haré —respondió él, inclinando la cabeza con decisión.
Mientras tanto, en el salón principal, la tensión seguía creciendo. Alan, Joel, Facundo y Andrés se encontraban relajados, intercambiando bromas entre risas junto a algunas de las mujeres que los acompañaban.
—Rita, ¿qué haces aquí sola? ¿Tu esposo ya te cambió por otra? —preguntó Joel, provocando carcajadas entre los demás.
—¿O será que se quedó cuidando a su “invitada especial”? —añadió Alan con una sonrisa maliciosa.
Facundo se inclinó hacia Rita. —No sé cómo lo soportas. Si fuera yo, ya estaría quemando el lugar.
Rita, visiblemente molesta, apretó los puños, tratando de no reaccionar. Isis intervino, mirando a los hombres con frialdad.
—Basta ya. No tienen idea de lo que están diciendo.
—¿Ah, sí? —replicó Andrés, divertido—. Sólo sabemos lo que vemos, y lo que vemos es que Enzo pierde la cabeza por esa mujer.
Roberto, Nahuel, Amadeo y Gustavo se mantenían al margen, pero las sonrisas en sus rostros indicaban que disfrutaban del espectáculo.
Rita se inclinó hacia Isis, hablándole en voz baja: —Mejor recemos porque Enzo no descubra que estamos detrás de las fotos.
Isis asintió, lanzando una mirada rápida a los hombres antes de responder: —No te preocupes. Amatista no va a ganar.
Pasaron unas horas, y el ambiente en el salón principal seguía relajado, aunque con tintes de aburrimiento. Enzo, sentado en uno de los sofás con su computadora portátil, tecleaba sin descanso mientras analizaba información sobre Diego. Estaba cada vez más convencido de que detrás de la venganza de su enemigo había algo más que rencor.
Isis, cansada de no haber desayunado aún, se acercó a su primo con una actitud demandante. —Enzo, dile a los empleados que preparen algo de desayuno. Ya son las diez de la mañana, y aquí nadie ha comido nada.
Sin siquiera mirarla, Enzo respondió con frialdad: —Prepárate algo tú misma y deja de fastidiar. Estoy ocupado.
Isis frunció el ceño, claramente molesta, pero no dijo nada más.
Poco después, Amatista bajó al salón, dejando a los bebés al cuidado de una de las empleadas del club. Sin dirigirse a nadie, fue directamente a la cocina. Allí comenzó a preparar un desayuno nutritivo para Roque, quien seguía descansando, y también decidió hacer algo para Enzo.
Cuando terminó, regresó al salón principal con un plato en la mano y se acercó a Enzo. —Tómate un momento para comer —le dijo con una sonrisa tranquila, entregándole el desayuno.
Enzo alzó la vista de la pantalla y tomó el plato, sorprendido pero agradecido. —Gracias, gatita. Quédate conmigo y desayunemos juntos.
Amatista negó suavemente con la cabeza, señalando el otro plato que había preparado. —Éste es para Roque. Yo desayunaré más tarde.
Enzo asintió, aparentemente satisfecho. —Está bien. Gracias por esto, en serio.
Amatista le sonrió una vez más antes de retirarse hacia la habitación donde Roque descansaba. Entró silenciosamente, entregándole el desayuno y quedándose un rato con él para asegurarse de que estuviera bien.
Mientras tanto, Alan, Joel, Facundo y Andrés no tardaron en lanzar comentarios sarcásticos.
—¿Viste eso? Amatista sí sabe cómo ser una esposa —dijo Alan, con una sonrisa burlona.
—Ni siquiera se quejó porque no había desayuno. Simplemente fue y lo preparó —agregó Joel.
—Enzo tiene suerte de que “su gatita” sea tan eficiente —comentó Facundo, riendo entre dientes.
Andrés negó con la cabeza, mirando a los demás con diversión. —La esposa oficial podría aprender un par de cosas, ¿no creen?
Las risas resonaron en el salón, mientras Isis observaba con el ceño fruncido y Rita intentaba no reaccionar ante los comentarios, aunque su rostro traicionaba su enojo.
Amatista entró con cuidado, llevando el desayuno en una bandeja. Roque estaba sentado en la cama, visiblemente más repuesto aunque todavía débil. Al verla, esbozó una leve sonrisa.
—Buenos días, mi niña. ¿Tú deberías estar descansando, no? —comentó Roque con una voz cálida.
Amatista dejó la bandeja sobre la mesita al lado de la cama y se sentó en el borde. —No te preocupes por mí. Necesitaba asegurarme de que desayunaras bien. Preparé esto para ti.
Roque observó el plato con gratitud, tomando la mano de Amatista. —Gracias, hija. No sé qué haría sin ti.
Ella le devolvió una sonrisa tierna antes de suspirar. Sabía que tenía que hablar con él sobre la decisión que había tomado con Enzo.
—Roque, hay algo que necesito contarte —dijo, su tono suave pero serio.
Roque dejó el cubierto en la bandeja y la miró con atención. —Dime, Amatista.
Amatista tomó las manos de Roque entre las suyas, mirándolo con cariño. —Los niños se van a ir con Alicia. Vamos a enviarlos con unos parientes de ella en Ciudad Esmeralda. Allí estarán seguros, lejos de Diego y de todo este caos.
Roque parpadeó, sorprendido por la noticia. —¿Los pequeños... se irán?
Amatista asintió, aunque su rostro mostraba tristeza. —Es lo mejor para ellos, Roque. Apenas tienen una semana de vida y ya están viviendo en medio de problemas. No quiero que corran peligro.
Roque guardó silencio, asimilando lo que le había dicho. Finalmente, Amatista apretó un poco sus manos, sus ojos buscando los de él con intensidad.
—Roque, quiero que vayas con ellos. —Sus palabras lo tomaron por sorpresa, y ella continuó antes de que pudiera responder—. Necesitas tiempo para recuperarte, y los niños te necesitan. Para mí tú eres como su abuelo, y ellos estarán más tranquilos contigo allí.
Roque negó ligeramente con la cabeza, pero sus ojos mostraban emoción. —Amatista, no sé si debería dejarte sola en esta situación.
Ella le sonrió, con un amor genuino reflejado en su mirada. —Voy a estar bien. Enzo está conmigo, y ahora mismo lo que más me importa es la seguridad de los pequeños y tu salud. Por favor, Roque. Hazlo por ellos.
Roque suspiró profundamente, conmovido por las palabras de Amatista. Finalmente asintió, aunque con algo de reticencia.
—De acuerdo, mi niña. Iré con los pequeños, pero estaré en contacto. Y si algo pasa, no dudes en llamarme.
Amatista lo abrazó con fuerza, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Gracias, Roque. No sabes cuánto significa esto para mí.
Se quedaron en silencio unos momentos, compartiendo un entendimiento mutuo y profundo. Roque sabía que Amatista era fuerte, pero verla cargar con tantas decisiones le hacía admirarla aún más.