El hombre había secuestrado a los Villena para amenazar a Ariadna, pero aseguraba que no le pondría ni una mano encima y, aunque los tres se negaron a creerle, no tenían otra opción ya que tampoco podían contactarla para evitar que fuera.
El temor los invadió cuando por fin llegó la joven. Se bajó del taxi, miró la casa iluminada y, mientras respiraba profundo, tocó el timbre.
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