—No te preocupes. Estoy bien. No soy una muñeca de porcelana, ¿sabes? Solo tengo que poner algo de ungüento en la herida y estaré bien.
Ariadna abrió la boca, pero las palabras se atascaron en su garganta. Quiso decirle a Valentín que no tenía que hacer tanto por ella, ya que no quería deberle un favor tan grande, pero no podía decirlo con Hipólito cerca.
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