A Ariadna se le ensombreció la mirada cuando pensó en esa persona y sintió furia mientras se esforzaba en recomponerse. Sabía que, si resultaba ser esa mujer, querría castigarla sin importar el estatus y quiénes fueran sus hijos.
Ariadna miró a Cintia quien estaba recostada en el suelo y luego le inyectó más agujas de plata antes de irse. Mientras salía, le instruyó a la ama de llaves que la cuidara y le quitara las agujas en media hora; también le entregó una bolsa con medicamentos.
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