Capítulo 198 Recuerdos del pasado
El trayecto hacia Lune transcurrió entre bromas y comentarios ligeros, con Amatista y Enzo disfrutando del tiempo juntos sin las tensiones habituales de sus mundos. La conversación sobre la compra del auto aún flotaba en el aire, y Amatista sabía perfectamente que el fin de semana en la mansión del campo traería más que simples lecciones de manejo.
Cuando finalmente llegaron al edificio de Lune, la estructura moderna y elegante reflejaba el prestigio de la marca que ella y Santiago habían construido desde cero.
En la entrada, Santiago y Ernesto estaban conversando animadamente. Enzo apagó el motor y bajó primero para rodear la camioneta y abrirle la puerta a Amatista con la misma naturalidad de siempre.
—Gracias, amor —dijo ella, dedicándole una sonrisa antes de bajar.
En cuanto Enzo notó a Santiago, lo saludó con un leve movimiento de cabeza. Con el tiempo, su relación había evolucionado; aunque no eran amigos, al menos podían mantener una cordialidad estratégica.
—Santiago.
—Bourth —respondió Santiago con una sonrisa tranquila.
Cuando sus ojos se posaron en Ernesto, Enzo también lo saludó, con la expresión de alguien que conocía bien a su interlocutor.
Amatista notó la interacción y se giró hacia Enzo con curiosidad.
—Amor, Ernesto será nuestro nuevo socio. ¿Lo conocés?
Enzo mantuvo su mirada fija en ella antes de responder.
—Sí, Gatita. Ernesto tenía negocios con Romano.
El simple nombre de su padre difunto bastó para que la conversación adquiriera un tono distinto.
—Ha estado muchas veces en la mansión —continuó Enzo, con su característico tono grave—. Puede que no lo recuerdes, pero también lo conocés.
Amatista parpadeó, intentando hacer memoria.
—Vos siempre recordás cosas de cuando éramos niños… Yo no puedo recordar todo.
Ernesto soltó una carcajada, rompiendo la tensión con su buen humor.
—No te preocupes, Amatista, a mí me pasa lo mismo. Debe ser porque ya estoy viejo.
Santiago rió por lo bajo mientras Ernesto continuaba con una expresión nostálgica.
—Pero sí los recuerdo de la mansión. Estuve presente aquella vez que ustedes dos se perdieron buscando a una sirena.
Amatista no pudo evitar reírse al escuchar eso.
—Ah, no hace falta explicar más.
Enzo esbozó una sonrisa de lado. Claro que Ernesto recordaba eso. Fue una de las tantas aventuras de la infancia de Amatista y Enzo, una de esas que demostraban que siempre habían estado destinados a encontrarse, perderse y volverse a encontrar.
Con un aire más relajado, Enzo miró a Ernesto y comentó con naturalidad:
—Amatista y yo hemos sido pareja por mucho tiempo. Hace un año decidimos casarnos.
Ernesto soltó una carcajada profunda y negó con la cabeza.
—No me sorprende en absoluto. Desde niños se notaba que Enzo no te iba a dejar ir.
Amatista rió y miró a su esposo con diversión.
—Parece que todo el mundo lo sabía.
Santiago, sin perder la oportunidad, agregó con una sonrisa burlona:
—Ernesto, fuiste todo un visionario.
Enzo resopló con diversión y se acomodó el reloj antes de girarse hacia Amatista.
—Me marcho. Cuídenla bien.
—No te preocupes, Bourth, tu esposa está en buenas manos —dijo Santiago con tono despreocupado.
—Eso espero —fue lo último que dijo Enzo antes de inclinarse hacia Amatista y besarla suavemente en los labios.
Sin decir más, le dedicó una última mirada antes de girarse y marcharse, dejándola en Lune lista para enfrentarse a su reunión con Ernesto y Santiago.
Amatista, Santiago y Ernesto subieron juntos a la sala de reuniones de Lune, un espacio moderno con una mesa de cristal amplia y ventanales que dejaban entrar la luz de la mañana. El ambiente era profesional, pero también se respiraba un aire de confianza.
Santiago tomó asiento y revisó algunos documentos mientras Ernesto se acomodaba con la naturalidad de quien ya conocía el mundo empresarial.
—Es bueno ver cómo han llevado esta empresa —comentó Ernesto, observando la estética impecable del lugar—. Han construido algo realmente sólido.
—Gracias —respondió Amatista con una sonrisa ligera—. Pero sabemos que con esta asociación podemos llevar a Lune aún más lejos.
—Esa es la idea —agregó Santiago—. Por eso, queremos asegurarnos de que cada uno tenga un rol claro en la empresa.
En ese momento, la puerta se abrió y Leticia Montenegro entró con paso seguro. Era una mujer elegante, con un aire sofisticado y una expresión calculadora que no pasaba desapercibida.
—Lamento la demora —dijo con voz suave pero firme, tomando asiento—. Me alegra que finalmente tengamos esta reunión.
Amatista la observó con atención mientras Santiago le entregaba una carpeta con detalles sobre la estructura de trabajo de Lune.
—Hemos definido cómo se distribuirán las funciones —explicó Santiago—. Vos estarás a cargo del diseño de las colecciones, con el asesoramiento directo de Amatista.
Leticia asintió con un leve movimiento de cabeza, como si ya esperara esa condición.
—Me parece razonable —respondió.
—Yo me encargaré de los diseños personalizados —continuó Amatista—. Además, brindaré soporte en la entrega de las colecciones y su presentación.
—Por mi parte —intervino Ernesto—, pondré mis contactos a disposición para organizar eventos donde podamos presentar nuestras colecciones, incluso llegando a desfiles de moda.
Leticia se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Eso suena bien. Pero también quiero plantear algo. Ya tengo un equipo de diseñadores con los que he trabajado antes y con quienes me entiendo a la perfección. Me gustaría continuar con ellos, por lo que solicito su contratación dentro de Lune.
Amatista y Santiago intercambiaron una mirada breve antes de asentir casi al mismo tiempo.
—Me parece lógico —dijo Santiago—. Tener un equipo ya consolidado agilizará el proceso.
—Mientras los resultados sean los que esperamos, por mí no hay problema —agregó Amatista con diplomacia.
Leticia sonrió con satisfacción.
—Entonces, estamos de acuerdo.
Amatista apoyó los codos sobre la mesa y miró a los presentes antes de hablar nuevamente.
—Yo también quiero incluir a alguien en el equipo. Alessandra, la hermana de Enzo, quiere aprender sobre el diseño de joyas, así que tomará una pasantía aquí.
Hubo un breve silencio antes de que Ernesto hablara primero.
—Si está aquí para aprender y no para obtener un puesto por su apellido, no veo inconveniente.
Leticia, aunque no parecía encantada con la idea, simplemente asintió.
—Mientras no interfiera con mi equipo, está bien.
Santiago sonrió con ligereza.
—Entonces es un hecho.
Ernesto se recostó en su asiento con una expresión satisfecha.
—Antes de conocer al equipo de Leticia, sugiero que firmemos el acuerdo de colaboración y brindemos.
Santiago tomó una carpeta con los documentos ya preparados y los deslizó por la mesa.
—De acuerdo. Vamos a hacer oficial esto.
Amatista tomó el bolígrafo, lista para estampar su firma en un nuevo capítulo para Lune.
El sonido del bolígrafo raspando el papel marcó el cierre del acuerdo. Amatista, con una expresión decidida, firmó el documento y lo deslizó hacia Santiago, quien tomó su turno y puso la última firma, oficializando la nueva etapa de Lune.
Ernesto sonrió satisfecho y levantó su copa de vino espumoso.
—Por un futuro próspero para Lune.
—Y por una sociedad que nos lleve más lejos de lo que imaginamos —añadió Santiago, alzando su copa también.
Amatista, sin perder su sonrisa confiada, chocó su copa con la de ellos y luego con la de Leticia, quien, aunque más reservada, acompañó el gesto con una leve sonrisa.
—Por el éxito —dijo Leticia.
Las copas resonaron en el aire, sellando no solo un acuerdo comercial, sino también el inicio de nuevas dinámicas dentro de la empresa.
Tras el brindis, salieron de la sala de reuniones y se dirigieron a las oficinas principales de Lune, donde los esperaban cinco personas.
Los cuatro diseñadores eran jóvenes y parecían entusiasmados con el nuevo proyecto. Leticia, de pie junto a ellos, los presentó con rapidez:
—Ellos son Valeria, Gabriel, Marcos y Natalia, parte del equipo de diseño con el que he trabajado en otras firmas. Y ella —dijo señalando a la última integrante— es Mónica, mi secretaria personal.
Santiago, Ernesto y Amatista se presentaron con cordialidad, y pronto notaron que, a diferencia de Leticia, el equipo de trabajo tenía una actitud mucho más amable y entusiasta.
—Es un placer trabajar con ustedes —comentó Santiago, estrechando la mano de cada uno.
—Esperamos que disfruten ser parte de Lune tanto como nosotros —añadió Amatista, con una sonrisa sincera.
Después de algunas palabras de bienvenida, Santiago y Amatista propusieron el primer paso en el nuevo proyecto.
—Para comenzar, queremos que la primera colección que diseñes tenga un enfoque libre —le dijo Santiago a Leticia—. Queremos conocer tu estilo de trabajo y ver cómo te manejás con el equipo.
Leticia asintió con seguridad.
—Me parece un excelente punto de partida. Comenzaremos de inmediato.
Amatista cruzó los brazos y añadió:
—Tienes tu propia oficina, pero si preferís trabajar en conjunto con el equipo, hay una sala de reuniones más pequeña donde podrán coordinar.
—Nos acomodaremos allí —respondió Leticia—. Prefiero que trabajemos con fluidez desde el inicio.
Santiago sonrió con aprobación.
—Pero no hoy. Hoy festejaremos la nueva sociedad. Mañana, después de firmar los contratos con el equipo, comenzamos a trabajar.
En ese momento, la recepcionista de Lune entró con paso apurado.
—Señora Amatista, Mateo y Clara están en la recepción buscándola.
Amatista se giró hacia ella con una sonrisa.
—Llévalos a mi oficina. Iré en un momento.
Tras cerrar la reunión con su equipo y coordinar la celebración para más tarde en un club nocturno, Amatista se dirigió a su oficina, donde Mateo y Clara ya la esperaban.
—Cuñada, cada vez es más difícil verte —bromeó Mateo, abriéndose de brazos.
Amatista soltó una risa mientras se acercaba a saludarlos.
—Al menos sigo cumpliendo mis promesas. Vamos a trabajar en su anillo.
Los tres se sentaron y comenzaron a intercambiar ideas sobre lo que Mateo y Clara querían. Clara, con entusiasmo, habló sobre su estilo, las piedras que le gustaban y el diseño que imaginaba. Mateo, más relajado, solo asentía, dejando claro que lo importante para él era que Clara estuviera feliz con el resultado.
Después de anotar varios conceptos y hacer algunos bocetos preliminares, Amatista cerró su libreta y les sonrió.
—En cuanto tenga el diseño listo, se los mostraré. Si me dan el visto bueno, lo enviaré a producción.
Mateo asintió con una sonrisa.
—Perfecto. Te lo agradezco, cuñada. Decime cuánto te debo.
Amatista lo miró con una ceja levantada.
—Nada. Esto es algo que te prometí para Clara, así que todo corre por mi cuenta.
Mateo intentó insistir, pero Clara, emocionada, tomó su mano y lo detuvo.
—Amor, es un regalo. No discutas.
Mateo suspiró con resignación antes de tomar la mano de Clara y sonreírle con cariño.
—Está bien, acepto el regalo. Pero entonces ustedes dos tienen que ser nuestros padrinos de boda.
Amatista parpadeó, sorprendida por la petición, y luego sonrió con calidez.
—Acepto encantada. Y si es necesario, convenceré a Enzo.
Mateo rió con diversión.
—No creo que se niegue, pero si lo hace, seguro vos sabrás cómo manejarlo.
Antes de que Amatista pudiera responder, la puerta de su oficina se abrió de golpe, y Alessandra entró con entusiasmo.
—¡Mateo! ¡Clara! —exclamó con emoción mientras se acercaba a ellos—. ¡Son mi segunda pareja favorita!
Clara rió con dulzura mientras Mateo arqueaba una ceja con fingida ofensa.
—¿Segunda? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Obviamente, la primera son Enzo y Amatista —respondió Alessandra con obviedad.
Mateo negó con la cabeza divertido.
—Hermanita, siempre con tus ocurrencias… ¿pero qué hacés acá?
Amatista se cruzó de brazos con una sonrisa.
—Porque a partir de hoy, Alessandra será mi aprendiz y el nuevo pasante de Lune.
Mateo y Clara intercambiaron miradas de sorpresa antes de sonreír con orgullo.
—¡Eso es increíble! —dijo Clara—. Felicidades, Alessandra.
—Solo asegúrate de esforzarte al máximo —agregó Mateo—. Demostrá que no es coincidencia que estés acá.
Alessandra asintió con determinación.
—Voy a dar lo mejor de mí.
Amatista la miró con aprobación antes de agregar con un tono serio:
—Y así debe ser. Ya hay gente que cree que estás aquí solo por tu apellido, así que vas a tener que demostrar que estás aquí por tu capacidad.
Alessandra enderezó los hombros y sonrió con confianza.
—No te preocupes, cuñada. No pienso defraudar a nadie.
Después de la emoción inicial, Mateo y Clara decidieron marcharse para dejar que Amatista y Alessandra comenzaran con su primer día en Lune.
—Nos vemos más tarde, cuñada —dijo Mateo, abrazándola con cariño antes de dirigirse hacia la puerta junto a Clara—. Y ya sabés, a convencer a Enzo de ser padrino.
—Eso dejámelo a mí —respondió Amatista con una sonrisa confiada.
—Nos vemos pronto, Alessandra. ¡Mucho éxito! —dijo Clara, dándole un abrazo rápido.
—¡Gracias! ¡Nos vemos después! —respondió Alessandra con entusiasmo.
Una vez que se fueron, Amatista se giró hacia Alessandra y le indicó que la siguiera.
—Vamos, te presentaré a los demás.
Mientras caminaban por los pasillos de Lune, Alessandra no podía ocultar su emoción.
—Todavía no puedo creer que realmente esté acá —dijo, casi saltando de felicidad—. Y lo mejor es que también voy a comenzar la universidad.
—¿Ya decidiste cuál vas a elegir? —preguntó Amatista con curiosidad.
Alessandra asintió con energía.
—Sí, me inscribí en el programa de Diseño de Joyas y Accesorios en una de las mejores universidades de la ciudad. ¡Voy a estudiar y trabajar al mismo tiempo!
Amatista sonrió con aprobación.
—Eso significa que te va a tocar esforzarte el doble.
—Lo sé, pero estoy lista. Quiero aprender todo lo que pueda —afirmó Alessandra con determinación.
Finalmente, llegaron a la sala de diseño, donde estaban reunidos Leticia, Valeria, Gabriel, Marcos y Natalia, junto con Ernesto y Santiago, quienes conversaban sobre los próximos pasos de la empresa.
—Disculpen la interrupción —dijo Amatista con confianza—. Quiero presentarles a Alessandra Bourth, mi nueva aprendiz y pasante en Lune.
Los diseñadores y Ernesto le dieron una cálida bienvenida, aunque Leticia se limitó a asentir con una sonrisa cortés.
—Bienvenida, Alessandra —dijo Santiago, con su tono habitual—. Espero que estés lista para trabajar.
—¡Totalmente! —respondió ella, emocionada.
Amatista la observó por un momento antes de añadir:
—Para que pueda guiarte mejor, te pondré un escritorio en mi oficina. Así aprenderás directamente de mí y te acostumbrarás a cómo se manejan las cosas en Lune.
Los ojos de Alessandra se iluminaron con sorpresa.
—¿De verdad?
—Sí. Pero eso significa que vas a tener que demostrar que mereces estar ahí.
Alessandra asintió con firmeza.
—Lo haré, cuñada. No voy a desaprovechar esta oportunidad.
Amatista observó a Alessandra con una sonrisa firme antes de cruzarse de brazos.
—Me alegra escuchar eso —dijo con calma—, pero hay algo que tenés que entender desde ahora.
Alessandra parpadeó, confundida.
—¿Qué cosa?
Amatista la miró con seriedad y señaló la puerta de la sala de diseño.
—Una vez que pasemos esa puerta, yo no soy tu cuñada. Soy tu jefa.
El entusiasmo de Alessandra se mezcló con una pizca de nerviosismo, pero rápidamente asintió con determinación.
—Lo entiendo.
—Eso significa que no va a haber favoritismos —continuó Amatista—. Si cometés errores, te los voy a señalar. Y si esperás que te trate con consideración por ser mi cuñada, estás equivocada.
Alessandra tragó saliva, pero sonrió.
—No espero tratos especiales. Quiero aprender y demostrar que merezco estar aquí.
Amatista la miró por unos segundos antes de asentir con aprobación.
—Bien. Entonces, empezamos ahora.
Sin decir más, Amatista giró sobre sus talones y avanzó hacia su oficina, dejando claro que, en Lune, las relaciones familiares no importaban.
Lo único que contaba era el talento y el esfuerzo.