Al cabo de un rato, Ken volvió a la realidad. Por primera vez, su rostro mostraba una expresión digna. Observó a Nataniel como si quisiera conocerlo de nuevo.
―Buen trabajo, joven. Te he subestimado. Me temo que tu capacidad ya no es inferior a la de tu maestro en sus mejores tiempos. No me extraña que te atrevas a ser presuntuoso delante de mí. Bien, déjame darte una lección. ―Después de decir eso, Ken lo señaló―. Saca tu espada, para que nadie pueda decir que me estoy aprovechando de ti.
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