Los minutos pasaban, pero no sólo no había ningún cambio en el físico de Nataniel, sino que su semblante estaba notablemente tranquilo. Sentado en su asiento, miraba a Eugenio IV con frialdad y burla.
Con el tiempo, el ceño de Eugenio IV se frunció. Le costaba aceptar la realidad de las cosas, miraba a Nataniel con incredulidad mientras murmuraba para sí mismo.
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