Donato se sentó sobre ella y la miró profundo a los ojos, como si estuviera poseído. Luego, la atrapó en su lugar antes de inclinarse despacio sobre ella. De inmediato, Ariadna giró la cabeza hacia el otro lado.
—¡Donato! ¡Reaccione! No es necesario que nos convirtamos en enemigos para siempre. Sé que me odia, así que ¿puede soltarme? Le aseguro que nunca más me atravesaré en su camino.
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