Capítulo 12 Cosecharán lo que siembran
Enseguida, llevaron a la fuerza a Jana con Hipólito y, en cuanto lo vio, comenzó a gritar presa del pánico:
—Señor Sandoval, soy inocente. Salí solo porque el inútil de mi hijo se volvió a meter en problemas. No tengo nada que ver con el incidente de la cobra. Por favor, siempre he sido fiel a los Sandoval.
Las súplicas de Jana entraron por un oído y salieron por el otro mientras Hipólito ordenaba a los sirvientes que la ataran e hicieron lo que se les ordenó sin vacilar. Mientras ignoraba los gritos de Jana, Hipólito caminó por el salón y encontró un cinturón de cuero que se le quedó a un invitado.
—¡Azótenla! —ordenó mientras le entregaba el cinturón al ama de llaves.
A pesar de su vacilación inicial, al final, el ama de llaves llevó a cabo las órdenes de Hipólito. ¡Zas! A Jana se le abrió la piel de inmediato con solo un azote y el dolor era tan insoportable que comenzó a gritar y a retorcerse en el suelo. Ariadna observó en silencio a un costado, su mirada era indiferente e insensible.
«Parece que la persona que había entrado a hurtadillas a mi balcón para liberar a la serpiente era esta vieja bruja». Ariadna estaba furiosa y no sintió lástima por Jana. «Es justo que pague el precio por esto».
Luego de diez azotes, Jana estaba empapada en sudor frío y ya no era capaz de emitir sonido alguno. A pesar del dolor que sentía, aún se negaba a decir la verdad ya que sería acusada de asesinato si lo hacía y no podía permitir que eso sucediera. El ama de llaves que la había azotado no pudo tolerarlo más y dijo:
—Señor Sandoval, no podemos golpearla más. Si continuamos, no podrá soportarlo debido a su edad.
Hipólito entendió la preocupación y, del mismo modo, no quería ningún contratiempo antes de llegar al fondo del asunto. Antes de que pudiera dar la orden de que dejaran de golpearla, otra ama de llaves regresó de su investigación.
—Señor Sandoval, pregunté por los mercados en el distrito sur y uno de los vendedores dijo que le vendió a alguien una serpiente venenosa a la medianoche.
Jana se quedó paralizada al escucharla y el cambio sutil en su semblante no pasó desapercibido ante la vista de águila de Ariadna.
—¿Jana compró la serpiente? —preguntó Ariadna.
El ama de llaves negó con la cabeza.
—No pregunté, pero traje al vendedor ya que también podría confirmar si la serpiente proviene de él.
—Muy bien —respondió Hipólito—. Trae al hombre.
Enseguida, el vendedor de serpientes entró con cautela y saludó a Hipólito. Después de hacer que alguien llevara la serpiente cortada, Hipólito preguntó:
—¿Esta es la serpiente que vendió?
Solo bastó que la viera una vez para que el vendedor asiente:
—Sí, señor, es esta. Algunas escamas de su cola se salieron durante la transacción, por eso la reconocí de inmediato.
Hipólito se burló y se acercó a Jana, quien no se había atrevido a levantar la mirada desde que mencionaron al vendedor. Hipólito la llevó hacia él y volvió a preguntar:
—¿Acaso esta anciana le compró la serpiente?
El vendedor no tenía idea de lo que sucedía, solo sabía que no debía mentirle a un hombre como Hipólito, por lo que miró bien a Jana y asintió:
—Sí, es ella. Dijo que quería intentar hacer un vino de serpiente exótico, así que le recomendé la serpiente más venenosa que tengo.
Con un testigo y evidencias, finalmente la verdad salió a la luz. Hipólito apartó a Jana con ira y le preguntó con desdén:
—¿Y? ¿Qué tienes para decir ahora en tu defensa?
Jana se sentó en el suelo temblando como una hoja; no obstante, permaneció en silencio.
—Jana, mira a lo que llegó esto —intervino Ariadna—. Es hora de decir la verdad, así que, antes de que llegue la policía, dinos por qué quieres hacerle daño a Soledad. La viste crecer y, sin embargo, ¿quieres verla muerta? ¿No crees que eso es demasiado cruel de tu parte?
—No. ¿Por qué querría lastimar a la señorita Soledad? Ella es como una hija para mí.
—Entonces, ¿a quién querías lastimar con exactitud? ¿A mi padre? —continuó Ariadna—. ¿Otra persona te dijo que hicieras esto para incriminarme? ¿O dirás que fui yo quien te hizo comprar la serpiente?
La última pregunta la tomó desprevenida ya que hubiera querido insistir en que Ariadna era la mente maestra detrás de todo; sin embargo, como ella lo había mencionado, sería ridículo acusarla. Justo cuando Jana dudaba en decir la verdad, Ariadna se volvió hacia su padre y dijo:
—Padre, llama a la policía. Alguien tan cruel como ella merece pasar el resto de su vida tras las rejas.
Jana levantó la mirada hacia ella de inmediato y suplicó:
—¡No! Por favor, no. Mis dos hijos aún me necesitan.
—Entonces dinos la verdad. Si lo haces, puede que mi padre te deje ir debido a tus años de servicio.
Jana se había rendido por completo; sabía lo que tenía que hacer. Si decía la verdad, aún cabía la posibilidad de que pudiera salirse con la suya; si no, iría a prisión por Soledad. No importaba lo que Cintia y Soledad habían hecho por ella, no iba a sacrificar tanto por ellas.
—Les diré todo… —gritó Jana—. Fue la señorita Soledad quien me pidió que lo hiciera, me ordenó que comprara una serpiente y la liberara en la habitación de la señorita Ariadna. Sin embargo, no sé cómo la serpiente terminó en la habitación de la señorita Soledad…
—Mi habitación está muy cerca de la de Sole, así que la serpiente pudo haberse arrastrado desde el balcón. Jamás me imaginé que Sole me odiara tanto, pensé que siempre me había tratado bien… —dijo Ariadna de inmediato y su voz se desvaneció mientras miraba a lo lejos conmocionada y con incredulidad.
—¡Tú, vieja escoria! ¡Y esa pequeña zorra! Cosecharán lo que siembran —gritó Hipólito.
Soltó un gran suspiro y respiró hondo varias veces para tranquilizarse.
—Traigan a Cintia; que ella misma vea en lo que se convirtió su buena hija.
Hipólito había gastado demasiado dinero y esfuerzo en Soledad, todo para que resultara ser tan insensible y cruel.
«¿Qué hice para merecer esto?»
—Padre, no te enfades demasiado. —Ariadna lo consoló—. Aparecí de manera tan repentina que quizás Soledad no pudo aceptarlo; sin embargo, creo que con el tiempo me aceptará…
—¿Todavía la defiendes incluso después de todo esto? Tu amabilidad será tu perdición. Si las cosas hubieran salido como ella quería, te habría mordido la serpiente.
Ariadna negó con la cabeza con tristeza.
—Todos cometemos errores. Soledad aún es joven y tiene mucho que aprender…
Antes de que pudiera continuar, habían sacado a Cintia de su habitación. Luego de que Jana volviera a relatar el incidente, el rostro de Cintia empalideció de inmediato.
«¿Cómo pude haber dado a luz a una hija tan tonta?»
Ella le había recordado a Soledad una y otra vez que no era el momento indicado para atacar a Ariadna. Sus palabras no solo le entraron por un oído y salieron por el otro, sino que Soledad había ido al extremo a sus espaldas.
—Lo siento, querido, fallé en educar a nuestra hija. Cuando regrese, le daré una buena lección. Ariadna, lo lamento tanto, te decepcioné e incluso te acusé, pero, por favor, perdónala. Lograré que sea una buena hermana para ti.
Al ver como Cintia había tomado la iniciativa de disculparse con Ariadna, Hipólito se tranquilizó un poco.
—Bueno, no quiero ventilar nuestros problemas en público, así que este asunto se acaba aquí —dijo Hipólito y miró a Jana—. En cuanto a esta arpía, tiene que irse. Consigan que alguien la envíe a la granja y asegúrense de que no entre en contacto con nadie.
Dicho eso, se llevaron a Jana para que nunca volviera a ingresar a la residencia Sandoval. En poco tiempo, Hipólito recibió una llamada del hospital.
—Señor Sandoval, la señorita Soledad se despertó, pero no quiere quedarse en el hospital, quiere regresar a casa lo antes posible.
—Puede hacer lo que quiera —respondió Hipólito con severidad.
«Todavía no puedo creer que Soledad pueda ser tan cruel. Si tiene las agallas para herir a Ariadna ahora, podría hacer lo mismo conmigo en el futuro. ¿Cómo mi hija llegó a ser un monstruo?»
Soledad había firmado los papeles del alta en el hospital y no veía la hora de regresar con los Sandoval. A pesar de que su plan inicial había salido mal, lo usaría a su favor para decirle a Hipólito que Ariadna le había colocado la serpiente en su habitación; les iba a decir a todos que quería matarla.