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Capítulo 128 Interrupciones y confesiones

La calma habitual de la Mansión Bourth parecía haberse restaurado tras la llegada del grupo del centro comercial. Amatista se dirigió a su oficina para adelantar algo de trabajo, mientras que Enzo hizo lo propio en la suya. Sin embargo, el ambiente tranquilo se quebró abruptamente con la llegada inesperada de una visita. Rita, una amiga cercana de Isis, apareció en la mansión visiblemente alterada. Su llegada no había sido anunciada, pero Isis corrió rápidamente a atenderla al escuchar los gritos desesperados en el vestíbulo. —¡Isis! —exclamó Rita con la voz quebrada mientras se abalanzaba hacia ella—. Necesito tu ayuda, ¡por favor! Isis, sorprendida, trató de calmarla. —¿Qué pasó, Rita? Tranquila, dime qué te ocurre. —Mi hermano... —sollozó Rita—. Me golpeó. Quiere obligarme a casarme con un hombre al que ni siquiera conozco. No sé a dónde más ir... Por favor, ayúdame. La escena captó la atención de Roque, quien, al ver el alboroto, fue a buscar a Enzo. Minutos después, Enzo bajó las escaleras con su típica presencia autoritaria. Rita, al verlo, se dejó caer de rodillas ante él, suplicando con desesperación. —Por favor, señor Bourth, no tengo a dónde ir. Mi hermano quiere destrozar mi vida. Si me obliga a ese matrimonio, estoy perdida. Le ruego que me deje quedarme aquí. No seré una molestia, pero no tengo a nadie más que me pueda proteger. Enzo la miró con frialdad, analizando la situación mientras Isis lo miraba expectante. —Levántate —ordenó con voz firme, pero sin brusquedad. Rita obedeció de inmediato, aunque temblando—. Puedes quedarte aquí, pero bajo ciertas condiciones. Giró su mirada hacia Isis, dejando claras sus palabras. —Isis, tú serás responsable de ella. Cualquier problema que cause, caerá sobre ti. Isis asintió rápidamente. —Por supuesto, primo. Gracias. Enzo volvió a dirigir su mirada hacia Rita. —Compórtate. No toleraré dramas innecesarios. Mariel te preparará una habitación. En una hora cenaremos. Estés lista o no, no te esperaremos. Rita asintió con los ojos todavía humedecidos, mientras Enzo llamaba a Mariel para organizar los preparativos. Luego, sin decir más, subió nuevamente a la planta alta. Enzo caminó directamente hacia la oficina de Amatista. Entró sin hacer ruido, encontrándola inclinada incómodamente sobre el escritorio. Ella no lo escuchó llegar, y cuando él habló, se sobresaltó. —¿Qué sucede, gatita? Amatista lo miró sorprendida, llevándose una mano al pecho. —¡Enzo! Me asustaste. No te escuché entrar. Solo... me duele la espalda. Creo que fue por caminar tanto. Él frunció el ceño, notando su incomodidad. —Ven, siéntate en el sillón. Te daré un masaje. Amatista lo miró con desconfianza. —¿Con tu mano lastimada? No quiero que te esfuerces. —Lo haré con la mano sana, gatita. Confía en mí. Ella dudó unos segundos, pero terminó aceptando. Se sentó en el sillón, inclinándose hacia adelante para que Enzo pudiera masajearle la espalda. Él comenzó con movimientos firmes, pero no tardó en aplicar demasiada fuerza. —¡Ay! Enzo, más suave, por favor. Me duele. Él asintió, relajando la presión. —Lo siento. Ya estoy acostumbrado a lidiar con cosas más resistentes. Amatista dejó escapar una pequeña risa, pero pronto se relajó cuando los movimientos comenzaron a calmar su dolor. Suavemente, dejó escapar un gemido de alivio, casi sin darse cuenta. —Así... ahí... más abajo, Enzo. Él obedeció, concentrándose en sus movimientos. Pero con cada pequeño gemido que Amatista dejaba escapar, su control comenzaba a desmoronarse. Cerró los ojos un momento, intentando mantenerse firme. —Mmm... así, Enzo. Se siente tan bien —susurró Amatista, inclinándose un poco más hacia adelante. Otro gemido suave escapó de sus labios, y Enzo detuvo sus manos por un instante, apretando la mandíbula. —Gatita, no me lo estás haciendo fácil —murmuró con voz grave, mientras volvía a masajearla, ahora con más cuidado. Amatista no respondió, dejando que el alivio la dominara. Sin embargo, sus gemidos continuaban, cada vez más sutiles, pero igualmente incontrolables. Enzo tensó los hombros, respirando hondo, hasta que finalmente retiró las manos con un movimiento abrupto. —No puedo seguir. Amatista se giró, confundida. —¿Por qué no? —Tus gemidos me están excitando —confesó él, pasándose una mano por el cabello con frustración—. Necesito un baño frío antes de la cena. Ella no pudo evitar reírse. —¿De verdad? Pensé que eras más fuerte que eso, Enzo. Él la miró con intensidad, una chispa de advertencia en sus ojos. —No me provoques si no piensas calmarme. Amatista volvió a reír, acomodándose en el sillón. —Cierra la puerta cuando salgas —pidió con un tono divertido. Enzo se giró para irse, pero no sin antes dedicarle una última mirada cargada de deseo contenido. Luego salió, cerrando la puerta con un leve clic. Amatista bajó las escaleras con calma, apoyando ligeramente una mano en la barandilla. Al entrar en el comedor, encontró a Isis y una mujer desconocida conversando en voz baja. Al notar la presencia de Amatista, Isis esbozó una sonrisa irónica. —Amatista, ya era hora —dijo con tono condescendiente—. Te presento a Rita, una amiga mía. Estará con nosotros por un tiempo. Amatista observó a la recién llegada: su aspecto cansado, las marcas en su rostro y la manera en que evitaba el contacto visual no pasaron desapercibidos. A pesar de su creciente curiosidad, decidió no comentar nada. —Un gusto —respondió Amatista, con una cortesía medida que apenas disimulaba su desconfianza. Rita murmuró un saludo, evitando cruzar miradas. Isis, por su parte, notó la tensión en el aire y aprovechó para presionar. —Amatista, trata de ser un poco más amable. Rita no necesita sentirte tan fría. Amatista le dirigió una mirada impasible. —No quiero incomodarla. Si necesita algo, sabrá pedírmelo. El ambiente ya estaba cargado cuando la puerta del comedor se abrió de golpe. Enzo entró con pasos firmes, recién bañado, su camisa desabrochada en el cuello y el cabello aún húmedo. Su sola presencia pareció absorber la atención de todos. Sin decir una palabra, se dirigió a Mariel. —Sirve la cena. Isis lo miró con curiosidad antes de soltar su característico comentario incisivo. —Llegaste tarde. Qué raro en ti, siempre tan estricto con la hora de comer. ¿Qué pasó? Enzo se sentó con calma, llenándose un vaso de agua antes de responder. —Tuve un inconveniente. Amatista, recordando lo ocurrido momentos antes en su oficina, dejó escapar una pequeña risa. Enzo giró su mirada hacia ella, rápida pero significativa, sin decir nada. La atención de Rita, aunque discreta, se desvió hacia ellos. Mariel llegó con la comida, sirviendo cada plato con eficiencia. Amatista notó que su porción era diferente, siguiendo las recomendaciones que Federico había dejado para su embarazo. Cuando todos comenzaron a cenar, el silencio se apoderó del lugar. Sin embargo, ella decidió romperlo. —Mañana vendrá Daniel para el tema de la prueba de ADN. Enzo asintió sin mostrar emoción. —Avísame cuando llegue. Quiero saludarlo. Amatista asintió. Enzo continuó hablando con la misma calma. —Por la tarde entregarán la cuna y la mecedora. Amatista arqueó una ceja, sorprendida. —¿Tan rápido? —Pagué extra para que llegaran antes —respondió Enzo. Isis no tardó en intervenir con tono burlón. —¿No que tanto te molestaba lo que gasté? Al final desperdicias dinero en un envío rápido. Enzo dejó su vaso sobre la mesa con un movimiento medido, mirándola de reojo. —La cuna y la mecedora son para mi esposa y mi hijo. Lo tuyo fueron caprichos. Además, recuerda que tienes padres que pueden pagarte. Hizo una pausa deliberada antes de agregar, con una sonrisa socarrona: —Si no fueras mi prima, ni siquiera te pagaría nada. Isis fingió indignación, llevándose una mano al pecho. —Qué cruel, hermano. Sabes que te quiero, ¿verdad? Amatista aprovechó la oportunidad para cambiar el tema, aunque no pudo evitar mostrar cierto interés. —¿Dónde pondremos la cuna y la mecedora? Enzo la miró, pensativo. —Podríamos decorar una de las habitaciones y empezar a preparar todo. —Aún no sabemos el sexo del bebé. Y todavía falta para que nazca —señaló Amatista. Enzo negó con la cabeza, sonriendo con confianza. —No importa. Cuando menos lo esperemos, el niño estará aquí. Amatista bajó la mirada hacia su plato, reflexionando. Aunque era temprano para preparar todo, sabía que Enzo tenía razón. —Supongo que tienes razón... —admitió. Enzo, animado, continuó. —Llamaré a Emilio, Mateo, Massimo y Paolo. Todos querían colaborar con la decoración. Amatista sonrió con algo más de sinceridad. —Será divertido verlos discutir. Enzo se rio. —No es tan complicado preparar una habitación para un bebé. Rita, que había permanecido en silencio todo este tiempo, habló por primera vez. —Cuando decoraron la habitación de mi hermano pequeño, mi padre se volvió loco armando la cuna. Su comentario alivió un poco la tensión, arrancando sonrisas de todos en la mesa. Cuando terminaron de cenar, Amatista se excusó para regresar a su habitación. Sus pasos eran tranquilos, aunque cada movimiento le recordaba el dolor en su espalda baja. Al llegar, encendió una lámpara tenue y se preparó para un baño relajante. Se sumergió en la bañera, dejando que el calor del agua aliviara la tensión acumulada en su cuerpo. Cerró los ojos un momento, permitiéndose olvidar las tensiones de la cena y el constante escrutinio que sentía hacia Rita. Tras unos minutos, salió del agua, se secó y eligió uno de sus pijamas cómodos, de tela ligera, para dormir. Se sentía más aliviada, aunque aún tenía el peso del cansancio encima. Estaba sentada en la cama, cepillándose el cabello, cuando la puerta se abrió y apareció Enzo con una sonrisa en el rostro. —Traje esto para ti, gatita. —Dijo mientras sostenía unas almohadillas calientes en las manos—. Mariel me aseguró que te harían bien para el dolor. Amatista lo miró con una mezcla de ternura y diversión. —¿Y también te dio la idea de venir hasta aquí, o solo es una excusa para quedarte a dormir conmigo? Enzo dejó las almohadillas sobre la cama y se rio. —Si te soy sincero, iba a pedirte que me dejaras dormir contigo, pero esto es un buen plus, ¿no crees? Amatista negó con la cabeza, divertida, mientras tomaba las almohadillas y las colocaba sobre su espalda baja, suspirando al sentir el alivio inmediato. —Bien, puedes quedarte, pero nada de excusas la próxima vez. Enzo sonrió de lado, con esa mirada que siempre llevaba consigo una mezcla de confianza y coquetería. Luego tomó su pijama, un pantalón ligero, y comenzó a desabrocharse el cinturón con movimientos naturales. Amatista levantó la vista al escuchar el ruido de la hebilla y lo vio cambiarse con una calma que a ella le pareció casi desafiante. No era la primera vez que lo veía así, pero no podía evitar notarlo: sus movimientos eran seguros, fluidos, y cada gesto parecía calculado sin esfuerzo. Cuando quedó sin camisa, dejó al descubierto la cicatriz reciente en su hombro, además de otras marcas que hablaban de un pasado lleno de peligros. —¿Qué haces? —preguntó Amatista, arqueando una ceja—. Usa el baño o el vestidor, Enzo. Enzo, sin inmutarse, terminó de cambiarse el pantalón y le respondió mientras doblaba la ropa que se quitó. —¿Por qué? Antes hacíamos todo juntos, ¿no? Nos cambiábamos, nos bañábamos… —se giró hacia ella con una sonrisa pícara—. Incluso hemos tenido sexo cientos de veces. Amatista suspiró, pero no apartó la mirada. —Es diferente. Aún no estamos juntos… Seguimos separados. —Eso es cuestión de tiempo, gatita —dijo Enzo con un tono juguetón mientras se acercaba al otro lado de la cama. Luego, levantando las manos como si se rindiera, añadió—: Pero está bien, la próxima vez usaré el vestidor o el baño. Prometido. Amatista soltó una pequeña risa. —Muy considerado de tu parte. Por cierto, ¿por qué no te volviste a vendar la herida? Enzo rodó los ojos, como si fuera un detalle menor. —Lo olvidé. Tuve que darme una ducha con agua fría… por tu culpa, por cierto. Amatista se rio con ganas, sabiendo a lo que se refería. —Anda, trae las vendas. Te haré el vendaje y luego podremos descansar. Sin discutir, Enzo fue al baño y regresó con todo lo necesario. Amatista lo esperó sentada en la cama, observando cómo él se inclinaba para dejar las cosas junto a ella. Sin perder tiempo, tomó las vendas y comenzó a trabajar con cuidado. —¿Tomaste los remedios? —preguntó, manteniendo la atención en su hombro. —Sí, no te preocupes. Amatista terminó de vendarlo rápidamente y dejó todo sobre la mesa de noche junto con las almohadillas. Luego se acomodó para descansar, sintiendo cómo el peso del día comenzaba a desvanecerse. Enzo no tardó en recostarse junto a ella, quedando lo suficientemente cerca como para que sus respiraciones se mezclaran. Amatista cerró los ojos, pero antes de perderse en el sueño, escuchó su voz grave y suave. —Gatita, ¿qué opinas de Rita? Amatista, medio dormida ya, respondió con voz perezosa. —Hablamos mañana… Tengo mucho sueño, Enzo. Él sonrió, encantado con lo adorable que se veía en ese estado de tranquilidad. —Está bien, descansa, gatita. Sin decir más, Enzo se acercó un poco más, acortando la distancia entre ambos. Con movimientos suaves, levantó la mano y la colocó sobre el vientre de Amatista, casi de forma instintiva. Era un gesto protector, cargado de significado, como si quisiera conectarse con la nueva vida que crecía en su interior. Amatista, que parecía estar a punto de quedarse dormida, abrió los ojos apenas un poco al sentir el contacto. No dijo nada, pero su expresión se suavizó aún más. Levantó su propia mano y la colocó encima de la de Enzo, entrelazando ligeramente sus dedos con los de él. —¿Qué haces? —preguntó en un susurro, su voz apagada por el cansancio, pero teñida de ternura. —Solo… quiero sentirlo. —Enzo respondió en un tono bajo, como si sus palabras fueran un secreto compartido entre ellos. Miraba su vientre con una mezcla de asombro y orgullo. Amatista cerró los ojos de nuevo, dejando que un pequeño suspiro escapara de sus labios. —Aún falta mucho para que puedas sentir algo —murmuró, aunque en su tono no había reproche, solo una leve diversión. —Lo sé —respondió Enzo, apretando suavemente sus dedos contra los de ella—. Pero me gusta pensar que ya sabe que estoy aquí. Amatista no pudo evitar sonreír ante esas palabras. Había algo en la forma en que Enzo hablaba que le transmitía una tranquilidad que pocas cosas podían igualar. Aunque aún no había procesado del todo lo que significaba estar embarazada, en ese momento sintió una conexión con él que parecía ir más allá de las palabras. Se acomodó un poco más cerca de Enzo, dejando que su cabeza descansara contra su pecho. El ritmo constante de su respiración la envolvía, haciéndola sentir segura. —Descansa, Enzo. Ya es tarde —murmuró, su voz desvaneciéndose mientras el sueño la iba reclamando poco a poco. —Tú también, gatita —respondió él, sin mover la mano de donde estaba, como si ese contacto fuera un ancla que los mantenía unidos. El silencio de la habitación se llenó con la quietud de la noche, y poco a poco ambos se entregaron al sueño. Las manos unidas sobre su vientre eran un recordatorio de la promesa silenciosa que compartían: cuidar uno del otro y del pequeño lazo que ahora los unía aún más profundamente.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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