Capítulo 66 La negociación con franco calpi
Enzo llegó a la mansión de Franco Calpi sin titubear, con una determinación clara en su rostro. La mansión estaba rodeada de una atmósfera de lujo y exceso. Mujeres hermosas, vestidas con elegancia, paseaban por los pasillos, entre risas suaves y susurros, todas buscando atraer la atención de los hombres presentes, especialmente de los socios de Franco. El ambiente era cargado, una mezcla de juegos y negocios turbios. Los socios de Franco, algunos hombres conocidos por su poder en el submundo, observaban a Enzo con una mezcla de respeto y temor, sabían que el hombre que acababa de entrar no era alguien con quien jugar.
Franco, como siempre, no perdía su estilo. Sentado en uno de los sillones de su sala principal, rodeado por varias mujeres, su sonrisa juguetona era tan calculada como su fama. Se levantó al ver llegar a Enzo, y aunque el gesto era cordial, la tensión entre ambos era palpable. Franco sabía que este encuentro no iba a ser igual que las demás negociaciones que había tenido con otros. Enzo Bourth, aunque no era un hombre que se dejara impresionar fácilmente por lujos ni juegos de poder, estaba allí por algo importante.
—¡Enzo! —exclamó Franco con una sonrisa amplia, extendiendo su mano, con su tono de voz relajado pero con un toque de suficiencia—. No esperaba verte por aquí. Sabes que siempre he estado dispuesto a negociar contigo, pero no me habías mostrado interés en mis ofertas anteriores.
Enzo lo miró fijamente, ignorando su saludo. Sabía que Franco era un hombre astuto, siempre jugaba con la cortesía, pero no había tiempo para tonterías. Con un gesto rápido, Enzo sacó una foto de su chaqueta y se la tendió a Franco sin dudarlo.
—Estoy buscando a mi esposa —dijo Enzo de manera directa, su voz grave y fría—. La secuestraron, y creo que tú sabes más de lo que estás dispuesto a decir.
Franco levantó una ceja con una mezcla de sorpresa y diversión, como si la idea de que Enzo estuviera casado le resultara intrigante. De todas formas, sonrió de manera ladina.
—No sabía que estabas casado, Enzo —comentó, observando la foto que Enzo le tendió. Era una imagen de Amatista, con su rostro sereno y una mirada profunda que parecía decir más de lo que la foto podía captar—. Pero eso cambia las cosas. Déjame ver... —comentó, acariciando la foto con la yema de los dedos.
Las mujeres que rodeaban a Franco, al ver la foto, intercambiaron miradas y susurros. Había algo en la belleza de Amatista que atraía la atención de cualquiera que la viera, incluso si solo se trataba de una imagen.
Enzo, impaciente, no permitió que el juego de Franco continuara por mucho tiempo.
—¿La tienes entre tus pedidos? —preguntó con firmeza, sin perder la compostura, aunque su paciencia se agotaba rápidamente. —Si no la tienes tú, pero sabes dónde está, te pido que me lo digas ahora. No tengo tiempo que perder.
Franco, al ver la determinación de Enzo, dejó de juguetear con la foto y la observó más de cerca. A pesar de la calma aparente en su rostro, había algo en sus ojos que mostraba que también estaba calculando la situación. Su sonrisa se mantuvo, pero ahora con una ligera complicidad.
—¡Vaya, Enzo! Sabes cómo hacer negocios, ¿eh? —dijo con tono juguetón, mirando a las mujeres que lo rodeaban con una mirada cómplice—. Pero si la estás buscando, supongo que ya sabes cómo funcionan estas cosas. Con la cantidad de pedidos que manejamos, necesitaré tiempo para comprobar si esta belleza es una de ellas. No te preocupes, pero tendrás que esperar un poco.
Enzo no estaba dispuesto a ceder. Sabía que Franco jugaba con las palabras, que le gustaba mantener las cartas cerca de su pecho. Pero esta vez, Enzo no iba a permitir que el juego de Calpi lo retrasara más de lo necesario.
—Te lo pido de la manera más directa posible —dijo Enzo, manteniendo su tono bajo pero autoritario—. Si no la tienes tú, pero tienes información de dónde puede estar, quiero saberlo lo más rápido posible. Te pagaré bien por ello.
Franco, al escuchar la mención de una recompensa generosa, se mostró visiblemente interesado. A pesar de la fachada de juego y diversión, Franco no era tonto. Sabía que Enzo no estaba ofreciendo algo que no pudiera cumplir.
—Esa es una oferta bastante interesante, Enzo —dijo, dándole un sorbo a su copa con una sonrisa ladina—. Un casino... Hmm, no es un mal trato. Pero, bueno, déjame hacer mi parte. Después de todo, ¿quién puede resistirse a una recompensa como esa?
Franco se levantó de su sillón con una gracia calculada y le entregó la foto de Amatista a uno de sus hombres que estaba cerca. Le hizo una señal para que revisara rápidamente entre los pedidos y le trajera respuesta. Mientras tanto, Franco volvió a acercarse a Enzo, mirándolo con una curiosidad renovada.
—Sabes, Enzo, no me extraña que estés tan decidido. Esta mujer tiene un algo que... seduce a cualquiera —comentó, su tono ahora más suave, observando la foto con una sonrisa apreciativa—. Entiendo por qué te desesperas por encontrarla. Es una belleza... inalcanzable, ¿no? Eso es lo que los hombres como tú y yo deseamos más: lo que no podemos tener, lo que debemos conseguir.
Enzo no respondió de inmediato. Sus ojos, fríos y calculadores, no se apartaron ni un segundo de Franco. No tenía tiempo para los juegos de palabras. La vida de Amatista estaba en juego, y no iba a perder un segundo más en esta charla.
—Franco, ¿me estás escuchando? —dijo Enzo con voz grave—. Necesito a mi esposa. Y si encuentras algo, te construiré ese casino. Tendrás el 100% del casino, serás el dueño absoluto. Lo que más desees... pero solo si la encuentras. Y si no lo haces, las consecuencias serán muy diferentes.
Franco, consciente de que Enzo no estaba dispuesto a tolerar más demoras, sonrió satisfecho. El negocio estaba tomando forma, y la oferta que Enzo le hacía era demasiado tentadora como para rechazarla.
—Entendido, Enzo. Haré todo lo posible. Después de todo, ¿quién podría rechazar una oferta tan... generosa? —respondió, y aunque seguía jugando con su tono afable, el brillo de su mirada mostraba que en ese momento estaba tomando las cosas en serio—. Vamos a hacerlo rápido. No te preocupes. No hay nada que no pueda conseguir si realmente quiero.
Enzo no respondió, solo asintió. Los hombres de Franco se movieron rápidamente, con la foto en la mano, y empezaron a revisar entre los pedidos. Franco volvió a sonreír, disfrutando de la situación, pero sabiendo que tenía que actuar con rapidez si quería conseguir la recompensa que Enzo le había prometido.
—No te haré esperar mucho, Enzo —dijo Franco, con una sonrisa astuta en su rostro—. Después de todo, cuando trato con personas como tú, siempre me aseguro de que las promesas se cumplan. El negocio siempre se hace bien... o no se hace.
Enzo, mientras tanto, observaba todo con una calma tensa, sabiendo que cada segundo que pasaba era crucial. Si Franco no encontraba la información que necesitaba, tendría que buscar otra forma de obtenerla. Pero por ahora, solo quedaba esperar.
Franco se alejó para hablar con su hombre y Enzo se quedó allí, solo, en medio de la mansión lujosa que no le interesaba en lo más mínimo. La misión era clara: encontrar a Amatista y, si era necesario, destruir a todos los que se interpusieran en su camino.
Amatista despertó esa mañana en la habitación improvisada del galpón. Las paredes metálicas filtraban el frío, y el único rayo de luz que entraba por una rendija se posaba sobre su rostro. Sus pensamientos se dividían entre el dolor físico y la esperanza que la mantenía en pie: Enzo estaba buscándola, lo sabía. Podía sentir que él no descansaría hasta encontrarla.
Se acarició el vientre instintivamente. Aunque no estaba segura, la posibilidad de estar embarazada era una llama que alimentaba su fortaleza. Si eso era cierto, no solo luchaba por ella misma, sino también por una vida que dependía de ella.
El sonido de pasos firmes la sacó de sus pensamientos. La puerta metálica se abrió de golpe, y los dos hombres que la habían trasladado días atrás entraron con rostros serios. Uno de ellos sostenía un cigarrillo que se consumía entre sus dedos.
—La carta no funcionó —dijo el más corpulento, con un tono que no dejaba espacio para dudas.
Amatista lo miró fijamente, tratando de descifrar sus palabras. Su corazón dio un vuelco. ¿Qué querían decir?
—Tu esposo no detuvo la búsqueda. Esto no ha hecho más que empeorar las cosas para todos nosotros —continuó el hombre, lanzándole una mirada acusadora.
Amatista sintió alivio al escuchar que Enzo no había cesado su búsqueda, pero no tuvo tiempo de celebrarlo. Sin previo aviso, el segundo hombre la tomó del brazo y la sacudió con fuerza.
—¿Nos estás tomando por idiotas? —gruñó, antes de propinarle un golpe en el rostro.
Amatista cayó al suelo con el impacto. No tuvo tiempo de reaccionar cuando el otro hombre le dio una patada en la pierna, haciéndola gritar de dolor. A pesar del miedo y el dolor, ella no les dio la satisfacción de rogar. Sabía que cada segundo que resistiera era un segundo más cerca de que Enzo la encontrara.
—Esto es por hacernos perder el tiempo —espetó uno de los hombres antes de salir, cerrando la puerta de golpe.
Unos minutos después, Lucas, el hombre encargado de vigilar a Amatista, entró al galpón. Su expresión era más compasiva que la de los otros dos. Al verla en el suelo, se apresuró a acercarse.
—¿Estás bien? —preguntó en un susurro.
Amatista intentó incorporarse, pero un dolor punzante en el abdomen la obligó a detenerse. Instintivamente llevó sus manos a esa zona, preocupada por lo que podría haber sucedido. ¿Y si estaba embarazada? ¿Y si los golpes habían sido demasiado?
—Creo que me golpearon en el abdomen —dijo con voz quebrada, mientras trataba de calmar su respiración.
Lucas la ayudó a sentarse y examinó rápidamente sus heridas. Los golpes parecían haber impactado principalmente en su rostro y pierna, dejando su abdomen relativamente a salvo. Aun así, Amatista no podía evitar sentir miedo.
—No parece grave, pero necesitas descansar —dijo Lucas, notando la preocupación en los ojos de la joven.
Amatista lo miró fijamente. Sabía que este hombre era su única esperanza dentro de ese lugar. Aprovechó el momento para apelar a lo que le quedaba de humanidad.
—Lucas, necesito que vayas a la ciudad y encuentres a Enzo Bourth —le pidió, aferrándose a su brazo—. Dile que estoy aquí. Sé que no te creerá al principio, pero dile algo que lo haga confiar en ti. Por favor, es la única manera.
Lucas frunció el ceño, dudando de sus palabras. Ayudarla significaría traicionar a los hombres que le habían dado órdenes, pero algo en la mirada de Amatista lo hizo vacilar.
—Está bien —dijo finalmente, bajando la voz—. Haré lo que pueda, pero debes aguantar. Esto no será fácil.
Amatista sintió una oleada de esperanza. Lo miró con gratitud y añadió con firmeza:
—Gracias, Lucas. Te prometo que cuidaremos de mi hijo.
Lucas no respondió, pero el peso de esas palabras quedó grabado en su mente mientras se levantaba y salía del galpón
ientras tanto, en la oficina del campo de golf, Enzo regresaba con el rostro marcado por la tensión y la preocupación. Había estado hablando con Maximiliano y Mauricio Sotelo, Massimo, Emilio, Mateo, Paolo, Valentino y Alejandro. La conversación era seria, y la necesidad de información urgente los mantenía alerta. Enzo sabía que no podía confiarse únicamente en lo que Franco Calpi pudiera ofrecer, aunque había hecho su parte para intentar obtener respuestas.
—Pude hablar con Franco Calpi —dijo Enzo, su voz grave, sin esconder la frustración que sentía—. Está investigando, pero todavía no tenemos información concreta. La situación con él siempre es complicada. No podemos confiar completamente en lo que nos diga. Pero al menos tengo la esperanza de que pueda darnos alguna pista.
Maximiliano, que se encontraba sentado en la mesa con los demás, frunció el ceño.
—No podemos dejar de investigar por nuestra cuenta —comentó, mirando a Enzo con una seriedad que coincidía con la de los otros presentes. Todos sabían lo que estaba en juego, y la preocupación por Amatista era palpable en cada uno de sus rostros.
—Exacto —agregó Massimo, mirando a Enzo—. A veces, los contactos más cercanos pueden ser los más impredecibles. Pero si Calpi tiene algo, debemos estar preparados para actuar rápidamente.
Emilio, con su rostro habitual de calma tensa, intervino también.
—Estaremos atentos a cualquier movimiento. Pero no podemos bajar la guardia. Si Franco no tiene lo que buscamos, necesitamos estar listos para tomar otras medidas.
Enzo asintió, reconociendo que su paciencia se agotaba. No podía perder más tiempo. Sabía que si no encontraba a Amatista pronto, la situación podría escalar de maneras inesperadas.
—Lo sé —respondió Enzo, su mirada fija en el grupo—. Pero tenemos que ser inteligentes. Mantengan sus ojos abiertos. La información que obtenemos debe ser manejada con cuidado. Nadie puede saber que estamos tan cerca.
La conversación continuó, pero la preocupación que todos compartían no desaparecía. Enzo no sabía cuánto tiempo quedaba antes de que fuera demasiado tarde, pero en su corazón sabía que no se detendría hasta encontrar a Amatista y asegurarse de que estuviera a salvo.
Cada segundo que pasaba lo acercaba más a una revelación, pero también lo sumía más en la incertidumbre de lo que encontraría.