—¿Quién eres exactamente? —preguntó ella.
El hombre estaba en tal estado de estupor que ninguna de sus palabras tenía sentido. Al final, comenzó a quitarse la ropa; los ojos de Ariadna se abrieron de par en par muy sorprendida, mientras se tambaleaba hacia atrás y, de forma instintiva, se protegió su pecho.
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