Capítulo 6 Cásate conmigo
Tenía los accesorios fuera de lugar y el cabello desarreglado. La mujer, quien se suponía que iba a ser el centro de atención, empalideció y estaba en un estado lamentable.
—¡Sole! —exclamó Cintia mientras se apresuraba al escenario.
Si bien estaba muy preocupada, Cintia no se olvidó de Ariadna y con el hombro la empujó a un lado.
Ariadna tenía puesto tacones de diez centímetros, y estaba parada en el borde del escenario improvisado. La fuerza del empujón de Cintia la hizo tambalear por lo que perdió la estabilidad y estaba por caerse del escenario, pero reaccionó rápido y se protegió la cabeza con las manos. De esa forma, si se hubiera caído, iba a disminuir la posibilidad de sufrir una contusión. Sin embargo, para sorpresa de Ariadna, no cayó al suelo. En cambio, sintió que una mano fuerte la sujetaba por la espalda mientras que otra mano la rodeaba por la cintura y la sacaba del escenario.
Después de que Ariadna recobró la estabilidad, por instinto, se giró para mirar a la persona que la había salvado. Se topó con un rostro distante y muy bien esculpido.
—¿Por qué tienes puesto esos tacones? ¿Tienes pensado caerte y matarte? —dijo el hombre, con el ceño fruncido.
«¡No tuve opción!» Ariadna quería replicar, pero se contuvo. Después de todo, el hombre solo estaba preocupado por su seguridad. Si no hubiera sido por él, se hubiera lastimado mucho por la caída. Después de que Ariadna evitara hablar, estaba por agradecerle, cuando Hipólito se apresuró hacia ellos.
—Querida hija, ¿te lastimaste? Tu padre iba a ayudarte, pero el señor Navarro se me adelantó. El señor Navarro parece que te trata muy bien —dijo Hipólito de forma significativa con preocupación.
Por otro lado, Hipólito ni siquiera miró a Soledad, a quien llevaban hacia arriba.
Eso fue interesante para Ariadna. En cuanto a su padre, casi había creído que era un padre afectuoso que cuidaba de su hija.
Lo que Ariadna no podía entender era por qué su madre, quien en teoría parecía haber sido perfecta, eligió casarse con un hombre como Hipólito. Como había vuelto, estaba decidida a averiguar el motivo, ya que sospechaba que había algo oculto. Tenía que haber un secreto que ella desconocía.
—Estoy bien, padre. Deberías subir y ver cómo está Soledad. No sé qué sucede, pero de repente se desmayó. Esperemos que no sea nada grave de lo que tengamos que preocuparnos.
La expresión de Ariadna era delicada y serena mientras hablaba, sin rastros del desprecio que sentía hacia Hipólito. Se comportaba exactamente como una hija sensata y obediente, lo que hacía que Hipólito estuviera muy satisfecho. El hombre incluso podía estar convencido de que había salvado al universo en su vida pasada como para tener una hija tan perfecta.
—Tienes razón. Voy a ir a ver cómo está Soledad ahora mismo, y no voy a molestarlos a ti y al señor Navarro. Señor Navarro, por favor, siéntase como en casa —respondió enseguida Hipólito.
Valentín frunció el ceño tras escucharlo. «¿Sentirme como en casa? ¿De verdad los Sandoval piensan que estamos al mismo nivel?» El hombre le echó un vistazo a Hipólito, pero decidió evitarle la vergüenza.
—No estoy aquí para asistir al cumpleaños. Solo esperé hasta ahora para asegurarme de que no tengas deseos que quieras que te cumpla. ¿Los hay? —dijo Valentín después de que se fuera Hipólito.
Ariadna estaba un poco impotente. La verdad era que, antes de regresar al país, solo había recabado información detallada sobre los Sandoval, y no sabía nada de la situación económica del país. Sin embargo, la familia Navarro tenía una influencia muy poderosa en el país y, por ello, uno sabía acerca de ellos sin necesidad de investigar. Además, por las reacciones de los invitados y de Hipólito, era evidente que Valentín sin dudas era una figura destacada en el país. No obstante, Ariadna solo había cumplido con las obligaciones esperadas de un personal médico en la isla. Excepto por el hecho de que se habían acostado, pero la mujer prefería creer que nada de eso había sucedido.
—Valentín, agradezco tu generosa oferta, pero no hay necesidad —respondió con determinación.
Si había algo que de verdad quería, era muy capaz como para conseguirlo ella misma. La mujer nunca había dependido de nadie.
Valentín frunció aún más el ceño cuando escuchó las palabras de Ariadna.
—Mujer, ¿sabes lo que acabas de rechazar?
Valentín no creía que hubiera alguien que rechazara tal oferta de su parte, cualquier deseo que él pudiera conceder. Como tal, no tenía sentido que Ariadna lo rechazara. Este deseaba poder comprobar si la mujer estaba mal de la cabeza. Al ver lo serio que estaba Valentín con relación a concederle un deseo, por algún motivo, Ariadna no pudo evitar que le causara gracia.
—Tal vez podrías iluminarme sobre lo que acabo de rechazar. ¿Un supuesto príncipe azul? Ah, y también, ni nombre no es «mujer» —respondió Ariadna tras encogerse de hombros.
—¿Cuál es tu nombre, entonces?
—Mi nombre es Sol.
Sol era el apodo que le habían puesto sus padres adoptivos del extranjero.
—Entendido. Todavía no me has dicho qué deseas.
—Si de verdad quieres devolverme el favor, ¿por qué no te casas conmigo? —bromeó Ariadna al ver lo insistente que era el hombre.
Valentín quedó anonadado después de escuchar el «deseo» de Ariadna y tenía una expresión de incomodidad reflejada en el rostro. Al percibir cuán tenso se tornó el ambiente, Ariadna aclaró la garganta y trató de aliviar la tensión.
—Solo bromeaba. Bueno, olvídalo. Realmente no hay nada que necesite.
—Puedo hacerlo —dijo enseguida Valentín.
—¿Qué? —Ariadna estaba sorprendida, y preguntó con descreimiento—: ¿Qué puedes hacer?
Valentín recobró la compostura y su habitual expresión distante.
—Puedo concederte el deseo, pero tengo que discutirlo primero con mi familia ya que no solo me concierne a mí —respondió.
—Espera —Ariadna abrió bien grande los ojos por el asombro—. No te lo tomaste en serio, ¿no? ¡Acabo de decir que bromeaba!
—Bueno, a veces las personas disfrazan de bromas sus verdaderos pensamientos.
—¡Pero de verdad lo decía como una broma! ¡No estoy interesada en ti en lo más mínimo!
Valentín no sabía qué decir.
—¿Por qué? Cada chica en Distrito Jade sueña con casarse conmigo —respondió.
—Pero eso no me incluye a mí.
—De todas formas, te voy a dar mi respuesta más tarde. Me voy ahora. —Valentín se fue después de terminar de hablar, obviamente sin creer que la mujer bromeaba.
Después de que Valentín se fue, sus guardaespaldas, quienes esperaban en una esquina, lo siguieron.
—¡Ey! ¡Detente! ¡No hemos terminado de hablar! —gritó Ariadna detrás de Valentín mientras lo perseguía.
Sin embargo, uno de los guardaespaldas le bloqueó el paso.
—Lo siento, señorita. No puede ir allí.
—Pero tengo que decirle algo importante.
Sin embargo, los guardaespaldas no permitieron que pasara. Al parecer, sin el permiso de Valentín, nadie tenía permitido acercase a él.
Ese era el motivo por el que nadie se atrevía a acercarse a Valentín, incluidos las mujeres de la alta sociedad que lo admiraban, y otros hombres que querían usarlo para mejorar su posición en la sociedad.
Como tal, Ariadna no tuvo más opción que mirar cómo Valentín se iba en el helicóptero, sintiéndose frustrada, ya que parecía que el hombre había tomado su broma en serio. Sin embargo, sus dudas enseguida se disiparon. Después de todo, nadie que estuviera bien de la cabeza podía tomar esa broma en serio.
«¿Devolver el favor a alguien casándote? Esas prácticas ridículas ya no existen en la época moderna. No es posible que alguien realmente considere esa propuesta con seriedad. Ese hombre solo debe estar bromeando conmigo. Casi le creo ya que lucía muy serio. Supongo que es su estilo». Ariadna hizo puchero tras pensarlo, muy segura de que Valentín la había engañado. Como tal, ya no estaba preocupada sobre cómo le iba a explicar al hombre.
En cambio, comenzó a deambular por la mansión que solía pertenecer a los Morales. «¿Qué sucedió en realidad para que desaparezcan los Morales y sean reemplazados por los Sandoval?»