Ante los ojos de Tomás, Ariadna era como un hada para él. Puesto que ella había salvado a todo el pueblo, estaba seguro de que también podía salvar a su madre. Por desgracia, Néstor y Josefa no compartían el mismo optimismo. A pesar de que ella los había ayudado a recuperar sus salarios, pensaron que era poco lo que podía hacer por la enfermedad de Josefa. Además, eran personas honestas y no les gustaba estar en deuda con nadie. A Josefa le preocupaba que Ariadna se ofreciera a pagar sus gastos médicos, por lo que reprendió a su hijo:
—Tomás, deja de ser grosero.
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