«Dios mío. ¿Acaba de anunciar que me va a quitar a mi hombre? Bueno, es una pena que sea tan mezquina. Nadie me puede quitar lo que es mío si no quiero que lo hagan». Ariadna sonrió.
—Entonces, te gusta, ¿eh? —Miró a Natalia con una sonrisa—. Tengo que decir que tienes buen gusto, pero, por desgracia, está conmigo.
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