Capítulo 183 Caza en marcha
Amatista llegó a la habitación y dejó caer el vestido al suelo antes de meterse en el jacuzzi. El agua caliente la envolvió de inmediato, relajando sus músculos tensos. Luna y Samara ya estaban dentro, disfrutando con calma cuando comenzaron las bromas.
—Maldita sea, Amatista, con ese cuerpo me daría lástima vestirme. —soltó Luna con una sonrisa burlona.
—No es justo, algunos nacemos con suerte y otros tenemos que esforzarnos en el gimnasio. —agregó Samara, mirándola con fingida indignación.
Amatista rodó los ojos con una leve sonrisa.
—Perdí mucho peso. Apenas ahora estoy recuperándolo. —comentó, pasando las manos por sus piernas bajo el agua.
—Pues, si esto es "recuperándote", no quiero imaginar cómo te veías antes. —se rió Luna.
Las tres se quedaron disfrutando el jacuzzi, el agua tibia y el ambiente de tranquilidad... hasta que una alarma fuerte resonó por todo el club, interrumpiendo el momento.
El sonido era ensordecedor. Luna y Samara se miraron de inmediato y, casi al unísono, Luna comentó:
—Apareció Diego.
Amatista se tensó por un instante, pero enseguida se recostó en el borde del jacuzzi con total calma.
—Si es así, ustedes vayan a ver qué pasa. Yo me quedo aquí.
Luna y Samara no insistieron. Se secaron rápidamente y bajaron para averiguar qué sucedía.
Cuando llegaron a la sala principal, solo algunos de los hombres estaban allí. Alan fue el primero en hablar:
—La alarma de las computadoras sonó. Alguna de las cámaras detectó a Diego.
Todos se quedaron en silencio, atentos a la situación, mientras en otro lugar del club, Amatista seguía sumergida en el jacuzzi, cerrando los ojos con una expresión de total indiferencia.
Mientras tanto, en la oficina, Enzo estaba con Emilio y Eugenio, el técnico que monitoreaba las cámaras.
Eugenio señaló la pantalla con firmeza.
—Como pensábamos, Diego sigue fuera de la ciudad. Se está refugiando en Puerto san Esteban.
Enzo chasqueó la lengua con una sonrisa fría.
—Ahí tengo muchos contactos. Puedo ofrecer una buena recompensa para que lo cacen. Pero lo mejor será ir a hablar directamente con el jefe de la organización.
Emilio cruzó los brazos.
—Podemos ir ahora mismo.
Enzo asintió, tomando su chaqueta.
—Sí. Vámonos.
Enzo se colocó la chaqueta y, antes de salir, sacó su teléfono.
—Primero llamaré a Liam. No quiero caerles de sorpresa.
Marcó el número y esperó. No tardó mucho en obtener respuesta.
—Enzo. —La voz de Liam sonó con su tono habitual de autoridad y calma.
—Liam. Necesito hablar contigo. Es un asunto importante.
Hubo un leve silencio antes de que Liam respondiera:
—Justo esta noche estoy celebrando el cumpleaños de mi esposa. Será una reunión privada, algo íntimo con algunos socios. ¿Por qué no vienes?
Enzo no respondió de inmediato. Liam continuó:
—Hablaremos después en una sala privada, pero aprovecha y ven con tu familia. Ya sabes cómo es esto. Si apareces solo con tus hombres, parecerá un asunto hostil.
—Entiendo. —dijo Enzo con tono neutro—. Nos vemos esta noche.
Cortó la llamada y guardó el teléfono en el bolsillo.
Emilio, que había estado escuchando en silencio, preguntó de inmediato:
—¿Qué te dijo?
—Nos espera esta noche. Está celebrando el cumpleaños de su esposa y quiere que vayamos en un ambiente más relajado. Después hablaremos en privado.
Emilio asintió, comprendiendo el juego de Liam.
—¿Entonces vamos solo nosotros?
—No. —Enzo sonrió con calma—. Llevaremos a Amatista. Si llegamos solos, puede que no les guste. Pero si respetamos el ambiente de fiesta, no habrá excusas para negarse.
Emilio asintió nuevamente, sabiendo que Enzo siempre tenía una estrategia detrás de cada decisión.
Emilio se quedó observando a Enzo, esperando que diera la orden para salir, pero en lugar de eso, él se encaminó hacia el tercer piso.
—¿A dónde vas? —preguntó Emilio, frunciendo el ceño.
—A convencer a Amatista.
Emilio no dijo nada más. Sabía que Enzo no aceptaría un no por respuesta.
Amatista seguía en el jacuzzi, con la cabeza recostada en el borde y los ojos cerrados. Luna y Samara ya se habían salido, envolviéndose en toallas y charlando entre ellas.
Cuando la puerta se abrió, todas giraron la cabeza. Enzo entró con su paso seguro, sin inmutarse por la escena.
—Gatita, tenemos que irnos.
Amatista suspiró con fastidio sin siquiera abrir los ojos.
—No voy a ir a ningún lugar relacionado con Diego. Ya te lo dije. No me meteré en eso.
Enzo apretó la mandíbula y se acercó más.
—No se trata solo de Diego. Vamos a Puerto San Esteban a hablar con Liam, el jefe de la organización. No podemos ir solo Emilio y yo, necesita ser en un ambiente más relajado, en su fiesta.
—No. —Amatista abrió los ojos y lo miró con firmeza—. Lo que hagas con Diego es asunto tuyo.
Samara y Luna intercambiaron miradas, sintiendo la tensión en el aire.
Enzo respiró hondo, tratando de contener su frustración. Se acuclilló junto al jacuzzi, obligándola a mirarlo.
—Gatita, esto podría ayudarnos a recuperar a los bebés.
Amatista se quedó inmóvil. Sus labios se entreabrieron, pero no dijo nada.
—Si logramos atrapar a Diego, si conseguimos información que nos ayude… —la voz de Enzo bajó de tono, con una súplica implícita—. Esto podría hacer que nuestros hijos vuelvan.
Los dedos de Amatista se apretaron sobre el borde del jacuzzi.
—¿Crees que funcionará?
—No lo sé. Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados.
Amatista cerró los ojos un segundo, tomando aire, antes de finalmente asentir con resignación.
—Está bien.
Se incorporó, saliendo del jacuzzi y tomando la toalla más cercana.
—Me vestiré rápido para que podamos llegar a tiempo.
Amatista salió del baño envuelta en una bata de seda, con el cabello aún húmedo, y se dirigió hacia su maleta. Eligió un vestido rosa ajustado con un escote profundo en la espalda. Después de secarse el cabello y darle unas ondas suaves, aplicó un maquillaje ligero que realzaba sus rasgos sin ser demasiado llamativo. Se colocó unos zapatos altos que estilizaron aún más su figura y se miró en el espejo con aire pensativo.
Mientras tanto, Enzo estaba en su habitación, colocándose un traje negro de tres piezas. Cada detalle estaba perfectamente alineado: la camisa impecablemente planchada, los gemelos en su lugar y la chaqueta ajustándose a la perfección sobre su torso. Emilio, por su parte, eligió un traje azul, un poco más relajado en comparación con el de Enzo, pero igualmente elegante.
Cuando Amatista terminaba de darse los últimos retoques en el espejo, Enzo entró en la habitación y se detuvo en seco al verla. Sus ojos la recorrieron lentamente, deteniéndose en cada detalle de su apariencia.
—Estás hermosa, gatita.
Amatista se giró hacia él, encontrándose con su mirada intensa.
—Gracias.
Enzo avanzó un poco más, acercándose lo suficiente como para bajar el tono de su voz.
—Esta noche debemos parecer una pareja. Sé que aún no me has perdonado, pero frente a los demás, fingiremos que todo está bien entre nosotros.
Amatista lo observó por unos segundos antes de asentir.
—Lo entiendo.
—También debemos ser cordiales con todos. En este tipo de reuniones, muchos intentan aparentar más poder o dinero del que realmente tienen. Lo mejor es no caer en ese juego.
—No lo haré —aseguró Amatista.
Unos golpes en la puerta interrumpieron el momento.
—¡Apúrense, tortolitos! —gritó Alan desde el otro lado—. Queremos ver a la estrella de la noche.
Cuando Amatista salió junto a Enzo, las miradas de los demás se posaron en ella.
—Vaya, Enzo —comentó Joel con una sonrisa burlona—, no sé cómo te las arreglas para que siempre se vea así de espectacular.
—Quizás es él quien debería esforzarse más para alcanzarla —agregó Andrés con diversión.
—Sin duda, esta noche nadie podrá apartar los ojos de ella —opinó Facundo, alzando una copa imaginaria.
Luna y Samara se acercaron, examinándola con atención.
—Parece que nuestro pequeño entrenamiento de spa dio frutos —dijo Luna con un guiño.
—Si así se ve con un maquillaje ligero, no quiero imaginarla con uno elaborado —agregó Samara.
Esteban, quien había permanecido en silencio, finalmente comentó:
—Deberíamos irnos antes de que Enzo decida que es mejor que nadie más la vea.
Enzo rodó los ojos ante los comentarios, pero no dijo nada. Con un simple gesto, indicó que era hora de marcharse.
Los tres subieron al auto y se pusieron en camino hacia el restaurante de lujo donde se llevaría a cabo la celebración.
El auto avanzaba por la carretera mientras la noche caía lentamente. Dentro del vehículo, el ambiente era ligero, con Enzo, Amatista y Emilio bromeando entre sí.
—¿Entonces Alan de verdad intentó conquistar a la mesera del club con un chiste malo? —preguntó Amatista entre risas.
—Lo peor es que la mesera lo miró como si quisiera desaparecer —añadió Emilio, riendo.
Enzo negó con la cabeza, contagiado por la risa de ambos.
—Alan nunca aprende.
—Bueno, al menos lo intenta —dijo Amatista con una sonrisa divertida.
Después de unas horas de viaje, el auto se detuvo frente al elegante restaurante donde se llevaría a cabo la celebración. Enzo salió primero y rodeó el auto para abrirle la puerta a Amatista, ofreciéndole la mano para ayudarla a bajar.
—Qué caballeroso —bromeó ella mientras tomaba su mano.
—Quédate cerca de Emilio o de mí en todo momento —le indicó Enzo con tono serio.
Amatista asintió, pero luego hizo una mueca.
—Antes de entrar quiero ir al baño.
Enzo soltó una breve risa.
—Está bien, pero no tardes.
Amatista se alejó con paso rápido, entrando al restaurante y dirigiéndose al baño. Al ingresar, se encontró con dos mujeres. Una de ellas sostenía a un bebé en brazos con expresión apurada, mientras que la otra, una mujer alta y elegante, se mostraba visiblemente irritada.
—No sé por qué las amas de casa insípidas como tú creen que pueden salir a jugar a ser señoras —dijo la mujer con arrogancia, cruzándose de brazos.
—Solo te pedí un favor... —respondió la madre del niño, algo avergonzada.
—Y te lo negué —replicó la otra con una sonrisa burlona antes de darse la vuelta y salir del baño.
Amatista no se metió en la discusión, pero cuando la madre del bebé la miró con indecisión, le ofreció sostener al niño mientras iba al baño.
—Si quieres, puedo cargarlo un momento.
La mujer, algo avergonzada pero aliviada, le entregó al bebé con una sonrisa agradecida.
—Muchas gracias… de verdad.
—No hay problema —respondió Amatista, acomodando al bebé en sus brazos.
Mientras esperaba, comenzó a hablarle suavemente al niño.
—Eres muy guapo, ¿lo sabías? Y muy tranquilo. Seguro no les das problemas a tus papás.
El bebé no respondió, obviamente, pero la miró con curiosidad y emitió un pequeño sonido.
Poco después, la madre salió del baño y recibió nuevamente a su hijo con una sonrisa.
—Gracias de nuevo… y lamento la escena de hace un momento.
—No tienes que disculparte —respondió Amatista—. Y no deberías prestar atención a lo que dicen mujeres como ella. Ser ama de casa es una tarea sacrificada como para ser juzgada por alguien cuya única habilidad es oler cuentas bancarias a la distancia.
La mujer rió con suavidad.
—Tienes razón.
—Soy Amatista, por cierto.
—Carolina —se presentó la mujer con una sonrisa—. Un gusto conocerte.
Tras despedirse, Carolina salió del baño y Amatista finalmente ingresó a usarlo.
Mientras tanto, en la recepción del restaurante, Enzo y Emilio esperaban. En ese momento, Liam apareció con una expresión relajada.
—¿Por qué no ingresaron? —preguntó con curiosidad.
—Estoy esperando a mi esposa. Fue al baño —respondió Enzo con naturalidad.
Liam rió.
—Las mujeres son así, siempre necesitan estar perfectas. La mía también fue al baño.
Justo en ese momento, Carolina apareció con el bebé en brazos.
—Hablando de mi esposa —comentó Liam con una sonrisa—, aquí está.
Carolina se acercó y Liam pasó un brazo por su cintura.
—Amor, te presento a Enzo y Emilio.
Carolina los miró con sorpresa por un breve instante antes de sonreír.
—Un placer conocerlos.
Liam le dio un beso en la frente y luego le indicó que ingresaran a la sala.
—Los esperamos adentro —dijo Liam, guiñándole un ojo a Enzo antes de entrar con Carolina y su hijo.
Enzo se quedó en silencio por un momento, observando la escena con una leve sonrisa antes de dirigir la vista hacia el pasillo, esperando a que Amatista regresara.
Amatista regresó del baño y vio a Enzo y Emilio esperándola cerca de la entrada. Al llegar, Enzo se acercó a ella con una sonrisa tranquila.
—Gatita, aguarda un momento. Mandé a traer un regalo para la esposa de Liam. No podemos llegar con las manos vacías —comentó Enzo, mirando al pasillo por donde había desaparecido el guardia.
Amatista asintió, mirando a su alrededor. Emilio, por su parte, estaba atento, sin decir mucho, pero claramente esperando que la situación avanzara. No mencionó nada sobre el incidente en el baño. Enzo, por su parte, tampoco pareció notar nada fuera de lo común en su actitud.
Pocos minutos después, el guardia de confianza de Enzo apareció con un cuadro cuidadosamente envuelto. Se acercó y se lo entregó a Enzo, quien observó la obra de arte con detenimiento. El cuadro era de un artista cuyo estilo era conocido por ser uno de los favoritos de la esposa de Liam.
—Perfecto —dijo Enzo, asintiendo con satisfacción—. Llévalo a la sala de regalos y ponle una tarjeta que diga que es de parte de la familia Bourth.
El guardia asintió y se retiró con el cuadro, mientras Enzo tomaba la mano de Amatista, guiándola hacia la entrada de la sala.
—Ahora sí, Gatita, vamos —dijo Enzo con una sonrisa, entrelazando sus dedos con los de ella con una naturalidad que parecía inquebrantable.
Amatista le devolvió la sonrisa con una pequeña inclinación de cabeza, sin apartarse de él. La sensación de estar juntos de esa manera, ante la mirada de los demás, parecía ser la más cómoda para ambos en ese momento. Aunque los demás no sabían nada de su complicada relación, Enzo no hacía ningún esfuerzo por ocultar su cercanía con Amatista.
Emilio los siguió unos pasos detrás, asegurándose de mantener su presencia atenta pero respetuosa.