Los ojos de la anciana resplandecían de ira cuando la vio; la miraba como si fuera una mosca fastidiosa.
Ariadna le daba la espalda a su abuela, pero, de todos modos, podía sentir su mirada hostil. También pudo sentir por instinto que algo andaba mal, así que, luego de decir esas últimas plegarias, se acercó a Mariela y le informó:
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