El otro hombre jamás imaginó que una joven tan delicada como Ariadna tuviera tal habilidad para defenderse. Cuando le demostró que su impresión inicial era errónea, dejó de subestimarla, sacó el cuchillo que tenía en el cinturón y se abalanzó sobre ella. Ariadna también estaba a punto de hacer un movimiento cuando dos figuras aparecieron de la nada e hicieron tropezar a su atacante.
—¡Ah! —Con un grito de agonía, el cuchillo del hombre cayó al suelo y un pie le pisó el rostro.
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