Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder
La conversación entre los socios continuaba, fluyendo entre negocios y comentarios banales. Enzo participaba con su característica autoridad, pero sin soltar a Amatista en ningún momento. Su mano se mantenía sobre la suya, sus dedos acariciaban distraídamente su piel, como si fuera un recordatorio constante de su presencia.
Amatista, por su parte, permanecía tranquila, apoyada en él mientras conversaba en voz baja con Emilio, aislándose del resto.
—¿Sabes? —dijo ella con una sonrisa juguetona—. Creo que Samara tiene cierto interés en ti.
Emilio soltó una carcajada, negando con la cabeza.
—Vamos, cuñada, me dobla la edad.
—No es cierto —se burló Amatista—. Tú le doblas la edad a ella.
—Exacto —dijo Emilio, aún divertido—. Para un rato está bien, pero algo serio... no lo creo.
Amatista lo miró con fingida indignación.
—Mira quién habla. Un hombre que ha estado con tantas mujeres que ni siquiera las recuerda, y ahora resulta que se pone moral cuando se trata de una relación.
Emilio volvió a reír, dándole un sorbo a su copa.
—Tienes razón, lo mío nunca ha sido la estabilidad.
—Pues deberías pensarlo —insistió Amatista, encogiéndose de hombros—. Samara puede ser un poco interesada, pero me parece buena persona. No tienes nada que perder.
Emilio inclinó la cabeza, como si analizara sus palabras.
—Tal vez tengas razón… después de todo, es bastante guapa.
Amatista sonrió con picardía.
—Además, es joven. Podrías tener herederos.
Emilio soltó una carcajada, pero antes de que pudiera responder, la voz de Enzo se interpuso con calma, aunque con un peso innegable.
—Piénsalo, Emilio —dijo sin apartar la vista de su copa—. Siempre te he visto como un padre… y sé que serías un gran padre sin dudas.
La sonrisa de Emilio se atenuó un poco, aunque no desapareció. Asintió lentamente, como si las palabras de Enzo hubieran calado más profundo de lo que dejaba ver.
—Tal vez lo considere —murmuró.
Amatista y Enzo intercambiaron una mirada, cómplices en su mutua comprensión. La conversación continuó, pero en el aire quedó flotando la semilla de una posibilidad que antes no existía.
La conversación siguió fluyendo entre risas y comentarios distendidos, mientras el ambiente a su alrededor se tornaba cada vez más desinhibido. Las copas seguían llenándose, los socios hablaban en tonos más animados, y las mujeres que los acompañaban comenzaban a volverse más audaces con sus atenciones.
Pero Enzo no estaba interesado en nada de eso. Sus dedos seguían acariciando distraídamente la mano de Amatista, su presencia envolviéndola como una sombra.
—¿Sabes? —murmuró Emilio, inclinándose ligeramente hacia ella con una sonrisa socarrona—. Creo que nunca te había visto tan callada en una reunión así.
Amatista sonrió con ligereza, alzando su copa de vino con elegancia.
—No tengo interés en estas conversaciones. Además, ya tengo suficiente con uno que acapara toda mi atención.
Emilio soltó una carcajada, mientras Enzo alzaba una ceja con diversión.
—Me gusta que lo tengas claro, gatita —susurró Enzo, acercándose apenas para rozar sus labios con su mejilla.
—¿Y tú? —preguntó Emilio con tono casual, dirigiéndose a Enzo—. ¿Cómo lo llevas? No te imagino soportando estas reuniones mucho tiempo.
Enzo le dio un sorbo a su whisky antes de responder.
—No me interesa lo que tienen que decir —declaró sin rodeos—. Lo único útil aquí es Liam. Cuando termine con él, nos iremos.
Amatista no pudo evitar una sonrisa. Sabía que Enzo odiaba este tipo de eventos, pero que estuviera ahí, con ella, sin prisa por marcharse, le resultaba una pequeña victoria.
—¿Qué pasa, Enzo? —preguntó Emilio con una sonrisa burlona—. Antes no te molestaban estas reuniones.
—Antes no tenía algo mejor que hacer —respondió él, apretando suavemente la cintura de Amatista entre sus dedos.
Emilio sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Vaya, cuñada… de verdad que lo tienes atrapado.
Amatista sonrió con aire inocente.
—¿Tú crees?
—Yo no creo. Lo veo.
Enzo no se molestó en refutarlo. En cambio, deslizó su mano con más firmeza sobre la pierna de Amatista, dejando claro con su gesto que no le importaba lo que los demás pudieran pensar.
Pero antes de que pudiera decir algo más, una nueva figura se unió a la mesa. Era Liam, acompañado de Carolina, quien sonreía con amabilidad.
—Espero no interrumpir —dijo Liam, tomando asiento—. Pero parece que ustedes se divierten más aquí que en el resto de la fiesta.
—Digamos que la compañía es más interesante en esta parte de la sala —comentó Emilio con una sonrisa.
Carolina miró a Amatista con curiosidad.
—¿No te agobian estas reuniones?
—Un poco —admitió ella con una sonrisa ligera—. Pero al menos tengo buena compañía.
Carolina asintió, pero luego la observó con una pizca de picardía.
—Dime, Amatista… ¿cómo lo haces?
—¿Cómo hago qué?
Carolina inclinó la cabeza con una sonrisa divertida.
—Para mantener a un hombre como Enzo así de atrapado.
La pregunta hizo que más de un par de miradas se desviaran hacia ellos. Enzo, lejos de incomodarse, sonrió con arrogancia.
—Mi esposa es única —respondió antes de que Amatista pudiera decir algo—. No hay otra como ella.
El tono posesivo en su voz hizo que Carolina soltara una risita.
—Vaya, parece que tengo que aprender un par de cosas de ti.
Amatista simplemente sonrió, sintiendo la mano de Enzo apretar con más firmeza su cintura.
Carolina rió con diversión mientras acomodaba su copa sobre la mesa.
—Vamos, Amatista, no seas modesta. Seguro tienes algún truco bajo la manga. No todos pueden decir que han atrapado a un hombre como Enzo… y mucho menos mantenerlo así de encantado.
Amatista sonrió con ligereza y negó con la cabeza.
—Te decepcionaré, Carolina, pero no hay ningún truco.
—Eso es cierto —intervino Enzo con una seguridad absoluta—. Me enamoré de ella cuando tenía cuatro años… y ella apenas dos.
El comentario captó la atención de todos en la mesa. Carolina y Liam se miraron con sorpresa, mientras Emilio sonreía con diversión, como si la historia le resultara de lo más familiar.
—¿Desde tan pequeños? —preguntó Carolina con incredulidad.
—Desde siempre —afirmó Enzo, con una convicción que no dejaba espacio a dudas.
Amatista lo miró con ternura, pero también con cierto recelo. Sabía que esa historia, dicha así, sonaba dulce… pero la realidad de su relación siempre había sido mucho más compleja.
—Vaya, eso sí que es impresionante —dijo Liam, apoyándose en el respaldo de su silla—. La mayoría de nosotros apenas recordamos lo que hacíamos a los cuatro años.
—Yo sí lo recuerdo —respondió Enzo con una leve sonrisa—. Recuerdo que la vi por primera vez y supe que era mía.
Carolina se llevó una mano al pecho con dramatismo.
—Ay, qué romántico.
—No es romanticismo —corrigió Emilio con una sonrisa burlona—. Es pura obsesión.
Amatista rió suavemente, mientras Enzo le lanzaba una mirada de advertencia a Emilio.
—Llámalo como quieras —dijo Enzo con tranquilidad—. Pero sigo aquí, con ella.
Carolina observó la escena con interés, su mirada recorriendo a Enzo y Amatista con cierta fascinación.
—Definitivamente, tienen una historia que vale la pena contar.
—No creo que a nadie más le interese nuestra historia —respondió Amatista con un deje de diversión.
Carolina negó con la cabeza.
—Te equivocas. A muchas mujeres les gustaría saber cómo hacer que un hombre se vuelva completamente loco por ellas.
—Entonces lo siento por ellas —murmuró Enzo, deslizando sus dedos por la espalda de Amatista con absoluta posesión—. Porque lo que tenemos no se puede replicar.
Carolina observó la manera en que Enzo acariciaba la espalda de Amatista, la devoción y posesión en su gesto eran inconfundibles. Liam, divertido, tomó su copa y le dio un sorbo antes de hablar.
—Vaya, Enzo, nunca pensé verte así. Siempre creí que eras un hombre frío e inaccesible cuando se trataba de relaciones.
—Porque lo soy —respondió Enzo con naturalidad, sin apartar la mirada de Amatista—. Solo hay una excepción.
Amatista sonrió suavemente, apoyando la cabeza en su hombro con naturalidad. Carolina soltó una risita, claramente entretenida con la situación.
—Si eso no es amor, entonces no sé qué lo es —comentó, lanzándole una mirada de complicidad a Amatista.
—Y dime, Amatista —intervino Liam con curiosidad—, ¿tú cuándo te enamoraste de él?
Amatista se quedó en silencio unos segundos, entrecerrando los ojos como si realmente intentara recordar.
—No lo sé —dijo con sinceridad—. Creo que siempre ha estado ahí, de una forma u otra.
—Lo estuvo —afirmó Enzo con una sonrisa de satisfacción—. Yo me aseguré de eso.
Emilio, que hasta ese momento había estado escuchando con diversión, se inclinó un poco hacia Amatista con una expresión burlona.
—Cuñada, ¿ya te interrogaron lo suficiente o todavía tienen más preguntas?
Amatista rió, mientras Carolina levantaba las manos en un gesto de inocencia.
—Lo siento, lo siento. Pero es que ustedes dos son una pareja muy particular.
—Por decirlo de alguna manera —añadió Liam con una sonrisa.
Enzo se relajó en la silla, claramente entretenido con la conversación.
—Solo hay algo que tienen que entender —dijo con calma, pero con ese tono suyo que dejaba en claro que hablaba en serio—. No hay Enzo sin Amatista.
Las palabras flotaron en el aire por unos segundos, cargadas de un peso que nadie en la mesa se atrevió a cuestionar.
Las horas fueron deslizándose entre conversaciones, risas y miradas cómplices. La música seguía sonando, aunque con menos intensidad, mientras la madrugada comenzaba a teñir el ambiente con un velo de cansancio.
Carolina, con el bebé en brazos, se acercó a Liam y le habló con suavidad:
—Liam, estoy agotada. Será mejor que nos vayamos a casa… Además, el bebé no está descansando bien.
Liam asintió, acariciando la espalda de su esposa en un gesto comprensivo.
—Está bien, amor. Prepara todo, hablaré con Enzo un momento y luego nos iremos.
Carolina le dedicó una sonrisa agradecida y se dirigió a recoger sus cosas. Liam, por su parte, se levantó y miró a Enzo con seriedad.
—Acompáñame, hay algo de lo que debemos hablar.
Enzo se puso de pie con tranquilidad, dándole una última caricia a la espalda de Amatista antes de seguir a Liam hacia un área más privada del salón.
Cuando estuvieron lejos de oídos curiosos, Enzo se cruzó de brazos y fue directo al punto.
—Alguien se está escondiendo en tu territorio.
Liam arqueó una ceja, ya anticipando hacia dónde iba la conversación.
—¿Y quién es ese alguien?
—Un hombre que atentó contra Amatista y mis hijos —la voz de Enzo era fría, pero con un filo asesino—. Quiero su cabeza.
Liam sonrió con diversión ante la brutalidad con la que Enzo lo decía.
—Y dime, amigo… ¿qué me darás a cambio de la cabeza de ese hombre?
Enzo sostuvo su mirada sin vacilar.
—Pide lo que desees. Lo único innegociable es Amatista y mis hijos.
Liam soltó una carcajada corta y negó con la cabeza.
—No te preocupes, no pediría tal cosa. No soy tan idiota como para meterme con lo que es tuyo.
Enzo esbozó una leve sonrisa, satisfecho con la respuesta.
—Entonces, ¿qué quieres?
Liam se cruzó de brazos y suspiró.
—Estoy considerando mudarme a la ciudad. Quiero establecerme y asegurar un buen futuro para mi hijo. Necesito algunos contactos y una estructura para hacer negocios sin que me devoren los buitres.
Enzo asintió sin pensarlo demasiado.
—Dalo por hecho. Solo quiero la cabeza de Diego.
—Hecho. Envíame toda la información y me encargaré.
Los dos hombres se estrecharon la mano, sellando el acuerdo con la certeza de que ambas partes cumplirían su palabra.
—Nos vemos pronto, Enzo.
—Que tengas un buen viaje, Liam.
Con una última mirada de entendimiento, Liam se marchó para reunirse con Carolina y su hijo, dejando a Enzo con la satisfacción de saber que la cacería de Diego finalmente había comenzado.
Enzo se acercó a Amatista y Emilio, ambos sumidos en una conversación tranquila pero perceptiblemente agotados. Al ver la expresión cansada de Amatista, Enzo se inclinó ligeramente hacia ella.
—Ya podemos marcharnos, gatita. —le dijo suavemente—. Saluda a los demás, nos vamos.
Amatista levantó la vista, sus ojos brillando con un cansancio evidente, y asintió. Con una sonrisa suave, se despidió de los pocos que quedaban en la fiesta, mientras Emilio, a su lado, murmuraba en tono jocoso:
—Estoy muerto… Debería irme ya a descansar.
Amatista lanzó un suspiro, tomando la mano de Enzo con la suya mientras se ponía de pie.
—Yo también estoy cansada… ¿Por qué no buscamos un hotel y volvemos a la ciudad mañana? —le dijo a Enzo, su tono insinuante pero relajado—. Es un viaje largo, y además… has estado bebiendo.
Enzo sonrió de manera torcida, ya anticipando la lógica detrás de su propuesta.
—Está bien, gatita. También estoy agotado. No me importa parar un poco.
Con esos pocos intercambios, los tres se dirigieron al auto, el sonido del motor encendiéndose y la oscuridad de la madrugada envolviendo todo alrededor. Emilio se acomodó en el asiento trasero, cerrando los ojos, mientras Amatista y Enzo compartían una mirada cómplice en el espejo retrovisor.
El viaje continuó en silencio durante varios minutos, hasta que Emilio, con voz fatigada, rompió el silencio:
—Deberíamos encontrar un buen hotel. Ya no aguanto más.
Amatista, con un leve suspiro, asintió.
—Lo mismo digo. Vamos a descansar un poco y mañana vemos qué hacemos.
Enzo condujo con calma, la ciudad cada vez más distante mientras buscaban un refugio para pasar la noche. Tras recorrer algunas cuadras, llegaron a un hotel de lujo, con luces suaves y una entrada imponente que contrastaba con la oscuridad del ambiente exterior.
Enzo estacionó el auto y se dirigió al vestíbulo. Al llegar a la recepción, pidió dos habitaciones para los tres, confiado en la tranquilidad de la situación. Sin embargo, Amatista lo observó y levantó una ceja.
—Te equivocaste —dijo con una sonrisa ligera—. Deberías pedir tres.
Enzo se rió suavemente, mirando a Amatista con una mezcla de diversión y ternura.
—No puedo dejarte dormir sola, gatita. Algo podría pasarte.
Amatista rió ante la respuesta, sabiendo bien que en realidad, Enzo nunca la dejaría sola en ningún lugar.
La recepcionista, que había estado observando la interacción con una sonrisa sutil, entregó las llaves con una sonrisa cómplice mientras murmuraba:
—Aquí tienen.
Enzo tomó las llaves y, tras hacer un gesto amistoso con la recepcionista, se giró hacia Amatista y Emilio.
—Vamos, no quiero que nadie nos moleste esta noche.
Los tres se dirigieron hacia el ascensor, el sonido suave de sus pasos resonando por los pasillos vacíos del hotel, mientras la madrugada avanzaba sin prisa, dejando todo en silencio.