Capítulo 204 El contrataque de amatista
Enzo dio unos pasos hasta quedar al lado de Amatista, como si nada de lo que pasaba alrededor lo afectara.
Pero sabía que su esposa no dejaría pasar la situación sin responder.
Y no se equivocó.
Con una calma calculada, Amatista se acercó a él, lo justo para que su cuerpo rozara con el suyo de manera sutil, pero posesiva.
—Amor, creo que te están distrayendo demasiado. —susurró con voz melosa, aunque sus ojos reflejaban algo mucho más afilado.
Enzo sonrió, inclinándose levemente hacia ella.
—No más de lo que vos lo hiciste anoche.
Amatista soltó una risa baja, deslizando una mano por su brazo con una caricia lenta.
—¿Te distraje?
Enzo atrapó su muñeca con suavidad, sin apartar su mirada de la de ella.
—Siempre lo hacés, Gatita.
Las mujeres observaron el intercambio en silencio, algunas con incomodidad, otras con irritación mal disimulada.
Amatista sabía que habían perdido.
Pero ella no era cruel.
Les dedicó una última sonrisa, antes de tomar el rostro de Enzo entre sus manos y besarlo profundamente.
Un beso que no dejaba dudas de a quién pertenecía él.
Cuando se separó, susurró contra sus labios con provocación.
—Ahora, seguí jugando, amor.
Y Enzo, con su eterna sonrisa de satisfacción, supo que Amatista había ganado otra vez.
El aire estaba cargado de una tensión distinta ahora. Las mujeres que antes reían y aplaudían a Enzo estaban en completo silencio, obligadas a presenciar la victoria de Amatista sin posibilidad de respuesta.
Porque ese beso no solo fue un gesto de posesión.
Fue un mensaje claro.
Enzo Bourth tenía dueña.
Y ella lo había dejado bien establecido.
Enzo se relamió los labios con calma, disfrutando del sabor que Amatista le había dejado antes de girarse hacia los demás hombres con su clásica sonrisa de arrogancia.
—Bien, sigamos jugando.
Tomás rió bajo, inclinándose para recoger su palo de golf.
—No sé si podemos superar ese espectáculo.
Mauro, que había sido testigo de la escena con abierta diversión, agregó:
—Bourth, esto ha sido mucho más entretenido de lo que imaginé.
Enzo sonrió con suficiencia, acomodándose el cuello de la camisa con total tranquilidad.
—Siempre lo es.
Las mujeres comenzaron a retirarse poco a poco, con excusas banales. Sabían que no había nada más que pudieran hacer en esa situación.
Amatista, en cambio, se mantuvo de pie junto a Enzo, satisfecha con su triunfo.
Él se inclinó levemente hacia ella, su tono cargado de ironía.
—No hacía falta, Gatita.
Ella lo miró con inocencia fingida.
—¿No hacía falta qué?
Enzo rió bajo.
—El beso, la declaración, la advertencia implícita. —La miró con intensidad, disfrutando de su juego—. Ellas ya sabían que eras mi esposa.
Amatista ladeó la cabeza con diversión.
—Pero lo olvidaron por un momento. —Se encogió de hombros—. Solo se los recordé.
Enzo la miró con esa mezcla de orgullo y fascinación que solo Amatista podía provocarle.
—Y yo que pensaba que la competitiva era solo en el golf.
—Oh, amor, sabés que compito en todo.
Él rió con verdadero placer.
Y entonces la atrapó de la cintura, atrayéndola hacia él con una firmeza posesiva.
—Lo sé, Gatita. —Susurró contra su oído. —Pero me encanta cuando jugás sucio.
Ella sonrió, apoyando una mano en su pecho.
—¿Ah, sí?
—Sí. —La acarició lentamente por la espalda. —Porque ahora te toca enfrentar las consecuencias.
Amatista supo exactamente a qué se refería.
El juego que habían iniciado todavía no había terminado.
Pero ya lo resolverían más tarde, en la intimidad.
Por ahora, se centraron en la partida.
El golf continuó con la misma intensidad de antes, pero esta vez, sin distracciones innecesarias.
Y aunque Enzo terminó ganando por un punto, Amatista no se molestó demasiado.
Después de todo, sabía que su verdadera victoria ya la había conseguido.
El bar del club de golf tenía un ambiente relajado. Las luces cálidas, el aroma a whisky y el murmullo de conversaciones entre empresarios daban un aire de exclusividad y camaradería.
La charla entre Enzo y sus socios se había extendido más de lo planeado. Entre tragos y estrategias de negocio, el tiempo fue pasando hasta que Amatista, agotada tras un día de competencia feroz, terminó acomodándose junto a Enzo y quedándose dormida.
Él no dijo nada.
Solo la sostuvo con naturalidad, rodeándola con un brazo como si fuera la cosa más normal del mundo. Su cabeza descansaba en su hombro, su respiración tranquila mientras el saco de Enzo la cubría.
Pero lo que más llamaba la atención no era la escena en sí.
Era la forma en la que Enzo la miraba.
Como si sostuviera su mundo entero entre sus brazos.
Los socios notaron el gesto de inmediato.
Y por supuesto, no tardaron en aprovechar la oportunidad para bromear.
—Miren esto. —Tomás se inclinó hacia Mauro con una sonrisa socarrona. —El gran Bourth, domado en menos de un año de matrimonio.
Mauro rió bajo, tomando un trago de su whisky.
—No pensé que viviría para ver esto.
Iván negó con la cabeza con fingida decepción.
—Y pensar que alguna vez fuiste la envidia de todos… Ahora mirate.
Enzo solo esbozó una media sonrisa, sin dejar de acariciar con calma la espalda de Amatista.
—Ganen su propio trofeo antes de opinar.
Los hombres soltaron una carcajada.
—Admitilo, Bourth. —Damián intervino, divertido. —Tu esposa te tiene domesticado.
Enzo entrecerró los ojos, como si estuviera considerando la idea.
Después, sin dejar de mirar a Amatista dormida en su hombro, respondió con voz tranquila.
—Aunque me casé con Amatista hace un año, llevo toda la vida con ella.
El silencio se extendió por un momento.
Su tono no tenía duda, ni arrepentimiento. Solo certeza.
Los socios se miraron entre sí, algo sorprendidos.
Mauro rió bajo, dándole una palmada en el hombro.
—Nunca pensé escuchar a Enzo Bourth diciendo algo así.
Tomás bebió un sorbo de su trago antes de soltar otra broma.
—¿Desde cuándo sos tan sentimental?
Enzo los miró con calma.
—Desde que tengo memoria.
Y fue en ese momento cuando entendieron.
Para Enzo, Amatista nunca había sido solo una mujer con la que se casó.
Siempre fue suya.
Desde la infancia, cuando la vio por primera vez.
Desde la adolescencia, cuando la deseó por primera vez.
Desde los años de caos, cuando la perdió y la recuperó tantas veces.
Amatista había estado en su vida tanto tiempo, que no podía recordar una versión de sí mismo sin ella.
No era domesticación.
Era pertenencia.
Y eso era algo que nunca iba a cambiar.
El bar del club seguía con su ambiente relajado, con el sonido de copas entrechocando y el murmullo de conversaciones alrededor. Enzo bajó la mirada hacia Amatista, quien, a pesar del bullicio, seguía profundamente dormida en su hombro.
Intentando hacerla sentir más cómoda, Enzo la levantó con facilidad y la acomodó en su regazo. Su cuerpo encajó perfectamente contra el suyo, como si siempre hubiera pertenecido ahí.
Amatista se removió un poco en su sueño, abriendo los ojos apenas un instante.
Cuando vio a Enzo mirándola, sonrió adormilada y se acomodó mejor contra su pecho, confiada y completamente relajada.
Enzo no pudo evitar sonreír de vuelta, pasando una mano por su espalda en una caricia lenta.
Pero el momento fue interrumpido por la llegada de tres personas más.
Dos mujeres y un hombre se acercaron a la mesa con sonrisas amplias y expresiones de sorpresa al ver a Enzo.
—¡Mirá a quién tenemos acá! —exclamó el hombre con tono divertido.
Enzo levantó la vista y reconoció a los recién llegados al instante.
Sofía, Valeria y Nicolás.
Excompañeros de su época en el instituto.
—Bourth, hace siglos que no te vemos. —comentó Valeria con una sonrisa, tomando asiento sin esperar invitación.
Sofía, en cambio, pareció más sorprendida al ver la escena ante ella.
Enzo Bourth, el hombre que una vez consideró inalcanzable, tenía a una mujer dormida sobre su pecho como si fuera lo más natural del mundo.
—Me enteré de que te casaste. —dijo Sofía con un tono que intentó sonar despreocupado, aunque no lo logró del todo.
Enzo asintió con calma, sin dejar de acariciar la espalda de Amatista.
—Sí. Hace un año… bueno, en realidad, ocho meses.
Nicolás rió bajo, lanzándole una mirada divertida.
—No te imaginaba casado tan pronto, Bourth.
Sofía entrecerró los ojos con una media sonrisa.
—Siempre fuiste un caballero conmigo en el instituto, todos pensábamos que nos casaríamos algún día.
Los socios de Enzo, que aún estaban en la mesa, soltaron una risa contenida.
Mauro, con su eterna diversión, no dejó pasar la oportunidad de bromear.
—Qué interesante.
Tomás agregó, con una sonrisa maliciosa:
—Nunca nos contaste esa parte, Bourth.
Enzo rió bajo, sin alterarse.
—No hay nada que contar.
Se giró levemente hacia Sofía, su tono tranquilo pero directo.
—Solo te traté bien porque te parecías a Amatista.
El silencio se hizo en la mesa.
Los socios de Enzo soltaron carcajadas contenidas ante la respuesta.
Sofía parpadeó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—Ah… —intentó recuperar la compostura rápidamente, forzando una sonrisa—. Bueno, pero siempre fuimos amigos.
Pero la burla ya estaba en el aire.
Damián soltó un silbido burlón, inclinándose hacia Mauro y Tomás.
—Parece que en esa categoría no entraba.
Mauro sonrió ampliamente, bebiendo un sorbo de su whisky.
—Definitivamente no.
Sofía apretó los labios, claramente incómoda.
Pero Enzo no tenía intenciones de seguir con la conversación.
Para él, Sofía y su historia con ella no eran más que un recuerdo irrelevante.
Porque todo lo que alguna vez había querido, lo tenía ahora mismo entre sus brazos.