Lara midió con la palma de la mano esa gran herida con forma de ciempiés; medía desde la muñeca hasta la punta de los dedos. No podía imaginarse cómo Ariadna era capaz de coser un corte tan espantoso sin inmutarse, ya que al solo verla a ella se le erizaba la piel. Al mismo tiempo, también sintió pena por ella.
Cuando miró a Sandra, descubrió que, aparte de estar más pálida que antes, no tenía ni una sola mueca. «¡Por Dios! La verdad es que las dos son muy valientes».
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