Capítulo 30 La lección de enzo
Las semanas pasaron en un giro vertiginoso para Daniel Torner. En su despacho, con una vista privilegiada del jardín de su mansión, el aire se sentía denso, pesado, como si las nubes del cielo estuvieran arrastrando la sombra de la incertidumbre que lo envolvía. Estaba nervioso, alterado, porque las decisiones que Enzo Bourth había tomado no solo afectaban sus negocios, sino que también amenazaban con desestabilizar su poder. Por primera vez, la figura de Enzo, tan segura de sí misma, tan temida y respetada, se veía como una amenaza directa para él.
Marcos, su hombre de confianza, se encontraba en el despacho frente a él, sentado con las piernas cruzadas y la mirada fija en el suelo. Sabía que su trabajo no sería fácil, pero había una calma inexplicable en él, como si ya se hubiera acostumbrado a la turbulencia que siempre rodeaba a su jefe.
— Señor Torner —comenzó Marcos, rompiendo el silencio que había llenado la sala—. El rumor es cierto. Enzo Bourth ha decidido cortar todas las negociaciones con usted. Y, lo que es más grave, no tiene intención de negociar con nadie que esté vinculado a usted.
El rostro de Daniel se tornó sombrío al escuchar las palabras de Marcos. No era solo una traición empresarial, sino una humillación personal. Enzo, que había sido un socio valioso, se había vuelto su enemigo sin previo aviso. ¿Qué había pasado para que todo cambiara tan drásticamente? ¿Cómo podía un hombre como Enzo, tan calculador y seguro, tomar tal decisión sin una justificación?
Marcos continuó, observando de cerca las reacciones de su jefe, que parecía procesar la información como si le estuvieran arrancando algo vital.
— Todos los socios de Enzo han seguido su ejemplo. La relación con ellos se ha roto, y en los próximos días, los acuerdos que tenías en curso se desmoronarán.
Daniel cerró los ojos por un momento, respirando profundamente para calmar la creciente furia que lo invadía. Sabía que Enzo Bourth no hacía nada sin razón. Era un hombre que pensaba a largo plazo, que calculaba cada uno de sus movimientos con una precisión inquietante. Sin embargo, esta situación no lo había dejado de sorprender. No lo había ofendido, no había hecho nada que justificara un corte tan tajante. ¿Entonces qué había pasado?
— Necesito saber más —dijo Daniel con firmeza, mientras una idea empezaba a gestarse en su mente—. ¿Qué sabe Enzo de mí? ¿Por qué esta decisión tan drástica? Llama a Marcos, quiero saber qué está pasando, qué tiene que ocultar.
Marcos asintió, como si entendiera perfectamente lo que se esperaba de él. Se retiró para cumplir su tarea, mientras Daniel se quedaba allí, solo con sus pensamientos y la creciente sensación de impotencia.
Al día siguiente, con la mente aún llena de preguntas sin respuestas, Daniel se dirigió hacia el club de golf. Había decidido que si Enzo no tenía la cortesía de explicarle lo que estaba sucediendo, iría a buscarlo directamente. No iba a quedarse de brazos cruzados, esperando a que las piezas encajaran por sí solas. El orgullo, la ambición, y su propia naturaleza le impedían quedarse en silencio.
Cuando llegó al club, la atmósfera estaba cargada de una quietud algo inquietante. Enzo, Emilio, Massimo, Mateo y Paolo estaban allí, jugando en uno de los campos de golf, rodeados de un aire de misterio. La luz del sol se reflejaba en sus gafas de sol, sus posturas imponentes mostraban una seguridad casi inalcanzable. Daniel avanzó con pasos firmes, determinado a obtener una respuesta.
Enzo fue el primero en notar su presencia. Sin embargo, su reacción no fue la esperada. Ni una sonrisa, ni un saludo, ni una señal de reconocimiento. Simplemente lo observó con una mirada fría, distante. La indiferencia en su rostro fue casi tangible.
— ¿Qué quieres, Daniel? —preguntó Enzo sin mirarlo directamente, su voz cargada de desdén.
Daniel, sorprendido por la frialdad de Enzo, no pudo evitar sentirse un poco desconcertado. Había tenido tratos con muchos hombres de negocios a lo largo de su vida, pero jamás se había encontrado con uno tan imperturbable, tan ajeno a la conversación, como Enzo en ese momento.
— Escuché un rumor —dijo Daniel, manteniendo la compostura a pesar de la creciente incomodidad que lo invadía—. Dicen que has cortado todas las negociaciones conmigo y que no vas a hacer negocios con nadie que esté vinculado a mí. ¿Es cierto?
Enzo, por fin, levantó la mirada, pero lo hizo de manera tan calculada y fría que Daniel no pudo evitar sentir una punzada de humillación.
— Yo soy libre de hacer lo que quiera, Daniel —respondió Enzo sin inmutarse—. Puedo cortar las negociaciones con quien desee, y no tengo que darle explicaciones a nadie. Ni a ti, ni a nadie más.
Las palabras de Enzo golpearon a Daniel con fuerza. No solo estaba siendo rechazado, sino que Enzo lo estaba dejando claro con una brutalidad que era casi dolorosa. Como si él fuera un ser insignificante en la vida de Enzo, alguien a quien podía descartar sin miramientos.
— No soy un niño, no necesito que me digas lo que ya sé. Pero si sigues cuestionando mis decisiones, no voy a permitir que lo hagas. —La voz de Enzo era firme, sin titubeos, como si su autoridad fuera incuestionable.
Daniel, aun procesando las palabras de Enzo, se sintió impotente. Estaba acostumbrado a ser quien dictaba las reglas, a ser quien controlaba el curso de los negocios. Sin embargo, ahí estaba, ante un hombre que no le debía nada, y que le hablaba con una seguridad tan aplastante que le resultaba difícil refutarlo.
No le quedó más remedio que callar. La humillación era palpable en el aire, como un peso pesado que caía sobre sus hombros. Sin poder decir más, sin encontrar las palabras adecuadas, Daniel dio media vuelta y se marchó, sin obtener la respuesta que había esperado.
Al regresar a su mansión, Daniel no pudo evitar repasar las interacciones de ese día. La frialdad de Enzo lo había dejado sin aliento. No había habido ofensa directa, no había insultos. Pero la actitud de Enzo había sido más hiriente que cualquier palabra que pudiera haber pronunciado. Lo había despojado de cualquier poder, de cualquier ilusión de control.
Necesitaba encontrar una forma de devolverle el golpe. No iba a quedarse de brazos cruzados.
— Marcos —dijo, tomando el teléfono con decisión—. Haz lo que sea necesario, quiero que consigas información sobre Enzo. Algo que me sirva para darle una lección. Además, quiero que hables con los Sorni. Incluso si las negociaciones no son favorables, tenemos que acercarnos a ellos. Necesito nuevas alianzas, nuevas estrategias.
Marcos, conocedor del carácter de su jefe, no dudó ni un instante.
— Entendido, señor. Los hombres de Enzo son discretos y leales, pero hay uno en particular, Esteban. Sé que con un par de copas podemos sacarle lo que necesitamos.
— Hazlo —respondió Daniel con frialdad—. No me importa cómo lo consigas, lo que importa es que funcione.
Y así, con esa determinación, comenzó la nueva fase de su guerra contra Enzo Bourth. Daniel Torner no permitiría que una humillación quedara sin respuesta. Mientras tanto, Enzo, ajeno a las maquinaciones de su antiguo socio, continuaba con su vida, imperturbable, como siempre lo había sido. Pero algo se estaba cociendo en las sombras, y muy pronto, Enzo descubriría que los juegos de poder, cuando se juegan con personas como Daniel Torner, nunca son simples.
La noche había caído sobre la ciudad, y con ella una niebla espesa cubría las calles. El ambiente en el bar era opresivo, una mezcla de conversaciones bajas y risas forzadas que contrastaban con la seriedad del asunto en manos de Marcos. Con un aire de desconcierto, pero también de urgencia, Marcos se había reunido con su viejo amigo Sebastián en el pequeño local, donde las luces tenues no dejaban ver mucho más que las sombras de los clientes habituales. La misión estaba clara: conseguir información sobre Enzo Borth y sus movimientos.
Marcos era un hombre astuto, siempre calculador, y esa noche no iba a ser la excepción. Le pidió discretamente a una de las camareras que se acercara, una mujer de mirada inquietante que ya sabía cómo jugar en ese tipo de situaciones. Le dio un par de billetes y le ordenó que hiciera beber a Sebastián cuanto fuera posible. La mujer asintió, y sin hacer más preguntas se acercó al hombre, comenzando a llenar su vaso una y otra vez, con una sonrisa juguetona que apenas ocultaba su propósito. Sebastián, inconsciente del propósito detrás de cada copa que recibía, comenzó a perder el control con cada trago, su lengua cada vez más suelta.
Las horas pasaban, y la situación se volvía más tensa. Sebastián, que ya mostraba señales claras de embriaguez, comenzaba a balbucear incoherencias mientras Marcos se mantenía imperturbable. La atmósfera era pesada, y las preguntas no eran fáciles. Marcos empezó con lo más sencillo, un interrogatorio sobre las negociaciones rotas entre Daniel y Enzo. Sebastián, mareado y confundido, no sabía nada relevante. No tenía respuestas claras. Intentó enfocarse en lo siguiente: las vulnerabilidades en la seguridad de Enzo Borth, pero el resultado fue el mismo. Nada.
Ya impaciente, con una vena de frustración surgiendo en su tono, Marcos exclamó, más para sí mismo que para su amigo:
—Es imposible... ¿cómo es posible que Enzo Borth no tenga ningún punto débil?
La frase cayó pesada sobre la mesa, como si las palabras se quedaran suspendidas en el aire por un instante. Sebastián, completamente fuera de control, dejó escapar una risa nerviosa mientras bebía otro trago. Sin embargo, en medio de su embriaguez, su mente aún guardaba ciertos retazos de información que Marcos necesitaba.
—Esperen... —balbuceó Sebastián, entrecerrando los ojos mientras se inclinaba hacia adelante—. Hay algo… Algo de lo que podría haber oído hablar.
Marcos lo miró con atención, sus ojos fijos en su amigo. La tensión volvió a apoderarse de él. Sebastián se recargó en el respaldo de la silla, tratando de aclarar sus pensamientos antes de hablar con claridad.
—Enzo... —comenzó—. Hay una mansión en el campo. Él suele ir allí. La cosa es que, cuando él está, todos deben retirarse. Pero si no está, los hombres siguen ahí, protegiendo el lugar. Hay algo extraño en todo eso.
Marcos se inclinó hacia adelante, con los ojos brillando de interés.
—¿Qué hay en esa mansión? ¿Sabes algo más? —preguntó con voz baja, tratando de que Sebastián no notara la creciente tensión.
Sebastián titubeó, se frotó la cara y continuó:
—Creo que… en esa mansión tiene a una mujer. No estoy seguro, pero me parece que... —Su voz bajó a un susurro—. Cuando él está, todos deben retirarse, pero cuando no está, sólo se cuidan entre ellos. No pueden subir al segundo piso. Y hay una cocinera, una tal Rose, que va todas las mañanas. Siempre la he visto llegar sola, a primeras horas del día. Ella... ella podría ser importante, no lo sé, pero algo no está bien.
La mente de Marcos comenzó a trabajar rápidamente. Aquella información, aunque fragmentada, era el inicio de lo que buscaba. Enzo tenía algo que nadie sabía. Quizás una mujer escondida, un punto débil en su vida que aún no se había descubierto. Si esa mujer era tan importante como parecía, podría ser la clave para hacer que Enzo cayera.
—¿Dónde está esa mansión? —preguntó Marcos, esta vez sin vacilar.
Sebastián, ya mucho más borracho que antes, empezó a murmurar la dirección con dificultad, señalando vaguamente hacia el norte. Marcos lo escuchó, memorizó las palabras y le dio un leve toque en el hombro como señal de agradecimiento antes de levantarse. Ya no había más que hacer en el bar esa noche.
La fría noche se extendió mientras Marcos abandonaba el local y se dirigía hacia su coche. Sabía que la jugada no podía esperar. Había obtenido lo que necesitaba, y ahora el siguiente paso era claro: atacar.
Al llegar a la mansión, Marcos le informó a Daniel lo que había conseguido. Estaba satisfecho, no solo por la información obtenida, sino por lo que esa nueva pieza del rompecabezas significaba. Ahora todo estaba más claro. Daniel escuchó con atención, dejando que cada palabra se asentara en su mente. Tras un largo silencio, finalmente habló con voz firme, su rostro marcado por una expresión calculadora.
—Perfecto —dijo, con un tono que no dejaba lugar a dudas—. Luego de que negociemos con los Sorní, atacaremos esa mansión. No me interesa lo que haya ahí, lo que me importa es mandar un mensaje claro a Enzo. Su lealtad a ese mundo lo hace vulnerable. Y si lo que dicen sobre esa mujer es cierto, será la pieza que me permita tomar el control.
Marcos asintió, aunque en su interior sentía que la situación comenzaba a salirse de su control. El hecho de que todo dependiera de una mujer que ni siquiera conocía, pero que podría ser tan crucial para Enzo, lo inquietaba. Aun así, la ambición era mayor que cualquier duda. La idea de darle a Enzo una lección que le dejara claro que ya no estaba jugando en la misma liga lo animaba.
Daniel, con una sonrisa fría, añadió:
—Quiero que me la traigan. No quiero que se le haga daño, pero necesita saber quién manda aquí. Será mi mensaje para Enzo.
Marcos asintió nuevamente, su mente ya imaginando los pasos a seguir. Sabía que, si quería jugar este juego con éxito, debía asegurarse de que ningún detalle fuera ignorado. Enzo Borth había demostrado ser implacable, pero ahora se enfrentaba a algo que no había previsto: la fragilidad de su propio mundo, algo que ni él mismo conocía.
Mientras la noche continuaba avanzando, Marcos sabía que el plan estaba en marcha. La mansión en el campo no sería solo un objetivo. Sería el comienzo de una nueva fase en la batalla, una donde Enzo tendría que enfrentarse a los ecos de sus propios secretos.