La multitud iba liderada por el jefe del pueblo y cada uno de ellos se veía ofendido y furioso. Algunos tenían los puños apretados, mientras que otros llevaban martillos y palas. En lugar de asistir al funeral, parecía que estaban allí para pelear. Incluso el jefe del pueblo, quien siempre había sido una persona tranquila, se veía furioso; lo miraba con rabia, lo que enviaba un mensaje aterrador.
Hipólito se percató de esa particularidad y preguntó nervioso:
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