Capítulo 135 Un juego de ventaja
La tarde avanzaba plácidamente entre risas y conversaciones, mientras el juego de golf seguía su curso. Enzo y Amatista permanecían juntos, interactuando con Jeremías, quien compartía anécdotas y consejos sobre el juego. A su alrededor, Dario, Mariano, Juan, Teresa y Jesica intercambiaban miradas y comentarios, observando con interés la dinámica entre la pareja.
Con la presencia de Enzo, el ambiente se tornó más formal, y la conversación derivó hacia temas de negocios. Los hombres compartían impresiones sobre inversiones y alianzas, mientras las mujeres conversaban en voz baja, pero sin perder detalle de lo que ocurría.
El sonido de un teléfono interrumpió la charla. Jeremías revisó la pantalla y frunció el ceño.
—Disculpen, debo atender esto —anunció, alejándose con el móvil pegado al oído.
Enzo aprovechó el momento y giró hacia Amatista con una expresión divertida. Tomó el palo de golf y lo balanceó entre sus manos antes de mirarla con un brillo desafiante en los ojos.
—¿Qué te parece si hacemos esto más interesante, gatita? —sugirió, acercándose un poco—. Un pequeño desafío: quien deje la pelota más cerca del hoyo —sin que entre— gana y puede pedirle al otro lo que quiera.
Amatista arqueó una ceja, divertida.
—¿Seguro que quieres competir conmigo estando herido? —señaló, cruzándose de brazos con fingida preocupación.
Enzo soltó una risa baja, inclinándose hacia ella con tono burlón.
—No importa. No pienso dejarte ganar tan fácil.
El desafío captó la atención de los demás.
—¡Eso quiero verlo! —exclamó Mariano, sonriendo.
—Vamos, Enzo, demuéstrale quién manda —añadió Juan, riendo.
—Esto se pondrá interesante —murmuró Teresa, observando la escena con atención.
Amatista rió, contagiada por el entusiasmo.
—Está bien, amor. Tú primero.
Enzo se acomodó con confianza. Tomó el palo de golf y ajustó su postura, concentrado. Algunos de los hombres lo alentaron con bromas y palabras de ánimo.
—Vamos, Enzo, ¡dale con todo! —gritó Dario.
Mientras se preparaba, Amatista lo observó fijamente y, con una sonrisa juguetona, se mordió el labio inferior de forma provocadora.
Enzo giró ligeramente la cabeza hacia ella, entrecerrando los ojos.
—No me distraigas, gatita.
Ella solo se encogió de hombros, sonriendo.
Enzo hizo el tiro y la pelota rodó suavemente, quedando bastante cerca del hoyo. Con aire confiado y una sonrisa ladeada, se acercó a Amatista y le tendió el palo.
—Tu turno, preciosa. A ver si puedes superar eso.
Amatista tomó el palo con elegancia. Se colocó en posición, sintiendo la intensa mirada de Enzo sobre ella.
—¿Me observas mucho, amor, o es idea mía? —preguntó con picardía.
—¿Y cómo no hacerlo? —murmuró Enzo, cruzándose de brazos mientras la miraba con deseo.
Amatista rió suavemente y golpeó la pelota. El impacto fue intencional: su bola golpeó la de Enzo, deslizándola lejos, y quedó perfectamente posicionada más cerca del hoyo.
Ella se giró hacia él, con una sonrisa coqueta y un brillo de triunfo en los ojos.
—Parece que volví a ganar.
Enzo frunció el ceño, aunque en sus ojos brillaba la diversión.
—¡Eso no vale!
—¿Por qué no? —preguntó Amatista, encogiéndose de hombros—. Dijiste que ganaba quien dejara la pelota más cerca del hoyo, no especificaste cómo.
Los presentes soltaron carcajadas.
—Tiene razón, Enzo —comentó Mariano, dándole una palmada en el hombro—. No aclaraste las reglas.
Dario se rió mientras murmuraba hacia Teresa:
—La tiene bien controlado.
Juan asintió, divertido.
—Parece que Amatista siempre consigue lo que quiere.
Enzo suspiró, resignado.
—Está bien, gatita, ganaste. ¿Qué quieres de premio?
Amatista lo miró pensativa, llevándose un dedo al mentón con teatralidad.
—No lo sé... lo pensaré bien. Quiero algo que valga la pena.
Enzo rió y negó con la cabeza.
—Me das miedo cuando te pones así.
Ella se acercó de forma coqueta, apoyando suavemente sus manos en el pecho de Enzo.
—Nuestro hijo será un ganador gracias a su madre.
Enzo soltó una carcajada y la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia él.
—Espero que así sea, gatita. Pero que también tenga algo de su padre.
Ambos rieron juntos, ignorando las miradas curiosas de los demás.
Poco después, Jeremías regresó, con el rostro serio.
—Lamento esto, pero debo retirarme. Es algo urgente. —Se dirigió especialmente a Amatista—. Perdón, hija.
Amatista le dedicó una sonrisa comprensiva.
—No te preocupes, papá. Ve tranquilo.
Jeremías se despidió cordialmente del grupo antes de marcharse.
—Una lástima que se fuera. Pero ustedes deberían quedarse un poco más —sugirió Dario con respeto, mirando a Enzo—. La tarde aún es joven.
Mariano asintió.
—Sí, no pasa nada si se relajan un rato más.
Juan agregó con una sonrisa:
—No estamos en negocios ahora, solo disfrutando el día.
Enzo intercambió una mirada con Amatista, quien le sonrió de manera cómplice.
—Está bien. Nos quedaremos un rato más —aceptó Enzo.
El sol descendía lentamente, tiñendo el cielo con tonos cálidos mientras la partida de golf continuaba. Dario, Mariano, Juan, Teresa y Jesica se entretenían compitiendo entre bromas y risas. Enzo y Amatista, en cambio, observaban el juego desde la distancia, sin intención de participar.
Enzo charlaba distendidamente con los hombres sobre negocios y temas triviales, dejando de lado momentáneamente su habitual seriedad. Mientras tanto, Amatista se apartó un poco y se sentó en el carrito de golf. Sus manos acariciaban suavemente su vientre con un gesto tierno, disfrutando de la tranquilidad del momento.
Enzo la observó fijamente, fascinado. Sus ojos seguían cada movimiento de Amatista con una mezcla de devoción y orgullo.
Dario, al notar la mirada fija de Enzo, rompió la conversación con una sonrisa burlona.
—Vaya, Enzo, ¿desde cuándo sales con Amatista? —preguntó con picardía—. Pensé que estabas con Albertina.
Los demás rieron suavemente, interesados en la respuesta.
Enzo desvió la mirada hacia ellos con una sonrisa tranquila.
—Amatista y yo estamos juntos desde hace años. Nos conocemos desde niños. Lo de Albertina… fue algo pasajero. Solo ocurrió porque Amatista y yo estábamos peleados, pero siempre supimos que volveríamos a estar juntos. Nadie podría reemplazarla.
Dario soltó una carcajada.
—"Desde hace años" suena bastante ambiguo, Enzo.
Enzo rió suavemente y negó con la cabeza.
—Para ser claros, comenzamos oficialmente cuando Amatista cumplió la mayoría de edad. No queríamos que nadie cuestionara lo nuestro. Pero estoy enamorado, obsesionado y completamente loco por esa mujer desde que la conocí.
Hizo una pausa, mirándolos con aire desafiante.
—Amatista apenas tenía dos años y yo cuatro.
Los hombres no pudieron evitar reírse ante la confesión.
—¡Eso sí que es amor a primera vista! —bromeó Juan.
—O obsesión desde la cuna —añadió Mariano entre risas.
Enzo solo sonrió, relajado, sin tomarse a mal los comentarios.
Mientras tanto, en la mansión Bourth, la atmósfera era tensa. Isis y Rita habían puesto en marcha su plan. El padre y el hermano de Rita habían llegado inesperadamente con la intención de someterla y llevársela por la fuerza.
Roque, siempre atento, intervino de inmediato. Su presencia imponente bastó para imponer respeto.
—Este no es lugar para discusiones familiares —advirtió con voz grave, pero su tono llevaba una amenaza implícita—. La mansión está bien custodiada. Será mejor que se marchen antes de que se compliquen las cosas.
Los hombres intercambiaron miradas, notando la presencia de varios guardias en los alrededores. Finalmente, retrocedieron, aunque no sin lanzar miradas de advertencia.
Isis, fingiendo estar asustada, tomó su teléfono y marcó el número de Enzo.
—Enzo… necesito tu ayuda. Rita está en peligro, su familia intentó llevársela. No sé qué hacer —su tono era tembloroso, calculado.
Enzo respondió con frialdad, sin interés.
—No me importa lo que le pase a Rita. Que Roque se encargue de sacar a esa gente de la mansión. Y no me molestes por tonterías.
Sin más, cortó la llamada.
Roque, cumpliendo sus órdenes, se aseguró de que los intrusos fueran retirados de la propiedad. Minutos después, envió un mensaje a Enzo:
"Señor, los hombres han sido expulsados. Todo bajo control."
De vuelta en el campo de golf, Amatista se acercó a Enzo con una sonrisa juguetona.
—Amor, quiero helado.
Enzo la miró con una sonrisa cómplice.
—Está bien, gatita. Helado tendrás.
—¡Eso quiero verlo! —comentó Mariano con una risa—. El gran Enzo Bourth complaciendo antojos.
Enzo solo esbozó una sonrisa de superioridad, como si la burla de Mariano no le afectara en lo más mínimo. Se limitó a rodear la cintura de Amatista con un brazo, atrayéndola un poco más hacia él.
Al llegar a la terraza, todos se acomodaron en las grandes y elegantes sillas que rodeaban la mesa. Amatista se sentó junto a Enzo, pegándose a su costado con naturalidad.
—Quiero un helado de vainilla y chocolate, amor —pidió Amatista con una sonrisa dulce.
—Helado de vainilla y chocolate para mi gatita —respondió Enzo con tono complacido, levantando la mano para llamar al mesero.
Los demás comenzaron a pedir bebidas. Teresa y Jesica optaron por cócteles refrescantes, mientras Dario, Mariano y Juan pidieron whisky.
Mientras las bebidas llegaban, los hombres dirigieron la conversación hacia negocios.
—Enzo, cuéntanos del centro comercial. Nos llegó el rumor de que será enorme, pero no estamos metidos en eso —comentó Dario con interés.
Enzo se acomodó en su asiento, cruzando las piernas con calma.
—Tuvimos que demoler todo el edificio anterior para empezar desde cero. Sin embargo, la negociación está estancada.
—¿Y eso? —preguntó Dario, frunciendo el ceño.
—El encargado de manejar las negociaciones era Santino. Después de lo de Albertina, desapareció.
El ambiente se tensó por un instante.
—¿Cuál es el problema exactamente? —preguntó Mariano, dando un sorbo a su whisky.
Enzo soltó un suspiro, mostrando una leve molestia.
—Santino era quien se ocupaba de los permisos y los trámites del terreno. Además, Leonel también estaba involucrado.
Al mencionar a Leonel, la expresión de Enzo se endureció.
Mariano notó el cambio y soltó una carcajada.
—Me contaron que le diste una paliza a Leonel.
Juan, intrigado, se unió a las risas.
—¿Y por qué lo golpeaste?
Enzo esbozó una sonrisa fría.
—Ese desgraciado insinuó que debía “corregir” a Amatista a golpes. No me aguanté y le rompí la cara.
Un silencio incómodo cayó por un segundo antes de que los hombres soltaran carcajadas.
—Vaya, eso sí que es tener carácter —comentó Juan, aún riendo.
Amatista, ajena al tema, terminó su helado con calma y dejó el vaso vacío sobre la mesa. Se giró hacia Enzo con una sonrisa ligera.
—Amor, voy al baño a limpiarme un poco.
—Está bien, gatita —respondió Enzo, mirándola de reojo antes de volver a centrarse en la conversación.
Amatista se levantó con elegancia y se dirigió al baño. Se lavó las manos y el rostro, disfrutando de la frescura del agua antes de mirarse al espejo. Al regresar a la mesa, notó que la conversación seguía girando en torno a negocios y asuntos que le resultaban tediosos. Sin pensarlo demasiado, se acercó y se acomodó directamente sobre el regazo de Enzo, rodeando su cuello con un brazo.
Enzo apenas desvió la mirada de sus interlocutores, pero su brazo se posó de inmediato sobre el vientre de Amatista, acariciándolo con suavidad, como si intentara sentir a su hijo. Sus dedos se movían de forma distraída, recorriendo también su pierna, subiendo lentamente por su espalda y jugando con mechones de su cabello.
Amatista apoyó la cabeza en el hombro de Enzo, cerrando los ojos con tranquilidad. Sus dedos comenzaron a recorrer el cuello de Enzo en caricias lentas y perezosas. Al pasar por la marca de la mordida que le había dejado la noche anterior, Enzo dejó escapar un gesto de dolor, frunciendo el ceño de manera exagerada.
—¿Qué te pasa? —preguntó Amatista, divertida, levantando la mirada hacia él.
Enzo soltó un leve suspiro.
—Anoche me atacó una gatita que andaba suelta… —murmuró con tono fingidamente dolido.
Amatista soltó una carcajada suave, acercándose a su oído.
—No te hagas… te encantó ese "ataque" —susurró con picardía.
Enzo la miró de reojo y soltó una breve risa, pero no respondió.
Amatista se acercó un poco más y volvió a susurrarle, esta vez con una sonrisa traviesa.
—Como dijiste… "Ahh…" y luego… "Mmm…".
Sus ojos se encontraron y Enzo no pudo evitar soltar una carcajada más sincera. Sin decir palabra, inclinó el rostro y la besó suavemente en los labios, sin importarle la presencia de los demás.
Dario, Mariano, Juan, Teresa y Jesica intercambiaron miradas cómplices, murmurando entre ellos.
—Me fascina cómo se comporta Amatista… —comentó Teresa en voz baja.
—Tiene una actitud que… bueno, es imposible no admirarla —añadió Mariano con una sonrisa ladina.
—Y excita también —murmuró Juan, ganándose un codazo disimulado de Jesica.
En ese momento, dos figuras se acercaron a la mesa. Eran Maximiliano y Mauricio Sotelo, ambos luciendo impecables y con esa confianza característica que los acompañaba.
—Enzo, Amatista —saludó Maximiliano con una sonrisa cordial.
—Un gusto verlos —añadió Mauricio, asintiendo con respeto.
Enzo se limitó a asentir.
—Siéntense.
Ambos tomaron asiento sin dudar. Amatista los observó con una sonrisa traviesa, inclinándose ligeramente hacia ellos.
—¿Por qué siempre andan juntos? —preguntó en tono bromista—. Apostaría a que hasta duermen en la misma cama.
Maximiliano soltó una carcajada sonora, llevándose una mano al pecho de forma exagerada.
—¡Ay, gatita! Tu comentario me hirió profundamente —respondió fingiendo ofensa, aunque la risa lo delataba.
Mauricio también rió, sacudiendo la cabeza.
—Para dejarte más tranquila, cada uno tiene su propio cuarto —añadió, guiñándole un ojo.
Amatista soltó una risita suave.
—Les creo, pero aun así siempre andan pegados. Están juntos en todos lados.
Maximiliano sonrió de lado y señaló con la cabeza las marcas en el cuello de Enzo.
—Es que nosotros no tenemos una gatita que nos deje marcas por todo el cuerpo.
Enzo rió bajo, girando levemente hacia él.
—¿Estás celoso, Maxi?
Maximiliano estalló en carcajadas, golpeando suavemente la mesa.
—¡Obvio! Si yo tuviera una mujer que me tratara así, no saldría con mi hermano a ningún lado. Es más, no saldría de mi cuarto.
Mauricio rió de acuerdo.
—Totalmente. Pero ustedes no lo entenderían. Viven como en una película erótica, mientras a otros solo nos queda mirar y conformarnos con conversar con quien tenemos al lado —comentó, señalando a Maximiliano con una mueca de desagrado fingido.
La mesa estalló en risas, incluidas las de Enzo y Amatista, disfrutando del ambiente distendido. Sin embargo, el sonido del teléfono de Enzo irrumpió en la conversación. Enzo bajó la mirada hacia la pantalla y vio el nombre de Isis iluminando la pantalla.
Sin perder la calma, dejó que el teléfono sonara y miró a Amatista.
—Gatita, debemos volver a la mansión.
Amatista asintió de inmediato, poniéndose de pie con gracia para recoger sus cosas.
—Está bien, amor.
Enzo se levantó con ella, ajustándose el saco. Ambos se despidieron con gestos corteses.
—Nos vemos luego —dijo Enzo con tono firme.
—Cuídense —respondió Maximiliano, levantando su vaso en señal de despedida.
—No se pierdan —añadió Mauricio con una sonrisa.
Sin más, Enzo y Amatista se retiraron, dejando a los demás en la terraza, aún riendo y comentando entre ellos.