Capítulo 147 Revelaciones entre sombras
La luz tenue de la mañana se filtraba por las ventanas, mientras Roque revisaba su teléfono. Había recibido un mensaje de Tomas y Eugenio temprano ese día. Las noticias eran claras: las imágenes habían sido manipuladas, y habían logrado rastrear una dirección IP que correspondía a una casa en las afueras de la ciudad.
—Deberías ir a averiguar quién pagó por el trabajo —sugirió Tomas durante la llamada.
Roque asintió al otro lado de la línea.
—Dame la dirección. Me encargaré.
Apuntó los detalles y cortó la llamada. Guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta y salió del lugar donde se hospedaba, decidido a llegar al fondo del asunto.
En la mansión del campo, Enzo despertó con el cuerpo pesado y un leve dolor de cabeza, todavía sintiendo los efectos del alcohol de la noche anterior. Se pasó una mano por el rostro y se levantó lentamente, dirigiéndose al baño para despejarse con una ducha fría.
El agua corrió por su cuerpo, pero no logró borrar la sensación de vacío que lo consumía. Su mente, como siempre, regresaba a Amatista. Al terminar, se envolvió en una toalla y se dirigió al vestidor para vestirse.
Allí, sus ojos volvieron inevitablemente hacia las prendas que pertenecían a Amatista. A pesar del tiempo, aún conservaban su esencia: ese perfume delicado que le recordaba los momentos en los que ella estaba a su lado, esperándolo con una sonrisa.
—Gatita… —murmuró, casi sin darse cuenta.
Apretó la mandíbula, apartando la mirada con fuerza. Se vistió con rapidez, poniéndose un traje oscuro y ajustando los puños de la camisa con movimientos automáticos. Cuando estuvo listo, salió hacia el club de golf para reanudar las negociaciones pendientes.
En el Club Bourth, el ambiente era solemne, con el sonido de copas chocando a la distancia y el murmullo de conversaciones en las mesas cercanas. Enzo llegó con puntualidad, su porte impecable y su mirada imperturbable, aunque su semblante frío era un reflejo del muro que había levantado desde la huida de Amatista.
Enzo ingresó a la sala privada, donde Emilio, Mateo, Massimo, Paolo, Samuel, Nicolás y Emir ya lo esperaban. Las interacciones entre ellos habían cambiado en las últimas semanas; la camaradería que una vez definió su relación ahora era reemplazada por una dinámica más estrictamente profesional.
—Enzo —saludó Emilio, levantándose para estrechar su mano—. Puntual como siempre.
—No me gusta perder el tiempo —respondió Enzo, tomando asiento en la cabecera de la mesa.
Mateo le dirigió un breve asentimiento, pero evitó cruzar palabras innecesarias. Massimo y Paolo, usualmente bromistas, se limitaron a un saludo formal, reflejando la distancia que Enzo había impuesto entre ellos.
Encendió un cigarrillo con su característico encendedor, sus dedos acariciando el grabado mientras hablaba.
—Hablemos del proyecto del centro comercial. No quiero retrasos. Esto debe estar cerrado antes de que termine el mes.
Los hombres asintieron, tomando nota de inmediato. Fue Emilio quien rompió el silencio:
—La ausencia de Leonel y Santino ha complicado algunos aspectos de las negociaciones iniciales.
—No es un problema —respondió Enzo sin levantar la vista de su cigarrillo—. Dario, Mariano y Juan se integrarán al proyecto. Se encargarán de las tareas pendientes.
Massimo intervino con cuidado:
—Dario tiene experiencia con contratistas; podemos asignarle la supervisión de las construcciones más importantes.
—Mariano puede manejar las negociaciones de terrenos —añadió Paolo, ajustando sus documentos—. Conoce a las personas clave.
—Y Juan se encargará de la financiación adicional —concluyó Enzo, apagando el cigarrillo en el cenicero de cristal. Su tono era frío, casi mecánico.
Mateo se atrevió a preguntar:
—¿Y con los terrenos que manejaban Leonel y Santino? Las negociaciones quedaron estancadas.
—Reasignen esa tarea a Mariano. Si algo no puede resolverlo, lo manejaré yo directamente —dijo Enzo sin titubear, su tono cortante dejando claro que no quería más preguntas.
Los demás intercambiaron miradas, pero nadie dijo nada. Aunque su liderazgo seguía siendo incuestionable, la distancia que Enzo había puesto entre ellos era evidente. Emilio, quien lo conocía desde hacía años, lo observaba con preocupación, pero sabía que cualquier intento de acercarse sería rechazado.
La reunión continuó con detalles técnicos y ajustes al cronograma. Enzo lideraba con la precisión de siempre, pero su mente seguía atrapada en un torbellino emocional. Cada pausa entre palabras era un recordatorio del peso de su obsesión, que se manifestaba en sus gestos al girar el encendedor entre los dedos, como si acariciar el grabado lo conectara con algo que no podía soltar.
Cuando la reunión terminó, los socios comenzaron a dispersarse. Emilio se acercó a Enzo antes de salir.
—Todo saldrá según lo planeado.
Enzo le dirigió una mirada breve, sin emoción.
—Eso espero.
Guardó el encendedor en su bolsillo y salió de la sala, dejando a Emilio observándolo en silencio, consciente de que el hombre frío y calculador que acababa de dirigir la reunión ya no era el mismo amigo que había conocido años atrás.
Mientras tanto, en Santa Aurora, Amatista terminaba su reunión con los diseñadores de Valmont Designs. La presentación de sus ideas había sido un éxito, y los comentarios positivos no tardaron en llegar.
Uno de los diseñadores principales, un hombre de mediana edad con una sonrisa afable, se acercó al final de la reunión.
—Señorita Fernández, su talento es excepcional. Nos encantaría contar con usted en nuestro equipo una vez que finalicen sus pasantías.
Amatista parpadeó, sorprendida por la oferta.
—Es un honor, pero… aún quedan más de cuatro meses para que termine mi período aquí.
—Lo sabemos, pero queríamos adelantarnos. Es algo para que lo piense.
Amatista agradeció con una sonrisa, aunque su mente estaba dividida. ¿Sería esta su nueva oportunidad? ¿O debía regresar a la ciudad, donde aún quedaban tantos cabos sueltos?
Entendido, aquí tienes la escena ajustada para no adelantar los próximos sucesos:
Mientras la tarde caía, Roque llegó a la dirección que Tomas y Eugenio le habían proporcionado. Era un lugar apartado, alejado de la ciudad, que no ofrecía mucho más que silencio y una sensación de abandono. Al entrar, se encontró con el hombre que había realizado las modificaciones en el video y las fotos. Era un tipo de aspecto sucio y nervioso, que reaccionó al instante ante la presencia de Roque. Sin palabras, Roque lo agarró por el cuello y lo presionó contra la pared, exigiendo respuestas.
—¿Quién te pidió hacer ese trabajo? —demandó Roque, su voz tensa y fría.
El hombre, tembloroso, intentó apartarse, pero Roque lo mantuvo inmóvil con una mano firme. Al principio, el hombre no dijo nada, solo balbuceó de miedo. Pero a medida que las amenazas de Roque se intensificaron, finalmente rompió en llanto y soltó el nombre.
—Albertina... —murmuró, entre sollozos. —Fue una mujer llamada Albertina. Ella me pidió que lo hiciera, no sé nada más, solo que me dio instrucciones claras de modificar las fotos y el video.
Roque lo soltó de golpe y lo empujó hacia atrás, mirando al hombre con desdén. Este, ahora fuera de sí, se desplomó sobre la silla.
—¿De dónde la conocías? —preguntó Roque, sin perder la calma.
—No lo sé… sólo… sólo vino aquí, me dejó el trabajo y me pagó bien.
Roque dio un paso atrás, procesando la información. Albertina. La mujer que había tenido una relación con Enzo, que en su desesperación lo había amenazado a él y a Amatista, y que había quedado marcada por su fracaso y sus actos desmedidos. Al parecer, ella era quien había movido los hilos para que las fotos y el video aparecieran de esa manera.
—Está bien. No necesitas decir nada más. —Roque se volvió hacia la puerta—. No intentes contactar a nadie. Si hablas, no saldrás de aquí con vida.
Con eso, Roque salió del lugar, su mente centrada en la revelación que acababa de recibir. Albertina había sido quien había solicitado todo, y ahora todo apuntaba hacia ella, sin lugar a dudas.
Roque, después de salir del lugar donde había obtenido la información, no perdió tiempo. Sabía que debía comunicarle a Amatista lo que había descubierto. Sacó su teléfono y marcó su número. Después de unos segundos, escuchó su voz al otro lado de la línea.
—¿Roque? —dijo Amatista, algo tensa. —¿Qué sucedió?
—Ya tengo la información, Amatista. La mujer que está detrás de todo esto es Albertina. Fue ella quien dio la orden de modificar las fotos y el video, según el hombre con el que hablé.
Amatista se quedó en silencio por un momento, procesando la noticia. Finalmente, respondió con cierta incredulidad en su voz.
—¿Albertina? No tiene mucho sentido… ¿Por qué lo haría? Si no gana nada con eso, ¿por qué involucrarse?
Roque suspiró, reconociendo que, aunque la pista parecía clara, aún había muchas preguntas sin respuesta.
—A mí tampoco me cuadra. No tiene lógica, pero lo que me dijo el hombre no deja lugar a dudas. Lo mejor será investigar más antes de sacar conclusiones. No quiero lanzar acusaciones sin tener pruebas sólidas.
Amatista asintió desde el otro lado, entendiendo el enfoque de Roque.
—Está bien, pero si al final del mes no tenemos nada más concreto, le diremos a Enzo todo lo que tenemos. Al menos él sabrá que no le fui infiel. —Su voz se tornó decidida.
Roque asintió, aunque sabía que esa revelación podría ser el punto de no retorno. Sin embargo, lo importante ahora era encontrar respuestas definitivas.
—Lo entiendo. No te preocupes, investigaremos más a fondo.
Amatista dudó un instante, como si estuviera tomando una decisión importante.
—Roque, hay algo más que necesito. Quiero que consigas fotos de Santiago. No te lo había mencionado antes, pero necesito que las tengas. —Su tono cambió ligeramente, como si las palabras le costaran—. Santiago es… es gay, tiene un novio llamado Alejo. Si Enzo llegara a ver esas fotos, entendería que me tendieron una trampa a mí y a Santiago.
Roque la escuchó en silencio, comprendiendo la gravedad de lo que le pedía.
—Lo haré, Amatista. Me encargaré de conseguirlas. No te preocupes por eso.
Amatista respiró aliviada, agradecida por el compromiso de Roque. Sabía que su plan comenzaba a tomar forma, aunque el camino seguía siendo incierto.
—Gracias, Roque. Estaré esperando tus avances.
Roque colgó el teléfono con un suspiro, su mente ya en marcha para cumplir con el próximo paso. Se levantó de su escritorio y, con la misma determinación de siempre, se dirigió hacia su departamento. Allí, en la tranquilidad de su espacio privado, marcó un número en su teléfono. La llamada fue breve, directa, sin rodeos.
—Necesito que montes guardia sobre Santiago. Él está fuera de la ciudad, pero quiero que consigas todo lo que puedas. Fotografías, todo lo que se mueva a su alrededor.
Al otro lado de la línea, el hombre asintió con rapidez.
—Lo haré. ¿Qué más necesitas?
Roque se apoyó en la mesa, mirando a través de la ventana. La ciudad estaba tranquila, ajena a las tensiones que se tejían en las sombras.
—Lo más importante son las fotos de Santiago y su novio. Quiero verlos juntos, sin que puedan sospechar nada. Las visitas que reciba, las personas que lo rodeen, todo. No quiero que se me escape un detalle.
El hombre, por un momento, dudó.
—Entendido. ¿Y las fotos de él solo?
Roque respiró hondo antes de responder.
—De él solo no es necesario, a menos que haya algo fuera de lo común. Lo que importa es su relación con el chico. Necesito pruebas claras, algo que lo vincule.
Con esas instrucciones, colgó el teléfono. Estaba claro que los próximos días serían cruciales. Aunque el plan de Amatista y Roque tomaba forma, no podían permitirse fallos.
La mansión caía en un silencio profundo a medida que la noche se instalaba. Enzo, aún sumido en sus pensamientos, llegó a su habitación y se dirigió directo al baño. La ducha, algo mecánico, no lograba calmar su mente inquieta. Necesitaba escapar, aunque fuera por un breve momento. Cuando terminó, se vistió sin prisa, pero con la misma precisión habitual. Al salir, sus pasos lo llevaron directamente hacia el comedor, donde ya esperaba Rita.
La cena estaba dispuesta, pero el ambiente, aunque formal, se sentía tenso. Rita, sentada frente a él, no levantó la vista cuando Enzo entró. Sabía que en esos momentos no podía esperar una sonrisa, solo silencio. Era lo único que mantenía la paz entre ellos.
Enzo se sentó sin pronunciar palabra, su mirada fija en la mesa. Con un gesto impersonal, le hizo una señal a Mariel.
—Sirve la cena.
Mariel, como siempre, cumplió sin dudar. Rita observó en silencio mientras la sirvienta servía los platos. El aroma de la comida, preparado por ella misma, llenaba el aire. Había puesto esfuerzo, pero sabía que no lograría sorprenderlo.
Enzo probó un bocado de la comida. La expresión de desdén cruzó su rostro casi de inmediato. No era una sorpresa para Rita, pero el dolor en su pecho seguía siendo palpable.
—Esto está... horrible —murmuró, apenas alzando la voz. No era un grito, pero su tono gélido era aún más hiriente que cualquier otra cosa.
Rita, que esperaba la aprobación de Enzo, sintió el peso de la humillación al escuchar su crítica. Miró su plato, insegura de cómo reaccionar. Pero sabía que protestar solo empeoraría las cosas.
Enzo continuó con su cena, ajeno al impacto de sus palabras, como si no importara en lo más mínimo lo que ella sentía. De pronto, dirigió su mirada hacia Mariel.
—Mariel, vuelve a cocinar tú. No quiero morir de hambre con esto.
Rita intentó mantener la compostura, pero la orden fue un golpe directo a su dignidad. Nadie la había preparado para una vida como esta, pero había aprendido que callar y obedecer era lo mejor.
—Pero... Enzo... —comenzó a hablar, pero fue interrumpida por su mirada fría.
—No hay nada que discutir. Tu deber como esposa es cocinar, pero claramente no eres capaz de hacerlo. —Enzo no dejó espacio a réplica, su tono autoritario y distante como siempre.
Mariel, sin titubear, se levantó para tomar el control de la situación, mientras Rita tragaba sus palabras, deseando poder escapar de esa conversación, de esa rutina insostenible. Pero todo lo que quedaba era silencio.
Mientras Mariel se retiraba a la cocina, Enzo seguía con su comida, imperturbable. Rita lo observó por un momento, sus ojos reflejando la resignación, sabiendo que nunca sería suficiente.