Capítulo 81 Un encuentro inesperado
El día había sido largo, pero el aire fresco del atardecer de Costa Azul les ofreció una sensación de calma y descanso. Enzo y Amatista se encontraban en la suite, disfrutando de la tranquilidad que el lugar les proporcionaba. Amatista, sentada frente a la computadora, revisaba algunos diseños, un poco distraída, pero disfrutando del proceso creativo. Sabía que este viaje era una oportunidad para desconectar de la rutina diaria, pero la pasión por su arte siempre encontraba la forma de manifestarse.
Cuando Enzo entró a la suite, ella dejó la computadora y se levantó rápidamente, con una sonrisa en el rostro. Sin decir palabra, caminó hacia él y lo besó suavemente en los labios, dejándose llevar por la calidez de su presencia.
—¿Qué tal tu día, amor? —preguntó, sonriendo mientras se apartaba un poco para mirarlo con curiosidad.
—Largo, como siempre —respondió Enzo con una ligera sonrisa, tomando sus manos. —Pero ahora que estoy aquí contigo, todo parece mejor. ¿Te gustaría pasar lo que queda de la tarde en la playa? Tengo un lugar privado en la costa. Luego podríamos ir a cenar a un restaurante que te gustaría.
Amatista se iluminó al escuchar la propuesta. El sol, el mar, y la idea de estar con Enzo a solas le parecían el plan perfecto.
—¡Eso suena increíble! —respondió entusiasta, ya comenzando a levantarse para ir a prepararse. —Voy a ponerme algo cómodo para la playa, pero también llevaré un vestido para la cena.
Enzo sonrió, dejando que Amatista se fuera a prepararse. Él mismo se cambió a algo más relajado, sintiendo el deseo de desconectar del ajetreo del trabajo.
La playa que Enzo había reservado era un lugar idóneo para pasar una tarde tranquila. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla, el cielo despejado y la brisa fresca lo hacían el entorno perfecto. Al llegar, se dirigieron a una carpa privada donde podían disfrutar de su privacidad, con la atención discreta de los empleados del hotel, siempre asegurándose de que todo estuviera perfecto sin invadir su espacio.
Amatista se quitó el vestido de playa, quedando solo con su traje de baño, mientras Enzo se dirigió hacia el bar para traer un par de bebidas. El momento era relajado, pero al ver a Amatista en su traje de baño, no pudo evitar sentir una chispa de celos recorrer su cuerpo. Sabía que otros ojos, aunque disimulados, podrían estar observando, y aunque confiaba en ella, el deseo de protegerla era innato en él.
—¿A dónde vas así? —le preguntó Enzo, su tono ligero pero con una mirada de deseo evidente.
Amatista sonrió de manera desafiante, mientras le guiñaba un ojo.
—A nadar —respondió, sin rodeos.
Enzo frunció el ceño de forma juguetona, pero su tono no era en absoluto de reproche.
—No vas a ir así —dijo él, acercándose, tomando su mano y mirándola fijamente.
Amatista, divertida por la reacción de Enzo, se cruzó de brazos y sonrió.
—¿Por qué? ¿Te da celos? —bromeó.
—Solo un poco. —respondió él, mirándola con una mezcla de deseo y posesividad.
El tono entre ambos cambió sutilmente, y aunque las palabras eran de broma, la tensión en el aire era palpable. Enzo la llevó al agua y comenzó a enseñarle a nadar con la misma paciencia que había mostrado antes en la piscina de la mansión. A pesar de sus miradas ocasionales hacia los demás, ambos se concentraron en disfrutar del momento. La suave caricia del agua y la cercanía entre ellos generaban una atmósfera de intimidad y confianza.
Sin embargo, pronto Amatista notó la incomodidad de Enzo y, en un tono divertido, le comentó:
—Ya estoy cansada. Vamos de vuelta a la carpa.
Él la miró, una sonrisa irónica jugando en sus labios, sabiendo que lo decía en parte por diversión, pero también porque la situación comenzaba a ser un poco incómoda.
Cuando volvieron a la carpa, Amatista comenzó a buscar su crema para hidratarse la piel, y Enzo se recostó en uno de los camastros, observándola. Ella se acercó a él, con la crema en la mano, pidiéndole que la ayudara.
Con un suspiro, Enzo comenzó a colocarle la crema en las piernas, sus manos recorriendo su piel con suavidad, mientras Amatista se centraba en aplicársela en el abdomen y el pecho. La sensación de sus dedos deslizándose sobre su piel provocaba una corriente cálida entre ellos, un deseo inconfundible que no se podía negar.
Sin embargo, Amatista, con su toque juguetón, se subió a su regazo, colocando un pie de cada lado de él. La cercanía era demasiado intensa, y los dos compartieron una mirada cómplice, casi traviesa.
—Te pusiste celoso, ¿verdad? —preguntó Amatista, sus labios curvados en una sonrisa divertida.
—Solo un poco. —respondió Enzo, sin perder su expresión seria, aunque sus ojos mostraban lo contrario.
Amatista rió suavemente, dejándose llevar por la sensación de tenerlo tan cerca, pero en un susurro, añadió:
—No tienes que ser tan celoso, amor. Pero igual, me encanta ver cómo te pones.
En la tranquilidad de la carpa privada en la playa, Enzo y Amatista estaban disfrutando de su tiempo juntos, lejos de las presiones del mundo exterior. El sonido suave de las olas rompiendo a lo lejos y la brisa cálida del océano creaban el ambiente perfecto para relajarse.
Amatista se había sentado sobre las piernas de Enzo, su cuerpo cerca del suyo, sintiendo el calor de su proximidad. Ella comenzó a acariciar suavemente su rostro, disfrutando de esa conexión casi perfecta entre ellos. Sin embargo, al ver que Enzo parecía aún tenso, ella decidió hacer algo que sabía que siempre lo relajaba: un masaje.
Con una sonrisa traviesa, Amatista comenzó a moverse suavemente en su regazo, ajustándose para quedar sentada de espaldas a él. Enzo la miró, entendiendo de inmediato lo que ella quería hacer.
—Te prometo que esto te hará sentir mejor. —dijo Amatista, mientras sus manos comenzaban a recorrer su espalda con delicadeza.
Enzo suspiró, disfrutando del toque cálido de sus manos sobre su piel. Sabía que no había otra persona que lo calmara de la misma forma que ella. Cada movimiento de sus dedos le transmitía una sensación de relajación profunda, mientras Amatista se concentraba en aligerar la tensión que sentía en sus hombros.
—Eres increíblemente buena en esto. —murmuró Enzo, cerrando los ojos por un momento mientras disfrutaba del masaje y de la cercanía que compartían.
Amatista sonrió al escuchar sus palabras, sus manos moviéndose suavemente por su espalda, presionando ligeramente en los puntos de tensión. Sabía cómo trabajar en cada músculo, y cada movimiento parecía hacerlo relajarse aún más.
—Me encanta cuando puedo hacer esto por ti, amor. —dijo mientras continuaba con sus caricias.
A medida que el tiempo pasaba, la conexión entre ambos se volvía más profunda. Enzo disfrutaba de cada caricia, y Amatista no podía evitar sentir una satisfacción genuina al ver cómo su toque le traía calma.
Enzo, sintiendo que el momento se alargaba, decidió darle un toque más personal a la situación. Sin que Amatista lo esperara, giró su cuerpo, envolviéndola con sus brazos y atrayéndola hacia él. La mirada entre ambos fue intensa, y aunque ninguno de los dos dijo una palabra, el aire entre ellos se llenó de una energía palpable.
Amatista se acomodó sobre su regazo, dejando que sus brazos se deslizaran alrededor de su cuello. El calor entre ellos era palpable, pero esta vez no había prisa. Era un momento que simplemente debían disfrutar, sabiendo que no había nada que pudiera separarlos en ese instante.
—Gracias por esto, gatita. —dijo Enzo, mientras sus dedos acariciaban suavemente su espalda.
Amatista, con una sonrisa sincera, acarició su mejilla, mirándolo a los ojos con una complicidad que solo ellos compartían.
—Lo hago con gusto. Siempre quiero verte bien, amor. —respondió, recostando su cabeza sobre su hombro mientras lo abrazaba.
El roce de sus cuerpos y la calidez del momento envolvían la carpa, mientras el sonido de las olas seguía siendo el único testigo de esa íntima conexión. Pasaron algunos minutos en ese estado de serenidad, disfrutando del contacto, del uno al otro. Después de un tiempo, Amatista rompió el silencio.
—Ya está bien por ahora, amor. ¿Qué te parece si vamos al restaurante? —sugirió, con una sonrisa traviesa en los labios, levantándose lentamente del regazo de Enzo.
Enzo la miró con cariño, sonriendo ante la manera en que Amatista se tomaba las cosas, disfrutando de cada momento y cada broma que compartían.
—Vamos, que ya te tengo lista para la cena. —dijo, mientras se ponía de pie y la guiaba hacia el camino que los llevaría al restaurante del hotel.
La cena en el restaurante fue tranquila, sin interrupciones ni miradas curiosas. El ambiente del lugar era elegante, con luces suaves que creaban una atmósfera relajante y acogedora. Enzo y Amatista se encontraban sentados en una mesa apartada, disfrutando de un plato exquisito mientras conversaban animadamente sobre distintos temas. La comida estaba deliciosa, pero lo que realmente mantenía la conversación viva era la conexión que compartían, su capacidad para hablar sobre cualquier cosa y, sobre todo, la ligereza con la que se dejaban llevar en su compañía.
Amatista, con su sonrisa juguetona, bromeaba sobre cosas cotidianas, contando anécdotas divertidas de su día o incluso de sus días en la mansión Bourth. Enzo, siempre atento, la escuchaba con cariño, agregando comentarios graciosos aquí y allá. A pesar de la tranquilidad de la cena, era claro que la química entre ellos estaba más viva que nunca. Cada gesto, cada mirada, parecía cargada de significado.
De repente, la conversación tomó un giro más personal. Enzo, con su tono serio pero también juguetón, comentó, rompiendo la atmósfera ligera:
—Creo que necesitamos comenzar a trabajar en un heredero. —su mirada se suavizó con una sonrisa, como si estuviera bromeando, pero en el fondo, sus palabras tenían una profundidad que Amatista entendió perfectamente.
Amatista lo miró sorprendida, una sonrisa divertida en sus labios.
—¿Un heredero, eh? —respondió, jugueteando con su tenedor antes de dejarlo sobre el plato—. ¿Y tú crees que estamos listos para eso, amor?
Enzo se reclinó un poco en su silla, su sonrisa cambiando a una expresión más seria. A pesar de que el tema había comenzado como una broma, algo en su mirada sugería que realmente estaba pensando en ello.
—Cuando se tiene todo lo que queremos, no hay razón para no pensar en el futuro. Y, después de todo, la idea de tener algo de mí y de ti, gatita, suena bastante bien.
Amatista se quedó en silencio por un momento, observando a Enzo mientras absorbía sus palabras. Había algo en su tono que la hacía sentir una mezcla de calidez y una pequeña dosis de ansiedad. Pero antes de que la conversación pudiera tomar un giro serio, ella decidió añadir un poco de humor a la situación.
—Bueno, deberíamos esperar un poco más, ¿no? Federico dijo que debemos esperar un tiempo prudente antes de pensar en un embarazo, ¿recuerdas?
Enzo dejó escapar una ligera risa, asintiendo.
—Lo recuerdo. Pero, ¿qué quieres decir con “prudente”? Es solo un detalle, amor. A veces hay que dejar que la vida fluya un poco más rápido, ¿no?
Amatista se echó atrás en su silla, disfrutando del tono relajado con el que Enzo hablaba, aunque no dejaba de sentir que había algo más en sus palabras. Pero no insistió más en el tema. Sabía que las cosas irían a su ritmo, y no había necesidad de apresurarlas.
La cena continuó entre bromas y risas, con ambos disfrutando de la compañía del otro, compartiendo historias de viajes, recuerdos de su infancia y algunos planes que podrían tener en el futuro. Todo parecía tan fácil cuando estaban juntos, como si el mundo fuera solo una extensión de lo que querían vivir.
Al terminar la comida, Enzo pidió la cuenta y, sin perder tiempo, se levantaron de la mesa. La noche aún era joven, y ambos sabían que lo mejor estaba por venir. Sin muchas palabras, caminaron juntos hacia la salida del restaurante, tomados de la mano, disfrutando del aire fresco de la noche.
Una vez en el hotel, la atmósfera cambiaba. La tranquilidad de la cena, la suavidad de la charla, todo parecía haber sido solo una introducción a lo que sucedería en su suite. Al llegar a su habitación, Enzo y Amatista se miraron el uno al otro con una complicidad que no necesitaba ser verbalizada.
—¿Un baño juntos? —preguntó Enzo, su mirada intensa y cargada de deseo.
Amatista asintió, sonriendo.
—Lo sabía, amor. —respondió, dándole un beso en los labios mientras caminaban hacia la ducha.
Como siempre, el baño compartido se convirtió en una pequeña rutina que les ofrecía la oportunidad de relajarse, pero también de disfrutar de la cercanía y la intimidad que solo compartían entre ellos. El agua caliente caía sobre ellos mientras sus cuerpos se movían al ritmo de la calma que los rodeaba. No necesitaban hablar mucho, solo estar presentes el uno para el otro.
Amatista, recostada en el borde de la ducha mientras Enzo la acariciaba, cerró los ojos, disfrutando del roce de sus dedos sobre su piel. Enzo, concentrado en acariciarla, la miraba con una expresión de adoración.
—Eres increíble, gatita. —dijo Enzo, su voz suave y llena de cariño mientras sus manos recorrían su espalda.
Amatista abrió los ojos, sonriendo al escucharlo.
—Lo sé, amor. Pero lo más increíble es estar aquí contigo.
Enzo, sin dejar de acariciarla, la atrajo más hacia él, sin prisas, disfrutando del momento. El contacto de sus cuerpos, el calor del agua y el roce de sus manos eran suficientes para mantenerlos en un estado de completa calma, pero también de un deseo que no podía ser ignorado.
—¿Lista para descansar, gatita? —preguntó Enzo, deteniéndose por un momento y mirándola con esos ojos que siempre lograban desarmarla.
Amatista asintió, dejando que el agua cayera sobre ellos mientras se abrazaban en silencio, disfrutando de ese instante de paz.
Después de un rato bajo la ducha, ambos se secaron y se metieron en la cama. La luz tenue de la habitación, la suavidad de las sábanas y la sensación de estar completamente relajados los envolvieron en un ambiente de comodidad. Sin muchas palabras, se acurrucaron el uno al otro, sabiendo que la conexión que compartían solo se fortalecería con el tiempo.
Amatista se quedó dormida primero, con la cabeza sobre el pecho de Enzo, y él, tras acariciar su cabello por unos minutos, también se dejó llevar por el cansancio del día. La suavidad de la noche les permitió descansar, sabiendo que al día siguiente seguirían explorando este mundo juntos, sin prisas, disfrutando de cada momento que compartían.