De inmediato, marcó el número de Constantino, pero obtuvo el mismo mensaje. Al darse cuenta de que parecía haber ocurrido algo malo, se dirigió a la habitación, tras lo cual, abrió la puerta del armario de par en par. La ropa de Almendra ya no estaba, pero el cheque que él había dejado ese día seguía en el mismo lugar. Lo apretó con tanta fuerza que se le hincharon las venas. Luego, respiró profundo, sacó su teléfono y realizó una llamada.
—Averigua dónde está Almendra ahora. —Cortó y se sentó al borde de la cama con el ceño fruncido.
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