Cintia miró lo fijo, asustada. «¿Quiere encerrarme en la pocilga para siempre?».
—¡No! ¡No quiero volver a nuestro pueblo! Ahora, ¡exijo el divorcio! ¡Quiero divorciarme de ti! —Cintia sollozó desesperada—: No quiero nada más y estoy dispuesta a irme de tu casa con las manos vacías. Ya que no tendremos un hijo, puedes divorciarte de mí. Si te parezco repugnante, podemos no volver a vernos.
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