Capítulo 1 Quítala
En una isla desierta, las gotas de lluvia golpeaban como cascos de caballo sobre el suelo y el sonido de las olas que rompían contra la costa era como el resonar de un tambor.
Con un cuchillo, Ariadna Morales removía la corteza de un trozo de madera con dificultad y parecía no sentir nada mientras la lluvia no dejaba de golpear su rostro.
Había perdido el contacto con su familia durante diez años. En el momento en que por fin encontró a los Sandoval, y justo cuando estuvo a punto de descubrir la verdad sobre la muerte de su madre y su secuestro, un grupo de personas que dijeron ser quienes la llevarían de regreso a casa intentaron matarla. Los derrotó con éxito, pero el barco se hundió y ella terminó en esa isla desierta.
Aquel era su séptimo día en la isla y aún no había visto pasar ningún barco. Por fortuna, la isla tenía muchos árboles y plantas, por lo que pudo construirse un sencillo barco de madera. En cuanto comenzó a trabajar en los remos, la lluvia comenzó a caer con fuerza de forma abrupta.
Al incorporarse, Ariadna estuvo a punto de estirarse cuando vio algo oscuro junto a las rocas. Se acercó con desconfianza y se sorprendió al ver que se trataba de un hombre. El hombre era apuesto, pero su rostro estaba pálido. Tenía una herida en la cintura y su sangre se mezclaba con el mar mientras formaba un atardecer sobre el agua.
Ariadna colocó su dedo bajo la nariz del hombre y, al corroborar que no estaba muerto, comenzó a arrastrarlo hacia el interior de la isla y hacia la cueva en la que ella había dormido los últimos días.
Después de encender una fogata, corrió de vuelta hacia la lluvia y no tardó en regresar con algunas hierbas.
—Tienes suerte de encontrarme —dijo Ariadna mientras extendía su mano para quitarle la ropa al hombre.
Un vistazo rápido a la cintura del desconocido le hizo saber que era una herida profunda de cuchillo.
«¿Habrá tocado algún órgano?»
En el momento en que se acercó a su muñeca para tomar el pulso, una mano se aferró a la suya.
—¿Qu-quién eres tú? —La voz del hombre era casi un susurro, pero sujetaba su muñeca con firmeza.
—¿Quién soy? —dijo Ariadna mientras le dirigía una mirada sombría al hombre—. Soy tu salvadora. Si no me sueltas pronto, tendré que construirte una lápida. En memoria de Sin Nombre. ¿Te parece bien?
El hombre solo frunció el ceño en silencio y luego sus ojos se posaron en las hierbas trituradas que ella sostenía en las manos.
—¿Qué sucede? ¡Quítala! Te ayudaré.
Al terminar de hablar, la mano de Ariadna volvió a acercarse a él.
—Lo haré yo mismo.
Con una mirada de desdén, el hombre apartó sus manos y se quitó él mismo la camisa. En todo momento, sus ojos oscuros la observaban con recelo. Una vez que se quitó la camisa, Ariadna vio todos abdominales marcados y hasta el abdominal en V que bajaban por todo su cuerpo hasta el interior de sus pantalones.
«El cuerpo de este hombre… es demasiado perfecto, ¿no?»
Sin poder evitarlo, Ariadna tragó saliva. Sonrojada, colocó con cuidado las hierbas trituradas sobre el cuerpo del hombre.
—¿Qué es eso? —preguntó él; su voz era baja y Ariadna no pudo percibir ninguna emoción en ella.
—Hierbas antisépticas para detener el sangrado.
—¿Dónde estoy?
Al principio, Ariadna se sentía algo tímida al estar cerca de él; sin embargo, al oír sus incansables preguntas, levantó la cabeza para mirarlo con impaciencia.
«Es apuesto, pero hace demasiadas preguntas. Si supiera donde estoy, no llevaría siete días atrapada en este lugar, ¿o sí?»
—Si tienes preguntas, puedes preguntarles a tus antepasados. ¿Por qué no guardas tus fuerzas y te acuestas a descansar en lugar de hablar?
—Así no es como un médico debe tratar a su paciente —murmuró el hombre, irritado.
—¿Perdón? —respondió Ariadna con una expresión impávida—. ¿Esa es forma de hablar con tu salvadora?
Al oír sus palabras, el hombre frunció el ceño.
—Mujer, eres grosera.
—Amigo, eres un maleducado.
Ambos se fulminaron con la mirada mientras que la tensión en el ambiente aumentaba. Al final, Ariadna se rindió y no encontró sentido en ajustar cuentas con un hombre herido, así que se incorporó.
—La lluvia es bastante fuerte, así que hará mucho más frío por la noche. Voy a encender el fuego otra vez. Quédate aquí.
—Oye. —El hombre volvió a hablar mientras Ariadna caminaba hacia la esquina.
—¿Qué te ocurre esta vez? —La mujer volteó.
«Si no enciendo el fuego ahora, ambos moriremos de frío esta noche».
—Nada —dijo el hombre después de mantener la boca abierta por unos instantes.
Después de poner los ojos en blanco, Ariadna volvió a ocuparse de encender un fuego. En la isla solo existía una forma de hacerlo: perforar la madera. Después de una hora, Ariadna consiguió por fin encender una pequeña llama; sin embargo, una ráfaga de viento ingresó y acabó con su corta vida.
—Oye —dijo el hombre de nuevo.
—¿Qué? —chilló Ariadna.
En el momento en que volteó, escuchó el sonido de algo metálico que caía al suelo y luego, vio un encendedor a sus pies.
«¿Eh?... ¡Oh!»
—¿Acaso no eres un hombre despreciable? —Ariadna maldijo en voz alta después de un silencio de tres segundos—. ¡Desgraciado!
El hombre cerró de a poco los ojos y se dio la vuelta, pero en sus labios se dibujó una pequeña sonrisa.
Al poco tiempo llegó la noche. Ambos descansaban a los lados de la cueva cuando, en medio de la noche, Ariadna se despertó por unos gruñidos. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que el pálido rostro del hombre estaba completamente blanco. Se había acurrucado en posición fetal mientras que un sudor frío cubría toda su frente.
—Oye, idiota. ¿Estás bien?
Ariadna se acercó para tocar su brazo, pero el hombre ni siquiera reaccionó. De inmediato, alargó su mano y la colocó en su frente, solo para comprobar que ardía.
«Su herida debe estar infectada y por eso tiene fiebre».
Dos amoxicilinas habrían servido, pero ¿dónde encontraría esa droga en una isla desierta? Al no tener opción, Ariadna recurrió a otros métodos para bajar su temperatura, y le quitó la ropa. Sin embargo, aunque eso funcionó, el hombre comenzó a temblar y a balbucear sobre el frío que sentía. Debido a eso, Ariadna lo acercó al fuego, pero su estado no mejoró.
—Demonios. —Maldijo Ariadna antes de quitarse la ropa.
Luego, se recostó y se abrazó al hombre para compartir su calor corporal con él.
«¿Qué importa si es un idiota? Es más importante salvar su vida primero. Salvar a alguien es una buena acción. Tal vez Dios me permita sobrevivir en mi regreso y descubrir la verdad con los Sandoval. Si los que fueron a buscarme para llevarme a casa intentaron asesinarme, significa que hay algo malo con los Sandoval. No tendré piedad si descubro que mi padre es quien hizo esto». Ariadna se perdió en sus pensamientos mientras abrazaba al hombre y al poco tiempo se quedó dormida.
Cuando despertó de nuevo, oyó voces y pasos fuera de la cueva.
«¿Hay más gente aquí?»
Sorprendida, se incorporó y notó que la chaqueta del hombre estaba sobre ella, pero no había ningún rastro de él. Se vistió a toda prisa y salió de la cueva con cautela.
«Si estos son los que intentaron matarme… son muy profesionales».
Sin embargo, cuando Ariadna llegó a la entrada de la cueva, notó que había una fila de guardaespaldas vestidos de negro. A cierta distancia había un helicóptero y el jefe de los guardaespaldas hablaba con el hombre a quien ella había salvado y, en ese momento, el hombre volteó.
Era la primera vez que Ariadna veía el rostro del hombre con una iluminación adecuada. Aún era apuesto y resultaba bastante intimidante solo con su presencia. A excepción de su palidez, se veía como cualquier otro individuo.
«Tiene una recuperación rápida».
—Tú…
—¿Qué quieres? —interrumpió el hombre cuando Ariadna comenzó a hablar.
—¿Qué? —Su pregunta la desconcertó.
—Me salvaste, así que voy a cumplirte un deseo —explicó él sin ninguna expresión en el rostro.
—¿Qué tan maleducado puedes ser? —dijo Ariadna después de quedarse sin palabras por un momento—. Te salvé ¿pero no dices ni una palabra de agradecimiento?
Cuando las palabras salieron de la boca de Ariadna, todos los guardaespaldas la miraron atónitos, como si hubiera dicho algo extraño. Por su parte, el hombre mantuvo una expresión neutral.
—Te arrepentirás si pierdes esta oportunidad.
Ariadna estaba furiosa, pero pensó: «Puede que mi barco de madera no resista hasta llegar a tierra».
—Llévame a casa —dijo con los dientes apretados.
En ese momento fue el turno del hombre para mirarla asombrado.
—¿Eso es todo?
—¿Qué más?
Solo tenía un deseo: salir de aquella isla desierta y olvidada por Dios.
Mientras la miraba como si fuera una idiota, el hombre se dirigió al helicóptero.
Tres horas más tarde, el helicóptero planeaba sobre los cielos del Distrito Jade.
—¿Ese es el lugar? —preguntó el hombre mientras señalaba a la mansión de abajo.
—Creo que sí… —Ariadna apenas tenía recuerdos de su infancia, pero investigó a los Sandoval antes de volver al lugar.
Ese lugar debía ser de los Morales, pero en ese momento pertenecía al hombre que nunca se molestó en buscarla durante sus diez años de desaparecida: su padre.
—Abajo —ordenó el hombre.
—Sí, señor —respondió el piloto al instante.