Capítulo 108 Un amor en ruinas

El amanecer llegó tranquilo, con un aire frío que se colaba entre las cortinas de la habitación de Amatista. Ella despertó despacio, los párpados pesados por el cansancio acumulado de los últimos días. Estiró la mano hacia su teléfono, un gesto habitual, y al encenderlo, su rostro se transformó. La pantalla estaba inundada de notificaciones: decenas de llamadas perdidas y mensajes de Enzo. Una parte de ella quería ignorarlos, pero la otra, más fuerte, sentía curiosidad. Al abrir uno de los mensajes, leyó: "Gatita, por favor, vuelve. No puedo más sin ti". Lo cerró de inmediato, su corazón latiendo con fuerza. —¿Cómo puede decir que no puede más sin mí si no es capaz de apoyarme? —murmuró, sintiendo cómo el dolor y la frustración se entremezclaban. Dejó el teléfono sobre la mesa de noche y se dirigió al baño. El agua fría la ayudó a despejarse, pero no calmó la maraña de emociones que la atormentaban. Esto no puede seguir así, pensó mientras se secaba el rostro frente al espejo. Sin embargo, no tuvo tiempo de reflexionar más. Desde la ventana del baño, los gritos llegaron claros. —¡Quiero verla! ¡Quiero hablar con Amatista! Amatista corrió a la ventana, apartando la cortina para observar. Allí estaba él, acompañado de Emilio, Mateo, Paolo y Massimo. Enzo gritaba desesperado frente a los guardias de la entrada, exigiendo que lo dejaran pasar. Su voz era una mezcla de rabia y súplica, rasgando el aire matutino con una intensidad que hizo que el corazón de Amatista se encogiera. Daniel Torner salió entonces de la mansión, su porte sereno contrastando con la furia de Enzo. —Enzo, cálmate. La llamaré para que venga, pero no tienes derecho a armar semejante escándalo aquí. Amatista suspiró, tomando una decisión rápida. Se vistió con lo primero que encontró y bajó las escaleras a toda prisa. Al abrir la puerta principal, vio cómo Daniel intentaba razonar con Enzo, mientras los demás hombres observaban a una distancia prudente, como si estuvieran listos para intervenir. —Amor, ¿qué haces aquí? —preguntó Amatista al acercarse, su tono cargado de desconcierto y preocupación. Enzo la miró, y en ese instante ella notó su estado deplorable. Su rostro estaba pálido, las ojeras profundas, y aunque había intentado arreglarse, era evidente que no estaba bien. Daniel, al ver a su hija, les dio espacio. —Hablen tranquilos —dijo antes de retirarse, con un gesto hacia los demás para que también se alejaran. Emilio, Mateo, Paolo y Massimo obedecieron, aunque permanecieron lo suficientemente cerca como para escuchar cada palabra. El silencio entre Amatista y Enzo duró apenas un segundo antes de que él hablara. —Soy un idiota, gatita. No sé cómo actuar cuando siento que puedo perderte. Por eso... por eso reaccioné así. Su voz se quebró, y Amatista, sorprendida por su vulnerabilidad, dio un paso hacia él. Levantó la mano para acariciar su mejilla, sintiendo la aspereza de su barba. —Amor, no tienes que tener miedo. Yo no quiero dejarte, ¿no entiendes eso? —dijo ella con dulzura, sus ojos buscando los de él con sinceridad—. Te amo. Las palabras de Amatista parecieron calmarlo por un momento. Enzo se llevó una mano al bolsillo y sacó una pequeña caja de terciopelo negro. —Entonces vuelve conmigo. Esto siempre fue para ti. —Abrió la caja, revelando los anillos que había comprado años atrás. Amatista lo miró con sorpresa, pero también con desconfianza. —¿Eso significa que no tienes problema con que trabaje como diseñadora? La pregunta lo tomó por sorpresa. Enzo frunció el ceño y, por un instante, sus ojos reflejaron algo oscuro. —No. Amatista dio un paso atrás, dejando caer su mano de su rostro. —Casi te creo, Enzo. Casi me haces pensar que realmente estabas arrepentido. El cambio en el rostro de Enzo fue inmediato. Su ira, contenida por apenas unos minutos, estalló. —¡Sube al auto! Nos vamos ahora. —No voy a ir a ningún lado contigo —respondió Amatista con una calma que solo intensificó la frustración de Enzo. Desde la distancia, Emilio alzó la voz. —¡Enzo, no es así como vas a solucionar esto! Tranquilízate. Mateo y Massimo intentaron acercarse, pero Enzo levantó una mano, deteniéndolos. —¡Sube al auto ahora, o olvídate de mí! —gritó, su voz resonando con una desesperación que hizo eco en los muros de la mansión. Amatista lo miró fijamente, con los ojos llenos de una mezcla de tristeza y resolución. —No voy a subirme al auto, pero tampoco soy yo la que te deja, Enzo. Eres tú el que me aleja. Tomó la caja con los anillos de sus manos y se la devolvió, cerrándola suavemente antes de colocarla sobre su pecho. —Adiós, Enzo. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la mansión. Justo antes de entrar, se detuvo y lo miró una última vez. —No vuelvas a buscarme, ni a llamarme "gatita". Tú ya no eres ese niño que juró cuidarme. La puerta se cerró detrás de ella, dejando a Enzo inmóvil. Su cuerpo parecía una estatua, rígido y vacío, mientras la realidad de sus palabras lo golpeaba como un puñal. Emilio se acercó entonces, el rostro cargado de frustración. —¿Cómo pensabas arreglar esto, amenazándola? ¿De verdad crees que así la recuperarás? Enzo no respondió. Sus ojos seguían fijos en la puerta cerrada, como si aún esperara que ella regresara. — Vamos a la mansión Bourth —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro. El sol apenas comenzaba a ascender, tiñendo el cielo de tonos cálidos, mientras los autos avanzaban en silencio hacia la mansión Bourth. Enzo estaba sentado en el asiento trasero, inmóvil, con la mirada perdida a través de la ventana. A su lado, Emilio lo observaba con preocupación, mientras Mateo conducía con discreción, entendiendo que algo grave había ocurrido pero sin atreverse a preguntar. El silencio era abrumador. El eco de las palabras de Amatista resonaba en la mente de Enzo, especialmente esa frase que nunca habría esperado escuchar: "No vuelvas a llamarme gatita." La simple idea lo atravesaba como una daga, dejándolo sin aire. Había conocido a Amatista toda su vida. Desde niños, ella había sido su refugio, su constante. Y ese apodo, "gatita", no era simplemente un nombre cariñoso; era un símbolo de todo lo que compartían. Ahora, ese vínculo parecía desmoronarse ante sus ojos. Emilio carraspeó, intentando romper la tensión en el ambiente. —Enzo, ¿por qué no dejas que Amatista sea diseñadora? —preguntó con cautela, consciente de que podía estar pisando terreno peligroso. Enzo no respondió. Su mirada seguía fija en el horizonte, aunque parecía no estar viendo nada. Había un vacío en sus ojos, como si estuviera atrapado en sus propios pensamientos, incapaz de escapar. Emilio insistió, su tono más suave esta vez. —Hermano, ¿qué te pasa? Pareces... perdido. La voz de Emilio logró penetrar la barrera mental de Enzo. Este giró la cabeza lentamente hacia él, pero su expresión era de pura derrota. —Lo arruiné todo —murmuró con una amargura que Emilio jamás había escuchado antes. Pausó, como si estuviera recogiendo las palabras correctas entre los escombros de su orgullo roto—. Ella nunca... nunca me había pedido que no la llamara gatita. Emilio frunció el ceño, intrigado. —¿Qué tiene de especial ese apodo? —preguntó, intentando comprender el peso emocional que cargaba. Enzo cerró los ojos por un momento, como si retrocediera en el tiempo. Cuando volvió a hablar, su voz era apenas un susurro, pero cargada de emoción. —Cuando éramos niños... ella tenía cinco años. Yo tenía siete. Una tarde, después de una discusión en la mansión, Amatista estaba triste, así que decidí llevarla a pasear. Caminamos por los jardines hasta que encontramos un pequeño gatito herido. Estaba solo, llorando. Buscamos a su madre, pero no la encontramos. Yo le propuse llevarlo a la mansión y cuidarlo. Ella aceptó, pero cuando estábamos de regreso, se detuvo de repente, mirando al gatito en sus manos. Hizo una pausa, recordando con precisión cada detalle de aquel momento. —Amatista le dijo al gatito que ella tampoco tenía una madre que la cuidara... —La voz de Enzo se quebró ligeramente, pero continuó—. Yo no sabía qué decir, así que le prometí que no tenía que preocuparse. Le dije que, a partir de ese día, ella sería mi gatita, y que yo siempre la cuidaría. Emilio escuchó en silencio, comprendiendo finalmente el peso de ese apodo. No era solo un término cariñoso; era un juramento, un lazo que los había unido desde la infancia. Ahora entendía por qué las palabras de Amatista lo habían devastado tanto. —Desde ese momento —continuó Enzo, con una leve sonrisa amarga—, siempre la he llamado gatita. Incluso cuando peleábamos, cuando discutíamos... nunca me había pedido que no la llamara así. Nunca. El auto se sumió en un nuevo silencio. Emilio se inclinó un poco hacia él, su tono buscando consolar. —Tal vez lo dijo porque estaba dolida o frustrada. Amatista te ama, Enzo. Lo sabemos todos. Enzo lo miró, y por un momento, pareció debatirse entre la esperanza y el desánimo. Pero entonces, su semblante cambió. Su rostro se endureció, adoptando una expresión fría que Emilio reconoció como el escudo que Enzo levantaba cuando estaba decidido a bloquear sus emociones. —No voy a buscarla más. —Su tono era firme, pero había un dejo de dolor que traicionaba su resolución. Emilio lo observó con incredulidad. —¿Qué estás diciendo? Amatista es única. Nunca encontrarás a alguien como ella. Enzo asintió lentamente, como si estuviera de acuerdo. —Lo sé. Amatista será mi única gatita... pero no quiero lastimarla más. Lo mejor es seguir adelante con mi vida. Emilio estaba a punto de replicar, pero algo en la mirada de Enzo lo detuvo. Era como si una parte de él ya hubiera aceptado la idea de dejarla ir, aunque eso lo estuviera destrozando por dentro. El resto del trayecto transcurrió en silencio. Mateo, desde el asiento del conductor, lanzaba miradas ocasionales por el espejo retrovisor, pero no se atrevía a intervenir. El peso de la conversación flotaba en el aire como una nube oscura, densa e inescapable. Cuando llegaron a la mansión Bourth, Enzo fue el primero en salir del auto. Caminó hacia la entrada con pasos firmes, pero su postura delataba el cansancio emocional que lo consumía. Emilio lo siguió, decidido a no dejar que su amigo cargara con todo ese peso solo. —Enzo... —llamó Emilio, deteniéndose justo detrás de él—. ¿Estás seguro de esto? ¿De verdad vas a rendirte? Enzo se giró lentamente, su expresión imperturbable, pero sus ojos reflejaban un dolor indescriptible. —No es rendirse, Emilio. Es... aceptar que quizás ella estará mejor sin mí. Emilio apretó los labios, frustrado. Sabía que Enzo no era del tipo que se daba por vencido fácilmente, pero también entendía que el vínculo con Amatista era diferente. Más profundo. Más complicado. —¿Y tú? ¿Tú estarás mejor sin ella? —preguntó finalmente. Enzo no respondió. Simplemente giró sobre sus talones y entró en la mansión, dejando a Emilio con una mezcla de rabia y tristeza. Por primera vez, Emilio sintió que el hombre que siempre había visto como invencible estaba al borde del colapso. Mateo esperó a que Enzo desapareciera detrás de las puertas de la mansión antes de encender el auto y dirigirle una mirada significativa a Emilio. —Sube. Vamos a tu casa —indicó con firmeza. Emilio no discutió. Con un suspiro pesado, rodeó el auto y se sentó en el asiento del copiloto. Mateo arrancó el vehículo y ambos se dirigieron hacia la mansión de Emilio, la más cercana. El trayecto transcurrió en silencio, pero la tensión era palpable. Mateo, aunque normalmente reservado, no pudo contenerse más cuando estacionó frente a la entrada de la mansión. —No entiendo cómo puede ser tan terco. —Apagó el motor y giró hacia Emilio, su tono cargado de frustración—. ¿De verdad cree que olvidará a Amatista con alguien más? Emilio frunció el ceño, mirando por la ventana antes de responder. —Eso fue lo que dijo cuando llegamos a la mansión Bourth. Que Amatista estaría mejor sin él y que la olvidaría con otra mujer. —El desprecio en su voz era evidente—. Como si fuera tan simple. Ambos bajaron del auto y entraron en la mansión de Emilio. En la sala de estar, se unieron a Massimo y Paolo, quienes ya estaban esperándolos. La conversación no tardó en girar en torno a Enzo y su insólita decisión. —Amatista y Enzo se aman. Eso es innegable. —Massimo se inclinó hacia adelante, sus manos entrelazadas mientras los observaba a todos con seriedad—. Tal vez necesitan tiempo separados para entenderlo mejor. —Eso no significa que podamos dejarlo así. —Paolo, sentado con una postura relajada, pero con los ojos llenos de preocupación, negó con la cabeza—. Ambos son tercos, pero es evidente que Enzo está más desesperado. Amatista está acostumbrada a lidiar con sus cosas sola, pero igual debemos darle apoyo. No podemos dejarla a la deriva. —¿Y Enzo? —intervino Mateo, cruzando los brazos—. Él no parece tener ningún interés en solucionar esto. Dijo que buscaría a alguien más, pero está claro que lo hace para castigarse. —Exacto. —Paolo levantó un dedo, como si eso resumiera todo el problema—. Y ahí está el peligro. Sabemos cómo es Enzo. La que sea que elija como reemplazo no será más que eso: un reemplazo. Pero esa mujer no va a saberlo, y Enzo no es precisamente sutil. —¿Sutil? —Emilio soltó una carcajada seca—. Él no lo es, y eso es lo que me preocupa. Si lleva a alguien más a su vida para “olvidar” a Amatista, ¿cuánto tiempo pasará antes de que esa persona intente aprovecharse de la situación? —Es nuestra responsabilidad controlar eso. —La voz de Paolo era tranquila pero firme—. No podemos dejar que se meta en problemas mayores. Massimo asintió, mirando a cada uno de ellos antes de hablar. —Piensen en todos los años que llevamos trabajando con él. ¿Alguna vez lo vimos así? —Hizo una pausa, dejando que la pregunta se asentara en el aire antes de continuar—. El Enzo que conocíamos nunca tomaría una decisión así. Pero está claro que este no es el mismo Enzo. El silencio que siguió fue abrumador. Cada uno de ellos sabía que Massimo tenía razón. Enzo siempre había sido calculador, implacable y seguro de sí mismo. Pero ahora, era como si una parte de él hubiera colapsado bajo el peso de sus emociones. —Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Emilio finalmente, su tono serio. Paolo se levantó y caminó hacia la ventana, mirando hacia el horizonte. —Hacemos lo que siempre hemos hecho: estar para él y para Amatista. Aunque no lo admitan, ambos nos necesitan. Y aunque Enzo esté perdiendo la cabeza, no podemos dejar que su desesperación lo lleve a tomar decisiones que lo lastimen más. Massimo asintió. —Y debemos asegurarnos de que quien sea que intente ocupar el lugar de Amatista sepa claramente que no será más que un reemplazo. Emilio suspiró, apoyándose en el respaldo del sofá. —¿Y si no podemos hacer nada para detenerlo? —Entonces nos aseguramos de que no destruya todo lo que le importa en el proceso. —Paolo se giró para mirarlos, su expresión decidida—. No podemos perderlo. Ni a él, ni a Amatista. La conversación terminó con un consenso silencioso. No sería fácil, pero todos sabían que no podían darse el lujo de fallar. Enzo y Amatista eran el corazón de todo lo que habían construido, y aunque estuvieran rotos ahora, aún había esperanza de que pudieran repararse.
Ajustes
Fondo
Tamaño de letra
-18
Desbloquear el siguiente capítulo automáticamente
Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
Añadir a mi biblioteca
Joyread Español
FINLINKER TECHNOLOGY LIMITED
69 ABERDEEN AVENUE CAMBRIDGE ENGLAND CB2 8DL
Copyright © Joyread. Todos los derechos reservados