Capítulo 17 Una extraña
Sin embargo, Ariadna permaneció impávida, como si no le importara en lo más mínimo; esa era la verdad, realmente no podía importarle menos que Valentín no la recordara. Ella sabía que los Sandoval querían conexiones con los Navarro debido a su estatus social de élite. A pesar de ello, ese prestigio no era lo que ella quería o necesitaba; por lo tanto, no importaba si él se acordaba de ella.
Soledad se burló cuando Ariadna no reaccionó ante ella. «¡Mentirosa! Sigue actuando como si no te importara entonces, apuesto a que, en el fondo, estás llorando como una niña grande a la que le duele todo esto. ¡Te lo mereces! Valentín nunca estaría interesado en una simple pueblerina como tú».
Los cuatro Sandoval no se dieron cuenta de que Valentín había observado a Ariadna desde atrás durante bastante tiempo; permaneció así hasta que ella abordó su vuelo, solo entonces se rio entre dientes de forma curiosa. Mientras estaba a su lado, los ojos del guardaespaldas casi se salieron. «¿Qué está sucediendo? El señor Navarro nunca se ríe, suele ser poco sonriente y algunos dirían que, incluso, distante. No puedo creer que ahora se esté riendo para sí mismo; además, no es una risa burlona. No, es más genuina como una risa divertida que sale de lo más profundo del pecho; ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi reírse así». Mientras el guardaespaldas estaba sumido en sus pensamientos, se escuchó de repente la voz de Valentín.
—¿Notaste alguna diferencia entre ella y los demás? —preguntó.
«Había tres mujeres en esa familia, ¿a cuál se refiere?» El guardaespaldas había trabajado junto a Valentín durante varios años, así que sabía que no debía preguntarle de forma directa así que reflexionó un rato antes de recordar que Ariadna se había vestido de forma diferente a los demás; luego contestó con dudas:
—Efectivamente, los otros tres se han vestido con marcas de diseño conocidas, mientras que la ropa de esa joven... Bueno, parece ropa comprada al azar en un puesto callejero.
Incluso con una observación tan fuerte, Valentín siguió negando con la cabeza. El asistente se puso rígido al instante por la conmoción. «¿Me equivoqué al adivinar? ¿Acaso el señor Navarro no se refería a esa mujer?» Justo cuando el asistente se sintió nervioso, Valentín volvió a hablar:
—No me refiero a su ropa.
El guardaespaldas suspiró de alivio, ya que al menos había adivinado bien; aun así, frunció el ceño confundido.
—Si no es la ropa, ¿entonces qué es?
En cuestión de segundos, la expresión de Valentín volvió a su habitual indiferencia.
—No es nada, continuemos.
Entonces el asistente pasó el tema por completo, no se atrevió a indagar más, así que continuó con su informe.
En el avión, los cuatro Sandoval se sentaron en la misma fila. Hipólito estaba de mal humor desde la hazaña de Ariadna; por ello, le ordenó que realizara varias tareas sin sentido durante el vuelo. Le dijo que trasladara su equipaje a la cabina superior, luego que ordenara sus abrigos y los metiera en el equipaje; después de eso que sacara sus cargadores y así sucesivamente. Todos los demás en el avión asumieron que ella era solo su ama de llaves. Ariadna no se molestó en hacer todas esas tareas, todo lo que hizo fue cumplir con la petición de Hipólito sin quejarse; al final, este no pudo aguantar más y retumbó con frialdad:
—¡Suficiente! Ven aquí. —Una vez que ella se sentó junto a él, la interrogó con un tono tajante—: Creí que habías dicho que ayudaste al señor Navarro; entonces, ¿por qué no se acordó de ti en absoluto?
Ariadna sacudió la cabeza con franqueza.
—Solo le hice un pequeño favor, así que es común que no se acuerde de mí.
—Entonces deberías haber... —Hipólito vaciló al mirarla.
«Supongo que tener una hija ingenua no siempre es algo beneficioso, si fuera Soledad la que conociera a Valentín... se habría dado cuenta enseguida de mis intenciones y habría intentado acercarse a él». Luego, él resopló de mala gana:
—Olvídalo, hablaremos de esto más tarde. Todavía hay mucho que tienes que aprender.
—De acuerdo —asintió ella sin problemas.
Con los ojos redondeados y los labios entreabiertos, fingió una inocencia infantil como si no supiera qué había hecho mal. Justo en ese momento, la azafata se acercó a ellos.
—Buenos días, señor Sandoval. Según las millas de su vuelo, podemos darle un ascenso gratuito a primera clase.
Hipólito eligió deliberadamente los asientos de clase turista no solo por tacañería, sino también porque sabía que podían obtener un ascenso gratuito. Complacido, sonrió mientras se ponía de pie.
—Gracias. Por favor, muéstrenos el camino.
Soledad y Cintia también se pusieron de pie; la azafata enseguida se fijó en Ariadna, quien fue la última en ponerse en pie, entonces le explicó de inmediato:
—Disculpe, señor. Solo le alcanza para tres ascensos gratuitos. Tome, eche un vistazo.
—¿Tres? —La sien de Hipólito comenzó a doler. «Entonces, ¿quién irá con nosotros a primera clase? ¿Soledad o Ariadna?»
—Estoy segura de que te has dado cuenta de que Ariadna no es muy lista, no será de mucha ayuda; además, nos dirigimos a la entrega de premios de Soledad, así que, ¿por qué no le damos el asiento a ella esta vez? ¿Eh? —intervino Cintia tras ver que Hipólito estaba conflictuado.
El rostro de él se tornó sombrío antes de aceptar al final y, enseguida, se dirigió a Ariadna y le explicó con un tono más convincente:
—No puedo evitar que solo haya tres asientos, seguiremos viéndonos una vez que el avión aterrice; es decir, no es tan diferente.
Ella lo miró intensamente, podía sentir la decepción en el pecho, pero no podía mostrarla en su rostro, se negaba a dejar que Cintia y Soledad se sintieran triunfantes. Así, apretó los labios en una sonrisa forzada y dijo:
—Está bien.
—Lamento todo esto —pronunció Hipólito mientras desviaba su mirada; luego se alejó con Cintia y Soledad hacia la cabina de primera clase.
Soledad ralentizó sus pasos a propósito; una vez que sus padres estaban a una buena distancia, se burló en voz baja:
—Parece que papá me quiere más, ahora tendrás que esforzarte más para alcanzarme, me voy a la cabina de primera clase, así que tú descansa aquí en clase turista, ¿eh? En realidad, no hay mucha diferencia entre las dos cabinas, salvo los asientos más grandes y el mejor servicio en la mía, pero bueno, no dejes que eso te afecte.
Ariadna apretó los dientes al ver cómo Soledad se regodeaba. Al torcer el rostro en una sonrisa burlona, Ariadna señaló hacia la cabina de primera clase y luego provocó:
—Será mejor que te des prisa. Papá podría cambiar de opinión y dejarme ir con ellos si sigues perdiendo el tiempo.
Soledad se asustó al ver los ojos maliciosamente brillantes de Ariadna. Entonces cogió su equipaje y se fue rápido hacia la primera clase, a la vez temía que su hermana terminara de algún modo en la cabina superior.
Poco después, los tres Sandoval se acomodaron a gusto en sus asientos de primera clase, Soledad incluso había pedido una copa de vino tinto de cortesía. En clase turista, Ariadna pudo cerrar los ojos para descansar ya que Hipólito y las otras dos se habían ido. Su corazón se entristeció en ese momento; era humana, después de todo. Sentía tristeza como cualquier otra persona en el mundo; sin embargo, le aterraba revelar sus emociones y vulnerabilidades, ya que cualquiera podría usarlas en su contra, así que lo ocultaba todo, se escondía bajo la apariencia de una joven despreocupada. «Finge hasta que lo consigas», se recordaba a sí mismo. Justo cuando se acomodó en su reciente paz, una voz se escuchó de repente a su lado.
—Disculpe... ¿Está aquí sola, señorita? ¿Puedo sentarme a su lado?
Un hombre le había hecho esa pregunta de forma educada, la observaba con los ojos muy abiertos mientras su garganta se movía y a la vez tragaba la saliva con ansiedad. Ariadna encontró en su mirada una expresión indiferente así que le denegó.
—Lo siento, mi familia volverá pronto. Estos son sus asientos.
El hombre no necesitó que se lo dijeran dos veces, se dio la vuelta para marcharse mientras suspiraba de forma melancólica. «¿A quién quiero engañar? Estoy fuera de su alcance, no hay manera de que pueda conseguir una joven tan hermosa como ella; aunque me pregunto qué clase de hombre será capaz de atrapar a tan buen partido...»
Poco después de que el hombre se fuera, otra persona se acercó a ella.
—Disculpe, señorita...
Ariadna levantó la cabeza con una expresión tensa, justo cuando vio el rostro de la persona, se quedó con la boca abierta. «¿No es esa persona la que estaba informando a Valentín en el aeropuerto?», el hombre procedió a presentarse.
—Soy el guardaespaldas del señor Navarro, a él le gustaría invitarla a su avión privado. Ya me he tomado la libertad de aclarar las cosas con los asistentes de su vuelo actual, así que por favor acompáñeme.
Ariadna dudó un momento, pero asintió rápidamente al pensar en el hombre que se le había acercado antes. Había mucha gente en ese vuelo y no quería que la interrumpieran de nuevo.
—De acuerdo —dijo ella.
—Sígame entonces. Por aquí, por favor. —El hombre señaló hacia adelante.
Tenían que pasar por la cabina de primera clase para salir del avión. Cuando pasaron, Soledad se dio cuenta de inmediato.