Capítulo 92 La verdad oculta

El auto avanzaba lentamente por la carretera oscura, iluminada solo por las farolas que bordeaban el camino. Enzo mantenía la mirada fija en el volante, aunque sus pensamientos no podían evitar divagar. A su lado, Amatista dormía profundamente, su rostro sereno y relajado, un contraste evidente con la tensión que se palpaba en el aire. En su regazo, el cachorro descansaba cómodamente, sus ojos aún abiertos, pero claramente a gusto en su nuevo entorno. Enzo observó el pequeño ser peludo y no pudo evitar sonreír levemente. El cachorro, a pesar de no entender mucho de la situación, ya formaba parte de su mundo. La oscuridad de la madrugada parecía envolverlo todo, dándole un aire de misterio y quietud. El reloj del coche marcaba casi las dos de la mañana, y a medida que se acercaban a la mansión Bourth, Enzo sentía que algo se apoderaba de él, una sensación de inquietud que no lograba despejar. Miró a Amatista una vez más, su rostro tan tranquilo, tan despreocupado. Deseaba que ella pudiera seguir así, sin las pesadas cargas que él llevaba. Pero sabía que esa paz era temporal. Amatista se movió levemente en su asiento, cambiando de postura, y el cachorro levantó la cabeza al notar el movimiento, sin emitir un sonido, simplemente observando a su dueña. Enzo suspiró. Sabía que había algo en Amatista, algo que no podría proteger para siempre. Pero, por ahora, quería que durmiera, que descansara. El viaje había sido largo, y aunque se le veía tan relajada, Enzo no podía evitar inquietarse por la mirada de fatiga en su rostro cuando ella despertara. "Amor, despierta", murmuró Enzo, con un tono bajo, casi imperceptible, al mismo tiempo que giraba la cabeza hacia ella. El susurro no pareció ser suficiente, así que lo repitió, un poco más fuerte esta vez. “Gatita…” Amatista se movió un poco más, pero no despertaba. Enzo miró al frente, pensativo, antes de volver a intentar, con un toque más firme en su voz. —Gatita… amor, despierta. Finalmente, después de varios intentos, los ojos de Amatista se abrieron lentamente. Primero se fijó en el cachorro en su regazo, luego levantó la mirada hacia Enzo. Su rostro mostraba una ligera confusión, pero no tardó en despertar por completo, parpadeando varias veces para aclararse. —¿Ya llegamos? —preguntó con voz adormilada, frotándose los ojos mientras se enderezaba en el asiento, el cachorro moviéndose también en su regazo, haciendo un suave ruidito. —Casi, gatita. En un par de minutos, estaremos en casa —respondió Enzo, con una sonrisa apenas perceptible. El coche siguió su curso mientras las luces de la mansión Bourth empezaban a aparecer a lo lejos, envolviendo la escena en una atmósfera familiar y segura, aunque para Enzo, esa sensación de seguridad se desvanecía rápidamente al pensar en lo que debía afrontar. Cuando finalmente llegaron a la mansión, Roque y Alicia los esperaban en la entrada. Alicia fingió una expresión de cansancio y preocupación al verlos llegar, pero no tardó mucho en recuperarse, mostrando una sonrisa forzada al recibirlos. — Enzo —dijo Alicia, abrazando a su hijo con un tono que sonaba un poco más débil de lo habitual—. Ya me siento un poco mejor, aunque aún tengo algo de malestar. Amatista observó a Alicia con una mirada preocupada, pero no dijo nada. Sabía que, a veces, las personas mayores exageraban sus dolencias. Sin embargo, se sintió aliviada de ver que Alicia estaba mejor. —Qué bueno que te sientes mejor —respondió Amatista, con una sonrisa cálida. Roque, que había estado observando en silencio, se acercó para preguntar algo que ya todos esperaban: el cachorro. —¿Qué es esto? —preguntó, levantando una ceja mientras observaba el pequeño perro que sostenía Amatista. Enzo sonrió, con una leve expresión de orgullo al ver cómo el cachorro se acurrucaba aún más cerca de Amatista. —Es el nuevo integrante de la familia —respondió Enzo, con tono firme y relajado. Amatista, sintiendo que la tensión del momento la rodeaba, miró a Enzo antes de responder. Sabía que lo único que deseaba en ese momento era descansar después de tantas emociones del día. —Si todo está bien, voy a descansar —dijo, mirando a Enzo con una sonrisa amable. Enzo, sin embargo, se mostró un poco más controlado. Enzo miró a Amatista con firmeza. —No lleves al perro a la habitación. Dáselo a Roque, que le buscará un lugar adecuado. Amatista, aunque con una ligera tristeza, entendió. Sin embargo, Enzo la miró de nuevo, esta vez con más suavidad. —Está bien —cedió él, suspirando—. Pero que no duerma sobre la cama. Amatista sonrió levemente, y antes de irse, le dio un beso en los labios. —Te prometo que lo acomodaré bien —dijo antes de salir hacia la habitación. Al llegar, Amatista acomodó al cachorro en un rincón alejado de la cama, asegurándose de que estuviera cómodo, pero fuera de la vista directa. El pequeño perro, satisfecho, se acurrucó en la manta que ella había dispuesto para él. Con una última mirada al cachorro, Amatista se metió en la cama, sintiendo la tranquilidad de la mansión y pensando en Enzo. Una vez que Amatista se retiró, Enzo y Alicia se dirigieron al despacho de Enzo. El ambiente estaba cargado de una tensión palpable. Alicia, con un gesto serio, se sentó frente a su hijo y, con una mirada que reflejaba pesar, comenzó a hablar. —Enzo, hay algo que debo contarte. Cuando Romano murió… me confesó algo. Enzo la miró con curiosidad, pero también con una creciente sensación de incomodidad. Sabía que algo grave estaba por ser revelado. —¿Qué fue? —preguntó con un tono bajo, pero tenso. Alicia respiró profundamente antes de continuar. Claro, aquí tienes una versión más coherente y ajustada: —Isabel Fernández está viva —dijo finalmente Alicia, observando a Enzo con atención. Enzo se quedó en silencio, procesando esas palabras que parecían no tener sentido. —La madre de Amatista… Romano me contó que, cuando Isabel "murió", en realidad fingió su muerte. Ella había huido con un hombre, pero este hombre no aceptaba a Amatista, porque solo era una niña. Fue entonces cuando, sin remordimientos ni consideración, Isabel decidió vender a Amatista. La entregó como si fuera un objeto, una carga que ya no quería cargar. Enzo apretó la mandíbula, con el dolor de las palabras golpeando en su pecho. No podía comprender cómo una madre podía hacerle algo tan horrible a su hija. Enzo estaba en shock. La información que su madre le estaba dando lo dejaba sin palabras. Finalmente, logró articular algo, su voz llena de furia. —¿Con qué derecho le hicieron eso a Amatista? —demandó, su tono exigiendo respuestas que no llegaban. Alicia, visiblemente angustiada, bajó la cabeza y comenzó a disculparse. —Lo siento, hijo… Pero yo no sabía nada. Lo supe cuando Romano me lo contó en su lecho de muerte. Jamás hubiera permitido algo así, pero él ya no tenía fuerzas para ocultarlo más. Enzo se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Una mezcla de ira, frustración y tristeza lo invadió. Sabía que, si Amatista se enteraba de esta verdad, la relación que habían construido podría derrumbarse. Su corazón latía con fuerza mientras su mente ordenaba los pensamientos que se acumulaban como una tormenta. —Si Amatista se entera de esto, me va a dejar —dijo con un tono vulnerable, casi como si lo temiera. Pero en el fondo, sabía que era una posibilidad que podría convertirse en realidad. Alicia lo miró con compasión, pero Enzo rápidamente se recompuso, dejando atrás la vulnerabilidad y adoptando una postura más controladora. —¿Qué quería Isabel ahora? —preguntó, con la mente ya buscando soluciones. Alicia suspiró y, con un tono preocupado, continuó. —Aparentemente, Isabel tiene más hijos, y uno de ellos está enfermo. No encontraron a alguien compatible, por lo que vino a buscar a Amatista. Enzo apretó los puños, sabiendo que debía resolverlo rápidamente. —Nos encargaremos de eso. Si eso es todo lo que busca, conseguiremos a alguien compatible, le daremos dinero, lo que sea. No permitirá que Amatista esté cerca de ellos. Alicia asintió, pero no parecía completamente convencida de la facilidad con que las cosas podrían resolverse. Enzo, sin embargo, ya tenía un plan. —Y, madre, si ella llega a enterarse y yo la pierdo por esto, jamás te lo perdonaré. ¿Entiendes? Alicia asintió con una mirada triste, reconociendo la magnitud de lo que acababa de pasar y lo que estaba por venir. Enzo salió del despacho dejando atrás a su madre, cuya expresión cargada de culpa lo acompañaba como una sombra en su mente. A pesar de su postura firme, la furia contenida y el miedo lo consumían. Caminó por los pasillos de la mansión con pasos firmes y decididos hasta encontrar a Roque, quien estaba revisando la seguridad de la casa antes de retirarse a descansar. —Roque, escúchame bien. En cuanto Isabel regrese a la ciudad, quiero que me lo informes de inmediato. Además, averigua todo lo que puedas sobre la situación de salud de su hijo y sobre su vida desde que desapareció. Quiero cada detalle: dónde ha estado, con quién ha estado, y qué demonios quiere ahora —ordenó Enzo con un tono bajo pero cargado de autoridad. Roque asintió sin titubear. —Entendido, señor. Me pondré en ello ahora mismo. Enzo le dio una última mirada firme antes de continuar su camino hacia las escaleras. Subió despacio, sintiendo cómo el peso de las revelaciones recién descubiertas se asentaba aún más en su pecho. No importaba cuántos planes hiciera o qué medidas tomara, una parte de él sabía que nada podría garantizar que Amatista nunca se enterara de la verdad. Cuando llegó a su habitación, abrió la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido. La escena que lo recibió fue un bálsamo para sus emociones alteradas: Amatista dormía profundamente en la cama, con su cabello esparcido sobre la almohada, mientras en un rincón de la habitación, el cachorro descansaba cómodamente sobre una pequeña manta que ella había preparado. Enzo cerró la puerta del dormitorio tras de sí, dejando escapar un suspiro pesado. Sus pasos, firmes pero silenciosos, lo llevaron hacia la cama donde Amatista dormía profundamente. La luz tenue dibujaba las suaves líneas de su rostro, y por un momento, el miedo a perderla lo golpeó como una ola fría. Con cuidado, se despojó de su camisa y pantalón, quedando solo en bóxer. Sus ojos recorrieron la habitación, deteniéndose en el rincón donde el cachorro dormía cómodamente. Una sonrisa fugaz cruzó su rostro antes de desvanecerse. Él era quien debía protegerla, incluso de las verdades que podían romperla. Se recostó junto a ella, dejando que el colchón absorbiera su peso. Amatista se movió ligeramente, buscándolo de manera instintiva, y se acomodó contra su pecho. Ese gesto inocente lo desarmó por completo. Sus dedos se deslizaron por su espalda, como si buscara anclarla a él. El temor y la desesperación lo impulsaron. Bajó su rostro y rozó sus labios con los de ella, primero suavemente, luego con una intensidad creciente. Amatista despertó con ese contacto, abriendo los ojos lentamente mientras sus manos buscaban el rostro de Enzo. —Amor… —susurró, todavía somnolienta, pero el deseo en su voz era inconfundible. Enzo no respondió. En lugar de eso, profundizó el beso, atrapándola en su necesidad. Su lengua rozó la de ella con firmeza, dejando que la urgencia hablara por él. Amatista, lejos de resistirse, dejó escapar un suspiro que resonó en la habitación, como una invitación silenciosa. —Te siento… tenso… —murmuró entre besos, dejando que sus labios acariciaran la piel de su cuello. —Te necesito, gatita… —fue todo lo que logró decir antes de reclamar sus labios una vez más, esta vez con una pasión que le arrancó un gemido suave. Amatista respondió con la misma intensidad, dejando que sus manos recorrieran su pecho, trazando cada músculo bajo su piel. Luego, se acomodó sobre su regazo, rodeándolo con sus piernas, inclinándose hacia él. —Soy tuya… —le susurró cerca del oído, su aliento cálido y cargado de deseo. Enzo dejó que sus manos bajaran por su cintura, deslizándose bajo la fina tela de su pijama. Lo quitó lentamente, permitiéndose saborear cada centímetro de su piel al descubierto. Amatista jadeó suavemente cuando sintió el roce de sus dedos, arqueando su cuerpo hacia él, invitándolo a continuar. La colocó sobre la cama con movimientos fluidos, posicionándose sobre ella. Sus labios no se separaron mientras sus cuerpos se alineaban perfectamente. Los movimientos de Enzo eran intensos, urgentes, pero cargados de devoción. Amatista susurraba su nombre, enredando sus dedos en su cabello mientras su respiración se aceleraba. —Eres mi vida, mi todo… —jadeó ella, su voz temblorosa mientras alcanzaba su clímax, su cuerpo temblando bajo el peso de sus emociones. Enzo la siguió poco después, dejando escapar un gemido bajo mientras la sujetaba firmemente, como si temiera que pudiera desaparecer. Su frente descansó contra la de ella, sus respiraciones entremezclándose en la penumbra de la habitación. Amatista acarició su rostro con delicadeza, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y ternura. —Te amo, amor… siempre seré tuya —susurró, dejando un beso suave en sus labios. —Y yo a ti, gatita… más de lo que las palabras pueden expresar —murmuró Enzo, permitiéndose disfrutar del calor de su piel contra la suya. Pero mientras ella volvía a quedarse dormida, Enzo permaneció despierto, su mente atrapada en el peso de los secretos que debía guardar. Aferrándose a su cuerpo, juró silenciosamente protegerla, sin importar el precio. Enzo la sujetó con fuerza, sus movimientos intensos dejando clara su necesidad de tenerla completamente. Cada vez que ella se arqueaba bajo él, pequeños suspiros escapaban de sus labios, aumentando en intensidad con cada movimiento. —Amor… —jadeó Amatista, su voz entrecortada por el deseo. —Más despacio… Pero su súplica fue respondida con lo contrario. Enzo gruñó suavemente, su voz ronca y cargada de un deseo incontrolable. —No, gatita… eres mía —murmuró cerca de su oído, su aliento cálido estremeciéndola. Amatista dejó escapar un gemido más alto cuando él aumentó la intensidad de sus movimientos. —Enzo… —susurró, aferrándose a su espalda, sus uñas dejando leves marcas mientras buscaba anclarse en medio de la tormenta de sensaciones. —Gatita… —gruñó él entre dientes, enterrando su rostro en el hueco de su cuello mientras su cuerpo tensado buscaba el momento final. Amatista jadeó con fuerza cuando el clímax la alcanzó de golpe, su cuerpo temblando bajo él mientras un gemido prolongado llenaba la habitación. —¡Amor…! —exclamó, su voz quebrada por la intensidad del momento. El sonido de su voz y el temblor de su cuerpo fueron suficientes para llevar a Enzo a su propio desenlace. Su respiración se volvió más errática, y un gemido grave y ronco escapó de sus labios cuando finalmente se dejó llevar, sus manos firmemente sujetándola contra él. Ambos quedaron en silencio, apenas capaces de respirar, sus cuerpos entrelazados en la penumbra de la habitación. Amatista acarició el rostro de Enzo suavemente, sus dedos trazando el contorno de su mandíbula. Ambos quedaron en silencio, apenas capaces de respirar, sus cuerpos entrelazados en la penumbra de la habitación. Amatista, todavía con el corazón acelerado, alzó una mano temblorosa para acariciar el rostro de Enzo, sus dedos trazando lentamente el contorno de su mandíbula marcada. Sin decir una palabra, se acomodaron juntos en la cama. Enzo la envolvió con fuerza entre sus brazos, mientras Amatista tiraba suavemente de las sábanas para cubrirlos. El calor compartido y la suavidad de la tela les proporcionaron un refugio momentáneo del mundo exterior. Amatista lo miró, sus ojos buscándolo en la penumbra. —¿Qué te pasa, amor? —preguntó suavemente, su voz apenas un susurro. Enzo la miró, su expresión seria, pero con una intensidad que solo ella podía entender. —Nada, gatita… —respondió, deslizando una mano por su espalda desnuda. —Solo quería sentirte cerca esta noche. Amatista, que lo conocía mejor que nadie, supo al instante que no era toda la verdad. Había algo detrás de sus palabras, algo que él no estaba dispuesto a compartir. Pero en lugar de insistir, optó por fingir que le creía. —Está bien… —dijo finalmente, dejando un beso suave en su pecho mientras descansaba la cabeza sobre él. Aunque sus labios formaron una pequeña sonrisa, sus pensamientos no dejaron de analizarlo. Lo que fuera que rondaba la mente de Enzo, tendría que esperar a que él estuviera listo para hablar. Por ahora, ella simplemente se dejó envolver en la calidez de su abrazo, permitiéndole que encontrara en su cercanía el consuelo que necesitaba.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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