Capítulo 11 Encontrar al asesino
Solo entonces Hipólito recordó que Soledad seguía en el suelo mientras se retorcía sin parar. El hombre ordenó a las mujeres que llevaran a Soledad abajo mientras él se preparaba para ir con Ariadna al hospital.
—¡Cariño! ¡Por favor, llévame contigo! —suplicó Cintia mientras las lágrimas no dejaban de resbalar por su rostro—. Soledad es mi… es a quien vi crecer. ¡No puedo quedarme en casa!
A pesar de lo lastimosa y aterrorizada que se veía Cintia, Hipólito endureció su corazón hacia ella.
—¡No! ¡Quiero que reflexiones sobre lo que hiciste! ¿Alguien puede llevar a la señora Sandoval a su habitación? ¡Nadie debe dejarla salir si yo no lo ordeno!
Una sirvienta asintió de inmediato y llevó a rastras a una Cintia llorosa mientras que Ariadna acompañaba a Hipólito a la ambulancia.
—Padre, ¿por qué no dejamos que la tía Cintia nos acompañe? Veo lo unida que es con Soledad. Dejarla en casa solo va a preocuparla —suplicó Ariadna en voz baja.
Por desgracia, Hipólito se negó a ceder.
—Niña boba. —Volvió su mirada a Ariadna y suspiró profundo—. La vida en el extranjero debe haber sido dura, ¿no?
—Para nada. Era una buena vida —respondió Ariadna; lo dijo muy en serio.
Había tenido una vida maravillosa en el extranjero y no podría haber sido mejor. Sin embargo, Hipólito pensó que su hija no hacía más que poner una fachada valiente, por lo que volvió a suspirar.
—Eres demasiado ingenua. ¿Cómo vas a sobrevivir aquí en el Distrito Jade? Tendré que enseñarte poco a poco para que no te sientas fuera de lugar.
—¡Gracias, padre!
—Somos familia. No tienes que agradecerme…
Al poco tiempo, la ambulancia llegó al hospital. Soledad fue trasladada de inmediato a la sala de emergencias porque su corazón había dejado de latir. Preocupados y nerviosos, Hipólito y Ariadna se paseaban fuera de la sala mientras esperaban. Por supuesto, el hombre era el más preocupado de los dos ya que tanto Ariadna como Soledad eran sus hijas biológicas y eran cruciales para el futuro de su carrera. Como algo le había ocurrido a Soledad, Hipólito, naturalmente, estaba muerto de miedo.
Después de lo que pareció una eternidad, las puertas de la sala de emergencias se abrieron por fin. En cuanto el doctor salió, Hipólito se apresuró a acercarse a él.
—Doctor, ¿cómo está mi hija?
—La paciente está fuera de peligro, pero aún necesita ser controlada durante algunos días más. Este veneno de serpiente es bastante mortal. Si no la hubieran traído a tiempo ¡nadie habría podido salvarla! Pero, tengo que preguntar, ¿cómo recibió la mordida? Esta serpiente no debería aparecer en el Distrito Jade.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Hipólito confundido mientras fruncía el ceño—. Vivimos en una mansión en lo alto de la colina. Es habitual que las serpientes se arrastren hacia el interior, ¿no?
El médico negó con la cabeza con expresión seria.
—Esta especie de serpiente proviene del sur, así que no encontrará ninguna especie en estado salvaje aquí. Tuvo que venir del sur. Creo que es algo que debería investigar.
Cuando comprendió por fin lo que el doctor quería decir, el rostro de Hipólito se ensombreció.
—¿Está diciendo que esto podría haber sido un golpe intencional?
—Es muy probable.
—¿Quién? —Hipólito apretó los puños con tanta fuerza que clavó sus uñas en las palmas de la mano—. ¿Quién demonios quiere lastimar a mi hija?
Por instinto, su mirada se posó en Ariadna mientras un dejo de sospecha aparecía en su rostro.
—¡Cómo se atreven! —Ariadna no pareció notar las dudas de su padre y estaba furiosa—. ¡Quien haya traído la serpiente a nuestra mansión es pura maldad! Padre, tienes que llegar al fondo de esto. ¡No podemos dejar que se salgan con la suya!
Al oír las palabras de la joven, Hipólito despejó cualquier sospecha que tuviera de ella. Estaba seguro de que una chica que acababa de llegar al Distrito Jade no podía llevar a cabo un plan así. Además, si Ariadna tenía segundas intenciones, no habría arriesgado su vida para luchar contra la serpiente.
«¡No debí sospechar de ella!»
—Vamos a casa primero, Ariadna. ¡Tengo que investigar esto de forma adecuada y averiguar quién es el culpable!
—Tienes razón, padre. ¡Tenemos que investigar a fondo! Hoy la serpiente mordió a Soledad, pero ¿y si te muerde a ti mañana? Por favor, ¡que alguien averigüe cuanto antes y lleva al culpable ante la justicia! —dijo Ariadna con voz severa.
Hipólito no podía estar más de acuerdo.
«En cuanto descubra quién trajo la serpiente, ¡no voy a dejar que se salga con la suya!»
Después de indicar a algunos sirvientes que se quedaran a cuidar a Soledad, Hipólito y Ariadna salieron del hospital hacia la mansión, dispuestos a llegar al fondo del asunto.
Cuando regresaron, Cintia, encerrada en su habitación, estaba ocupada revisando su teléfono. En cuanto recibió el mensaje de que Soledad estaba sana y salva, suspiró aliviada. Sin embargo, su alivio no duró mucho tiempo. Al enterarse de que la liberación de la serpiente fue un atentado contra la vida de su hija, Cintia hirvió de ira.
—¡Señora Sandoval, el señor Sandoval está en casa! —susurró una sirvienta fuera de la habitación.
Cintia estaba harta de estar confinada en su habitación y estaba desesperada por salir, pero Hipólito había cerrado la puerta con llave. Después de pasearse por la habitación, decidió abandonar toda precaución y rompió la cerradura de la puerta con una piedra ornamental.
Hipólito y Ariadna acababan de entrar en la casa cuando vieron a Cintia bajar corriendo las escaleras.
—¡Cariño! ¡Debe ser Ariadna! ¡Esa zorra quiere deshacerse de Soledad y por eso trajo una serpiente del sur! Es la única que vino de allí. ¡Tiene que ser ella! ¡Tenemos que hacer justicia por Soledad!
—Tía Cintia, por tus sospechas hacia mí tuve que arriesgar mi vida para demostrar mi inocencia. —Ariadna retrocedió con una expresión de dolor en el rostro—. Hice todo eso para salvar a Soledad y, aun así, ¿me acusas? ¿Y ahora incluso afirmas que yo traje aquí la serpiente?
—¡Tienes que ser tú! —gritó Cintia mientras señalaba con rabia a la joven—. ¡Sé que eres tú! ¡Deja de fingir que das pena! Hipólito, por favor, ¡enciérrala y comienza a interrogarla!
—¡Suficiente! —bramó el hombre—. Ya la acusaste una vez, ¿no puedes parar? ¡Llegaré al fondo de esto y te daré una respuesta! ¡Ahora vuelve a tu habitación y quédate ahí! ¿Puede alguien llevarla a su habitación? Y esta vez, asegúrense de que no vuelva a escapar.
Una vez más, los sirvientes asintieron y se llevaron a Cintia a la fuerza.
—¡Cariño, debes confiar en mí! Tienes que investigar a fondo…
Mientras Ariadna veía como se llevaban a Cintia a rastras mientras pataleaba y gritaba, estuvo aún más segura de que la mujer no tenía nada que ver con el incidente de la cobra. Al fin y al cabo, si Cintia formaba parte de ese plan nefasto, no habría implorado a Hipólito que investigara a fondo.
«Perfecto. ¡Soledad tendrá que pagar por su estupidez y su maldad!»
—Padre, noté que hay muchas cámaras de seguridad aquí, así que deberías revisar las grabaciones —dijo Ariadna de manera solemne—. También deberías enviar gente a los lugares donde se pueden comprar serpientes y preguntar si alguien vendió alguna en el último tiempo.
Hipólito escuchó con mucha atención y asintió con la cabeza.
—Alfredo, quiero que te encargues de eso de inmediato. Además, necesito que revises todas las habitaciones de la mansión para que te asegures de que no hay más serpientes.
A pesar de que eran altas horas de la madrugada, Hipólito estaba ansioso por comenzar. Después del susto de la cobra, su prioridad era asegurarse de que no apareciera ninguna otra sorpresa.
Al cabo de un rato, el encargado de las cámaras de seguridad regresó corriendo con su informe.
—Señor Sandoval, revisamos las grabaciones. Anoche, alrededor de las once, la única persona que salió de la mansión fue la niñera de la señorita Soledad, Jana.
—¿Jana? —Los ojos de Hipólito se entrecerraron incrédulos—. ¡Tráiganla aquí de inmediato para interrogarla!