Solo había una oportunidad, una persona. Ya que Simeón era el principal culpable, incluso si admitía sus fechorías, Nataniel no lo perdonaría con facilidad. Por ende, no tenía caso que él confesara. No obstante, sus subordinados sabían todo. Solo podía rezar porque mantuvieran la boca cerrada.
«Nataniel no me matará si no tiene evidencia contundente». Justo en ese momento, Nataniel estaba calmado e inmutable. Era como si supiera que alguien confesaría pronto. Su mirada se detuvo en el hombre más fuerte de la multitud.
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