Capítulo 91 La ira de enzo
La reunión transcurría con la misma solemnidad que caracterizaba los encuentros de negocios en los círculos de Enzo. Las conversaciones eran tensas, cargadas de cifras y estrategias. Amatista, sin embargo, estaba sentada tranquilamente al lado de su esposo, ajena a la presión que flotaba en el ambiente. Sus ojos curiosos recorrían la sala, fascinados por los detalles que para los demás eran insignificantes: los estantes altos con libros de cuero envejecido, los cuadros abstractos en las paredes y el suave brillo del mármol de la mesa principal.
Enzo no podía apartar la mirada de ella. Cada pequeño gesto de su "gatita" parecía una obra de arte en movimiento. Mientras los demás discutían estrategias financieras, él observaba cómo ella jugaba distraídamente con el dobladillo de su ropa, sus labios curvados en una ligera sonrisa que iluminaba el ambiente. Para él, Amatista era como un faro de calma en medio de un mar de estrés.
—Tomemos una pausa antes de continuar —anunció Enzo, levantándose de su asiento. Su tono no daba lugar a protestas.
Los socios asintieron, aprovechando la oportunidad para servirse café o estirarse. Amatista permaneció en su lugar, entretenida mirando los títulos de los libros más cercanos. Fue en ese momento cuando su teléfono comenzó a sonar, el sonido rompiendo la tranquilidad de la pausa. Ella lo sacó de su bolso y frunció ligeramente el ceño al ver el nombre en la pantalla.
—Es Roque —murmuró, volviendo la vista hacia Enzo.
Él alzó una ceja, intrigado. Roque no era alguien que llamara sin motivo, y menos con tanta insistencia.
—¿Qué quiere? —preguntó Enzo, su tono ya más serio.
Amatista respondió al teléfono con calma.
—Hola, Roque. Soy Amatista.
La voz grave de Roque resonó al otro lado de la línea, cargada de urgencia.
—Amatista, necesito hablar con Enzo. Llevo toda la mañana intentando comunicarme con él.
—El teléfono de Enzo se rompió —explicó ella, con una dulzura que parecía calmar incluso las situaciones más tensas—. Pero él está aquí conmigo. Un momento, te lo paso.
Enzo tomó el teléfono de su mano con un suave roce en su piel, como si aquel simple gesto reafirmara su conexión. Sus ojos encontraron los de ella por un instante, agradeciéndole con una leve inclinación de cabeza antes de salir de la sala para atender la llamada en privado.
Mientras tanto, Amatista permaneció en su asiento, retomando su exploración visual de la sala. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Kaila,, lanzara el primer dardo.
—Debe ser agradable no tener que preocuparse por estas cosas complicadas, ¿verdad, Amatista? —comentó con una sonrisa que no ocultaba su intención venenosa.
Amatista levantó la mirada, manteniendo su expresión serena.
—Supongo que todos tenemos diferentes roles en la vida —respondió con suavidad, sin darle importancia.
Pero Kaila no se detuvo ahí.
—Aunque claro, no todas tenemos la suerte de simplemente… acompañar —añadió, provocando que algunos de los socios intercambiaran miradas incómodas.
Antes de que Amatista pudiera responder, Leticia intervino, su voz cargada de indignación.
—Kaila, creo que deberías guardar tus comentarios. No son necesarios ni apropiados.
Gabriel, siempre directo, apoyó la intervención.
—Exacto. Estamos aquí para trabajar, no para tus desplantes.
Amatista, aunque agradecida por las defensas, decidió alzar la voz por sí misma.
—No tengo que explicarte nada, Kaila. Y no pienso justificar mi lugar aquí.
La firmeza en su tono sorprendió a algunos, pero también reafirmó su presencia en la sala.
—No te preocupes por lo que dice —añadió Leticia, girándose hacia Amatista—. Kaila solo está celosa.
—¿Celosa? —replicó Kaila, riéndose con desdén—. No me hagas reír. Las mujeres como ella solo sirven para entretener a los hombres.
El comentario cayó como un golpe seco, haciendo que el ambiente se tensara al instante. María e Irene intercambiaron miradas de desaprobación, mientras Pablo y Javier fruncían el ceño.
Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe, revelando a Enzo. Su postura era rígida, sus hombros tensos y su mandíbula apretada. Sus ojos oscuros, llenos de furia contenida, se dirigieron directamente a Kaila.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó, su voz baja pero cargada de peligro.
La sala quedó en completo silencio. Todos sabían que Enzo no era alguien con quien jugar, y su tono indicaba que estaba al borde de perder el control.
Kaila intentó hablar, pero Enzo no le dio oportunidad.
Con un movimiento brusco, golpeó la mesa con la palma de su mano, haciendo que los papeles sobre ella se movieran. El sonido resonó en la sala, obligando a todos a fijar la mirada en él.
—No permitiré, ni por un segundo, que le faltes al respeto a mi esposa —dijo, su voz firme y peligrosa—. Tú, Kaila, no trabajarás conmigo nunca más.
Kaila abrió la boca para protestar, pero Enzo levantó una mano, silenciándola de inmediato.
—Y no solo eso. Me encargaré personalmente de que no trabajes como diseñadora nunca más. La única forma en la que podrías ganarte la vida será entreteniendo hombres, como acabas de insinuar.
Los ojos de Kaila se llenaron de furia e incredulidad, pero no tuvo tiempo de responder antes de que Enzo se girara hacia Luis, su esposo.
—Luis, controla a tu mujer antes de que pierda el control de verdad. Sáquela de mi vista ahora mismo.
Tomándola del brazo, Luis tiró de ella con fuerza. Kaila intentó resistirse, pero la determinación de Luis era inquebrantable. La arrastró fuera de la sala de reuniones sin miramientos, mientras todos los presentes observaban en silencio, sin atreverse a intervenir.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, el eco de sus pasos resonaba por el pasillo vacío. Kaila finalmente se soltó del agarre de Luis y se giró hacia él con una mirada llena de rabia e incredulidad.
—¡No puedes dejar que me trate así! —gritó, su voz temblando por la mezcla de ira y humillación—. ¡Soy tu esposa!
Luis se detuvo y la miró, su expresión endurecida. Durante años había soportado los desplantes de Kaila, su actitud altiva y despectiva hacia todos, incluso hacia él. Pero esta vez, había cruzado un límite que no podía ignorar.
—¿Mi esposa? —preguntó con una risa amarga que hizo que Kaila diera un paso atrás—. Qué conveniente que te acuerdes de eso ahora. Déjame decirte algo, Kaila. Despreciaste a la mujer equivocada frente al hombre equivocado. ¿Sabes lo que significa eso?
Kaila abrió la boca para responder, pero Luis no le dio oportunidad.
—Significa que tu vida, tal como la conoces, se terminó. Enzo no estaba exagerando cuando dijo que se encargará de que no vuelvas a trabajar como diseñadora. Te lo aseguró como una promesa, y si lo conoces, sabes que siempre cumple.
Kaila palideció, el miedo comenzando a instalarse en su pecho.
—Luis, tú puedes hablar con él. Explicarle que...
Luis alzó una mano, cortándola de nuevo.
—¿Hablar con él? —repitió con una risa burlona—. ¿Después de la vergüenza que acabas de hacernos pasar? No, Kaila. Esto es todo tuyo. Y déjame ser claro: no cuentes conmigo para nada.
Kaila tragó saliva, intentando procesar las palabras de su esposo.
—Pero... somos un equipo, Luis. Siempre lo hemos sido.
Luis se inclinó hacia ella, su tono gélido como el filo de un cuchillo.
—Un equipo implica respeto mutuo, algo que tú nunca tuviste hacia mí, ni hacia nadie más. Ahora tendrás que vivir con las consecuencias de tus acciones.
Se giró para marcharse, pero antes de dar el primer paso, volvió la vista hacia ella, su expresión cargada de desdén.
—Te recomendaría que empieces a practicar cómo entretener hombres. Parece que será tu única opción a partir de ahora.
Y con eso, Luis se alejó, dejando a Kaila sola en el pasillo, enfrentándose al peso de lo que acababa de perder.
Cuando la pareja desapareció, Enzo respiró hondo, intentando calmarse. Luego miró a los demás presentes, su voz volviendo a ser firme pero más controlada.
—No quiero volver a verlos en este hotel.
Los socios asintieron en silencio, impresionados por la demostración de autoridad.
Finalmente, Enzo se volvió hacia Amatista, dejando atrás el peso de su enojo y la tensión que había llenado la sala momentos antes. Su postura aún era firme, pero su rostro mostró una suavidad que reservaba únicamente para ella. Sus ojos la buscaron con una mezcla de preocupación y ternura.
—Gatita, ¿estás bien? —preguntó, su voz grave, pero cargada de cuidado genuino.
Amatista, que había estado observándolo con calma, asintió mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios. Sus dedos acariciaron la manga de la chaqueta de Enzo, buscando tranquilizarlo.
—Estoy bien, amor. No te preocupes —respondió con dulzura.
El alivio se reflejó brevemente en los ojos de Enzo, aunque rápidamente su semblante volvió a tornarse serio. Sabía que el momento de tranquilidad entre ellos era efímero; había cosas que necesitaban atender con urgencia.
—Gatita, tenemos que irnos de inmediato. Alicia me llamó. Dice que se siente mal, y ya sabes cómo es ella... —mintió Enzo con destreza, asegurándose de que su tono sonara convincente.
Amatista ladeó la cabeza con una mezcla de sorpresa y preocupación. No solía escuchar a Enzo mencionar que su madre se sentía mal; Alicia era una mujer fuerte, casi tan imponente como su hijo. Sin embargo, confiaba en él.
—Está bien, amor —dijo, aceptando sin más. Pero luego de una breve pausa, su mirada se iluminó con una chispa traviesa—. Pero antes tenemos que ir por el perrito.
La declaración descolocó a todos en la sala. Los socios, que aún intentaban procesar los eventos recientes, estallaron en risas contenidas. Incluso Enzo, que llevaba el peso de la llamada de Alicia en sus pensamientos, no pudo evitar que una sonrisa juguetona se formara en sus labios.
—¿Tu nuevo amigo? —dijo Enzo con un toque de humor en su tono, inclinándose hacia ella mientras arqueaba una ceja.
Amatista lo miró con aparente seriedad, aunque sus ojos brillaban con diversión.
—Claro, amor. No podemos dejarlo solo, ¿verdad? —dijo con tono solemne, aunque era evidente que estaba disfrutando de la situación.
Enzo suspiró y dejó caer la cabeza hacia un lado, como si estuviera considerando seriamente la petición. Durante unos segundos, guardó silencio, observándola con esa mezcla de incredulidad y ternura que solo ella podía provocarle.
Finalmente, con un ligero movimiento de cabeza y un suspiro derrotado, dijo:
—Está bien, gatita. Tú ganas. Nos quedaremos con el cachorro.
Amatista soltó un pequeño grito de emoción y, sin contenerse, se lanzó a abrazarlo, haciendo que los socios aplaudieran entre risas.
—¡Sabía que dirías que sí! —exclamó, mientras Enzo la sostenía con una sonrisa resignada.
—No me hagas arrepentirme, ¿entendido? —bromeó Enzo, acariciando su cabello con ternura.
—Nunca, amor. Prometido.
Los socios, que habían estado siguiendo el intercambio con sonrisas, decidieron unirse a la celebración. Pablo alzó su vaso como si brindara de nuevo.
—Por el cachorro más afortunado del mundo. ¡Salud!
—Salud por eso —secundó Leticia, riendo suavemente.
Gabriel añadió con un tono burlón:
—Y por el día en que Enzo Bourth, el hombre más intimidante de la sala, fue vencido por su esposa y un perrito.
La sala estalló en carcajadas. Enzo negó con la cabeza, aunque en el fondo parecía disfrutar del buen ánimo que se había generado.
—Muy bien, señoras y señores —dijo, enderezándose y mirando a todos con una leve sonrisa—. Ha sido un placer, pero mi esposa y yo estamos apurados. Tenemos que irnos.
—Claro, Enzo —dijo Irene, aún sonriendo—. Pero no olviden enviar fotos del nuevo miembro de la familia.
Amatista rio ante el comentario, mientras Enzo, todavía con ese aire de autoridad que no podía quitarse, se giró hacia ella y extendió su brazo.
—Vamos, gatita. Tenemos un cachorro que recoger y una madre a la que visitar.
Amatista asintió, enlazando su brazo con el de Enzo mientras se despedía de los socios con una sonrisa radiante.
—Gracias a todos. ¡Nos vemos pronto! —dijo, mientras salían juntos de la sala.
Enzo y Amatista regresaron apresuradamente a la suite. Con movimientos rápidos y coordinados, comenzaron a empacar. No habían llevado muchas cosas al hotel, así que la tarea fue sencilla. Amatista doblaba la ropa mientras Enzo cerraba las maletas y organizaba todo en cuestión de minutos.
—Listo, gatita. ¿Terminaste? —preguntó Enzo, levantando una ceja mientras colocaba las maletas junto a la puerta.
—Sí, amor. Solo falta el cachorro —respondió ella con una sonrisa, ajustándose el cabello tras las orejas.
—Primero nosotros, luego el perro —bromeó Enzo, aunque en su tono había un dejo de diversión mezclado con resignación.
—¡Amor! —exclamó Amatista con una leve risita—. Vamos por él.
Enzo suspiró teatralmente antes de tomar las llaves del coche y su abrigo. Bajaron rápidamente al vestíbulo, donde el empleado que había cuidado del cachorro los esperaba. El pequeño perrito estaba envuelto en toallas, con los ojos brillando de curiosidad al verlos acercarse.
—Aquí está, señor Bourth. Lo mantuvimos cómodo mientras ustedes se preparaban —dijo el empleado, entregándole las toallas a Amatista.
Enzo, al notar la delicadeza con la que trataban al cachorro, sacó unos billetes de su billetera y se los entregó al hombre con una sonrisa agradecida.
—Gracias, se ha portado muy bien —respondió Enzo, apurándose hacia la salida mientras Amatista, con una cálida sonrisa, le daba las gracias al trabajador.
Ya en el coche, Amatista acomodó al cachorro envuelto en las toallas sobre su regazo, acariciándolo suavemente mientras este se acurrucaba. Enzo puso en marcha el vehículo con una mezcla de urgencia y eficiencia. Mientras conducía, se giró ligeramente para ver a Amatista.
—No puedo creer que me hayas convencido, gatita —comentó Enzo, su tono ligeramente incrédulo, pero con una sonrisa divertida.
Amatista lo miró con picardía, sin dejar de acariciar al cachorro.
—Porque me amas, amor —respondió ella con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando de alegría.
Enzo sonrió de lado, sin apartar la vista de la carretera, aunque su mirada se desvió hacia ella por un momento.
—Y porque no sé decirte que no. —su tono fue suave, pero con un toque de complicidad.
Amatista lo miró coquetamente, su tono juguetón.
—Te lo compensaré, amor —dijo, con una mirada que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.
Enzo frunció levemente el ceño, como si pensara por un momento, antes de sonreír con una mezcla de diversión y satisfacción.
—Cuando lo hagas, asegúrate de ponerte el vestido que te compré. —su voz sonó llena de expectación.
Amatista lo miró de reojo, sus labios curvados en una sonrisa traviesa.
—¿Es el que prometiste que no me duraría mucho puesto? —preguntó, disfrutando del pequeño toque de tensión entre ellos.
Enzo soltó una risa baja, divertida y llena de certeza.
—Sí, gatita. Ese mismo.