Yeimi sabía muy bien lo que él había sentido por Ariadna y, pese a ser su esposa y haber perdido las piernas por él, no podía evitar sentirse insegura. No estaba segura de sí Donato aún quería a esa mujer, por lo tanto, no tenía idea de que al decirle que la vigilara, podría haberle dado una oportunidad de que se acercara a ella. Yeimi no sabía que él había logrado acercarse, ni que esa mujer lo había lastimado.
—¡Donato, si me traicionas, te haré pagar las consecuencias! —juró con la mandíbula apretada mientras agarraba los reposabrazos de la silla de ruedas.
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