—No tienes poder para hacer nada, Arón. Así que no te molestes en amenazarme. —La reina madre miró su expresión sombría y soltó una risita—. No te preocupes. No le haré daño a Ariadna mientras prometas mantenerte lejos de ella. —Luego, agitó la mano despectivamente y le indicó—: Vete a casa y prepárate para tener una cita con Natalia mañana.
La expresión de Arón se ensombreció cuando salió del estudio, ya que se dio cuenta de que no podría proteger a su amada mientras no tuviera poder. «Ojalá pudiera tener el poder de proteger a las personas que me importan y hacer todo lo que deseo. Estoy harto de ceder ante amenazas». Tras abandonar el palacio, se dirigió a su casa, pero no hizo caso a la advertencia de la reina madre. «¿Y qué si ahora no tengo poder? Tarde o temprano seré adinerado y poderoso. Solo espera». En ese momento, Arón era otra persona; ya no era el joven que solo quería mejorar sus habilidades médicas y salvar vidas.
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