Durante el verano, el cielo ya brillaba a las cuatro de la mañana, a pesar de que el sol no había salido. Habían pasado ocho días desde el fallecimiento de Soledad, Hipólito se encontraba en el patio trasero mientras quemaba ofrendas para su hija al mismo tiempo que murmuraba:
—Soledad, vine a quemar unas ofrendas para ti, ahora puedes descansar en paz. Por favor, protege a nuestra familia cuando estés en el cielo. Ayúdame a ganar y asegúrate de que Ariadna y Valentín tengan un matrimonio pacífico. En cuanto a tu madre, le pediré a alguien que la traiga para que te dé su último adiós.
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