Capítulo 163 Ecos de la pasión
Amatista despertó, su cabeza todavía algo mareada por el alcohol. La penumbra del cuarto, apenas iluminada por la luz de la luna, la hacía sentirse desorientada. Su mirada recorrió lentamente el lugar hasta detenerse en Enzo, recostado en uno de los sillones. Dormía profundamente, con el ceño relajado, algo poco común en él, como si por fin hubiera encontrado un momento de calma.
El aire se sentía pesado, cargado de algo indefinible, y Amatista, al observarlo tan cerca, experimentó una oleada de emociones que le encendieron la piel. Él siempre había sido protector con ella, incluso en sus momentos más oscuros. Una sensación incontrolable, visceral, emergió desde lo más profundo de su ser. Sin dudarlo, se levantó de la cama con sigilo, despojándose de su ropa mientras avanzaba hacia él. Cada prenda que caía al suelo parecía aumentar la tensión en el ambiente.
Cuando finalmente llegó hasta el sillón, se sentó suavemente sobre él, sus manos acariciaron el rostro de Enzo hasta despertarlo. Los ojos de Enzo, al abrirse, se encontraron con los de Amatista. Durante un instante, la sorpresa lo paralizó, pero en cuanto comprendió lo que ocurría, su respiración se aceleró. El deseo contenido de meses estalló dentro de él como un huracán.
Sin palabras, ambos se buscaron con desesperación, sus labios encontrándose en un beso ardiente, cargado de toda la frustración y el anhelo acumulado. Sus manos se exploraron sin descanso, una batalla silenciosa por el control, una lucha que ninguno de los dos quería ganar ni perder.
Mientras tanto, en el salón principal del Club Le Diable, Alan, Joel, Facundo, Andrés, Gustavo, Nahuel, Amadeo y Roberto compartían bebidas y bromas con algunas mujeres que siempre los acompañaban. La velada transcurría con risas y comentarios ligeros hasta que la llegada de Rita e Isis alteró el ambiente.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó Alan con una sonrisa burlona—. Enzo dijo que no quería verlas después de lo que le hicieron a Amatista.
—Eso no tiene nada que ver con nosotras —se defendió Rita, cruzándose de brazos.
—¡Exacto! —apoyó Isis—. Solo intentábamos ayudarlo, pero ya sabemos cómo es… siempre pone a esa mujer por encima de todo.
La conversación fue interrumpida por un sonido inesperado que resonó en la sala: el claro golpeteo rítmico del respaldo de una cama contra la pared. Un silencio momentáneo se instaló entre los presentes antes de que Alan rompiera la tensión con una carcajada.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó, señalando hacia las habitaciones privadas.
Roberto sonrió, negando con la cabeza. —No puede ser.
Pero entonces, desde la habitación, un gemido resonó con claridad:
—Ahhh… Gatita. —La voz grave de Enzo llegó cargada de deseo y emoción contenida.
La risa estalló entre los socios, quienes comenzaron a lanzarse comentarios entre ellos.
—Definitivamente es Enzo —afirmó Andrés, incrédulo.
—Parece que encontró a su musa —comentó Amadeo con una sonrisa irónica.
Una de las mujeres presentes, quien alguna vez había compartido un encuentro con Enzo, se cruzó de brazos y miró con desdén hacia la habitación.
—¿Qué pasa, cariño? —se burló Alan, notando su expresión—. ¿Celosa porque a ti no te dice "gatita"?
Las risas se intensificaron mientras otro gemido más suave, esta vez femenino, llegó desde la habitación.
—Mmm… Enzo… —El susurro de Amatista era íntimo, casi un secreto compartido, pero lo suficientemente claro como para dejar a todos sin dudas sobre lo que estaba ocurriendo.
—Por lo visto, la señorita tiene habilidades —comentó Joel, levantando su copa en un gesto de aprobación.
—Diría que coge como cocina —añadió Gustavo, riendo.
Rita, con el rostro desencajado, no pudo contenerse.
—¡Esto es inaceptable! ¿Cómo puede ser que llegue y Enzo ya esté a sus pies? —dijo, levantando la voz.
Isis frunció el ceño. —Mi primo es un idiota. Es capaz de cualquier cosa por esa maldita mujer.
Alan negó con la cabeza, divertido. —Cualquiera haría lo mismo por una mujer como ella.
En ese momento, un gemido masculino, breve pero cargado de intensidad, interrumpió nuevamente la conversación:
—¡Ohh…! —El sonido, profundo y sin reservas, dejaba claro que el encuentro alcanzaba un punto álgido.
Las risas y los comentarios continuaron, ahora dirigidos hacia Rita.
—¿Y tú, Rita? —preguntó Andrés con sorna—. ¿Alguna vez lograste que Enzo sonara así?
Las bromas continuaron mientras el golpeteo de la cama contra la pared se hacía más intenso. Finalmente, dos gemidos casi simultáneos surgieron desde la habitación, marcando el clímax del encuentro:
—Mmm… Enzo… —El susurro de Amatista llegó primero, seguido por—. ¡Ohh…! —de Enzo, como un eco.
El silencio se instaló momentáneamente en el club, roto únicamente por los comentarios de aprobación de los hombres hacia Enzo.
—Vaya resistencia —murmuró Amadeo, levantando su copa en un brindis invisible.
Rita, llena de furia, intentó avanzar hacia la habitación, pero Isis la detuvo.
—Ya estamos bastante en problemas, Rita. Si entras ahí, Enzo te matará.
—Escúchala —advirtió Alan—. Por más contento que esté ahora, no dudará en hacerte pagar.
Para sorpresa de todos, los sonidos desde la habitación comenzaron nuevamente, esta vez con un ritmo más lento, pero igual de intenso.
—Mmm… eso… —El susurro de Enzo resonó, añadiendo un matiz de control y dominio.
En la habitación, el aire seguía cargado de deseo. Amatista y Enzo no se apartaron ni un instante, sumidos en un juego que ninguno estaba dispuesto a terminar pronto. Cada caricia y susurro era una declaración muda, un recordatorio de todo lo que habían contenido durante meses. Los movimientos de ambos parecían sincronizados, como si el tiempo se hubiese detenido solo para ellos.
—Eres mía… siempre lo has sido —murmuró Enzo, su voz grave y cargada de emoción mientras sus manos recorrían la espalda desnuda de Amatista.
—Y tú mío —respondió ella con firmeza, aunque sus palabras apenas fueron un susurro antes de buscar sus labios nuevamente.
El respaldo de la cama volvió a golpear la pared, esta vez con más fuerza, generando ecos que resonaron en el club. Los sonidos se mezclaban con gemidos y suspiros que, aunque sofocados, eran imposibles de ignorar. Fuera de la habitación, la reacción no se hizo esperar.
—¿Otra vez? —preguntó Nahuel entre risas.
—Parece que no tienen suficiente —añadió Joel, alzando su copa.
Alan sonrió, observando a Rita, cuya furia parecía alcanzar un punto de quiebre.
—Tranquila, Rita. Tal vez cuando terminen te dejen limpiar el desastre.
Los hombres estallaron en carcajadas, mientras Rita apretaba los puños, visiblemente humillada. Isis, aunque igualmente molesta, intentó mantener la compostura.
—¿Por qué le das importancia a esto? —le susurró Isis a Rita, tratando de calmarla—. Es evidente que no podemos hacer nada.
—Porque no es justo —replicó Rita entre dientes—. Todo lo que hice fue por él, y ahora…
Un nuevo gemido, esta vez más profundo, rompió su frase:
—Ahhh… Gatita… —La voz ronca de Enzo se escuchó con claridad, como si fuese un susurro al oído de todos los presentes.
Las mujeres que acompañaban a los socios comenzaron a murmurar entre ellas, algunas con envidia, otras con curiosidad. Una de ellas, quien alguna vez presumió de haber sido favorita de Enzo, no pudo contener su incomodidad.
—Y pensar que creí que era especial —dijo con una sonrisa amarga, mientras jugueteaba con su copa.
—Lo eras, cariño —le respondió Alan burlón—, hasta que volvió ella.
—Y nunca lo superarán —añadió Gustavo, divertido.
Los ruidos en la habitación seguían intensificándose, cada vez más rítmicos, hasta que un sonido fuerte, un golpe seco, dejó claro que la cama había chocado contra algo más que la pared.
—¿Rompieron algo? —preguntó Roberto, levantándose para intentar escuchar mejor.
—Creo que están rompiéndose el uno al otro —comentó Andrés, arrancando risas del grupo.
Dentro de la habitación, Enzo y Amatista estaban perdidos en su propio universo. La intensidad de sus movimientos no menguaba, como si ambos quisieran reclamar al otro de manera definitiva.
—¿Sabes cuánto te esperé? —murmuró Enzo, atrapando a Amatista con la mirada, su voz cargada de emoción contenida.
Amatista arqueó una ceja con aire desafiante, inclinándose ligeramente hacia él.
—¿Mucho? —preguntó, su tono provocador mientras sus labios trazaban un camino lento hacia su cuello.
El desafío en su voz contrastó con la intensidad de su gesto, y fue suficiente para arrancar un suspiro profundo de los labios de Enzo, quien cerró los ojos brevemente, entregándose al roce de su piel.
—Mmm… eso… —murmuró él, su tono dominado por un placer contenido.
El ruido volvió a hacerse presente en el salón, y con él, más comentarios entre los hombres.
—Alguien debería ir a revisar si esa cama sobrevive la noche —dijo Nahuel entre risas.
—Déjalos, hombre. Por lo que se escucha, la cama está haciendo lo que puede para seguirles el ritmo —añadió Joel, mientras alzaba su copa para brindar.
Rita, al borde del colapso, hizo un ademán para caminar hacia la habitación, pero Isis la detuvo una vez más, tirándola del brazo.
—Ya basta, Rita. Esto no es un juego. Si entras ahí ahora, no saldrás viva.
—¡Pero no puedo soportarlo! ¡Cómo puede hacerme esto! —protestó Rita con los ojos llenos de lágrimas de rabia.
—Porque nunca fuiste tú —intervino Alan con una sonrisa burlona—. Y nunca lo serás. Aprende a aceptar tu lugar, como todos los demás.
El ambiente en el salón se llenó de risas y chistes, mientras en la habitación el ruido y los gemidos alcanzaban un nuevo pico. Entonces, casi al unísono, dos sonidos diferentes resonaron:
—Ohh… Amatista… —La voz grave de Enzo llegó con fuerza, mientras otro gemido más suave y contenido escapaba de ella. —Mmm… Enzo…
El silencio volvió a instalarse momentáneamente en el club, dejando a los presentes intercambiando miradas divertidas y comentarios entre murmullos.
—Parece que se tomaron su tiempo —comentó Facundo, mirando el reloj con una sonrisa.
—Eso es lo que se llama dedicación —añadió Andrés.
—O pura obsesión —dijo Gustavo, pero con una admiración apenas disimulada.
Cuando todo parecía haberse calmado, un nuevo ruido desde la habitación rompió la breve tregua. El ritmo, aunque más pausado, regresó con fuerza, seguido de un susurro que hizo que todos contuvieran la risa por un momento.
—Mmm… sí… más… —murmuró Amatista, como un eco cargado de deseo.
Facundo no pudo evitarlo y soltó una carcajada.
—Por Dios, ¿nunca paran?
—Cuando tienes algo como eso en tu vida, no querrías parar tampoco —bromeó Roberto.
Rita finalmente se dejó caer en uno de los sillones, derrotada. Mientras las risas continuaban y el eco de los ruidos en la habitación persistía, Alan alzó su copa una última vez.
—Por Enzo, el único hombre capaz de llevar al Club Le Diable al límite… y a la locura.
Los demás estallaron en carcajadas, mientras la noche seguía llenándose de comentarios que, sin duda, se convertirían en leyenda entre los socios del club.
El ritmo frenético dentro de la habitación alcanzó un punto culminante cuando, de repente, un estruendo resonó en todo el club, silenciando por completo las risas y los murmullos del salón principal. El golpe seco fue tan fuerte que incluso los candelabros del techo temblaron levemente. Todos intercambiaron miradas de sorpresa antes de estallar en carcajadas.
—Eso… definitivamente fue la cama —dijo Alan, casi atragantándose con su bebida.
—¡Rompieron la maldita cama! —añadió Joel, golpeando la mesa mientras reía sin control.
—Si eso no es pasión, no sé qué lo sea —comentó Andrés, levantando su copa como si brindara por el evento.
En la habitación, el silencio siguió al estruendo, apenas roto por las respiraciones agitadas de Amatista y Enzo. Ella, todavía aferrada al torso de él, no pudo evitar reírse entre jadeos.
—Creo que rompimos algo… —susurró Amatista con un deje de diversión, su voz ronca por el esfuerzo.
Enzo levantó una ceja mientras la miraba, todavía tratando de recuperar el aliento.
—Rompimos mucho más que una cama, gatita.
La risa de ambos llenó la habitación, pero no tardaron en escuchar las risas y comentarios provenientes del salón principal. Enzo cerró los ojos, apretando los dientes.
—Los idiotas están disfrutando esto más de la cuenta —gruñó, aunque no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.
—Déjalos que se diviertan —respondió Amatista, deslizando sus dedos por el cabello de Enzo, todavía sin apartarse de su posición sobre él—. Después de todo, no todos tienen algo de lo que hablar.
Enzo soltó una carcajada baja, su tono más relajado ahora, y tiró de Amatista hacia él, sus labios rozando el cuello de ella antes de murmurar:
—Lo único que me importa es que tú no olvides esto, nunca.
Mientras tanto, en el salón, las bromas continuaban con más fuerza.
—¿Creen que seguirán después de esto? —preguntó Gustavo, fingiendo curiosidad.
—Por supuesto. Una cama rota no detendría a Enzo —bromeó Nahuel, ganándose nuevas carcajadas.
Rita, sin embargo, ya no pudo soportar más. Se levantó de golpe del sillón, su rostro rojo de ira.
—¡Esto es inaceptable! ¡Voy a entrar ahí ahora mismo y…!
Isis la detuvo de inmediato, agarrándola del brazo con fuerza.
—Ni lo pienses —le advirtió con seriedad—. ¿Quieres que Enzo te mate aquí mismo? Porque créeme, lo hará sin dudar.
Alan, quien había estado observando la escena, se acercó con una sonrisa burlona.
—Rita, querida, entiende algo: Amatista siempre será la única para él. Lo tuyo con Enzo fue un error… uno que claramente ya superó.
Las palabras de Alan encendieron aún más a Rita, quien intentó liberarse del agarre de Isis, pero esta última la mantuvo firme en su lugar.
—Déjala, Isis. Tal vez Enzo necesite descargar su ira después de su… esfuerzo físico —comentó Facundo con una sonrisa maliciosa, provocando otra ronda de risas.
De regreso en la habitación, Enzo se levantó de la cama rota con Amatista todavía en brazos. La miró con intensidad, sus ojos oscuros reflejando un torbellino de emociones.
—¿Crees que esto termina aquí? —le preguntó con un tono desafiante, mientras caminaba hacia el sofá de la habitación.
Amatista sonrió, deslizando sus manos por el pecho de Enzo.
—Si algo sé de ti, Enzo, es que nunca te detienes hasta que estás completamente satisfecho.
—Lo mismo podría decir de ti —respondió él, depositándola suavemente sobre el sofá antes de inclinarse para besarla con una pasión renovada.
En el salón, los comentarios continuaban.
—Parece que todavía no acaban —dijo Roberto, inclinándose hacia el bar para servirse otra copa.
—¿Alguien quiere apostar cuánto tiempo más durarán? —propuso Andrés con una sonrisa.
—No hay tiempo suficiente en la noche para calcular eso —respondió Joel, provocando más carcajadas.
De repente, otro ruido comenzó a resonar, esta vez el crujido del sofá bajo el peso y movimiento de ambos. Los presentes en el salón se miraron incrédulos antes de volver a estallar en risas.
—¿Ahora el sofá? —preguntó Gustavo, sujetándose el estómago de tanto reír.
—Ese hombre no tiene límites —comentó Alan con admiración fingida.
—Ni ella —añadió Nahuel—. Es como si estuvieran tratando de destruir todo lo que tocan.
Rita, visiblemente derrotada, se dejó caer nuevamente en el sillón, cubriéndose el rostro con las manos.
—No puedo más con esto…
Isis, aunque igual de molesta, no pudo evitar murmurar:
—Maldita Amatista… siempre consiguiendo todo lo que quiere.
Dentro de la habitación, los murmullos y risas provenientes del salón apenas eran un eco lejano para Enzo y Amatista, quienes parecían completamente ajenos al mundo exterior. Sus movimientos, aunque más lentos ahora, seguían cargados de intensidad.
—Esta noche no se olvida —murmuró Enzo, su voz ronca y grave, mientras observaba a Amatista con una intensidad que no podía disimular.
Amatista no respondió de inmediato. En su lugar, se acercó más a él, sus labios rozando su clavícula antes de morderla de manera lenta y seductora, con una presión calculada. Los dientes de Amatista, afilados como una promesa, dibujaron un camino en la piel de Enzo, dejándole un rastro de deseo que solo ella parecía dominar. Enzo cerró los ojos, dejando escapar un suspiro profundo.
Finalmente, ella se alejó, mirando hacia abajo con una sonrisa traviesa que cruzaba sus labios.
—Acabo de parir… hace una semana —dijo con calma, aunque sus ojos brillaban con picardía—. No puedo quedar embarazada, Enzo.
Enzo la miró, confundido al principio, sin comprender del todo lo que acababa de decir. Su mente seguía nublada por la pasión, pero las palabras de Amatista llegaron a él con la claridad de un golpe.
—¿Qué? —preguntó, sin apartar su mirada de ella, mientras sus cejas se fruncían.
Amatista se estiró en el sillón, su cuerpo aún desnudo, mientras lo observaba fijamente.
—Que mandes a conseguir unas pastillas —dijo, sin perder la compostura—. No quiero quedar embarazada otra vez.
Enzo dejó escapar una carcajada baja, casi incrédulo, pero sin dejar de mirarla con deseo.
—Lo haré luego, pero todavía no he terminado contigo —respondió, acercándose a ella de nuevo, sus labios encontrando los de Amatista en un beso profundo y lleno de urgencia.