Capítulo 132 Preparativos y sospechas
Amatista y Enzo llegaron a la mansión poco después de su cita médica. El auto se detuvo frente a la imponente entrada, y Enzo, como siempre, se apresuró a rodear el vehículo para abrirle la puerta a Amatista. Ella aceptó su mano con una ligera sonrisa, agradecida por su atención, y con cuidado salió del auto. Su vientre comenzaba a notarse más, y aunque todavía podía moverse con facilidad, Enzo no dejaba de protegerla en cada paso que daba.
—Gracias, amor —dijo Amatista, acomodándose el vestido mientras caminaban hacia la puerta principal.
Enzo le dedicó una mirada cargada de complicidad y añadió:
—No tienes que agradecer, gatita.
Al ingresar a la mansión, los recibió Roque, quien esperaba en el recibidor con una expresión seria.
—Enzo, tengo novedades —anunció, captando de inmediato la atención del jefe de la casa.
—¿Qué averiguaste? —preguntó Enzo, señalando con un leve movimiento que continuara.
—Investigamos a fondo a Rita, pero no encontramos nada sospechoso en su historial. Sin embargo, descubrimos que ella e Isis no son amigas desde hace mucho tiempo. Se conocieron hace poco más de dos años.
Enzo asintió, pensativo, pero su mirada seguía reflejando duda.
—No sé, Roque... Aun así, hay algo que no me convence.
Amatista intervino, acercándose a Enzo.
—A mí me pasa lo mismo. Tal vez sea porque estamos con la guardia alta después de todo lo que ocurrió con Albertina, pero no me siento tranquila con ellas aquí.
Enzo suspiró, pasando una mano por su cabello.
—No importa. Lo mejor será que nos preparemos para esta noche. Más tarde hablaremos de esto con más calma.
Amatista asintió y, antes de retirarse, miró a Roque con una sonrisa cálida.
—Por cierto, Roque, tenemos una buena noticia. El bebé es un niño.
El rostro del hombre se iluminó con una expresión de emoción genuina.
—¡Felicidades a ambos! Eso es maravilloso.
Enzo agradeció con un gesto, mientras Amatista tomaba su mano para dirigirse juntos hacia las escaleras.
Una vez en la habitación, Amatista se dejó caer suavemente en la cama, soltando un suspiro de alivio.
—Aún es temprano, amor. Prefiero descansar un rato y luego podemos darnos un baño y prepararnos.
Enzo sonrió de lado, su tono coqueteando ligeramente.
—Descansa, gatita. Yo aprovecharé para hacer unas cosas, pero luego vendré a llamarte. Nos bañaremos juntos.
Ella lo miró con una mezcla de diversión y complicidad.
—Está bien. Estoy cansada, así que no tardes mucho.
Enzo salió de la habitación, dejando que Amatista descansara, y mientras descendía las escaleras, se cruzó con Isis y Rita, que regresaban del centro comercial. Isis, con una sonrisa amplia, extendió la tarjeta que Enzo les había prestado.
—Gracias por el regalo, primo —dijo, su tono cargado de entusiasmo.
Rita, a su lado, añadió con amabilidad fingida:
—Sí, muchas gracias, Enzo.
Él tomó la tarjeta sin mostrar emoción alguna.
—Estén listas para las ocho. Si no lo están, tendrán que ir solas.
El tono cortante y frío de Enzo hizo que Isis reprimiera un gesto de molestia, mientras Rita se limitaba a asentir con la cabeza. Ambas se dirigieron a sus respectivas habitaciones.
—Pasa por mi habitación luego, Rita. Te ayudaré a maquillarte para que quedes perfecta —susurró Isis mientras subían las escaleras, una chispa de determinación brillando en sus ojos.
Por su parte, Enzo continuó hacia su oficina. Al llegar, cerró la puerta detrás de él y se dejó caer en la silla de su escritorio. Sus dedos marcaron un número en su teléfono, y tras unos segundos, escuchó la voz de su madre, Alicia, al otro lado de la línea.
—Hola, mamá.
—Enzo, querido. Qué sorpresa recibir tu llamada —respondió Alicia con calidez.
—Quería contarte algo. Me reconcilié con Amatista y... vamos a tener un hijo. Es un niño.
El tono emocionado de Alicia fue inmediato.
—¡Enzo! Eso es maravilloso. Estoy tan feliz por ustedes.
—Gracias, mamá. Por favor, saluda a Alessandra de mi parte. Dile que pronto le presentaremos a su sobrino.
—Lo haré, cariño. Pero, Enzo... cuídala mucho. Amatista necesita toda tu atención.
—No tienes que preocuparte por eso —respondió Enzo, con un tono que no admitía dudas.
Enzo pasó un rato en su oficina revisando documentos y haciendo llamadas relacionadas con sus negocios. Su semblante reflejaba concentración mientras ordenaba asuntos pendientes antes de la fiesta. Entretanto, en sus habitaciones, Isis y Rita se preparaban. Isis, siempre perfeccionista, ajustaba el peinado de Rita con esmero.
—Rita, recuerda no sobrepasarte esta noche. Solo debes causar una buena impresión, no parecer desesperada —comentó Isis, observando el reflejo de ambas en el espejo.
—No te preocupes, Isis. Sé lo que hago —respondió Rita con una sonrisa calmada. Aunque su tono era suave, su mente estaba llena de estrategias.
Enzo, tras verificar que todo estaba bajo control, decidió que era hora de despertar a Amatista. Al entrar en su habitación, la encontró profundamente dormida, abrazando una de las almohadas. Se acercó con cuidado y le susurró al oído:
—Gatita, ya es hora.
Amatista se removió ligeramente, cubriendo su rostro con la mano.
—Cinco minutos más, amor…
Enzo sonrió, inclinándose para besarla en la frente.
—A veces eres tan madrugadora y otras tan perezosa que no sé qué esperar de ti. Vamos, o llegaremos tarde.
Con algo de esfuerzo, Amatista finalmente abrió los ojos. Tras un bostezo, se estiró antes de levantarse. Juntos, se dirigieron al baño, donde compartieron una ducha que se convirtió en un momento relajado, lleno de risas y comentarios juguetones.
Al salir, envueltos en toallas, Amatista buscó el botiquín y le pidió a Enzo que se sentara en el borde de la cama.
—Déjame revisarte el hombro. El vendaje se mojó, y no quiero que la herida empeore —dijo, preocupada, mientras comenzaba a trabajar con delicadeza.
Enzo la observó en silencio, disfrutando de la atención.
—Tienes manos mágicas, gatita. Aunque prefiero cuando me tocas por otros motivos —bromeó, haciéndola sonrojar.
—Cállate y quédate quieto, amor —respondió ella, aunque no pudo evitar reírse.
Cuando terminó, ambos se vistieron. Amatista eligió el vestido celeste de seda que Enzo le había regalado. El escote en la espalda se ajustaba perfectamente con los cordones de seda que ella intentaba atar, aunque el diseño le resultaba un poco complicado.
—Amor, ¿puedes ayudarme? Pero no lo ajustes demasiado por mi vientre —pidió, mirando a Enzo por encima del hombro.
Enzo se acercó y comenzó a atar los cordones con calma, dejando que sus dedos rozaran su piel.
—¿Sabes lo que me haces sentir al verte con este vestido? —murmuró cerca de su oído, su voz cargada de deseo.
Amatista sonrió de forma coqueta y, con un destello desafiante en sus ojos, respondió:
—No lo sé, amor. Pero puedo asegurar que me veré aún mejor cuando decida quitármelo.
Enzo dejó escapar una breve risa, encantado con su atrevimiento, antes de inclinarse un poco más.
—Eres peligrosa, gatita. ¿Cómo se supone que me concentre esta noche con pensamientos como ese?
Luego, lo ayudó a acomodar su traje y a colocarse la corbata, ajustándola con cuidado. Mientras lo hacía, Enzo la observaba con una intensidad cautivadora, su mirada fija en cada uno de sus movimientos.
—Listo, amor. Ahora sí estás perfecto —dijo Amatista con una sonrisa satisfecha, alisando suavemente las solapas del traje.
Enzo inclinó un poco la cabeza hacia ella, dejando que su tono seductor llenara el aire.
—Perfecto para ti, gatita. Porque solo tú tienes permiso para admirarme así... como yo a ti.
Amatista soltó una suave risa, pero antes de que pudiera responder, Enzo rozó su mejilla con el dorso de sus dedos y añadió:
—Y no olvides, amor, que esa belleza que luces es solo mía.
Ella alzó la barbilla, devolviéndole una mirada desafiante.
—Lo sé, pero recuerda que yo también te quiero solo para mí.
Amatista se maquilló rápidamente, resaltando sus rasgos naturales. Bajaron juntos hacia la sala principal, donde Roque los esperaba.
—El auto está listo, señor. Isis y Rita ya están en la entrada.
—Gracias, Roque. Vamos, gatita.
—Espera, amor. Mejor me cambio los zapatos por algo más bajo. Si no, me dolerán los pies después de tanto tiempo.
Enzo se rió y asintió.
—Está bien, te espero.
Mientras Amatista regresaba a su habitación, Enzo salió a la entrada y se dirigió a Isis y Rita.
—Suban al auto —dijo de manera despreocupada, sin prestarles mucha atención.
Isis, acostumbrada a la indiferencia de su primo, simplemente frunció el ceño antes de subir. Rita, por su parte, suspiró.
—Ni siquiera me miró…
—No importa. Concéntrate en lo que realmente necesitamos lograr —respondió Isis con un tono frío.
Pocos minutos después, Amatista salió. Enzo se apresuró a abrirle la puerta del auto, ayudándola a subir con cuidado al asiento del copiloto. Después, tomó el volante y comenzaron el viaje hacia el salón de fiestas.
Al llegar, Enzo bajó primero y, como era habitual, ayudó a Amatista a salir del auto. Sus dedos se posaron con firmeza en su cintura mientras la guiaba hacia la entrada del salón. Isis y Rita, por su parte, descendieron del vehículo por su cuenta y caminaron detrás de la pareja, intercambiando miradas y comentarios en voz baja.
Al ingresar, la elegancia del salón era innegable. Las vitrinas con las joyas relucían bajo una iluminación estratégicamente colocada que resaltaba cada detalle. Enzo y Amatista fueron recibidos por un grupo de rostros familiares: Massimo, Emilio, Paolo, Mateo, Clara, Valentino, Alejandro, Manuel, Felipe, Maximiliano, Mauricio Sotelo, Sofía, Alba y Bianca. Todos vestían con impecable sofisticación, acorde a la magnitud del evento.
Los saludos iniciales fueron cordiales, cargados de comentarios amables sobre el evento y la atmósfera. Massimo fue el primero en estrechar la mano de Enzo y Amatista, su sonrisa afable denotando aprobación.
—Un evento espectacular. La colección promete mucho —comentó, observando las vitrinas desde su posición.
Mateo y Clara se acercaron a Amatista con sonrisas cálidas.
—Amatista, luces radiante como siempre —dijo Clara, genuinamente impresionada.
—Gracias, Clara. Tú también te ves increíble —respondió Amatista, devolviéndole el cumplido con sinceridad.
Rita permaneció cerca, su actitud tímida y humilde no llamando mayor atención. Sin embargo, sus ojos se desviaban con frecuencia hacia Enzo, observándolo de reojo mientras él interactuaba con los demás. Cada tanto, inclinaba ligeramente la cabeza o se alisaba el vestido, buscando disimular su interés. Isis, en cambio, se mantenía distante pero vigilante, enfocada en analizar cada interacción.
La atención de todos pronto se centró en las joyas dispuestas en las vitrinas. La colección, con sus 25 piezas, estaba perfectamente iluminada, destacando el trabajo exquisito en cada diseño. Los invitados avanzaron por el salón en pequeños grupos, intercambiando opiniones. Paolo, con su carácter afable, no perdió la oportunidad de bromear con Massimo.
—¿Y tú qué dices? ¿Ese reloj iría bien con tu personalidad? —preguntó, señalando uno de los relojes masculinos con una sonrisa traviesa.
Massimo rio entre dientes.
—Quizá, pero creo que a Mateo le quedaría mejor. Es más su estilo.
Mateo, que estaba cerca, levantó una ceja con una sonrisa burlona.
—Si yo lo llevo, entonces tendrás que aceptar que siempre te verás menos elegante a mi lado.
Las risas se extendieron entre ellos, aligerando la formalidad del ambiente. Mientras tanto, Amatista observaba las joyas con discreción, su mirada detenida en una de las pulseras femeninas. Enzo se inclinó hacia ella, hablando en voz baja.
—Es tu obra, gatita. ¿Ves cómo los tienes a todos fascinados? —susurró, su tono cargado de orgullo.
Amatista sonrió suavemente, sintiendo un cálido alivio al escuchar esas palabras.
—Espero que realmente lo estén. Quiero que todo salga perfecto.
Enzo tomó su mano y la apretó con ternura, su mirada fija en ella.
—Lo está. Confía en mí.
Mientras tanto, Bianca y Alba examinaban los collares femeninos, discutiendo cuál sería más adecuado para una gala. Alejandro, siempre elocuente, compartía sus impresiones sobre los gemelos masculinos con Valentino y Mauricio, mientras que Emilio permanecía cerca de Amatista, observando la dinámica del grupo con interés.
Rita se acercó a Enzo en un momento oportuno, con una sonrisa tímida.
—Las joyas son magníficas, Enzo. Es un evento digno de admirar —dijo, su tono cuidadosamente modulado para no parecer demasiado efusiva.
Enzo asintió sin mucho interés, manteniendo su atención en Amatista.
—Sí, lo son.
Rita disimuló su incomodidad ante la respuesta seca, retrocediendo sutilmente para no llamar la atención. Isis, desde la distancia, tomó nota de la interacción, entrecerrando los ojos mientras pensaba en cómo proceder.
La noche avanzaba con elegancia y cierto aire de complicidad entre los invitados. Isis, que observaba cada movimiento desde la distancia, se inclinó hacia Rita mientras ambas se servían una copa de vino.
—No te desanimes —murmuró Isis, con una sonrisa afilada—. Tienes que ser más sutil, pero constante. Él no es invencible.
Rita asintió con una leve sonrisa, manteniendo su fachada de humildad.
—Tienes razón. Lo intentaré.
Mientras tanto, Clara se acercó a Amatista con admiración en los ojos, observando las vitrinas con las joyas.
—Esta colección es increíble. ¿Quién diseñará piezas tan maravillosas? —preguntó, con genuino interés.
Amatista sonrió, pero antes de que pudiera responder, Santiago, que estaba cerca, intervino de forma natural.
—Eso es un secreto bien guardado, Clara. Lo importante es que están causando sensación. —Con un gesto profesional, se dirigió a otros invitados—. Si están interesados, podemos empezar a gestionar algunos pedidos desde ahora.
Santiago aprovechó la oportunidad para acercarse a Amatista mientras los demás continuaban explorando. Bajó la voz lo suficiente para que nadie más lo escuchara.
—La colección es un éxito absoluto, Amatista. Felicidades.
Ella le dedicó una sonrisa breve pero agradecida, susurrando:
—Gracias, Santiago.
Cerca de ellos, Enzo observaba con atención. Cuando Santiago se alejó, se acercó a Amatista con una mirada intensa.
—Gatita, tus diseños son excepcionales. Estoy pensando en comprar la colección completa.
Amatista soltó una leve risa, mirándolo de reojo.
—Amor, creo que estás exagerando.
Enzo negó con un leve movimiento de cabeza, colocando su mano en el vientre de Amatista con firmeza pero con ternura.
—No lo hago. Algunas de estas joyas serán para nuestro futuro hijo.
Ella rio suavemente, sin sonrojarse, y negó con la cabeza.
—Estás completamente loco.
Enzo se inclinó hacia su oído, dejando que su voz baja y grave acariciara sus sentidos.
—Loco me voy a volver esta noche cuando te quite ese vestido, gatita.
Amatista lo miró con una sonrisa desafiante, sabiendo que esa chispa entre ellos era única
Isis observó a Enzo y Amatista desde la distancia, con una mezcla de frustración y desdén que apenas lograba ocultar. Se inclinó hacia Rita, fingiendo un gesto de camaradería mientras hablaba en un susurro.
—Tal vez el problema es que él no te ve tan vulnerable como crees. —Isis esbozó una sonrisa fría y calculadora—. A los hombres como Enzo les gusta sentir que están protegiendo a alguien. Les da poder, control.
Rita, que aún no se daba por vencida, levantó una ceja.
—¿Y qué sugieres que haga?
Isis miró alrededor para asegurarse de que nadie estuviera escuchando.
—Si quieres disipar sus dudas, necesitamos algo más convincente. Tu padre y tu hermano pueden ayudarte. Que la escena sea perfecta: tú, amenazada en su propia mansión. Será imposible para Enzo ignorarlo.
Rita vaciló por un momento, pero luego asintió, dejando que las palabras de Isis tomaran forma en su mente.
—Está bien. Lo haré.
—Bien —respondió Isis con una sonrisa satisfecha—. Recuerda, el objetivo es que él vea a una mujer que necesita ser protegida, no una que compita con su control.