La respiración de Valentín era tan caliente y húmeda que hizo que Ariadna se pusiera nerviosa. Entonces le soltó el cuello y puso la mano en su oreja, pero se dio cuenta de que casi se caía hacia atrás. Sin más remedio, se apresuró a abrazar de nuevo el cuello de Valentín para poder estabilizarse.
—Tomaré tu silencio como un consentimiento, doctora —dijo Valentín con una risita.
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