Capítulo 44 Bajo el sol del campo
El sol brillaba suavemente mientras el auto avanzaba por las calles, rodeado por un paisaje que se transformaba poco a poco de edificios y tráfico a campos abiertos y árboles que proyectaban sombras sobre el camino. Dentro del vehículo, el ambiente era relajado, lleno de la calidez que compartían Enzo y Amatista en los pequeños momentos cotidianos.
Amatista, con el cabello aún húmedo tras la ducha, decidió hacerse una coleta para mantenerlo fuera del rostro. Alzó las manos y comenzó a recogerlo, dejando que dos mechones sueltos cayeran con gracia a ambos lados de su rostro. El movimiento fue natural, casi distraído, pero para Enzo, que la observaba de reojo, fue suficiente para que soltara un profundo suspiro.
—Gatita, ¿puedes dejar de distraerme con tu belleza mientras manejo? —dijo, su tono una mezcla de humor y sinceridad.
Amatista lanzó una carcajada suave, llevándose las manos a la cara en un gesto teatral de inocencia.
—¡No sé de qué hablas, amor! Solo estoy arreglándome un poco.
Enzo negó con la cabeza, pero no pudo evitar una sonrisa mientras mantenía los ojos en el camino.
—Solo tú puedes arreglarte el cabello y convertirlo en algo que me desconcentre.
Amatista lo miró de lado, divertida por el comentario, pero pronto el tono de la conversación cambió ligeramente cuando Enzo comenzó a hablar sobre lo que los esperaba en el club de golf.
—Habrá mucha gente —dijo, su voz tranquila pero marcadamente atenta.
—¿Quiénes estarán? —preguntó Amatista, inclinándose un poco hacia él, curiosa por saber con quiénes compartirían el día.
—Algunos ya los conoces: Alejandro, Manuel, Felipe y Valentino —respondió, haciendo una pausa para observar su reacción.
Amatista recordó de inmediato la vez que conoció a ese grupo, el incidente de la llave perdida y cómo Enzo había manejado la situación con su acostumbrada firmeza.
—Oh, sí, claro. Ese día fue... memorable —dijo, riendo ligeramente mientras recordaba la escena.
Enzo arqueó una ceja, claramente divertido por su reacción.
—También estarán otros que no conoces: Demetrio, Jorge, Tyler, David y Leonardo.
Amatista suspiró, procesando la lista de nombres que, para ella, resultaban un poco abrumadores.
—Espero poder recordarlos a todos —murmuró, mirando por la ventana.
Enzo soltó una risa breve antes de añadir con cierto desdén:
—Y seguramente habrá algunas mujeres también.
El tono molesto en sus palabras no pasó desapercibido para Amatista, quien lo miró con una sonrisa que era mitad traviesa, mitad comprensiva.
—¿De esas que te molestan porque pueden oler cuentas bancarias desde kilómetros de distancia?
La risa profunda de Enzo llenó el auto, relajando por completo el ambiente.
—Exactamente, gatita. Esas mismas.
Amatista se acomodó en su asiento mientras él continuaba enumerando a otros asistentes.
—También estarán Luciano, Martín, Sofía, Diana y los Sotelo.
Amatista asintió al escuchar los nombres familiares, su mente volviendo al momento en que conoció a Sofía, quien había sido especialmente amable con ella.
—Me gustó mucho Sofía —comentó con sinceridad, pero luego estalló en una risa al recordar otra escena—. Y cómo olvidar a Maximiliano.
Enzo, que ya sabía a qué se refería, arqueó una ceja, divertido, pero con un leve gesto de advertencia.
—¿De qué te ríes ahora?
—De su cara cuando le lanzaste aquella advertencia sobre nuestro “compromiso” roto —respondió Amatista, sin poder contenerse.
Enzo sonrió, recordando el momento.
—Tenía que dejarle claro que esas cosas no se toman a la ligera, aunque haya sido algo de otro tiempo.
Amatista rió con más fuerza, cubriéndose la boca con una mano mientras las imágenes del pasado volvían a su mente.
—Pobre Maximiliano. Creo que ni siquiera sabía cómo responder.
La conversación continuó con risas hasta que Enzo mencionó otros nombres.
—También estarán Alba, Sara y Bianca —dijo con un tono más neutro, pero Amatista pudo percibir una leve incomodidad en sus palabras.
Justo en ese momento llegaron al estacionamiento del club. El lugar estaba lleno de autos, y se podía ver a varias personas moviéndose entre el campo y la entrada principal. Mientras Enzo buscaba un lugar para estacionar, Amatista recordó que no habían desayunado y tuvo una idea.
—Amor, creo que voy a buscar unas galletitas antes de que empecemos. No hemos comido nada —dijo mientras revisaba sus bolsillos, buscando la tarjeta que Enzo le había dado días antes.
Al no encontrarla, frunció el ceño y se giró hacia él.
—¿Tienes algo de efectivo? No encuentro la tarjeta.
Enzo se rio con suavidad, estacionando el auto en un espacio cercano a la entrada.
—¿De qué sirve darte una tarjeta con cupo ilimitado si siempre la olvidas?
Amatista hizo un puchero mientras extendía la mano, esperando el dinero.
—Por favor, amor. Prometo que será la última vez.
Enzo negó con la cabeza, pero sacó algunos billetes de su billetera y se los entregó.
—Está bien, gatita. Pero solo porque me diste una buena risa esta mañana.
Amatista tomó el dinero con una sonrisa satisfecha y abrió la puerta del auto.
—Voy rápido. Espérame en el campo.
—No te tardes —respondió Enzo, viéndola mientras se alejaba hacia la cafetería del club.
Amatista caminaba con confianza, sus pasos ligeros mientras pensaban en las personas que vería ese día y en cómo manejaría la atención que seguramente recibiría. Enzo, por su parte, se bajó del auto y comenzó a caminar hacia el campo, preparándose mentalmente para el juego y la inevitable interacción con los demás asistentes.
El campo de golf estaba repleto de actividad, el murmullo de las conversaciones y las risas llenaban el aire mientras los asistentes terminaban de llegar. Enzo, siempre impecable y con su presencia magnética, saludó a quienes ya estaban en el lugar. Entre ellos, Alejandro, Valentino, Demetrio, Maximiliano, Mauricio y Sofía compartían un espacio apartado del bullicio, charlando mientras esperaban a los demás.
—¿Vino solo esta vez? —preguntó Sofía, curiosa, mientras jugaba con un mechón de su cabello.
Enzo sonrió levemente, cruzando los brazos con naturalidad.
—No, vine con Amatista. Fue a comprar galletitas.
El comentario arrancó risas entre los presentes, especialmente de Maximiliano y Alejandro, quienes ya conocían la peculiar debilidad de Amatista por esos dulces.
—Entonces, que alguien revise sus bolsillos por las llaves antes de que vuelva —bromeó Alejandro, causando otra ronda de risas.
Demetrio, ajeno a las bromas internas, frunció el ceño ligeramente, intrigado.
—¿Quién es Amatista?
Enzo lo miró directamente, con esa mezcla de orgullo y firmeza que lo caracterizaba.
—Es mi esposa. Te la presentaré cuando regrese.
El tono de su respuesta dejó claro que no había espacio para preguntas indiscretas, aunque la curiosidad de Demetrio se mantuvo evidente.
En ese momento, una figura conocida se aproximó al grupo. Bianca, caminando con pasos rápidos, lucía un conjunto cuidadosamente seleccionado que buscaba atraer miradas, aunque era evidente que su único objetivo era Enzo.
—¡Enzo, querido! —exclamó con una voz que pretendía ser encantadora mientras se acercaba a él.
Bianca alzó una mano y la posó en su brazo, un gesto que buscaba ser casual pero que rebosaba de intenciones.
—Bianca… —respondió Enzo con tono neutral, su rostro inexpresivo pero educado.
Ella comenzó a hablar rápidamente, lanzando cumplidos y comentarios que, aunque amables en apariencia, tenían una teatralidad que a Enzo le resultaba molesta.
—Sabía que te encontraría aquí. Siempre tan puntual, tan elegante… realmente es algo admirable —dijo, sonriendo ampliamente.
Enzo apenas asintió, evitando sus ojos mientras respondía con frases cortas que no invitaban a continuar la conversación. Bianca, sin embargo, no se desanimó, hasta que algo llamó su atención: las marcas en el cuello de Enzo.
Sus ojos se detuvieron en ellas, y su sonrisa se desvaneció brevemente, reemplazada por una expresión de fastidio mal disimulado. El enojo comenzó a arder en su interior, pero antes de que pudiera decir algo, una nueva figura apareció en el horizonte.
Amatista caminaba hacia el grupo con su habitual despreocupación, comiendo una de las galletitas que acababa de comprar. Su cabello recogido en una coleta, con mechones sueltos que enmarcaban su rostro, y su atuendo sencillo pero favorecedor, la hacían destacar sin esfuerzo. Bianca, al verla, sintió cómo su frustración aumentaba al notar que Amatista también llevaba marcas en el cuello, una señal evidente de la conexión íntima que compartía con Enzo.
—¡Cuidado con las llaves! —exclamó Alejandro con una sonrisa burlona, señalando hacia Amatista.
—Por lo menos tiene sus galletitas esta vez —añadió Maximiliano, divertido.
Amatista llegó junto a Enzo y saludó con amabilidad a los presentes. Su sonrisa era genuina, lo que desarmaba incluso a quienes no la conocían bien. Después de intercambiar algunas palabras con Alejandro y Maximiliano, Enzo se giró hacia Demetrio.
—Gatita, él es Demetrio. Te lo mencioné antes.
Amatista le extendió la mano con naturalidad, diciendo:
—Un gusto conocerte.
—El placer es mío —respondió Demetrio, con un tono que reflejaba tanto su respeto como su sorpresa al conocerla.
Poco a poco, más personas comenzaron a llegar. Jorge, Tyler, David y Leonardo lo hicieron uno a uno, y Enzo presentó a Amatista como su esposa con el mismo orgullo en cada ocasión. Ella, con su forma tranquila y amigable, dejó una impresión positiva en todos, logrando que incluso los más reservados se sintieran cómodos en su presencia.
Entre tanto, Bianca se mantuvo a un lado, observando con evidente incomodidad. Cada vez que veía a Enzo dirigirle una sonrisa a Amatista o inclinarse ligeramente hacia ella para susurrarle algo, su irritación crecía.
Una vez que todos estuvieron presentes, el grupo se dirigió al campo para comenzar el juego. Amatista, como era habitual, no participó, prefiriendo quedarse a un lado para observar. Sin embargo, eso no significaba que estuviera inactiva; su mirada seguía cada movimiento de Enzo con una atención que él no podía ignorar.
Amatista se mantenía cerca del grupo, observando a Enzo con una atención que, aunque sutil, era innegable. Había algo magnético en la forma en que su esposo se movía: la seguridad en cada uno de sus gestos, la manera en que ajustaba el palo de golf con precisión antes de cada golpe.
Enzo sentía su mirada y no podía evitar corresponderla. Sus ojos se cruzaban de vez en cuando, y aunque ninguno de los dos decía una palabra, el lenguaje no verbal entre ellos era suficiente para que todos a su alrededor lo notaran.
Amatista, como si no estuviera siendo observada, se mordió ligeramente el labio antes de bajar la mirada, solo para volver a alzarla hacia Enzo con una sonrisa que parecía hecha exclusivamente para él. Enzo respondió con una media sonrisa y un ligero movimiento de cabeza, como si le advirtiera que no siguiera jugando con él mientras intentaba concentrarse.
El intercambio no pasó desapercibido. Tyler, que estaba cerca de Maximiliano, arqueó una ceja, claramente sorprendido.
—¿Enzo Bourth coqueteando? Esto sí que no me lo esperaba —murmuró Tyler, dirigiéndose a Maximiliano, quien ya estaba acostumbrado a ese lado menos conocido de su amigo.
Maximiliano se rió por lo bajo, inclinándose hacia Tyler para responderle en voz baja:
—Esto no es nada. Si los hubieras visto hace unos días, pensarías que estabas viendo una película erótica.
Tyler frunció el ceño, incrédulo.
—¿No estarás exagerando?
Sofía, que estaba lo suficientemente cerca como para escuchar, intervino con una sonrisa traviesa.
—Maximiliano no exagera. Esa vez hubo roces sutiles, caricias discretas y besos que… uff, mejor no sigo.
Tyler los miró a ambos, tratando de imaginarse a Enzo, el siempre reservado y frío, dejando ver un lado tan íntimo. Sin embargo, decidió guardar su incredulidad, al menos por el momento.
Mientras tanto, Enzo, ajeno a la conversación, dejó el palo de golf a un lado y caminó hacia Amatista.
—Ven aquí, gatita. Quiero que practiques un poco.
Amatista sonrió ampliamente, tomando el palo que él le ofrecía, pero en lugar de seguir sus instrucciones, lo miró con picardía y se inclinó hacia él.
—Hoy no necesitas enseñarme nada, amor. Déjame mostrarte algo yo.
Intrigado, Enzo dio un paso atrás, cruzando los brazos mientras observaba cómo ella se posicionaba. Amatista, con movimientos seguros y fluidos, colocó la bola, ajustó su postura y ejecutó un golpe perfecto que envió la bola a una distancia considerable, justo al lugar indicado.
El grupo quedó en silencio por un momento antes de que estallaran en exclamaciones de sorpresa y aplausos. Enzo fue el primero en reaccionar, acercándose a ella con una sonrisa que reflejaba tanto orgullo como asombro.
—¿De dónde salió eso, gatita? —preguntó, tomando su cintura con ambas manos.
Amatista, aun sosteniendo el palo, le guiñó un ojo antes de responder:
—Es lo que pasa cuando tienes al mejor instructor del mundo.
Enzo rió, inclinándose para besarla frente a todos, sin preocuparse por las miradas curiosas del grupo. Fue un beso breve pero lleno de significado, un gesto que reafirmaba lo que todos ya sospechaban: ella era su debilidad y su fortaleza al mismo tiempo.
Cuando la alejó ligeramente, Amatista, con una sonrisa que solo él pudo ver, murmuró en voz baja:
—Y también el instructor más sexy.
Enzo soltó una risa contenida, inclinándose hacia ella para susurrarle:
—Ten cuidado, gatita. Estoy a una palabra de olvidarme del golf y llevarte a casa.
Valentino, quien había estado observando la escena con una mezcla de diversión y admiración, no pudo resistirse a lanzar una broma.
—Así que, además de perder llaves y comer galletitas, resulta que también puede jugar al golf como el mismísimo señor Bourth —bromeó Valentino, lanzando una mirada cómplice a Amatista.
Amatista soltó una risa breve, pero luego lo miró con fingida indignación, poniendo las manos en la cintura.
—No es gracioso —respondió, mirándolo directamente—. De verdad sentí que iba a morir cuando no entraba las llaves. Lo único que pude hacer fue llorar.
Las risas estallaron de inmediato entre Maximiliano, Mauricio, Alejandro, Manuel, Felipe, Valentino, Alba y Sara, quienes ya conocían la famosa historia de las llaves. Los comentarios y carcajadas se cruzaron mientras recordaban el momento. Sin embargo, Bianca, que estaba cerca, frunció el ceño. No participó en las risas y su rostro reflejaba un claro disgusto hacia Amatista.
—Eso no es para tanto —murmuró Bianca en voz baja, pero nadie le prestó atención.
Mientras tanto, los que no habían estado presentes reclamaron con curiosidad.
—¿Qué pasó con las llaves? —preguntó Jorge, mirando a los demás con interés—. ¡Queremos saber!
Maximiliano, encantado con la oportunidad de contar la historia, se adelantó antes de que alguien más pudiera responder.
—¡Fue toda una escena! —dijo, exagerando con un gesto dramático—. Amatista estaba sentada en el regazo de Enzo, mirándolo con esos ojitos llenos de pánico y diciendo: “Amor, creo que perdí las llaves de la camioneta”.
Las risas volvieron a surgir al escuchar la imitación exagerada, y Maximiliano continuó.
—Enzo, tan calmado como siempre, la miró y le dijo: “¿Cómo que crees?”. Pero aquí viene lo bueno: en lugar de enojarse, la abrazó contra su pecho, como todo un caballero, y le dijo que se calmara mientras acariciaba su cabello.
—¡Es cierto! —agregó Mauricio entre risas—. Parecía una escena de película romántica, y lo mejor fue cuando le ordenó a uno de los empleados que fuera a buscar las llaves, ¡como si fuera una misión de rescate!
El grupo entero se reía a carcajadas mientras Maximiliano hacía gestos exagerados, imitando los movimientos de Enzo y dramatizando el llanto de Amatista.
—¡Y lloraba como si el mundo se acabara! —dijo Maximiliano, limpiándose las lágrimas de tanto reír—. Pero Enzo, tengo que decirlo, te luciste. Fuiste un esposo ejemplar. Hasta tomé nota para el futuro.
Amatista se cubrió el rostro con las manos, entre avergonzada y divertida.
—¡No fue así! —protestó, aunque su sonrisa la delataba.
Felipe, con su habitual tono serio pero lleno de intención humorística, intervino.
—Eso no fue lo peor —dijo, deteniendo por un momento las risas—. Antes de perder las llaves, le pidió dinero a Enzo para comprar galletas. Y él, con toda la tranquilidad del mundo, le recordó que le había dado una tarjeta con cupo ilimitado.
El grupo estalló nuevamente en carcajadas. Incluso quienes no conocían los detalles de la escena podían imaginarla perfectamente.
—¿En serio? —preguntó Tyler, intentando contener la risa—. ¡Eso es genial!
Enzo, que había permanecido en silencio, observando con una sonrisa, decidió aportar su propia versión del momento.
—Y para colmo, cuando le di la tarjeta, ni siquiera preguntó la clave —dijo, mirando a Amatista con una sonrisa burlona—. Y hoy me pidió dinero porque olvidó la tarjeta en casa.
Las risas alcanzaron un nuevo nivel. Amatista, visiblemente avergonzada pero riéndose también, le dio un pequeño golpe en el pecho a Enzo, fingiendo estar indignada.
—¡Eso no es justo, amor! —dijo, cruzando los brazos con un puchero.
Enzo la miró, aún sonriendo, y se inclinó hacia ella para susurrarle algo que solo ella pudo escuchar. La sonrisa de Amatista se suavizó mientras los demás seguían riendo, ajenos al pequeño momento privado que compartían.
—¡Bueno, sigamos con el juego! —exclamó Maximiliano, mientras recuperaba el aliento—. Pero esto quedará como una de las mejores historias del club.
El grupo se dispersó, retomando el juego, pero las risas seguían resonando mientras todos disfrutaban de los recuerdos, las bromas y el ambiente relajado. Enzo y Amatista, aún envueltos en su propia burbuja, intercambiaron una última mirada antes de que él volviera al campo, dejando claro que, entre ellos, las bromas y el cariño iban siempre de la mano.