Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos
La luz de la mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas de la habitación principal de la mansión Bourth. El ambiente era cálido y sereno, con el murmullo lejano de los empleados que comenzaban sus tareas diarias. Amatista abrió los ojos lentamente, su cabeza aún apoyada sobre el pecho de Enzo, quien parecía seguir dormido. Sin moverse demasiado, intentó acomodarse mejor, buscando un poco más de esa calidez que él siempre le ofrecía.
Enzo, sintiendo el movimiento, abrió los ojos despacio y, sin decir nada, la atrajo hacia él con sus brazos. Sus dedos comenzaron a deslizarse por el cabello de Amatista, acariciándolo en movimientos lentos y pausados.
—Buenos días, gatita. —murmuró con voz rasposa, todavía cargada de sueño.
Amatista levantó la vista, encontrándose con sus ojos oscuros que siempre parecían observarla con una mezcla de ternura y posesión.
—Buenos días, amor. —respondió, con una leve sonrisa—. ¿Qué harás hoy?
Enzo dejó escapar un pequeño suspiro, como si no quisiera que ese momento terminara, pero sabía que el día lo esperaba con compromisos.
—Tengo algunas reuniones esta mañana. También quiero revisar unos proyectos que necesitan ajustes, y por la tarde me reuniré con Franco Calpi para discutir detalles del casino.
Amatista se recostó un poco más sobre su pecho, jugando con los bordes de la sábana mientras lo escuchaba.
—Franco debe estar encantado con la construcción del casino. —dijo, su tono cargado de curiosidad.
Enzo asintió ligeramente, dejando que sus dedos continuaran acariciando su cabello.
—Lo está. Se lo prometí a cambio de que me ayudara a recuperarte. —sus ojos se oscurecieron por un momento, recordando esos días llenos de incertidumbre—. Gatita, le habría entregado todo lo que tengo si eso significaba tenerte de vuelta.
Amatista levantó la vista, tocando su rostro suavemente, como si quisiera disipar esos pensamientos.
—Amor, eso ya quedó atrás. —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. Ahora, mejor levántate, porque si no lo haces, me bañaré sola.
La amenaza en broma provocó una risa baja en Enzo, quien finalmente se incorporó, atrapándola en un abrazo antes de que pudiera escapar.
—Eso no lo voy a permitir. —dijo, con una sonrisa de lado.
El baño de su habitación era amplio, con un diseño elegante y cálido. La bañera ocupaba el centro del espacio, mientras que una ducha con paredes de vidrio se encontraba en un rincón, permitiendo que el vapor se extendiera lentamente por todo el lugar. Amatista entró primero, dejando que el agua caliente cayera sobre su piel. Cerró los ojos y suspiró, disfrutando de la sensación relajante.
Pocos segundos después, Enzo entró tras ella, rodeándola con sus brazos por detrás. Sus labios rozaron suavemente su cuello mientras ella sonreía con los ojos cerrados.
—No sé si esto cuenta como un baño si no haces nada. —bromeó Amatista, girando ligeramente el rostro hacia él.
Enzo alzó una ceja, tomando el jabón y comenzando a masajear sus hombros con movimientos lentos y precisos.
—¿Nada? ¿Así es como me agradeces por todo lo que hago por ti, gatita? —respondió, fingiendo ofensa en su tono.
Amatista rió suavemente, inclinándose un poco hacia él para disfrutar más de sus caricias.
—Bueno, tal vez lo piense mejor si sigues haciendo eso. —dijo con un toque juguetón, inclinando su cabeza hacia un lado para darle espacio a sus manos.
Ambos rieron, dejando que la intimidad del momento los envolviera. Enzo continuó lavando su cabello con cuidado, disfrutando del contacto y del aroma que siempre lo tranquilizaba. El tiempo parecía detenerse cada vez que compartían momentos así.
Después de un rato, salieron del baño, envueltos en toallas. Amatista caminó hacia el armario, seleccionando un conjunto sencillo pero elegante que consistía en una blusa clara y pantalones ajustados. Mientras se vestía, Enzo se quedó frente al espejo, acomodándose la camisa antes de sacar una corbata de seda oscura.
—Ven aquí. —dijo Amatista, observándolo desde el otro lado de la habitación.
Enzo giró la cabeza, con una ligera sonrisa, y caminó hacia ella, sosteniendo la corbata en una mano.
—¿Me ayudas, gatita? —preguntó con un tono que mezclaba diversión y suavidad.
—Por supuesto. —respondió ella, tomándola entre sus manos y comenzando a ajustársela con movimientos ágiles.
Mientras trabajaba, Amatista alzó la vista para mirarlo directamente.
—Siempre me sorprende cómo puedes hacer que hasta un traje formal luzca tan... —hizo una pausa, fingiendo buscar la palabra adecuada—, atractivo.
Enzo rió, tomando su cintura para acercarla un poco más.
—Y tú siempre logras distraerme, incluso cuando no lo intentas. —dijo, con una sonrisa de lado.
Cuando terminó de ajustar la corbata, Amatista acarició suavemente su pecho antes de alejarse un paso, mirándolo con satisfacción.
—Perfecto. —murmuró, girándose hacia el escritorio para recoger su cabello en una coleta alta.
Enzo observó el movimiento con atención, admirando la elegancia con la que hacía incluso las cosas más simples.
—¿Qué harás hoy, gatita? —preguntó, colocándose el saco con fluidez.
Amatista se giró hacia él, con una sonrisa ligeramente nerviosa.
—Voy a empezar con el curso. —respondió, su voz cargada de una mezcla de entusiasmo y ansiedad—. Estoy un poquito nerviosa, pero creo que me irá bien.
Enzo se acercó nuevamente, tomándola por la cintura y atrayéndola hacia él. Sus dedos acariciaron su espalda mientras la miraba con esa mezcla de confianza y afecto que siempre la desarmaba.
—Si puedes lidiar conmigo, puedes con cualquier cosa. —dijo, sonriendo de lado.
Amatista rió, pasando sus brazos alrededor de su cuello.
—Tienes razón. Pero debo admitir que lidiar contigo no es tan malo. —murmuró, inclinándose para darle un beso suave, antes de susurrar contra su oído—. De hecho, me encanta.
Enzo dejó escapar una leve risa, satisfecho con su respuesta, y le dio un beso en la frente antes de soltarla.
—Entonces, ve y demuestra lo increíble que eres. —dijo, mientras tomaba su reloj del tocador y se lo colocaba en la muñeca.
Amatista lo siguió con la mirada mientras se dirigía hacia la puerta, una sonrisa suave iluminando su rostro.
—Nos vemos más tarde, amor. —dijo ella, despidiéndolo con un beso al aire.
Enzo se giró por un momento, devolviéndole una última sonrisa antes de salir de la habitación.
Al entrar en la sala, Amatista no pudo evitar sonreír. El espacio era perfecto. Las paredes estaban decoradas con tonos suaves y cálidos, diseñadas para inspirar tranquilidad. Un escritorio amplio ocupaba el centro de la habitación, acompañado de estanterías llenas de libros sobre diseño y arte. Sobre el escritorio, su computadora estaba encendida y lista, junto con un set de herramientas y materiales de diseño que Enzo había adquirido para ella.
Había también una cómoda butaca cerca de la ventana, ideal para leer o tomar un descanso. La luz natural inundaba el espacio, dándole un aire acogedor y sereno.
—Siempre pensando en todo, amor. —murmuró para sí misma con una sonrisa, sintiendo una mezcla de gratitud y emoción.
Amatista respiró hondo antes de sentarse frente al escritorio. Sus dedos tamborilearon sobre el borde del teclado mientras observaba la pantalla. La primera clase estaba a punto de comenzar, y aunque sentía un ligero nudo en el estómago, su entusiasmo era mayor.
Mientras tanto, en la ciudad, Enzo estaba en su despacho revisando varios proyectos. Los papeles y planos se extendían sobre la mesa mientras evaluaba cada detalle. Algunos eran para la construcción de nuevos hoteles y oficinas, mientras que otros estaban destinados a expansiones estratégicas que discutiría durante su próximo viaje de negocios. Aunque su concentración era total, de vez en cuando su mente volvía a Amatista, preguntándose cómo le iba en su día.
Por la tarde, Enzo llegó al despacho de Franco Calpi para la reunión programada. Franco, un hombre robusto con una sonrisa fácil pero una mente menos estratégica, lo recibió con entusiasmo. Sobre la mesa había algunos bocetos de diseño que Franco había traído, pero eran poco realistas y carecían de visión.
—Esto no va a funcionar. —dijo Enzo, con su tono firme pero controlado, mientras revisaba los bocetos.
Franco frunció el ceño, visiblemente molesto.
—¿Qué quieres decir? Creo que estas ideas son excelentes. —respondió, defendiendo su trabajo.
Enzo, consciente de su deuda con él, intentó abordar el tema con tacto.
—Franco, sé que tienes buenas intenciones, pero esto no atraerá al público que necesitas. —explicó, señalando algunos puntos en los planos—. Si ajustamos el diseño, podemos garantizar que este casino no solo sea exitoso, sino que supere las expectativas.
Franco lo observó en silencio por un momento antes de asentir lentamente.
—Supongo que tienes razón. —dijo finalmente, su tono resignado—. Después de todo, eres mejor en esto que yo.
Enzo asintió, satisfecho de haber llegado a un entendimiento.
—Lo importante es que hagamos esto bien. Quiero que tengas el mejor casino, y sé que podemos lograrlo juntos. —dijo, estrechando la mano de Franco al final de la reunión.
El sol comenzaba a descender cuando Enzo subió las escaleras hacia el despacho de Amatista. Desde el pasillo, podía escuchar su voz ocasionalmente respondiendo a las preguntas de su instructor. Al asomarse por la puerta entreabierta, la vio sentada frente a la computadora, con la espalda recta y los auriculares puestos, completamente concentrada. Llevaba una blusa clara que acentuaba su figura y unos pantalones ajustados que delineaban sus curvas con elegancia.
Enzo sonrió de lado. No tenía intenciones de interrumpir su clase, al menos no de forma tradicional. Se acercó en silencio, dejando que el sonido de sus pasos quedara ahogado por la alfombra.
Cuando llegó hasta ella, se inclinó y deslizó sus manos por su cintura.
—¿Amor? —preguntó Amatista con un sobresalto, volviendo la cabeza hacia él.
—Shh… —murmuró Enzo, colocando un dedo sobre sus labios para callarla. Antes de que pudiera replicar, la alzó en brazos y la acomodó en su regazo mientras él tomaba asiento en su silla.
Amatista lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Qué haces? Estoy en clase. —murmuró en un tono bajo para no ser escuchada por sus compañeros virtuales.
Enzo no respondió de inmediato. En cambio, dejó que sus manos se deslizaran lentamente por sus muslos, acariciándola con una suavidad que parecía deliberadamente provocadora. Amatista soltó un suspiro apenas audible, pero su mirada de advertencia hacia él no tenía peso.
—No estás haciendo nada malo, gatita. Solo estoy aquí, apoyándote. —susurró Enzo, su aliento cálido rozando el cuello de Amatista.
Ella se mordió el labio, intentando mantener la compostura mientras una de las manos de Enzo seguía un camino ascendente por su cintura, llegando a la curva de su cadera. Intentando no sucumbir al momento, alcanzó rápidamente el teclado y apagó la cámara de la clase, agradeciendo haber puesto su micrófono en silencio antes de que las cosas se intensificaran.
—Enzo… —murmuró con un tono de advertencia, aunque su voz temblaba ligeramente.
—¿Qué? No he hecho nada aún. —respondió él, con una sonrisa traviesa mientras su otra mano subía por su costado, dejando una estela de calor donde la tocaba.
Amatista apretó los labios, reprimiendo un gemido cuando los dedos de Enzo comenzaron a jugar con el borde de su blusa, deslizándola ligeramente para exponer su piel.
—Te juro que… —comenzó a decir ella, pero su voz se apagó cuando los labios de Enzo rozaron su cuello, dejando un rastro de besos que la hicieron temblar.
Durante los siguientes minutos, el autocontrol de Amatista fue puesto a prueba. Aunque intentó mantener la atención en la pantalla, el calor de las caricias de Enzo y la intensidad de sus labios hacían que su mente vagara hacia otro lugar. Finalmente, la clase llegó a su fin, y Amatista cerró la computadora de golpe, girándose para enfrentarlo.
—¿Estás satisfecho con lo que acabas de hacer? —preguntó, su tono más juguetón que molesto.
—Ni cerca, gatita. —respondió Enzo, con una sonrisa peligrosa mientras la levantaba de su regazo y la sentaba sobre el escritorio.
Amatista lo miró con curiosidad, pero antes de que pudiera decir algo más, los labios de Enzo se encontraron con los suyos en un beso profundo, lleno de urgencia y pasión. Sus manos, firmes pero cuidadosas, comenzaron a deslizarse por sus muslos, separándolos ligeramente mientras la atrapaba entre su cuerpo y la mesa.
—Vamos a inaugurar tu oficina, gatita. —susurró Enzo contra sus labios, su voz baja y cargada de deseo.
Amatista sonrió, respondiendo al beso con igual intensidad. Sus manos se deslizaron hacia su cuello, aflojando la corbata de seda que llevaba mientras dejaba escapar un leve suspiro.
—¿Esto incluye encuentros exclusivos, amor? —preguntó ella, con un tono juguetón mientras deslizaba la corbata por sus hombros y dejaba que cayera al suelo.
—Exclusivos y privados. —murmuró Enzo, bajando la cabeza para besar el hueco entre su cuello y su clavícula.
Sus caricias se volvieron más atrevidas, y las risas y bromas iniciales dieron paso a una intensidad más profunda. El momento era suyo, cargado de pasión contenida que ahora se desbordaba. Sin embargo, justo cuando Amatista se inclinó hacia atrás, dejando que Enzo tomara el control, la puerta de la oficina se abrió repentinamente.
—Señor Enzo, traje… —la voz de Mariel, una de las empleadas de la mansión, se apagó al ver la escena frente a ella.
Enzo y Amatista se congelaron por un segundo antes de que Mariel, con la cara completamente roja, diera un paso atrás y cerrara la puerta apresuradamente.
—¡Lo siento mucho! ¡No sabía que estaban ocupados! —gritó desde el otro lado de la puerta, su voz nerviosa antes de alejarse rápidamente.
El silencio en la oficina fue interrumpido por las risas de Enzo y Amatista, quienes no pudieron evitar encontrar la situación divertida.
—Parece que alguien no respetó la privacidad de nuestra inauguración. —dijo Amatista entre risas, mientras arreglaba ligeramente su blusa.
Enzo, todavía sonriendo, tomó su corbata del suelo y comenzó a ajustársela de nuevo.
—Quizás no fue tan exclusiva después de todo. —bromeó él, inclinándose para besarla suavemente en los labios antes de añadir—. Pero no te preocupes, gatita. Esta inauguración aún no ha terminado.
Amatista se rió, empujándolo ligeramente por el pecho.
—No creo que te salgan tan bien las cosas como a mí, amor. —respondió Amatista con un guiño, bajándose del escritorio mientras una risa divertida escapaba de sus labios.
Amatista, con paso ligero y una sonrisa traviesa, salió de la oficina sin mirar atrás, disfrutando de la situación más de lo que debería. Al llegar al pasillo, se giró brevemente hacia Enzo, quien se había quedado atrás, todavía con una ligera sonrisa en el rostro.
—Voy a tener que hablar con Mariel, para que no renuncie después de lo que acaba de ver. —bromeó, su tono lleno de diversión, sabiendo que Enzo la seguiría en cualquier momento.
Enzo, que había comenzado a ajustarse nuevamente la corbata, no pudo evitar reír ante la ocurrencia de Amatista. Después de todo, si alguien podía hacer que una situación tan incómoda se volviera una broma, era ella.
—Hazlo, gatita. No quiero que nos quedemos sin personal por un incidente tan… revelador. —respondió Enzo con una sonrisa, mientras la seguía por el pasillo.
Ambos compartieron una risa más mientras caminaban juntos hacia las escaleras, sabiendo que lo ocurrido no solo les había dado un momento cómico, sino también una dosis de complicidad que solo fortalecería lo que ya compartían.