Capítulo 115 Nuevas direcciones
Amatista llegó temprano a la empresa Lune, lista para una nueva jornada de trabajo. La cálida luz del sol de la mañana se colaba por las amplias ventanas del estudio, creando un ambiente inspirador que invitaba a la creatividad. Santiago ya la esperaba en la sala de diseño, con bocetos y algunas muestras sobre la mesa. Su energía parecía inagotable, como siempre, y llevaba consigo una propuesta que Amatista no esperaba.
—Quiero que esta segunda colección sea algo único —comenzó Santiago, acomodando los papeles frente a ella—. He estado pensando en diseñar una línea exclusiva para hombres.
Amatista levantó la vista, sorprendida. Aunque no era la dirección en la que había imaginado que avanzarían, la idea despertó su curiosidad.
—¿Solo para hombres? —preguntó, tomando uno de los bocetos que Santiago había trazado rápidamente.
—Sí, pero con un enfoque elegante y moderno. Relojes, pulseras, collares, dijes para corbata, gemelos… algo que combine estilo y funcionalidad. —Santiago hizo una pausa, observando su reacción—. También podemos incluir algunos diseños para mujeres, pero como complementos que armonicen con las piezas masculinas.
Amatista reflexionó por un momento, dejando que la idea se asentara en su mente. La propuesta no solo era arriesgada, sino también innovadora, y le daba la oportunidad de explorar un lado diferente del diseño.
—Me gusta —respondió finalmente, con una sonrisa entusiasta—. Es un desafío, pero creo que podemos lograr algo impresionante. ¿Por dónde empezamos?
Santiago le mostró algunos conceptos iniciales que había desarrollado. Mientras revisaban los diseños, comenzaron a compartir ideas y definir los materiales, colores y texturas que podrían usar para transmitir una sensación de lujo y sofisticación sin caer en lo tradicional.
El ambiente en el estudio era dinámico, y Amatista se sentía cada vez más inmersa en el proyecto. A medida que avanzaban, su mente se llenaba de posibilidades, desde relojes con acabados minimalistas hasta dijes con diseños únicos que evocaran personalidad.
Albertina llegó al club de golf al mediodía, con un atuendo impecable que dejaba claro su intención: destacar. Desde el incidente con la mujer que había provocado una escena días atrás, se había ganado una reputación no solo como la "novia de Enzo Bourth", sino como una figura a la que era mejor no contrariar. Aunque ella sabía que su relación con Enzo era un acuerdo, no tenía intención de permitir que alguien más dudara de su lugar.
Ese día, Albertina decidió dar un paso más para consolidar su imagen. Se dirigió directamente al salón principal del club, donde algunos de los hombres más influyentes de la ciudad se reunían. Allí, comenzó a dar órdenes a los empleados con un aire de autoridad que no dejaba lugar a cuestionamientos.
—Quiero que todas las mesas estén alineadas perfectamente con los ventanales. La luz es importante para la imagen del lugar —dijo, deteniéndose junto a un camarero que acababa de acomodar una mesa—. Esto no está bien. Muévanla otra vez.
El empleado, visiblemente molesto, obedeció en silencio, aunque sus movimientos eran lentos y cargados de resignación. Albertina no parecía darse cuenta, o simplemente no le importaba.
Cuando terminó con el salón, se dirigió al jardín exterior. Allí, comenzó a inspeccionar el trabajo de los jardineros, señalando supuestas imperfecciones.
—¿Esto es lo mejor que pueden hacer? —preguntó, cruzándose de brazos mientras miraba un seto recién podado—. Si este es el estándar del club, no me sorprende que otros lugares estén ganando clientes.
Los jardineros intercambiaron miradas incómodas, pero ninguno se atrevió a responder. Todos sabían que Albertina tenía la aprobación tácita de Enzo, y enfrentarse a ella sería un error costoso.
Albertina caminaba con aire triunfal por el salón principal del club, observando con satisfacción cómo los empleados cumplían cada una de sus órdenes. Había reorganizado las mesas, exigido cambios en los jardines y ajustado hasta los más pequeños detalles del lugar. Para ella, era un paso más para afirmar su influencia y el papel que jugaba como "la novia de Enzo Bourth".
Mientras supervisaba a un grupo de empleados que movían un pesado arreglo floral, uno de los socios del club, un hombre mayor de cabello canoso y traje impecable, se le acercó con una sonrisa diplomática.
—Albertina, querida, parece que hoy estás muy ocupada —comentó, su tono amable pero cargado de sutileza.
Albertina lo miró con una sonrisa medida, inclinando ligeramente la cabeza.
—Simplemente estoy asegurándome de que el club mantenga el estándar que merece. Ya sabes, como la novia de Enzo, siento que es mi responsabilidad.
El hombre asintió lentamente, sus ojos evaluándola con discreción.
—Claro, entiendo —respondió, sin ánimo de discutir, antes de excusarse para alejarse de la escena.
Sin embargo, a unos metros de distancia, un empleado del club observaba con inquietud los cambios realizados bajo las órdenes de Albertina. Finalmente, tomó una decisión y marcó el número de Enzo.
Enzo estaba en su oficina, revisando documentos importantes, cuando su teléfono comenzó a sonar. Respondió con un tono seco, sin apartar la vista del papel que tenía frente a él.
—¿Qué pasa?
El empleado, al otro lado de la línea, dudó un momento antes de hablar.
—Señor Bourth, lamento molestarlo, pero pensé que debía informarle. La señorita Albertina ha estado haciendo varios cambios en el club. Reorganizó el salón principal, ajustó los jardines y…
Antes de que pudiera terminar, Enzo lo interrumpió con un suspiro de irritación.
—Dejen todo como estaba antes. No quiero que toquen nada más —ordenó, su tono autoritario dejando claro que no estaba dispuesto a discutir—. Y asegúrate de que esto no vuelva a ocurrir.
—Entendido, señor —respondió el empleado, visiblemente aliviado de haber cumplido con su deber.
Enzo cortó la llamada con un movimiento brusco, dejando el teléfono sobre el escritorio. Por un momento, permaneció en silencio, su mandíbula tensa mientras consideraba sus próximos pasos. Finalmente, tomó el teléfono de nuevo y marcó el número de Albertina.
Albertina estaba revisando las decoraciones del salón cuando su teléfono vibró. Al ver el nombre de Enzo en la pantalla, una sonrisa se dibujó en sus labios.
—¡Enzo! —saludó con un tono dulce, pero antes de que pudiera continuar, la voz fría de él la interrumpió.
—Albertina, ¿cuántas veces tengo que decirte que no te metas en mis negocios?
El tono cortante de Enzo la tomó por sorpresa, pero rápidamente recuperó la compostura.
—Solo estaba intentando ayudar —respondió, fingiendo inocencia—. Quiero que todo sea perfecto, y pensé que podrías apreciarlo.
Enzo dejó escapar un suspiro pesado.
—No necesito que pienses por mí. Mantente en tu lugar y no tomes decisiones que no te corresponden. Ya ordené que dejen todo como estaba. Espero que esto no se repita.
El rostro de Albertina perdió algo de su habitual confianza, pero no se atrevió a discutir.
—Entendido, Enzo —dijo en voz baja.
Mas tarde, Enzo llegó al exclusivo club de golf con el ceño fruncido. Su fastidio era evidente mientras caminaba hacia donde Massimo y Emilio lo esperaban. Había lidiado con demasiadas distracciones esa mañana, y no estaba de humor para más problemas.
—Espero que alguien tenga algo interesante que decir —gruñó mientras recogía su palo de golf.
—Es golf, no un consejo de guerra —bromeó Massimo, aunque su comentario no logró arrancar ni una sonrisa de Enzo.
Emilio, siempre más perceptivo, cambió de tema rápidamente, comenzando a hablar sobre los últimos movimientos de los socios. Sin embargo, la calma del grupo fue interrumpida por la aparición de Benicio Orsini, avanzando hacia ellos con paso decidido.
—Enzo, necesito hablar contigo —dijo Benicio, su voz grave mientras se detenía a pocos metros.
Enzo no ocultó su molestia. Dejando su palo a un lado, cruzó los brazos y le lanzó una mirada gélida.
—Si vienes a desperdiciar mi tiempo, mejor date la vuelta ahora.
Benicio no se inmutó y dio un paso más cerca.
—Es mi hijo, Santiago. Su insubordinación está afectando mis negocios. Esa empresa que ha montado con esa diseñadora, Lune, está atrayendo a mis clientes.
Enzo arqueó una ceja, su expresión casi aburrida.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
Benicio apretó los labios antes de hablar.
—Quiero que le des una lección a su diseñadora. Si la asustas un poco, Lune desaparecerá del mercado.
Un silencio pesado cayó sobre el grupo. Massimo y Emilio permanecieron inmóviles, pero intercambiaron una mirada significativa. Enzo, por su parte, avanzó lentamente hacia Benicio, sus pasos resonando con un eco amenazante en la tranquilidad del campo de golf.
—¿Sabes quién es la diseñadora de Lune? —preguntó con una voz baja, casi un susurro.
—Sí. Una tal Amatista Fernández —respondió Benicio, su tono indiferente, como si acabara de mencionar a alguien irrelevante.
Enzo se detuvo frente a él, a una distancia casi incómoda. Su rostro permanecía inexpresivo, pero la furia brillaba en sus ojos.
—Amatista no es una simple diseñadora. Ella es mía —declaró con una intensidad que hizo que Benicio retrocediera ligeramente.
Benicio frunció el ceño, intentando recuperar su compostura.
—Enzo, no sabía que...
—Cállate —lo interrumpió Enzo, su voz un filo cortante. Dio un paso más cerca, inclinándose para que sus palabras fueran exclusivamente para Benicio.
—Si haces algo, cualquier cosa, que siquiera roce a Amatista, no solo arruinaré tu negocio, sino que haré que tus hijos deseen no haber nacido. Tu apellido quedará marcado como sinónimo de miseria y dolor. ¿Entendido?
Benicio tragó saliva, pero intentó responder con arrogancia.
—No quería ofenderte, pero...
Enzo lo agarró por el cuello de la camisa, obligándolo a mirarlo directamente.
—No estoy pidiendo disculpas, Orsini. Te estoy advirtiendo. Amatista es intocable. Si lo olvidas, haré que te arrepientas de haber nacido.
Massimo y Emilio dieron un paso adelante, reforzando la amenaza.
—No te equivoques, Benicio. Lo que Enzo dice, lo cumple —añadió Emilio con tono gélido.
—Si tocas a Amatista, no tendrás lugar donde esconderte. Incluso en el infierno te encontraremos —sentenció Massimo, cruzándose de brazos.
Benicio, pálido y temblando, levantó las manos en señal de rendición.
—Está bien. No haré nada contra ella.
—Ni contra Lune —añadió Enzo, soltándolo con un empujón.
Benicio dio unos pasos hacia atrás, claramente humillado.
—Por supuesto... Nada contra Lune.
—Bien. Ahora, desaparece antes de que cambie de opinión —dijo Enzo con frialdad.
Benicio asintió rápidamente y se alejó sin mirar atrás.
Cuando estuvo fuera de vista, Emilio no pudo contener su curiosidad.
—Desde cuándo sabes que Amatista es la diseñadora de Lune?
Enzo recogió su palo de golf y lo sostuvo con calma.
—Antes de que todo esto pasara, Amatista me contó que Santiago Orsini le hizo una propuesta para ser diseñadora —dijo con firmeza, mirando a Emilio y Massimo.
Massimo arqueó una ceja, claramente sorprendido, mientras Emilio asintió lentamente, comprendiendo la implicancia de esas palabras.
—Lo sabía —respondió Enzo, sin dejar de observar el campo.
En ese momento, Albertina llegó al grupo y, al notar el cambio de tono en la conversación, se unió sin más, intentando encajar en la charla.
—¿De qué hablaban? —preguntó, tratando de suavizar el ambiente.
Emilio sonrió levemente, cambiando rápidamente de tema.
—Estábamos hablando de Maximiliano, el cumpleaños de Maximiliano. ¿Qué opinas, Enzo? Seguro que este año lo lleva a otro nivel.
Massimo asintió, uniéndose a la broma.
—Seguramente alquile un estadio entero, como siempre.
Albertina, aún sin comprender del todo el cambio, se rió de la broma.
—Sí, siempre hace fiestas enormes —respondió Albertina, mirando a Enzo por un momento, pero sin profundizar en el tema. En ese instante, Maximiliano y su hermano Mauricio Sotelo llegaron al grupo, interrumpiendo la conversación.
—¿De qué hablan? —preguntó Maximiliano, con una sonrisa juguetona en el rostro. Al notar que estaban hablando de sus fiestas, añadió con desdén—: Seguro que se quedan cortos. Voy a hacer la mejor fiesta del año. Todos están invitados.
Albertina se mostró visiblemente emocionada, sin ocultar su entusiasmo.
—¡Oh, en serio! ¿Cuándo? —preguntó, mirando a Enzo, como si esperara que él confirmara su presencia.
Maximiliano sonrió de lado, mirando a Enzo con una mirada burlona.
—Bueno, me refería a Massimo, Emilio y Enzo —dijo, con un tono que dejaba entrever su desprecio—. Aunque, como Albertina es tu novia, Enzo, si él quiere traerla, no hay problema.
Albertina no pareció notar el tono burlón, al contrario, se mostró complacida con la idea. Enzo, por su parte, no mostró interés, pero guardó silencio.
—Voy a invitar a toda la familia Torner —continuó Maximiliano, sin perder la oportunidad de lanzar una indirecta—. Espero que eso no sea un problema para ustedes.
Al escuchar su comentario, todos lo miraron brevemente, pero nadie dijo nada. Maximiliano, satisfecho con la reacción, se recostó sobre su palo de golf.
Enzo, que en principio no tenía muchas ganas de asistir a la fiesta, sintió una chispa de interés al pensar que podría ver a Amatista allí. Sin embargo, mantuvo su expresión impasible, sin dejar que su pensamiento se reflejara en su rostro.
—Claro, ningún problema —respondió Massimo, con una ligera sonrisa. Emilio asintió, dando su aprobación sin más. Albertina, contenta con la idea de asistir, no percibió la carga de las palabras de Maximiliano.
—¿Quiénes son los Torner? ¿Y por qué habría problemas con invitarlos? —preguntó Albertina, mostrando una curiosidad que parecía fuera de lugar en medio de la conversación.
Enzo la miró de reojo, su tono brusco y directo.
—¿No hiciste suficientes tonterías reorganizando el club como para empezar a preguntar tonterías ahora? —dijo, casi despectivo.
Albertina se quedó en silencio, claramente avergonzada, mientras todos los demás mantenían una expresión divertida ante la reacción de Enzo.
Massimo y Emilio intercambiaron miradas y sonrieron de manera burlona.
—¿Qué, Albertina? ¿Aún no sabes quiénes son los Torner? —comentó Massimo, con una risa baja. —Vamos, ni que fuera tan difícil.
Mauricio Sotelo, sumándose al tono, agregó:
—Tal vez deberías ponerte al tanto si quieres estar en este círculo, ¿no? —dijo con una sonrisa irónica.
Albertina frunció el ceño, cada vez más molesta. El tono burlesco de todos la había incomodado, pero se aguantó hasta que finalmente no pudo más.
—¿No vas a hacer que me respeten? —preguntó, mirando a Enzo con un tono desafiante. —Recuerda que soy tu novia.
Enzo, que estaba absorto en sus pensamientos, levantó la mirada hacia ella, pero su expresión no cambió.
—No me fastidies, no me interesa en lo más mínimo —respondió, su voz cortante y sin rastro de emoción.
Albertina, claramente molesta, no pudo decir más. Se quedó en silencio, sintiendo que algo estaba claramente fuera de lugar, pero sin atreverse a insistir más en el tema. La tensión en el aire era palpable, y Enzo volvió a centrarse en los demás, como si nada hubiera pasado.